83 - Cherry
Diciembre 2018
Después de ese día; siempre que terminaba el entrenamiento y al fin se iban todos -algunos después de echarlos-, Lionel me pedía que practicara recepciones con él. No entendía por qué lo hacía, su vida ya parecía demasiado ocupada como para perder tiempo conmigo.
―Aún no tenemos un líbero oficial. No soy tan bueno recibiendo así que tampoco sé cómo quién debería ser o cómo enseñarle ―dijo como excusa, pero yo no le creía mucho.
―Tiago es la mejor opción ―dije objetivamente, mientras le lanzaba la pelota. Yo estaba sentada en la tribuna, lanzándole pelotas sin descanso o piedad. Aún estaba un poco molesta por lo del otro día―. Jennifer es más bajita, pero Tiago tiene mejor alcance.
Él asintió y vi que en serio estaba tomando en cuenta mi opinión.
―Ey, perdoná la pregunta ―dije, lanzándole otra pelota que no logró atrapar―. Pero, ¿por qué un policía quiere ser coach de un equipo de voley?
―Siempre me gustaron los deportes ―respondió, mientras iba por la pelota―. Aunque no lo parezca, estos tienen un poder increíble en la sociedad y las personas. Enseñan valores, proponen retos, unen a la gente. A veces, también la salvan ―continuó, pensativamente, jugando con ella, antes de devolverme la pelota―. Yo... Crecí en una villa. No me avergüenza decirlo, la verdad. Crecí jugando a la pelota en un descampado con otros niños. Había algunos que eran muy buenos. Aún cuando fuimos creciendo muchos debieron comenzar a trabajar de jóvenes para ayudar a sus familias o cuando otros fueron reclutados por bandas de narcos y ladrones, esa canchita era su lugar seguro, donde podían seguir siendo niños un poco más. Nunca dejé de preguntarme si las cosas hubieran sido distintas para ellos de haber tenido una red de apoyo.
Lionel había dicho todo eso sin dejar de recibir mis pases. Su voz agitada por la actividad física tenía un tono melancólico.
―Así que estoy haciendo una especialización en Deporte como herramienta social ―concluyó con una sonrisa algo tímida.
―Eso suena genial ―respondí, devolviéndole la sonrisa hasta que... ―¡Esperá! ¿Eso quiere decir que somos tus conejillos de india?
―Algo así ―admitió entre risas.
―A tu novia no le debe gustar que pases tanto tiempo con tus conejillos de india ―comenté.
―No tengo novia ―respondió él, un poco confundido, quedándose con la pelota que le había lanzado
―Ah, perdón. Creía que sí por algo que dijo Katia.
―Se debe haber referido a Flor ―dijo, pasándose la mano por su cabello corto―. Salí un tiempo con una amiga de la secundaria, pero las cosas no funcionaron. Ella ahora está estudiando un máster en cirugía en el exterior.
―Ya veo.
―¿Y vos, Cherry? ―preguntó, devolviéndome la pelota.
―Las cosas tampoco funcionaron ―respondí, usando sus misma palabras, sin quitar la mirada de la pelota que descansaba en mi regazo.
―Qué mal ―exclamó él―. Parece que somos tal para cual.
Levanté la mirada para encontrarme con su sonrisa bromista. A veces Lionel podía decir cosas en verdad extrañas y lo hacía con una impunidad desvergonzada.
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