7

El inicio de lo oculto

En cuanto salí de aquel lugar, sentí que el paisaje de la calle era diferente. Aunque viera los mismos edificios, los mismos anuncios, las mismas personas de fondo caminando de un lado a otro y viceversa. Había algo que era sutilmente diferente. No podría decir muy bien qué, pero estando parado ahí, me di cuenta que incluso el sentimiento de que los rayos del sol habían cambiado. Obviamente nunca lo vi directamente, pero la calidez que había supuesto momentos antes, me dejó pensativo.

Pasaron uno, dos, cinco, diez, veinte minutos. Y mi compañero de trabajo nunca apareció. No me sorprendió, ni me disgustó, creo, pero era extraño.

«¡Ya sabía que era pura hablada!» me reproché, frunciendo el ceño mientras daba zancadas en dirección al lugar en donde trabajaba. Y cuando me di cuenta, ya estaba en donde desempeñaba el papel de cargador.

Por lo general la entrada estaba custodiada por un guardia simplón que siempre te hacía registrarte en una lista, de manera que no importaba si llegabas tarde, te lo descontaban de tu paga mínima del día. Así que, algo aliviado, me anoté lo más rápido que pude y puse la hora a la que debía haber llegado.

«Ah. Estoy cansado» en algún momento de mi mente, un pensamiento se formó.

Caminé entre los anaqueles y cuando ví la espalda de mi compañero de trabajo, el que me dejó plantado, me acerqué a él.

—Así que eso sucedió...—alcancé a escuchar que decía eso Pedro, con una nota de arrepentimiento.

—Sí, todos lamentamos la pérdida.

—¡Ey! —exclame, llamando su atención.

El gordo hombre se volteó y frunció levemente sus cejas pobladas al notarme. Apenas se había puesto los guantes de carga mientras platicaba con otra persona. Así que en cuanto me vió, volteó a ver con duda a la otra persona.

—¿No tienes nada que decir? —espeté, aún no estaba molesto, de hecho creo que hasta me tembló la voz.

Los últimos días no me habían sentado bien y aunque él no lo supiera, quería al menos algo de arrepentimiento. Aunque sea fingido.

—¿Qué? ¿Te refieres a mí? —contestó, con lo que me pareció un aire falso de inocencia,— ni siquiera te conozco.

—¿Eres nuevo?—preguntó la otra persona.

«Se quieren burlar de mí de nuevo»

—Ja. —reí secamente, mientras me aguantaba el mareo—¿A caso sigues molesto por mi falta? Me sentía mal y no pude venir ayer. Fue cosa de último minuto.

«Estoy harto»

—¿De qué me hablas? —inquirió, todavía más extrañado, pero eso solo hizo que me cabreara un poco más.

—"Hoy por mí, mañana por tí"—reproducí sus palabras con monotonía, aunque creo que mi voz parecía un hilo—, pero en realidad eso es mentira ¿no?

«Estoy harto de muchas cosas»

—No sé a qué te refieres, pero creo que no trabajas en este lugar, así que le pido que se... —el otro señor intentó interceder por Pedro, pues sabía del temperamento de este.

—En realidad sería "hoy por mí, mañana por mí", ¿No crees?— grité, queriendo sonar sarcástico— porque lo único que a tí te importa es la increíble cantidad de mierda que sacas por la boca.

Y ahí estaba. Mi momento de valentía, quizás estupidez, reluciendo en un pasillo lleno de cajas de champú. A lado de dos hombres que pasaban la treintena.

Uno tratando de quitarme de encima al otro hombre que estaba incluso más cabreado que yo hace unos instantes. Y yo, en un pequeño charco de sangre, mientras mi boca sacaba cada vez más y más sangre.

El sentimiento de mareo y mi cabeza siendo golpeada una y otra vez, me recordó a la vez que me caí a las vías por culpa de aquel chico. Siempre era intimidado y siempre tenía que estar en el suelo, con miedo.

Mientras Pedro me gritaba que me debía de arrepentir por haber nacido, un par de hombres aparecieron y me lo quitaron finalmente de encima.

«Quisiera saber en qué momento todo se fue al carajo» pensé, haciéndome bolita en el suelo. Escuchando al hombre gordo proliferar cosas sobre mi persona. Mirando la nada, me di cuenta que el reloj de arena estaba tirado enfrente mío. Siendo manchado por mi sangre.

«Quisiera volver como la arena de este reloj» pensé y tomé el pequeño reloj de arena, colocándolo de manera de que la arena cayera, sabiendo que no lo haría.

Y cerré mis ojos, queriendo ignorar los gritos y el dolor que había en mi cuerpo.

—Te estoy hablando a tí —volví a escuchar un susurro que me caló los huesos. Por reflejo lo volteé a ver, notando la misma mirada helada que había visto hace casi media hora—, compadre.

El horror en mis pupilas era visible para aquella persona que estaba en frente mío. Solo que esta vez era un poco diferente. Ya no estaba en el piso del almacén, con Pedro siendo sostenido por un par de hombres y yo con muchos golpes. Tantee mi cara por un segundo, no sintiendo siquiera dolor, en donde antes había sangre.

—Yo... no te conozco—grité con terror— ¡no te conozco!

Y corrí antes de que pudiera decir algo, sin embargo, en cuanto el sol tocó una parte de mi piel, esta empezó a dolerme. Ignorándole, subí un par de escalones, hasta que el dolor en mi cara y cuerpo me hizo sentir que estaba siendo abrazado por el fuego. El dolor era tan insoportable, que me terminé tirando a la sombra, en donde el dolor aún era palpable.

—¿Estás bien, señor?— una niña me preguntó, más curiosa que preocupada.

—Ah, me tomaste desprevenido, así que olvidé ocultarte —dijo el chico, con una pizca de humor— chale... y yo que quería hacerte ver qué ya no eres nadie allá arriba.

Mi piel quemada me dolía, como si aún siguiera en aquél infierno. Y pese a que mi mente solo estaba pensando en ello, aún logré escuchar la cínica risa de aquel chico.

—Aunque, desde antes no eras nada.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top