Capítulo 2
—Ya no llores pequeño, vas a lograrlo.
—¿Cómo? Es tan difícil controlarlo ¿Por qué esto no le sucede a los demás?
—La vida nos da pruebas, y esto es lo que te ha tocado, por eso debes ser fuerte.
—¡Yo soy fuerte! Pero él es demasiado.
—Paciencia pequeño, ya lo dominarás.
Conversación entre Wendy Anne Turner y su hijo de siete años.
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Piedra, el techo era de piedra. Tenía una lámpara que colgaba de él, pero lo más extraño y llamativo era esa cuerda que colgaba de ella, era plana en su mayoría pero redonda y fina en su extremo.
Bajó la mirada siguiendo esa cuerda y notó que tenía su pierna envuelta en yeso y colgando de esa cuerda.
Dolía. Mucho. Pero entre la confusión, la incapacidad de reconocer dónde estaba y la dificultad que tenía para encontrar sus memorias, el dolor sólo era un aditivo que hacía su corazón latir inquieto.
Intentó concentrarse en otra cosa, ya había pasado demasiado tiempo viendo el techo. Enfocó su mirada en un objeto plano y negro a la distancia, parecía una pantalla de televisión, lo raro era que estaba colgada de una pared de piedra.
Debía ser una habitación, no de un hospital, si no de alguien que lo había puesto sobre la cama.
Al lado de la pantalla vio un armario de madera color caoba decorado por flores del mismo material, más allá de esté había una puerta de madera cerrada. Girando su vista lentamente, vio que en el otro extremo había otra puerta de madera más oscura que estaba entre abierta y por la cual se filtraba algo de luz amarilla.
La decoración terminaba con una enorme ventana con cortinas color violeta claro.
Toda la habitación en la que había despertado era de piedra, y eso le hacía sentir como si estuviese en un calabozo medieval.
Tragó saliva, tenía un horrible sabor a sangre en la boca, intentó mover sus manos, sus extremidades respondieron con lentitud a sus demandas, pero al final pudo levantarlas no sin sentir un dolor punzante.
Las cicatrices apenas se podían ver por la escasez de luz.
—Despertaste.
Una voz femenina lo asustó, no esperaba la aparición de una mujer en su calabozo, esperaba al tipo de persona que lo mataría lentamente.
Paranoia. Le resultaba conocida.
¿Qué clase de asesino en serie lo traería a una cómoda cama y sanaría sus heridas?
Porque de otra forma, no explicaba la existencia del yeso que inmovilizaba su pierna.
—¿Q-q-quién e-res?
Desde lejos le costaba verla con nitidez, la oscuridad envolvía la habitación casi por completo.
La figura de ella se movió con cautela, rodeó la cama y se acercó, consciente de su atenta mirada, encendió una suave luz de una lámpara pequeña.
Tenía el cabello largo, liso y de color negro, por el brillo anaranjado, su piel parecía apenas morena y sus ojos eran marrones.
Sus rasgos le hacían suponer que tenía ascendencia latina.
—Soy Eleine —dijo con seriedad, se cruzó de brazos y lo miró— ¿Quién eres tú?
Intentó buscar sus recuerdos, pero todo lo que tenía en su mente eran lagunas, por todos lados, que sumergían todo lo que era en un abismo en el que no tenía acceso, no recordaba su nombre.
—N-n-no puedo recordar ¿Q-q-qué me s-sucedió?
—Espera, te traeré agua.
La vio entrar por la puerta cercana al armario y regresar con un vaso de plástico color rosado. De cerca su apariencia le pareció más intrigante, tenía una cicatriz que bajaba de forma vertical desde su mandíbula inferior hasta la base de su cuello, era fina pero perceptible.
—Bebe —ordenó—. Es agua.
Cerró los ojos con fuerza cuando levantó su cabeza para beber el líquido frío, ella le ayudó inclinando el vaso pero no impidió que parte del agua se derramara en su pecho.
—¿Quieres más?
Miró su perfil un par de segundos, el brillo de luz arrancaba destellos rojizos de su cabello oscuro.
Volvió a tragar saliva en un nuevo intento por aclarar su voz.
—Por favor.
Ella repitió su acción y esta vez él tuvo que hacer un esfuerzo y soportar el dolor atroz en su nuca para tomar toda el agua posible.
—Gracias —dijo, su voz sonaba menos ronca, era un poco profunda.
Eleine lo miró a los ojos, la mujer tenía fuerza en ellos pero también algo oculto, peligroso, como si esa frágil apariencia externa albergara una emoción y un poder destructivo.
Eso le hizo mantener su guardia.
Hombres y mujeres eran potencialmente peligrosos por igual, no importara como se vieran, sobre todo si eran humanos.
Porque podía distinguir su aroma con facilidad, y eso le dio un indicio para saber qué era, quién era. Sus sentidos eran agudos, podía oír los latidos fuertes de la mujer frente a él, oler un perfume suave bajo su aroma a vainilla.
Raro y exótico.
Ese tipo de cosas sólo un cambiante las podía notar, entonces él debería ser uno.
¿De qué clase? No tenía idea.
Pero al ver mejor por la luz un papel pegado en la pared contraria, supo que debía mantener silencio.
"Diez razones para protegerse de un cambiante salvaje"
En efecto, la mujer era peligrosa, eso que veía en su mirada era odio puro. De seguro ella era una de las que profesaba que la raza cambiante debía extinguirse para siempre.
Sí ese era el caso ¿Por qué lo estaba ayudando? ¿Qué había hecho él para terminar así?
—Si vas a quedarte aquí —dijo poniendo el vaso en la mes de noche—. Será mejor ponerte un nombre.
—No soy un animal.
Una sutil sonrisa le mantuvo atento a sus movimientos.
—Esas son buenas noticias —se dio vuelta y del armario sacó un cobertor—. Pero cuando tengo visitas me gusta hablar, y si no recuerdas cómo te llamas, lo mejor sería llamarte por algún nombre.
Lo cubrió del pecho a la cintura, estiró el cobertor y cuando lo subió para cubrir su cuello, parte de su cabello rozó su mejilla, el odio de sus ojos se borró cuando la mirada de Eleine se cruzó con la suya.
Su corazón latió con fuerza, inquieto él respiró su aroma y humedeció sus labios resecos.
De inmediato ella se alejó, pero mantuvo su mirada.
—Caleb —dijo de forma apreciativa—. Te llamaré Caleb.
Debería sentirse como si lo estuviesen tratando como a cualquier mascota, pero en vez de eso él seguía sin poder quitar su vista de esos ojos marrones.
—Duerme un poco —Eleine se dirigió a la puerta—. En un par de horas traeré la cena.
¿Cómo podía dormir cuando no estaba seguro de qué y quién era? ¿Cómo podía bajar la guardia estando en casa de una humana anti-cambiante?
Los vagos recuerdos que lentamente comenzabana a aflorar de ese abismo le decían que cuando un humano sentía odio no se detenía hasta destruir el objeto que lo provocaba.
Un recuerdo llegó a su mente cuando, cansado, cerró los ojos.
"Era un niño, la memoria era difusa, borrosa, pero podía sentir cómo era aferrado con fuerza protectora, sentía miedo y temblaba.
Estaba acorralado por humanos, pero una mujer lo defendía en sus brazos.
—¡Mirelo! —gritaba uno de los hombres— ¡Es un animal! Estaba en mi patio trasero acechando a mis hijos ¡¿Cómo quiere que reaccione?! ¡Es un maldito animal!
Tenía pequeñas garras saliendo de sus dedos y al verlas sintió aun más miedo.
—¡Es mi hijo! —gritó la mujer.
Entonces todo se desvaneció a negro.
Y despertó, oscuridad absoluta. Su pecho estaba agitado y su mente inmersa de nuevo en el profundo abismo.
Pero tenía una madre, aunque no recordara su nombre ni su rostro ni qué sucedió ese día cuando los humanos los habían acorralado a ambos.
Pero el miedo que había sentido en ese sueño era real, de ese que te hace temblar todo el cuerpo, del que te paraliza y te hace respirar más fuerte. Estaba seguro de que no era por los hombres que le cerraron las salidas ese día, sentía miedo de sí mismo.
La puerta principal de la habitación se abrió y Eleine ingresó cargando una bandeja de plástico con un plato humeante que olía bien.
—No soy experta en temas de cocina —dijo dejando la bandeja en la mesa—. Pero sé lo suficiente para mantenerme, así que espero que seas comprensible.
Se acercó y puso su mano bajo su espalda, quería ayudarlo a levantarse. Consciente de su propio peso, él hizo un esfuerzo al poner sus manos en la cama y arrastrarse, de pronto se escuchó un crujido y la soga que sostenía su pierna se derrumbo.
—¡Argg! —chilló de dolor.
—Oh, lo siento —Eleine terminó de acomodarlo—. Descuida, tengo una idea.
Fue hacia el armario y de el sacó almohadones grandes, con delicadeza los fue apilando debajo de su pierna hasta alcanzar una altura considerable.
—Tendría que haber hecho esto desde el principio —murmuró, era un pensamiento que lo había dicho y él lo había escuchado con claridad, su voz era atractiva— ¿Mejor?
Asintió, el dolor había menguado un poco, sin embargo persistía en su cabeza.
—Gracias.
Eleine se limitó a mirarlo, con una curiosa minuciosidad, como si puedes analizar su rostro para recordarlo luego.
—Será mejor que comas — agregó moviendo la bandeja desde la mesa de noche hasta su regazo—. De seguro puedes alimentarte sólo, llama cuándo necesites algo ¿De acuerdo?
—Estaré bien.
—Excelente —sonrió—. Cuando termines deja el plato en la mesa y la bandeja en un extremo de la cama —al verlo comer ella se alejó en dirección a la puerta—. Nos vemos, Caleb.
Aquel nombre le resultó extraño, de alguna forma sabía que no le pertenecía, sin embargo en el fondo le gustaba como sonaba en su voz, parecía que a Eleine le agradaba más de la cuenta, un simple nombre le hacía dar una pequeña sonrisa que desplazaba el odio de su mirada por un fugaz momento.
No veía porqué no podría acostumbrarse a que lo llamara de ese modo, después de todo él no era un animal por completo.
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