Después de la tormenta, sale el sol.

Ventinove:

Después de la tormenta, sale el sol.

Pasado...

Intento desajustar mi corbata, pero Ceto con una mirada me advierte que no, joder. Detestaba las malditas corbatas, pero si quería impresionar al nuevo socio; tenía que usar una. Debí negarme en un principio y utilizar otra excusa para viajar a Londres.

Aún podía recordar la tristeza en el rostro de Lía y aunque eso me dolía; todavía tenía una venganza que saldar y no habría quién lo impidiera.

Un manotazo en mi mano, me saco de mi ensoñación. ¡Imbécil!

—¡Ya deja la jodida corabata en paz! ¡No puedes evitar usar una! —me regaño, mientras conducía a la empresa.

Solté un bufido, fastidiado porque no me dejará quitar esa mierda. Deseaba dar marcha atrás, cancelar la jodida reunión y golpear un saco de boxeo hasta el cansancio. Ese era mi objetivo, pero había un obstáculo: Ceto "meto mis narices en los asuntos de los demás" Antzas. Él evitaba mi cometido y también me obligaba a vestir elegantemente. Debí dejarle en Grecia, pero aunque lo hubiera hecho; de alguna manera lograría venir. Le conocía, era obstinado el cabrón y cuando algo se proponía; no paraba hasta lograrlo.

Y heme aquí, yendo a la bendita reunión y usando un traje que me incomodaba de sobre manera. Maldición.

—¡Deja de bufar! —advierte—. Pareces un niñito pequeño, Stef —se burló de mí y por mi parte río de manera sarcástica.

—¿Era necesaria la corbata? —pregunté o más bien gruñí.

Asintió, sin quitar la vista del camino. Las calles de Londres estaban repletas, se notaba que era una ciudad que jamás veía el descanso.

—Debes causar una buena impresión, ¿cuántas veces debo repetirlo? —ahora fue su turno de gruñir la pregunta.

Rodé mis ojos y observé por la ventana; cuanto más le ignorara más rápido sería el viaje.

Una vez que estaciono frente al edifico, hice mi amago de bajar; pero la mano de Ceto me detuvo.

—Intenta no cagarla, ¿vale? —pidió y volví a negar.

—No prometo nada —me burle y fue su turno de rodar los ojos.

Una vez fuera del vehículo, caminé hacia dentro del lugar. Me sentía algo ansioso y no sabría explicar el porqué. Tal vez se debía a que este era un negocio importante y el capullo de mi padre me había dejado toda la responsabilidad a mí y que podía arruinarlo. Vamos, soy un puto desastre. ¿Y Fabio Caristeas me confiaba esto? ¡Se había vuelto loco! ¿A que sí? Reí en mis adentros, jodida manía me había agarrado de dramatizar algunas cosas. Si Acacia estuviera aquí, me habría pateado el trasero hace mucho.

Me acerqué a la recepcionista, le comenté quien era y a que venía; muy amablemente me indicó que debía hacer. Le sonreí a manera de agradecimiento y caminé al ascensor.

Una vez dentro del pequeño espacio, presione el botón del piso al que deseaba llegar y espere con paciencia a que las puertas cerrarán.

—¡Detengan el ascensor! —pidió una hermosa chica, le sonreí socarrón y dejé que las mismas cerrarán al fin. Disfrutaba de ser un cabrón en ocasiones y algo me decía que aquella chica lograría que me divirtiera por montón.

Presente...

Volví a dar otro golpe al saco frente a mí, respiraba con bastante dificultad y más por el cansancio que arrastraba conmigo; maldición. Me sentía la peor mierda, quizá más que eso. Agh, me había dejado cegar por los putos celos y la volví a cagar. Comprendía la magnitud de aquellas palabras, de esa petición de mierda. ¿Pero quién me mandaba a ser un cabrón inconsciente? Nadie, yo mismo me arruinaba.

Volví a lanzar otro golpe, me sentía abrumado, frustrado y un asco de hombre. ¿Pero que caso tenía sentirme así? Ya no la volvería a ver, me dejó y tenía razones para hacerlo; las comprendía y aceptaba con dolor. Más no tendría oportunidad de pedir perdón, no contestaba el móvil; no abría la puerta de su departamento y en la empresa no aparecía. Es como si se la hubiese tragado la tierra y me sentía miserable; además de culpable.

Culpa que no me dejaba dormir por las noches, la misma que me llevo a tirar toda mi mierda en el saco; la cual acabaría consumiéndome. Pero lo merecía, merecía cada cosa mala que me sucedía. Ella era un ángel, no podía contaminarla con la toxicidad que había en mí. Me dio lo mejor que tenía y yo sólo supe desaprovechar eso. Hice lo imposible por perderle y ahora que lo logré; la quería de regresó. ¿Quién me entendía?

Era la luz al final del túnel, era mi salvación para ser alguien muchísimo mejor; pero no la valore a tiempo. Lo arruine una y otra y otra vez; porque era bueno en eso: arruinando cosas.

Abracé el saco y me permití llorar; no lo hacía desde la muerte de Acacia. Pero perder a Amber, se asemejaba a eso. Mierda.

Las manos de alguien me tomaron por los hombros, sabía de quien se trataba; no había necesidad de que hablase. Lloré en sus brazos, cual niño pequeño; así me sentía. Pequeñito, perdido; sin rumbo fijo. Volvía a ser el Stéfano de un año atrás, ese que casi acaba consigo mismo. Ese, que no valía nada.

—¿No crees que deberías descansar? —pregunta al cabo de unos minutos, negué; no quería hacerlo. De esta manera podía sentir algo, supongo—. Hablé con Clarie, me dijo que Amber se ha hospedado en casa de sus padres y que tampoco asistió a la Universidad hoy —informa como quien no quiere la cosa, pero le conocía y sabía porque lo mencionaba.

Apoyé mi espalda en la pared y seque algunas lágrimas que aún descendían. Solté un suspiro cansino, que quizá, sólo quizá demostraba algo más que cansancio.

—Está mejor sin mí —asegure.

—Realmente eres un idiota —ríe—, No he dicho que está mejor o no sin ti; sólo te he pasado información que puede ayudarte —palmea mi hombro, mientras se levanta del suelo y me extiende su mano para que haga lo mismo—. Ve a bañarte, arregla tu aspecto y ve por ella. Ambos se necesitan como al aire que respiran —ordena y asiento.

—¿Que haría sin ti? —quise saber.

Suelta un suspiro.

—Estarías en un pozo depresivo del que no saldrías jamás —asegura y sonríe.

Me contagió de esa sonrisa, mientras camino al baño. Quizá Ceto tenía razón, la necesitaba como al aire que respiraba. Tal vez, sólo tal vez; lucharía contra mis demonios y sería una mejor persona para Amber. Para mi ángel, para mi enana gruñona.

(…)

Estaba nervioso hasta la mierda, me debatía en sí debía tocar timbre o mejor huir del lugar sin ser visto.

» —¡Has llegado hasta aquí! ¡No puedes dar marcha atrás, capullo! —me regañe a mi mismo. «

»Toca el jodido timbre o pateare tu trasero griego luego «

Leí el mensaje que mi amigo había enviado, me conocía perfectamente y comprendía cuan cobarde podía llegar a ser en ocasiones. No me atrevía a verle, temía su reacción. Aunque estaba en su derecho de no querer oírme, lo merecía.

Tomé una profunda respiración y bajé de mi auto, caminé decidido hacia la entrada. Una vez allí, presione el pequeño botón y el sonido del timbre resono. Esperé unos segundos y la puerta fue abierta; frente a mí apareció Isaac. Quien tenía su ceño fruncido y parecía molesto de verme; maldición.

Me empujó lejos de la entrada, para luego cerrar la puerta tras de sí. Me observó, quizá esperando alguna mala reacción de mi parte, supongo.

—¿Qué mierda haces aquí? —preguntó con desdén, bien merecía esa actitud de mierda de su parte—. ¿No te alcanzó con verla salir destrozada? ¿Quieres agregar alguna cosa más? ¿Vienes a qué? ¡Responde! —exigió.

Tragué con dificultad, el nerviosismo podía más.

—Vengo a implorar su perdón, aunque no lo merezca —me sincero—, La cague, lo sé; lo tengo presente. Pero estoy jodido, Blaire. Porque quiero hacerla la jodida mujer más feliz del mundo, pero cuando lo intento; lo arruinó. ¡Soy un puto desastre! —solté entre las lágrimas, que me importaba perder mi hombría por ello—. Mis demonios, mis celos, mi posesividad, mi pasado, mi venganza no me dejan ser mejor. Quiero serlo, por ella; porque se merece el cielo y no puedo dárselo. ¿Entiendes lo frustrante que es saber que eres una mierda? ¿Qué no pudiste salvar a a la persona que más amabas? ¿Qué ni siquiera logras tener una relación normal, porque eres un jodido enfermo? ¿Puedes comprenderlo? —cada pregunta salía con dolor.

Me miró fijamente unos segundos, para luego apoyar sus manos en mis hombros y sonreír. Le decía todo eso y el cabrón se burlaba en mi cara.

—Una vez un hombre muy sabio me dijo unas palabras, que no olvidaré jamás —dice—, Llorar por la mujer que quieres no te hace menos hombre, te hace alguien de admirar. Porque no todos pueden proteger a la mujer que aman y tú, bestia de Grecia; eres alguien de admirar. Estas dispuesto a cambiar por Amber y eso lo valoro y el que estés aquí; dice mucho de lo hombre que eres. —se sincera—. Iba a patear tu trasero, pero escucharte decir todo eso; me ha hecho entender que eres mejor de lo que hubiera esperado. Amber está detrás de la puerta —me informa y señala la entrada.

Me anima a ir hasta ella, mientras lo hago; pienso como comenzar a disculparme. La última vez que hablamos, fui un verdadero hijo de puta y ahora quería solucionar eso. Quería implorar perdón, lo haría de rodillas; pero la quería de vuelta. Quería su ayuda para salir adelante, deseaba dejar mi pasado y mis demonios atrás. Quería ser salvado por esa castaña, que había puesto mi mundo y mi corazón patas arriba. Probar sus labios, hacerla mía de la manera correcta; pedirle que sea mi mujer. Oh sí, pensaba en ello; en ponerle etiqueta a lo nuestro por fin. Pasar lo que me quedase de vida a su lado.

Abrí la puerta una vez que estuve frente a ella, Amber retrocedió al verme; mi cuerpo entero tembló. Quería que la tierra me tragase, se veía hermosa; con su cabello suelto y la ropa de cama. Estaba jodido, más que eso.

—Hola —fue lo primero que logré articular.

—Hola —correspondió con una pequeña sonrisa.

—¿Me has oído? —quise saber, asintió; mientras mordida su labio inferior con nerviosismo—, Todo lo que he dicho es cierto y me he dado cuenta tarde de lo mucho que te necesito, eres mi salvación y sólo hasta ahora lo comprendí. Sé que no merezco más oportunidades, lo volveré a arruinar y destrozaré tu corazón nuevamente. Pero te amo, te amor maldita sea y no te haces una puta idea de cuanto —solté y acorte la escasa distancia que nos separaba—. Perdóname, dame una nueva oportunidad; no lo arruinaré, no de nuevo. ¿Podrías perdonar a este cabrón sin sentimientos, que parece que los ha encontrado ahora? —pregunté, mientras tomaba su rostro entre mis manos.

Lágrimas descendieron por sus mejillas, pero sonrió y eso me dio esperanza. Sus manos tomaron las mías y las acaricio.

—Te dije que estaba estúpida y locamente, enamorada de ti —susurra—. Y eso no ha cambiado, aunque seas un idiota Stéfano. Aunque lo vuelvas a arruinar, te volvería a perdonar sin pensarlo; porque yo deseo salvarte también. Porque quiero que me hagas la mujer más feliz del jodido mundo —se sincera y ese esa es mi señal para unir nuestros labios, sellando aquellas palabras; aquel hermoso momento que no olvidaría jamás.

Claro que siempre dicen que después de la tormenta, sale el sol y para nosotros fue así. Más no sabíamos que nos preparaba la vida o el universo, pero no todo sería felicidad y habían personas que no dejarían que eso sucediera. Por supuesto que no.

(…)

Así estáis vosotros después de este capítulo, amadme; lo escribí en un arranque de inspiración. Ahora si empieza la cuenta regresiva para el final de Sálvame, aunque aún me sigo debatiendo si haré segundo libro o dejarlo por aquí con un bello final <3 en fin, espero os haya gustado el capítulo. ¿Alguien más quiso llorar leyendo los pensamientos de Stef? Pues yo sí...

Espero vuestras opiniones y estrellitas, amo leeros.

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Os ama

—Vicky—

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