Diciembre 2018

Los últimos meses del año pasaron vertiginosamente.

Luego de hablar con mis padres, las cosas habían mejorado.

Los médicos habían dicho que debía debía tomarme las cosas con calma. Y mi madre siguió esa indicación a rajatabla. Incluso yo mista entendí que debía comenzar a tomar las cosas con calma.

Volví a bailar, sí; pero solo unos días a la semana y nada de competencias por ahora. A Gus no le molestó eso. Salvo por mi madre, él era quién más pendiente estaba de mi salud.

Volví a hablar con Mariana en la escuela. Después de explicarle todo, ella me aceptó nuevamente como su mejor amiga y todo volvió a ser como antes. A veces sentía que no merecía a alguien como ella. Nadie se la merecía... Salvo quizás Touma.

Mi relación con el intruso mejoró abismalmente cuando descubrí que me agradaba escucharlo suspirar por Mariana. Aunque él seguía negándose a declarársele. Los tres pasábamos todo el tiempo que podíamos haciendo cosas de adolescentes. En este aspecto, Mariana era nuestra guía. Salíamos al shopping, hacíamos karaokes en mi cuarto, mirábamos películas y descubrimos que Touma tenía un gusto peculiar por las películas de terror japonesas que hacían que Mari se prendiera por él como una garrapata con cada susto.

Claro que estas cosas las hacíamos mientras no habíamos estado estudiando para nuestros exámenes de ingreso y hacíamos todos los preparativos para nuestra nueva vida universitaria. Estábamos a días de terminar la secundaria.

En un arranque de locura juvenil, Mariana y yo habíamos decidido aplicar a una beca que no les agradó mucho a nuestros padres. Decidimos que íbamos a estudiar juntas a Japón.