Capítulo 23


Busca siempre la verdad en las personas, mi niña, porque cualquiera puede decir mentiras.

Jada Mirianni (37) a su hija Eleine (8)






🐺🌙🐺

Lágrimas nublaban su visión, le era difícil manejar con el miedo enredandose con las emociones, pero no podía quitar el pie del acelerador pues su necesidad de poner distancia era más fuerte, Eleine quería controlarse pero cada vez que miraba de reojo al asiento vacío, recordaba el gruñido animal tras su oreja y la sensación del aliento cálido del animal que trataba de alcanzar su cuello.

Llevó una mano a la cicatriz en su nuca, un escalofrío le hizo temblar.

—Un lobo. Un maldito lobo —murmuró entre dientes, borró sus lágrimas con una mano y se aferró al volante—. ¡Estúpido mentiroso!

Golpeó el panel, todo su enojo se diluyó en un grito que solo se escuchó en el interior de la camioneta, no podía dejar de pensar en lo sucedido, todo ese tiempo creyó estar junto a un humano, pero de una forma demasiado irónica, en todo momento estuvo al alcance del enemigo.

—Le salvé la vida.

La mayor de las ironías, dieciséis años atrás casi murió bajó los colmillos de una de esas bestias y ahora era ella quien salvó la vida de uno.

Rió con histeria por lo absurdo que le parecía.

Llegó a Addy en tiempo récord, la tarde había seguido con su marcha y el atardecer se llevaba consigo la luz. Eleine estacionó cerca del bar y se bajó para estirar las piernas, restregó sus ojos hinchados por el llanto y acomodó su cabello. Estaba harta, cansada, ya no quería ser una mujer temerosa del mundo que le rodeaba, ya no quería recordar la desgracia de su familia destrozada, ni el hecho de que el hombre al que llegó a tener un poquito de afectó resultó ser parte de la raza que ella tanto detestaba.

Aunque a esas alturas de las circunstancias, Eleine ya no sabía con certeza lo que sentía, pasaron tantas cosas que sus creencias estaban perdiendo peso bajo las influencias externas. Parejas de cambiantes con humanos, cachorros y más cachorros inocentes, gente que solo vivía su vida indiferente a los problemas en el horizonte.

—Tal vez no debería meterme en donde no me llaman.

Eleine se detuvo frente a la fachada del bar, las amplias ventanas dejaban ver las personas pasando el rato en el interior, sonriendo, bebiendo, hablando y contando historias para despejarse del trabajo. Llegó a cuestionarse la idea de lo que estaba haciendo, del valor real de su investigación, y al entrar al bar, la calidez del lugar tanto como las sonrisas de los rostros conocidos le hicieron sentir segura, a salvo, sin embargo el vacío en su interior persistía. Era una sensación que no la abandonó desde que dejó a Caleb en Greensbrough.

—¡Eleine! —saludó Bobby desde una de las mesas más alejadas—.  Dos veces en un mes ¡Un nuevo récord querida!

Su corazón podría estar resquebrajándose, pero la dulzura del anciano hacia su existencia un poco más amena. En su vida Bobby había ayudado a pasar incontables penas y perdidas, una más no haría diferencia. Eleine se dirigió a la barra entre saludos al pasar, al frente estaban los banquillos de madera, de los siete solo uno estaba ocupado por un hombre, por su postura no podía reconocer quién era, vestía jeans gastados y una chaqueta roja. Por un momento quiso seguir la conducta habitual y ubicarse lejos del desconocido, pero estaba tan cansada de pensar cada acción que no le dio importancia a aquel que tomaba una cerveza y veía algo en su celular.

—¿Lo de siempre? —Bobby preguntó.

—No, hoy quiero algo con alcohol, pero no muy fuerte.

—¿Sucede algo? —el tono de Bobby demostró preocupación.

Eleine quería desahogarse, sacar afuera la frustración y el dolor que estaba sintiendo, pero el anciano no era el más indicado para ser su catalizador, nadie lo era, ninguna persona en el pueblo sabía quién era ella más allá de su nombre, nunca daba su apellido, pues cargaba con el peso de ser aquella niña atacada por lobos.

La niña que sobrevivió.
La niña que quedó huérfana.
La niña que les teme a los cambiantes.

Ya estaba cansada.

—Nada, he tenido un día duro de trabajo.

Bobby la miró por unos segundos, Eleine estaba preparada para otra ronda de preguntas, pero el hombre se quedó callado y le sonrió guiñando un ojo, la complicidad en su mirada le decía que sabía que esa no era toda la respuesta, pero que no iba a presionar. Eleine correspondió el gesto mostrando su mejor sonrisa, aunque eso era lo último que deseaba hacer.

Había sonreído mucho, pensó, y siempre lo hacía gracias a Caleb.

Su corazón dolió, el enojo había dado paso a la sensación de soledad, nunca pensó que podía sentir tantas cosas alrededor de una persona que la engañó desde el principio.

“—Y yo no te lo dije porque pensé que reaccionarías así...”

El maldito tenía razón, actuó guiada por el miedo.

—Estúpido cambiante —balbuceó en voz baja.

—Hermoso cumplido, gracias —habló el hombre junto a ella.

Eleine frunció el ceño, pero no se atrevió a mirarlo de frente.

—¿Disculpa? No estoy hablando contigo.

El hombre golpeó despacio el pequeño vaso que sostenía en una mano, lo hizo rápido y dos veces seguidas.

—Yo no veo a nadie más. —Se giró en el banquillo y miró alrededor—. Nop, nadie.

—Hablaba para mí.

—Ron con jugo, Eleine —dijo Bobby dejando frente a ella un vaso con la bebida— ¿quieres otro Carl? —se dirigió al hombre.

—Sí, por favor, la señorita me ha invitado un trago.

Eleine reaccionó demasiado tarde, Bobby le sirvió un vaso con tequila y se alejó sonriendo hacia una de las mesas. Empuñó una mano sobre la barra, el tipo le estaba colmando la paciencia.

—Yo no te ofrecí nada. —Se giró hacia él y lo enfrentó—. Mentiroso.

El rostro de aquel tipo era algo que no podía pasarse por alto, rizos marrones y revueltos, piel apenas tostada, una amplia sonrisa con hoyuelos y un par de ojos almendrados de un tono marrón, casi pasó por alto la transición al verde pálido, ahí fue cuando se dio cuenta de quien tenía en frente.

Un cambiante.

—¿Qué pasa? ¿Perdiste tus agallas? —se burló, puntas de colmillos aparecieron en su sonrisa—. Hey, yo te conozco, eres la chica que casi se desmaya del miedo cuando aparecí transformado.

Eleine tragó saliva, la compulsión de alejarse era muy fuerte, sin embargo, estaba decidida a mostrar que era una mujer fuerte, independiente y que ya no se valía de nadie para soportar y enfrentar sus temores.

—Cualquiera se echaría a temblar si viera a un animal salvaje andar por el bar.

—En eso tienes razón, pero esa vez tu miedo fue algo diferente, quise intentar ayudarte pero el chico con el que estabas se anticipó. —Tomó un sorbo de su trago y le extendió una mano—. Soy Carl Phillips.

Eleine se enderezó, pero su mano tembló al estrechar la suya.

—Eleine... Mirianni.

—Bonito nombre, raro y poco común, me agrada. —Carl sostuvo el vaso y lo hizo girar—. Así que, dime, Eleine ¿por qué tanto odio contra los cambiantes? ¿Alguno te ha hecho algo? Si es eso sólo necesito un nombre y le haré una visita personal.

—No pienso decirle mis problemas a un completo extraño. —Además de inadecuado era inoportuno, Eleine quería olvidar todo lo que había sucedido.

—Eres una chica muy prudente, a mi mamá le agradarías, ella siempre sigue las reglas por eso me regañaba mucho, porque a mí no se me da muy bien eso de seguir órdenes.

Eleine recordó la última vez que estuvo en el bar, Bobby le había dicho que era un explorador solitario.

—¿Tú eres el explorador que vino a asentarse aquí?

—Así es, pero yo no me llamaría de esa forma. —Carl la miró de reojo—. Yo soy un alfa puma.

—Ah, un mandón.

—No precisamente, un alfa protege.

Para ella era lo mismo, los términos cambiantes le eran un asunto difícil de comprender, porque a pesar de que los clanes podían parecerse a la estructura familiar humana, tenían muchas diferencias en cuanto a posiciones y eso de la jerarquía.

—Para mí es lo mismo.

—Los humanos tienen una forma de pensar muy... Interesante.

—¿A qué te refieres con eso? —inquirió dándole un sorbo al vaso, quiso acabarlo de una sola vez pero era demasiado fuerte, arrugó la nariz y el sujeto junto a ella se rió.

—No quiero empezar un debate racial ahora mismo, tengo que terminar de explorar la última parte del territorio. —Terminó su tequila—. Por aquí dicen que Ricker Mountain es un lugar hermoso y pacífico.

Eso no le agradó ni un poco, Eleine juntó fuerza y se terminó el trago.

—Olvídalo, ese territorio ya está ocupado.

—¿Quién es el dueño?

—Yo —dijo mirándolo de frente, intentando parecer una mujer fuerte.

Lo único que logró fue que el puma estallara en una sonora carcajada que atrajo la atención de varios.

—Eres muy graciosa Eleine.

—No estoy bromeando, yo vivo ahí.

—¿Tienes papeles de titularidad del terreno?

—No, pero tengo autorización.

Carl sonrió, esos hoyuelos se marcaron en sus mejillas, un chasquido de lengua acompañó un sonido que ella pudo jurar que fue un ronroneo.

—¿Autorización? ¿De quién?

—De todo el pueblo de Addy —respondió Bobby con tono serio—. No te pases de listo con Eleine.

Carl levantó las manos en el aire y se levantó.

—No es lo que pretendo, sólo estaba charlando. —Miró a Eleine y le guiñó un ojo, luego dejó un par de billetes en la barra—. De igual forma ya establecí mi territorio a las afueras de Addy, pero eso no significa que no saque a mi gato curioso a pasear.

Carl se fue y Eleine lo quedó mirando, espalda ancha, postura elevada, caderas que se movían demasiado para su gusto, aquel hombre destilaba confianza, o tao vez era un arrogante. La imagen de Caleb siendo amable y dulce con ella hizo que su ausencia doliera.

—Estúpido cambiante.

—Los jóvenes pueden ser un verdadero dolor de cabeza. —Bobby se inclinó sobre la barra—. Creen que son invencibles cuando se trata de una dama. ¿Dónde está el muchacho de la otra vez?

—Ya lo mandé lejos.

Donde pertenecía, junto a ese clan de lobos que ella quería destruir... O revelar sus secretos... Para ella era lo mismo, estaba segura que los lobos que atacaron a su familia eran parte de su clan, y si no podía tener justicia por la muerte de sus padres, Eleine intentaría al menos sacar a la luz los sucios secretos de los ataques repentinos a humanos.

Sus labios temblaron, Eleine no quiso mirar al anciano con sus ojos nublados por un par de lágrimas, la debilidad le había llegado al cuerpo, nunca se había sentido tan sola ahora que la oscuridad afuera se presentaba tan aterradora.

—Debo irme, Bobby, gracias por el trago. —Pagó lo que debía y trató de mantenerse firme.

—¿Segura que estás bien? —el anciano sostuvo su mano con afecto, y eso casi le hace derrumbarse, por alguna razón necesitaba un hombro en el que poder desahogarse, pero el viejo Bobby no era el indicado.

—Sí, estoy bien, no te preocupes, adiós.

Afuera se oía el canto de los grillos, el cielo despejado, las estrellas brillando, el aire apenas frío anunciaba que la noche sería tolerable, la primavera se acercaba.

Al llegar al pie de Ricker Mountain, salió luego de estacionar con una linterna, era algo absurdo, durante seis meses no había temido subir la montaña sola en la noche ¿por qué ahora sí?

Al llegar encendió las luces del porche, sólo por si a aquel puma que podría ser su vecino, se le daba por merodear cerca. Casa vacía, se sintió extraña, y sola.

—No permitas que te afecte —se dijo en voz alta y cerró la puerta, dejó su abrigo encima del sillón y luego de bloquear la puerta arrojó las llaves sobre la mesa.

Su celular sonó con un audiomensaje:

—Videollamada en treinta minutos”

Era lo que necesitaba, en silencio mientras preparaba café, bendijo a Will por impulsar su verdadero objetivo, tenía que ponerse a trabajar de una vez.

—No más distracciones.

Y si eso implicaba rodear su corazón en una coraza de piedra, ella lo haría, aunque no pudiese evitar recordar los ojos de Caleb.

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