3. Corset
Shoko Ieiri sigue a su compañero, pero justo entre toda la multitud se escucha un grito a lo lejos que le pone los pelos de punta al Omega quien poco disimula su incomodidad al oír una voz familiar.
—¡Suguru~!
Odioso, fastidioso y gritón. El nombrado no entiende como es que se dio cuenta de su presencia, ni siquiera estaban en primera fila, nunca cruzaron miradas y el albino se veía demasiado ocupado siendo el ganador o montando ese toro sin morir en el intento.
Esperen, ¿acaba de llamarlo por su nombre?
Trato de seguir ignorando lo a pesar de que Shoko volteó hacia atrás intrigada y confundida, cuestionando se en que momento Gojo y su compañero Geto se conocieron. Pero ignorarlo no sirve de mucho.
—¿Veniste a verme?
Gojo se apresura y se pone enfrente de él evitando que siga caminando. Le mira con todas sus compras y equipaje extra, saluda a Shoko con un asentimiento ligero de cabeza, intuyendo fácilmente que fueron de compras y por el resto de su equipaje. Suguru no puede esquivar la mirada y no tiene más opción que enfrentarlo.
El hombre albino, de belleza robusta y varonil, es una figura imponente bajo el sol abrasador de la tarde. Su piel tan clara contrasta dramáticamente con la oscuridad de su camiseta ajustada, la cuál tiene un par de botones desabrochados y que resalta los contornos definidos de sus músculos. Sus brazos, gruesos y poderosos, parecen esculpidos a base de trabajo duro, con venas apenas visibles bajo la piel blanca. Cada movimiento refleja una fuerza controlada, como la de un toro en reposo.
Lleva un sombrero negro, posiblemente el mismo de la noche pasada, de ala ancha que proyecta una sombra sobre su rostro, pero no oculta por completo su mirada penetrante, helada, esos ojos azules claros tan profundos y únicos, como si escondieran historias silenciosas y eróticas. Sus labios gruesos están curvados en una media sonrisa que insinúa una confianza natural, casi desafiante.
Sus pantalones de trabajo, sueltos pero resistentes, descansan sobre unas piernas fuertes y largas, bien proporcionadas, que hablan de años de vida en el campo, montando y domando bestias. Suguru piensa para si mismo si también ha domado personas alguna vez, con su físico y aparente popularidad, no parece imposible la idea de que es un hombre con experiencia en el sexo desenfrenado.
Todo en él, desde su postura hasta la seguridad en sus movimientos, es un recordatorio de que su presencia es tan arrolladora como su fuerza física.
Geto alza la mirada y procesa las palabras primero, las traduce y después decide hablar.
—¿Quién quiere verte?¿Cómo me viste entre toda la gente?—suelta en modo defensivo, con intriga.
Es verdad que puede ser que por su ropa y altura resalte un poco entre toda la gente que viste igual, pero, ¿para tanto?
—Si bien es cierto que poseo una increíble vista, está vez, ha sido tu aroma y mi increíble olfato lo que me ayudó a encontrarte.—admite sonriendo complacido, orgulloso y apuntando a su nariz juguetona mente.
Geto ríe seco, sin creerle. Es verdad que los Alphas presumen de tener tan buen olfato como perro, pero siempre ha creído que es una exageración y estupidez. ¿Incluso si se echa una flatulencia a metros de distancia, también la olerá? No sabe si es gracioso o asqueroso.
—¿Aroma?
—Puedo olerte a larga distancia, además tu aroma lo tengo bien ubicado.—explica brevemente, acortando la distancia entre ambos cuerpos hasta que por fin, rodea al azabache en un abrazo, donde visiblemente Suguru hace un gesto de asco.
—¡No me abraces, a pestas a sudor y a toro!
No es mentira, es agrio y sucio, pero el maldito de Gojo parece incluso disfrutar hacerlo irritar. Puede sentir debido al abrazo, la camisa del Alpha algo empapada por el sudor, le incomoda.
Geto mira a su mejor amiga en busca de apoyo, de ayuda, la mira suplicante pero Shoko solo se encoge de hombros y prefiere no invertevenir, apreciando la escena a un distancia prudente.
Entre el forcejeo y la discusión, el vaquero consigue atraer a Suguru para que se quede un poco más.
—Por cierto, quiero regalarte el premio que me dieron al ganar la competencia.—sonríe cual cachorro inocente, soltando a Geto mientras lanza un chiflido (silvido) a unos hombres de atrás para que lo traigan.
—¿Premio?—menciona curioso y confundido, para después emocionarse.—¿Es dinero?
Lo único que puede pensar es en monedas de oro en un gran saco, si ganas una competencia el premio si o sí es dinero, ¿no? Eso o un caballo hermoso y grande.
Antes de Gojo diera respuesta, saca de su bolsillo un pañuelo bien doblado de color blanco, y se lo ata suavemente alrededor de la frente para cubrir sus ojos, generando más curiosidad en el japonés.
—Es algo mejor.
Escucha unos pasos aproximarse y después unas sutiles risas de su amiga y el Alpha.¿Qué será el premio?
El sol del atardecer tiñe el aire de dorado cuando el hombre albino, de ojos azules como el hielo, se acerca nuevamente al Omega de cabellos largos y desordenados, pero esta vez, quitándole el pañuelo que lo cubre y con el premio del concurso. En sus manos, sotiene una pequeña cabra, apenas un cabrito, cuyo pelaje blanco y negro constrata con la calidez de la luz. Es un animalito curioso, de manchas negras dispersas en su cuerpo y pequeñas patitas del mismo tono oscuro, como si hubiera pisado el cielo nocturno. Sus ojos brillan con esa chispa vivaz de los animales jóvenes, y el pelaje suave alrededor de su rostro le da una expresión casi angelical, mientras las orejas cortas apuntan hacia los lados con ternura, casi cualquier persona quedaría conmovida ante tierno animalito.
Suguru Geto, recibe al cabrito entre sus manos, sin saber qué decir. Nunca antes le habían obsequiado un animal, mucho menos una cabra. Se queda mirándola con asombro, el suave toque del pelaje en sus manos lo hace dudar entre reír, inquietarse o devolver el regalo con poca cortesía. Pero los grandes ojos curiosos de la cabra se clavaron en los suyos, como si también esperara algo de él, alguna señal de aceptación o gesto afectuoso. El calor del animal resulta algo reconfortante.
—Es tuyo —dice el albino con una sonrisa ligera, los ojos brillando de satisfacción por el premio que ganó y con gusto decide dárselo al japonés.
El Omega apenas puede asentir, la gente observándolo con curiosidad, especulación y envidia.
¿Por qué Satoru Gojo daría el tierno animalito a alguien? Ni siquiera a su propia madre se lo regalaría, es egoísta y siempre busca un beneficio a cambio de algo. No es normal su acto de bondad, menos hacia alguien que parece inquieto o incómodo ante su cercanía.
Casi parece que esta cortejando al Omega extranjero, les cuesta creerlo.
Suguru, aún sintiendo la calidez del pequeño animal, que ahora intenta mordisquear las mangas largas de su atuendo. ¿Qué se supone que haga con una pequeña cabra?
Ahora entiende porque su amiga contenía la risa hace unos instantes.
—¿Una cabra?¿Y para que quiero yo una cabra?—pregunta en voz alta, arrugando el entrecejo y una mueca dudosa. En cambio, Satoru solo ensancha más su sonrisa.
—¿No es linda? Puede ser nuestra bebé ~
Geto le mira como si fuese un bicho raro, incrédulo y un poco atónito, le devuelve suavemente la cabra y se sacude su ropa, no quiere cargar con pelo de cabra en todo el camino. Gojo le mira confundido y extrañado por la acción, no está acostumbrado a que lo rechacen.
Suguru suspira exhausto, necesita ponerle un alto a Gojo o seguirá molestando y fastidiando su existencia. Entonces, una idea pasa por su cabeza y sonríe convencido.
Había escuchado hace un tiempo que, entre más rechaces algo o a alguien, más vendrá hacia ti. Siguiendo esa lógica, tal vez deba insinuarsele al Alpha de manera más directa y así asustarlo. Es sola una idea fugaz que tuvo y decide intentar.
Se acerca a Satoru, se pone de puntitas y le murmura al oído de manera suave y un poco de coquetería, estremeciendo a Gojo por el contacto.
—Si tanto quieres un bebé, ¿por qué no pones uno en mi vientre?
Gojo abre tanto los ojos de manera incrédula y sorprendida, anonadado. Un sonrojo se apodera de sus mejillas, al ser de piel tan blanca es más notable y gracioso verlo.
—Suguru...—balbucea el nombre del Omega, sin poder reaccionar y pasmado por aquellas palabras que le murmuró al oído.
Geto aprovecha ésto y se larga de ahí con prisa y con Shoko siguiéndolo bastante extrañada como curiosa por lo que acaba de pasar.
—¿Qué le dijiste que se puso tan rojo?—le pregunta insistente. Ahora tienen que conseguir un coche, o sea, un carruaje para regresar al Rancho.
Ella quería que fueran con Gojo, probablemente él va a regresar a su hogar, y hubiera sido genial ir todos juntos, además que esté hubiese pagado por ellos el transporte. Pero Geto no tiene los mismos planes, es claro que lo que menos quiere es ir con él.
—¿Se puso rojo? Quizá sea por el calor.—responde encogido de hombros, claro que notó ese cambio de tono de piel. Se le hizo gracioso, pero no piensa decirle a su compañera que fue lo que le dijo, sería demasiado vergonzoso.
Quizás en el futuro cuando regresen a Japón, lo contará en una borrachera como anécdota graciosa.
—Ni siquiera con tanto calor eres capaz de ponerte otra ropa que no sea la tradicional.—opina la Beta, suspirando pensativa.
—Correcto.
—¿Por qué no aceptaste la cabra?—pregunta intrigada.—Aquí parecen verlo como un gesto muy romántico. Además, si te hartabas de ella, podríamos comerla.
El estómago de Geto rugio al recordarte que no han comido en un largo rato y que todavía estarán un par de horas sin comer hasta llegar a la Hacienda. Aunque, sinceramente no está tan seguro de si sería correcto haber aceptado el regalo de Gojo suponiendo que de verdad se lo dio como un símbolo romántico, para después comerla.
—No hablemos más de esa cabra, por favor.—suplica irritado. Su mente no deja de pensar en lo que acaba de pasar, la forma en cómo el cabrito lo miraba y sentir su suave pelaje en sus manos le atormenta.
Durante su viaje de regreso al rancho, Shoko hace mención de un tema sugestivo para sus oídos.
—¿Testimonios?
—Si fuese el robo de ganado bovino un mero asunto de ladrones, por más difíciles que fueran de capturar, jamás llamarían a chamanes como nosotros para acudir. Al parecer recolectaron varios testimonios de lugares vecinos que, según ellos, afirman con total seguridad a ver presenciado energía maldita, o en otras palabras, algo que no es humano, robarse el ganado.—explica seriamente y de manera reflexiva.
—De ser así, solo debemos esperar hasta que algo suceda, no?
—Correcto. Espero que valga la pena, me gustaría hacer un exorcismo.—sonríe impaciente la castaña.
[...]
El reflejo de Suguru Geto en el espejo es una mezcla de concentración y duda mientras su amiga ajusta el corset negro alrededor de su torso definido. El corset, de cuero suave y trabajado a mano, abraza su cintura con fuerza, dibujando una figura que resalta la estrechez sorprendente de su cintura, a pesar de sus anchos y bien ejercitados hombros. El contraste resulta inusual pero cautivador. Los cordones están tirados con firmeza por su amiga, quien sonríe mientras observa el cambio en su figura.
—Tienes una cintura envidiable —comenta con una risa suave, ajustando los últimos cordones, tarareando una canción que aprendió de la region.—No cualquiera puede llevar un corset así.
Geto, ya acostumbrado a la presión alrededor de su abdomen, se mira con curiosidad. Su espalda ancha, fruto de años de esfuerzo y trabajo, crea un contraste marcado con la elegancia de su cintura definida por la prenda. La castaña se detiene un momento para admirarlo.
—Mira lo bien que te queda. Resalta tu sensual figura.—dice mientras acaricia el borde del corset, orgullosa de haberlo ayudado.
Geto sonríe levemente, un tanto satisfecho por su apariencia. Frente al espejo, se da cuenta de sus grandes y pronunciados atributos.
—Ni yo que soy mujer tengo una cintura como la tuya.
—¿De qué hablas? Solo es grasa y musculo, solo es un poco estrecha.—justifica encogido de hombros. Su amiga le mira incrédula.
—Mentira~
La castaña se dirige al marco de la puerta.
—¿A dónde vas?
—A traer unos aperitivos, no tardaré.
—No olvides cerrar la puerta...—pide, pero Shoko ya se ha ido y para su desgracia, no cerró la puerta, por lo que suspiro con flojera, regresando su vista al espejo. El corset solo abarca desde la cintura hasta su abdomen, por lo que sus pectorales (pechos) son visibles a simple vista.—Ugh, ¿Es normal que mis pezones se vean así?—se dice asi mismo en voz alta, inconforme.
No es que se desprecie asi mismo o le disguste su físico, tiene un buen peso y una complexión distinta al Omega promedio de su edad, es fuerte y bastante alto, no es feo y sus rasgos son atractivos, pero hay un detalle de su cuerpo que no le agrada o no le termina de convencer, que termina siendo vergonzoso de hablarlo.
El sonido de alguien tocando la puerta, a pesar de estar abierta, lo desconcierta y asusta, sobre todo al observar primero por el reflejo del espejo y luego darse media vuelta asustado, no es Shoko.
De inmediato se cubre con su túnica, solo por encima. ¿Qué hace él aquí? Creyó qué dejaría de buscarlo.
—Así que este es el cuarto que te dieron.—murmura observando alrededor, parece como si lo hubiera estado buscando y al fin lo ha encontrado, sonríe de medio lado para proseguir a entrar a la habitación.
Geto le mira inquieto. Quiere correrlo pero, literalmente solo es un inquilino y está es la casa que pertenece a la familia Gojo, por lo tanto, al hombre albino.
—¿Sabes que es la privacidad?
—La puerta esta abierta, además todavía tuve la amabilidad de tocar la.—se justifica encogido de hombros, tomando asiento en la cama y sin dejar de observar a Suguru.
El nipón suspira y decide entamblar conversación mientras espera a Shoko.
—¿Qué hiciste con la cabra?—pregunta curioso.
—Está en un corral especial. ¿Quieres hacerte responsable?
—No.
La cortante y rápida respuesta de Geto hace reír a Gojo, mirándolo con una extraña devoción que camufla con una sonrisa burlona.
—Por cierto, claro que es normal.—comenta con sencillez, dejando confundido al azabache.
—¿Normal?¿De qué hablas?
—Te miraste al espejo y te preguntaste si es normal que tengas los pezones de ésa manera.—recuerda el Alpha, avergonzado al Omega por dicho señalamiento.
¿Acaso lo espía?¿Vio cuando miraba su cuerpo? Eso es indecente, incorrecto y muy inapropiado.¿Quién se cree para andar espiando a los invitados?
—¿Me escuchaste?—expresa con enfado, ocultando su vergüenza.
Satoru asiente sin pena alguna, y antes de que Suguru le reclame, regañe o golpeé cosa que le tiene muchas ganas, Gojo se pone de pie poniéndose frete a frente y le toma de la muñeca suavemente, guiandolo a la salida.
—Ven a mi habitación.
—¿Para que quiero ir yo a tu habitación?
Se niega, sabrá Dios que le hará éste hombre a solas en su propia habitación. Además, tiene que esperar a Shoko... aunque por otro lado, sería una justa venganza considerando que la Beta la noche anterior lo hizo esperar afuera a altas horas de la noche y jamás fue a verlo.
—Para ayudarte con el tema de tus pezones.—contesta convencido y un aura inocente a su alrededor, aunque sus intenciones no lo son.
—¿¡Y quién pidió tu ayuda!?—exclama nervioso y asustado, aunque al final se dejó arrastrar por el Alpha hasta su recámara.
Satoru Gojo lo ayudará con el tema de sus pezones invertidos, ¿en que universo o contexto esto suena bien? Tiene un raro presentimiento acerca de esto.
[...]
La habitación de Satoru Gojo, es un reflejo de su estatus y poder en la familia, totalmente diferente al pequeño cuarto de invitados que le dieron a él y a su compañera. Amplia, con paredes de madera oscura bien pulida, el cuarto está decorado con buen gusto, pero sin excesos. Una cama grande de hierro forjado con colchas de lana gruesa ocupa el centro, mientras un armario de madera robusta guarda ropa bien cuidada, incluyendo prendas de cuero y sombreros de ala ancha.
En un rincón, un rifle Winchester descansa apoyado contra la pared junto a una silla de cuero bien gastada. Una alfombra de piel de vaca cubre parte del suelo, y sobre una mesa de caoba hay una baraja de cartas y papeles de negocios del rancho. A pesar de su simplicidad, todo en la habitación habla de una riqueza bien ganada y mantenida con esfuerzo, propia de una familia acaudalada y poderosa en el salvaje oeste.
Geto nunca había estado tan expuesto frente a un Alpha, a pesar de sólo ser su pecho. Gojo está bastante concentrado en la forma de sus pezones, como si fuese un doctor preocupado por su paciente.
—Si, tienes pezones invertidos.—afirma Gojo, el Omega jamás había escuchado un término claro y preciso para su "condición" o la forma de sus pezones. Por lo que confía un poco en que el albino al menos sabe algo del tema.—Es muy poco común, pero nada malo.—asegura con confianza y una expresión seria que Geto se ve conmovido por su sabiduría.
No sabe si sea su experiencia de granja y con los animales o de donde saco dicha información, pero le resulta confiable.
—¿De verdad?
—De hecho, se pueden sacar y permanecer "normales" por unos momentos.—explica brevemente.
A pesar de que la mirada fija de Satoru sobre sus pechos le resulta incomoda y penosa, muy dentro de él disfruta de ser observado. No es un tonto, se da cuenta de la mirada de deseo y morbo de Gojo, es un Alpha después de todo, ambos tienen tal vez la misma edad, es hasta cierto punto, natural sentir una mínima atracción sexual por el otro en momentos como éste. Geto lo sabe, pero prefiere ignorar y no prestar mucha atención a ello.
—¿Sacar?—repite Geto intrigado, esta interesado en saber de que forma pueden ser sacados para que dejen de ser raros al menos por unos minutos.
—Oh, tus pechos son grandes.—señala con impresión, queriendo tocarlos.
—No cambies de tema, ¿cómo se pueden sacar?—exige saber.
—¿No lo sabías?—Hace una breve pausa asombrado, Suguru niega lentamente.—
¿Nunca lo has intentando antes?
—¿Duele?—dice ansioso y nervioso. Claro que siempre tuvo la intensión pero el miedo no lo dejaba tratar. Creía que sus pezones eran un tipo de deformidad, pero al parecer son completamente naturales, poco comunes pero nada de que alertarse.
—No lo sé. Pero, puedo ayudarte.
Suguru no debió meterse en zona peligrosa. Desde el momento en que los largos y toscos dedos de Satoru comenzaron a tantear la zona, acariciar y masajear con cierta suavidad su areola, se puso mas ansioso, algo dentro de sí le abofeteo diciendo que esto no es normal, que debe parar.
Pero otra parte de sí realmente desea continuar.
Para no pasar vergüenza decide ni siquiera mirarlo a los ojos, acomodándose en la orilla de la amplia cama de Satoru.
Mientras que, por otro lado, Gojo no deja de observa con fijación los grandes pechos de Geto, la textura, el tamaño, el color rojizo y moreno de las areolas que rodean los pezones invertidos del pecho del Omega. Luce demasiado bonito e irreal al mismo tiempo. Los pectorales son de un tamaño bastante grande, redondos, desea masajear los con más rudeza, utilizando sus dos manos para abarcar más espacio. Dioses, si sigue fantaseando de tal manera va a darle una erección.
Conteniendo la respiración y su instinto Alpha, prosigue a tratar de sacarlos utilizando sólo sus dedos y sin ser tan brusco.
—Mgh...
Pequeño pero audible gemido sale de los labios de Suguru, quien siente cosquillas y un ligero dolor cuando sus pezones están siendo apretados y pellizcados. Es vergonzoso y extraño.
—Es complicado, no puedo hacerlo así.—se queja el Alpha, dándose cuenta que esto no funciona y no quiere lastimar al Omega.
—¿Entonces...?—arquea una ceja inconforme.
Por una parte esta aliviado ya que quiere terminar con esto de una vez, pero también se siente frustrado, él quiere continuar. Los dedos de Satoru no se sienten tan mal tocando lo.
Ha olvidado por completo a Shoko.
El Alphas no parece tardar en pensar una buena solución.
—Necesito usar mi boca, Suguru.
[...]
Palabras:3,444
Escritor: JaquiiAleWorld
Fecha de publicación: jueves 17 de octubre del 2024
Fandom: Jujutso Kaisen
AU: Omegaverse
Nota del escritor:
Según yo, lo mas parecido que podria usar Geto por la época es un corset xd.
El próximo capitulo va a estar muy subido de tono.
Nos vemos!
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