81 - Cherry

Diciembre 2018


El tiempo pasó volando.

No me resultó tan difícil adaptarme a la nueva rutina y a mi nuevo trabajo en el club. Aunque, como Katia y el director me explicaron bien, la mayor parte era ad honorem. Estaba bien con eso. Lo hacía más por ese extraño sentimiento que explotaba en mi interior cada vez que escuchaba el golpe de la pelota sobre el suelo de madera.

Al equipo le iba bien. No eran la gran cosa, pero tampoco pasaban vergüenza en los partidos amistosos que había logrado coordinar. La mayoría de las veces ganaban por pocos puntos. Pero eran orgullosos y ambiciosos, ansiaban más. Tenían hambre de victoria y eso me agradaba.

Yo siempre llegaba bastante tiempo antes de cada práctica y solía irme mucho tiempo después. Y en más de una ocasión me encontraba a un par practicando sin descanso. Tuve que echar a un par más de una vez. El coach también se quedaba cuánto podía.

Katia me explicó que él era policía, por lo que a veces se le dificultaba asistir a los entrenamientos. Incluso había llegado a un par con el uniforme puesto.

Eso podría ser problemático y poco profesional, pero debía admitir que era un buen entrenador. Tenía buen ojo para detectar los errores y explicaba todo de manera simple. Era estricto sin pasarse de la raya y siempre se hacía un tiempo para escuchar a sus jugadores. A veces hasta escuchaba sus problemas fuera de la cancha; problemas con sus familias, con la escuela y hasta románticos. Lionel siempre intentaba ayudarlos. Aunque su voz era atractiva y solía decir comentarios desafortunados, era buen oyente y consejero.

―¡Cherry! ―escuché su voz antes de que una pelota volara directo a mi cabeza.

Alcé instintivamente mis brazos para recibirla, movida por años de prácticas. Pero sin el apoyo de las muletas, tropecé y caí de culo. Sin embargo, fui consciente de que, por un instante, me había movido como antes y había recibido la pelota a la perfección, como siempre. Había extrañado tanto esa sensación.

―Wow, eso fue genial ―exclamó Lionel con un silbido, acercándose para ayudarme―. Perdón, Cherry. ¿Estás bien?

―Sí, no fue... ¡Lionel! ―chillé cuando él, como si nada, me tomó por la cintura y me alzó como a un niño.

―Lo siento, lo siento. Lo hice sin pensar ―se disculpó cuando me dejó parada, aún con una mano protectora en mi cintura y se agachó para recoger una de mis muletas.

―Puedo hacerlo sola ―reproché, dando golpecitos en su hombro.

―Decís mucho eso.

―¿Qué cosa?

―"Puedo sola", lo decís mucho. A veces es bueno aceptar un poco de ayuda ―dijo con una sonrisa cálida y no supe qué sentir al respecto.

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