Febrero 2018

Antes de que me diera cuenta, Sakura y yo habíamos cumplido un mes de novias.

Estaba un poco sorprendida ante lo fantástica de aquella idea y ante lo natural que parecía todo. Era como si las cosas siempre hubieran sido así. Como si discutir por nimiedades con Sakura y luego reconciliarnos con suaves besos era algo que venía haciendo desde siempre. Como si así debieran ser las cosas.

Solo había una nube negra que arruinaba nuestro cielo. O dos. Yo aún no le había dicho a mi padre ni a Lautaro que tenía novia. Al primero por miedo a que me exija verla y, por ende, que la lleve a nuestra desastrosa casa en nuestro barrio de mala muerte.

Al segundo, porque aún seguía un poco dolida. Sabía que estaba siendo irracional, pero no podía evitar sentirme traicionada al recordar que Lautaro no solo había estado saliendo con el Doc, sino que también nos ocultó a todos que era gay. Todavía no lograba entender por qué no nos lo había dicho, ni siquiera a mí. Quizás no él no confiaba tanto en mí como yo había creído. Y eso me dolía más que otra cosa.

Y, para colmo, quizás había otra nube negra. O, mejor dicho, un nubarrón de tormenta sobre nosotras.

Sakura aún no estaba lista para salir del closet.

A diferencia de Lauti, entendía los motivos de ella. Por lo que me contaba, su familia era bastante conservadora. Sakura ni siquiera se animaba a hablar del tema con sus padres. Mucho menos llega a casa con una novia de la mano.

Ante este pronóstico solo podía intentar ser lo más paciente que pudiera ser.

Mantenerme firme ante la tormenta. Aferrarme a nuestro barco. No dejar que Sakura se me cayera por la borda.