74. Sakura

Septiembre 2018

Luego de la competencia, había caído enferma.

No recordaba mucho de ese día. Todos me decían que, luego de hablar con Cherry, caí en un estado de aturdimiento. Dicen que, aunque tenía la mirada perdida y lágrimas cuya procedencia me negaba a explicar, salí a bailar hasta la ronda final. Dicen que Gus y yo ganamos el tercer puesto. Dicen que, en cuanto bajamos a los bastidores con un trofeo de bronce y un ramo de flores, simplemente me derrumbé.

Yo solo recordaba las palabras de Cherry.

"Si va a ser así, no te quiero."

Y lo siguiente que recordaba era despertar en la blanca habitación de una clínica.

Le dijeron que había sufrido un shock por el estrés. De todos modos, los médicos recomendaron que me quedara para hacerme unos cuantos análisis para comprobar que no había nada de qué preocuparse y me ordenaron descansar. Mucho.

Para cuando llegamos a casa, todo estaba muy extraño. Aunque todos trataban, a su manera, de consentirme y hacer que estuviera cómoda, el ambiente se sentía tenso. Parecía que mis padres y abuelos habían discutido. Seguramente obassan, como siempre, había regañado a mi madre por presionarme mucho con el baile.

Me equivocaba.

Unos días después de que me dieran el alta, bajé a la cocina y los escuché discutir.

Madre, es una locura ―escuché decir a mi padre en japonés. Debió haber estado en verdad molesto porque no se molestó en disimular su acento de Kioto.

No me hables de locuras, que tú has cruzado el mar por menos de esto ―replicó mi abuela cuando me asomé un poco para espiar.

Mis abuelos estaban sentados en la mesa de la cocina, sus espaldas erguidas con decisión a pesar de su edad. Mi padre golpeó la superficie de la mesa con las palmas cuando apoyó en ella y exclamó:

―¡No pueden volver a Japón!

―¡Sí que podemos! ¡Y la llevaremos con nosotros, si así lo quiere!

―¡Madre!

―Hijo, escucha ―escuché decir a mi abuelo. Su voz era más baja, pero todos callaron en cuanto habló―. Te hemos apoyado en todo. Hemos venido a este país desconocido contigo. Sí, lo hicimos porque te queremos, pero también porque soñábamos ver crecer a nuestros nietos en un lugar más libre. Sin que la sociedad lo juzgue por cómo eligen vivir su vida.

―Y parece que ese sacrificio fue en vano ―agregó mi abuela, con pena.

―¡No puede llevarse a mi hija! ―escuché entonces gritar a mi madre. Aunque ella apenas sabía japonés, era suficiente para entender lo que estaba pasando. No podía verla desde donde estaba, pero su voz sonaba como si estuviera llorando.

―Hemos tolerado esto por demasiado tiempo, Sandra ― dijo mi abuela, inflexiva, pero esta vez hablando en español―. Pero tu presión sobre Sakura la está rompiendo.

―Yo solo quiero lo mejor para ella.

―¿Y le has preguntado qué es lo que ella quiere? Y no me refiero solo a baile.

―Si es por lo de esa chica...

―Es por Sakura. Es porque estás tan empeñada a que sea la mejor, que te niegas a ver quién es ella en verdad...

―Obassan, basta ―dije en voz baja al entrar en la cocina. Inmediatamente cuatro pares de ojos se volvieron a verme―. No quiero que peleen por mí.

―Sakura ―exclamó mi madre, secando sus lágrimas con apuro.

―No hace falta que se preocupen. Estoy bien, en serio.

El silencio que le siguió a mis palabras me demostró que nadie, ni siquiera mi madre, me creía. 

¡Hola, cerecitas! Perdón que no actualicé la semana pasada, pero es que con el calor que hacía yo ya ni humana era.  Pero bueno...

Las cosas se complican cada vez más. Ustedes saben que a mí me gusta el drama, pero prometo que todo -de alguna forma u otra- terminará bien. Así que no se preocupen. Mis niñas merecen ser felices y lo serán. 

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