Agosto 2017

No recuerdo cuando comencé a bailar. Supongo que debí ser muy pequeña. Según mis padres, mi mamá me traía al estudio cuando era bebé. E incluso he visto fotos de mi madre bailando con un vientre prominente. Así que me era imposible decir cuando comencé a bailar. Aunque todos decían que tarde o temprano aprendería, que lo llevaba en la sangre.

Mi primer recuerdo, o el más importante de mi tierna infancia, era durante mi primera presentación sobre un escenario. Yo tenía puesto un vestido negro tradicional y un enorme moño rojo en mi cabeza. Tan solo tenía unos cinco años, pero cuando oí el sonido de los aplausos al finalizar, supe que bailaría tango por el resto de mi vida. Se había convertido en el motor que me levantaba cada mañana.

No solo era un hobbie o una profesión. Era mi razón de ser.

Nunca me sentía más yo que en momentos como este.

—¡Y el primer puesto es para... la pareja número quince: Sakura Tachinaba y Gustavo Graham! ―anunció el presentador.

Los aplausos eran disparejos, eufóricos en las tribunas y con una frialdad cortés en la pista. Las bailarinas solían ser muy competitivas, no solo en el baile, y que alguien más joven que ellas les ganara no les gustaba mucho. Sin embargo, eso no me importaba mucho mientras tuviera un trofeo en mi mamo, el amuleto que mis abuelos me habían regalado -una peineta con una flor de cerezo en ella, la flor de mi nombre-, y a Gus sonriéndome.

Pero él ya no me estaba sonriendo a mí. Si no a un grupo de chicos un poco mayores que yo en la parte baja de las tribunas. No a ellos, a una chica en silla de ruedas y con una ridícula sonrisa boba.

—Vamos, quiero que conozcas a alguien —me dijo Gus, dirigiéndose en dirección a esos chicos.

No sabía quién era ella. Pero tenía la sospecha de que no me agradaría.

¡Hola, linduras! ¿Se habían dado cuenta que Gus y el Doc eran la misma persona?

¿Qué creen que pasará ahora que nuestras protas, rivales por el corazón de un hombre, al fin se van a conocer? Los leo 👀