Capítulo 20
—¿Alguna novedad?
—Los pumas encontraron su rastro de olor en su territorio, pero la seña es más fuerte en Addy, Seth y una cuadrilla de rastreadores ya está en camino.
—Son excelentes noticias, justo lo que el clan está necesitando.
Conversación entre Derek Miller y uno de sus rastreadores.
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Tenía sangre en sus manos, gotas rojas deslizándose por sus garras largas y negras, veía puntos rojos, su cerebro latía al ritmo de un corazón vacilante, un susurro ronco se hizo un eco en el espacio vacío, ojos amarillos captaron su mirada en el espejo, un grito sacudió sus cuerdas vocales y luego la nada misma surgió en sus ojos, de la luz a la oscuridad en tan solo segundos, una voz emergió del abismo de su mente...
—Estás infectado, pero no es tu culpa, haremos lo posible por salvarte.
Las palabras se repitieron mientras seguía inmóvil frente al espejo, sabía que no era real, porque la habitación no era la de Eleine, quiso despertar, ya no quería seguir viendo ese horrible reflejo.
—Cariño, no lo hagas...
—¡No! ¡Soy un monstruo! ¡Dejame ir antes que me lleve una vida inocente!
Caleb despertó jadeando, sentía sus palmas doler, agitado se sentó en la cama, garras aparecieron de nuevo pinchando su piel, se fueron dejando puntos rojos. Asustado miró alrededor, la habitación estaba vacía. Escuchó agua correr, el sonido distante y lejano, supo que estaba de vuelta a la realidad. Su mente ahora estaba reducida a fragmentos y con una presencia extraña que abrazaba su cerebro como si fuese una sombra que lo cubría por completo.
Golpeó una almohada con fuerza, ahogando en su garganta el grito de impotencia que quería salir al aire. Respiró, centró su oído en el sonido del agua cayendo, salió de la cama y miró por la ventana, el cielo era un raro mosaico de blanco y azul, pero no dejaba caer agua.
Entonces el sonido era de la ducha, y Eleine estaba en el interior. Estuvo tentado a entrar para lavarse, pero prefirió esperar en la sala de estar.
Ella se veía con mayor energía, más relajada, con su cabello unido en largos mechones por la humedad, cayendo por su pecho sobre la chaqueta de jean azul.
—Hola Caleb, el baño está listo para que lo uses, luego debes desayunar antes de irnos.
Caleb asintió, el recuerdo del sueño aun en su mente, el secreto de su verdadera identidad era un constante punto que amenazaba con alejarlo, todo apuntaba a que sufriría un cambio inminente, Caleb no deseaba eso, no quería que Eleine lo viera con horror en esos ojos que le fascinaban tanto.
Para enfriar sus pensamientos tomó una ducha de agua caliente, procuró no tardar mucho, sólo necesitaba pensar, su vida había sido muy cómoda desde que despertó, a excepción del incidente del león, todo había sido calmo, sin ningún problema, hasta se acostumbró a la idea de que su memoria jamás regresaría y el estaba bien con eso, pues se dio cuenta de que la mujer que le salvó la vida era lo único que necesitaba.
Eleine era su todo.
Cerró la llave del agua y miró sus manos, comunes y normales, humanas, recordó las garras que salieron al abrir los ojos de ese sueño, el grito de su voz, la súplica de mujer, la orden... Eran matices vocales que le sonaban conocidos...
Negó, era un sueño y nada más, por ahora debía centrarse en que Eleine no lo viera transformado, aunque si lo pensaba bien, no tenía muchas formas de controlar esos pequeños cambios de su cuerpo.
El baño se cubrió de vapor, salió con cuidado y procuró de pisar la alfombra, el piso era resbaloso, se cubrió el cuerpo con una toalla y comenzó a secarse, vio el espejo con vapor y lo limpió con una mano, espantado retrocedió un paso, brillantes ojos ambarinos lo miraban de frente. Con fuerza cerró sus ojos, los restregó con sus dedos hasta que dolieron y la desesperación se apoderó de sus sentidos, al abrirlos, esperó a que todo se aclarara, el azul regresó.
—¿Qué es lo que soy? —preguntó sintiéndose un extraño, un monstruo, y tal vez eso era.
Tenía algo en su interior que quería salir a la luz, y arruinar la vida que el destino le concedió, que ella le dio.
Caleb terminó de secarse y vestirse, luego salió dispuesto a ir a la cocina para tomar unas galletas, no tenía mucha hambre, no después de todo lo que estaba pasando con él, con su mente y cuerpo, todo se escapaba a su control.
—¿No vas a desayunar? —preguntó Eleine al verlo tomar su abrigo.
—No tengo hambre, con un par de galletas me basta, ¿estás lista?
—Sí, eso creo.
Eleine puso el sobre con los documentos y la carta en su bolso, tomó las llaves y le dio un contenedor de plástico con el resto de las galletas, con una mirada nerviosa le indicó que saliera, ella echó llave y miró al exterior el sol casi estaba en lo más alto, el tiempo llegaba casi al mediodía, la brisa era suave y tibia, una caricia tenue sobre su piel. En silencio descendieron cuesta abajo, Caleb notó que Eleine retrasaba un poco sus pasos, estaba insegura, pero al final ambos llegaron hacia donde dejaba el vehículo estacionado y se subieron.
Ella tardó en colocar sus manos sobre el volante, estaba reacia a conducir, Caleb no podía hacer mucho, ella debía hacerlo por sí sola, además él no sabía cómo manejar.
Pero no le gustaba verla así, paralizada.
—Hay otras formas —dijo en un intento por hacerle reaccionar—. Podemos regresar a la cabaña.
Ella bajó la mirada un instante, su mano buscó la suya, él la recibió con alivio, con su pulgar acarició sus dedos, Eleine lo miró a los ojos, Caleb podía mirar ese color suave como el chocolate todo el tiempo del mundo, pues ese color le traía paz.
—Hay que hacerlo —murmuró, pero luego soltó su mano y con rapidez encendió el motor—. Quiero decir... Puedo hacerlo...
Caleb sonrió, captó su desliz, pero se quedó callado.
Se dirigieron al norte usando la ruta principal que conectaba Paradise City con Woodstone City, con un tramo liso rodeado de campos vacíos y otro con curvas cubierto a ambos lados de árboles y arbustos. Pasaron Greensville, un pueblo un poco mayor que Addy, más allá en una recta Eleine le indicó la desviación hacia Greensbrough, un escalofrío recorrió su espalda cuando ella le dijo con voz distante “—Ahí fue donde pasó.”
Ocho años, una niña, Caleb no quería imaginar la violenta escena, el terror que ella experimentó a tan corta edad, ahora comprendía la necesidad que tenía Oliver por proteger a su hermana, su única familia, en su lugar él haría lo mismo, sólo que le permitiría respirar.
Después de pasar dos horas y media de viaje se detuvieron en el peaje, bajo un gran cartel decorativo con el nombre de la ciudad, hecho de metal pulido y vidrio en su extremo inferior tenía una luna pintada junto con las iniciales M.F y unas garras rodeando el dibujo.
—¿De dónde son? —preguntó el trabajador del peaje revisando la licencia de Eleine.
—Addy —respondió a secas.
—¿Vienen a pasar el fin de semana?
—Hoy es jueves —Eleine pagó la cuota.
—Oh ya recuerdo —el hombre sonrió y le devolvió la pequeña lámina de plástico—. Todo está en orden, disfruten la ciudad.
La barrera se elevó y continuaron, Paradise City era mucho más grande que la ciudad que dominaban los pumas, sus edificios eran más altos y grandes, se notaba la inversión de tiempo y dinero en la cantidad de tiendas y locales de servicios públicos. Caleb bajó la ventana, el viento movió su cabello, respiró aire fresco con un sin fin de aromas diferentes que los pudo distinguir sin mayor problema.
Tenía olfato, tenía sentidos, su otra mitad estaba apareciendo.
Sintió miedo.
—Aquí es.
Eleine estacionó frente a un edificio de apartamentos, del otro lado de la calle, Caleb observó hacia arriba, tenía quince pisos tal vez más, todos con balcones con plantas.
Al bajar Eleine miró alrededor, sus nervios eran intensos, pero no había miedo.
—No hay nadie, ningún sujeto peligroso por aquí —Caleb pasó un brazo por detrás de sus hombros—. Estás conmigo, yo te mantendré a salvo.
Eleine arrugó un poco el sobre que sostenía en sus manos.
—Vamos.
Cruzaron la calle hasta la entrada, ella buscó el número del botón que llamaría directo al apartamento de la mujer.
—¿Sí, quien habla? —preguntó una voz femenina.
—Hola ¿eres Amaia Dubinski? Yo soy Eleine Mirianni, tengo una entrega importante de parte de Patrick Mcgraw.
—Adelante, sube al piso trece.
Entraron al recibidor del edificio, sin prestar mucha atención al entorno, Caleb y Eleine se dirigieron al ascensor y de ahí subieron al piso trece. En el pasillo ella lo llevó hasta el apartamento treinta y nueve, golpeó la puerta tres veces.
Una mujer morena de rizos abundantes los recibió con una ligera sonrisa.
—¿Quién es él?
—Es Caleb, un... Amigo, ambos vimos a Patrick.
—Oh, ya veo, adelante por favor.
Entraron a un espacio amplio de paredes blancas, una alfombra azul cubría parte del piso de cerámica blanca, un único sillón largo color negro estaba situado del lado izquierdo, frente a este había una pantalla de televisión, Caleb casi pasó por alto al niño que estaba sentado en la alfombra viendo un programa de animales.
—Ian ven a saludar.
El chico obediente se levantó, sus rasgos eran casi idénticos a su madre, con algunas excepciones, el cabello negro era liso, su piel no era tan oscura y sus ojos era el único rasgo que lo identificaba con el león, si es que ese era su padre.
—Hola —el niño lo saludó.
—Hola —dijeron ambos.
—Mamá ¿puedo jugar con él?
La mujer, Amaia, miró por un instante el sobre que sostenía Eleine y luego se dirigió a Caleb.
—Sólo si él quiere.
Ian se acercó un paso, inocencia en su mirada. Caleb se mantuvo distante, él era un extraño al que la madre de ese niño le permitía jugar sin conocerlo.
La paranoia estaba volviendo, él no era ningún peligro, jamás le haría daño a una criatura.
—¿Jugamos?
Caleb miró a Eleine por un segundo, ella le sonrió.
—Por supuesto.
Ian lo tomó de la mano y con alegría lo llevó por las escaleras hasta su habitación. Peluches, osos, camiones y muñecos, una cama de sábanas rojas y una pantalla de televisión, las paredes pintadas de violeta, nada concordaba pero era un ambiente alegre, vibrante.
Pero la expresión de su pequeño dueño fue diferente.
—Sientate —ordenó.
Un poco desconcertado, le hizo caso y se sentó en el suelo, Ian le dio un auto deportivo a escala, sostenía otro entre sus pequeñas manos.
—¿Por qué tan serio? ¿No querías jugar?
Ian lo miró directo, sus ojos ya no parecían inocentes, su mirada era más adulta.
—Lo hice para que mamá y la chica hablaran a solas, sé lo que va a suceder, y era probable que ella no quisiera que estuviera presente.
Vaya niño perspicaz.
—¿Cómo lo sabes?
—Papá me lo advirtió —su voz decayó—. Me dijo que el día en que llegaran con un sobre él ya no estaría más sobre la tierra.
—No, te equivocas, él no murió.
¿Cómo rayos le daba esperanza a un niño resignado ante la muerte del padre?
—No importa, papá me aconsejó bien, en todo momento me dijo lo que me esperaría cuando creciera, porque sabía que sus días estaban contados.
Ian deslizó su auto de juguete sobre el suelo, con total naturalidad.
—Él vive en mi, todavía me falta crecer, mi melena no se desarrolla del todo pero pronto lo hará y seré tan grande y fuerte como él.
El orgullo fue evidente en cada palabra, Caleb hizo girar con un dedo las ruedas del auto que sostenía.
—Tú también eres un cambiante como yo.
Caleb miró al niño, controló el miedo.
—¿Cómo lo sabes?
—Tu olor es diferente al de un humano normal, pero está mezclado con el de esa chica ¿por qué pones esa cara? ¿No sabías que lo eras o qué?
—Sí —murmuró, no quiso seguir mirando esos ojos tan inteligentes, tan adultos—. Pero Eleine no lo sabe, y si se entera ella me alejará de su vida.
Y entonces quedaría en la soledad absoluta.
—No puedes ocultarlo por mucho tiempo, algún día tienes que transformarte.
—No puedo, no sé cómo hacerlo, lo que me sucede... Es complicado, perdí la memoria y no sé quien soy ni qué soy.
—Yo sí, puedo sentirlo —Ian lo enfrentó con una sonrisa—. Eres un lobo.
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