27 - Cherry

Octubre 2017


Me había quedado estupefacta, hecha de piedra y confusión.

A pocos pasos de la entrada mi hermano favorito y el hombre que me gustaba estaban enfrascados en una conversación que se veía muy interesante. Tanto que parecía que el mundo había dejado de existir para ellos dos.

—¿Cher? —susurró Nicole a mi lado. Su voz fue suave pero la preocupación en ella era notable.

—Ni siquiera sabía que ellos dos eran amigos —alcancé a decir.

Niki no respondió. En su silencio dijo lo mismo que yo pensaba. Esos dos no se veían como amigos.

—¿Querés que nos vayamos, Cherry? Si no querés quedarte podemos ir a casa y hacer una sesión de fotos —ofreció apresuradamente mi amiga, intentando levantarme el ánimo—. Podríamos maquillar a Leo dormido o ver una peli...

Estaba asintiendo cuando un haz de luz y un inconfundible perfume a rosas pasó corriendo a nuestro lado hasta desaparecer en el baño al final del pasillo.

—Ahora vuelvo —le dije a Niki y comencé seguirla.

Los baños de damas estaban vacíos y todos los cubículos abiertos salvo uno.

—¿Qué hacés escondiéndote, princesa? ―le dije a la puerta cerrada.

—Elsa es una reina —respondió, sin poder contenerse a corregirme.

No podía ver sus pies por debajo de la puerta. Quizás estaba sentada sobre el inodoro y, por alguna razón, imaginármela así me dio pena.

—Se te va a arruinar tu vestido ahí dentro... aunque yo no soy una experta en vestidos —dije con un poco de timidez.

—El que estaba con Gus es tu hermano, ¿verdad? —respondió ella, en cambio—. Es mi profesor también. Eso es tan triste. Ni siquiera sabía que Gus era gay.

—Eso es raro —comenté, apoyando mi cabeza contra la puerta. De pronto, me sentía muy cansada—. Has bailado con él por años y no sabías que le gustaban los chicos.

—Gus siempre ha sido muy reservado.

—Pues, yo creo que ya se desató.

—No estás ayudando.

—¿Quién dijo que vine a ayudar? —exclamé con sorna—. Somos rivales, enemigas mortales, ¿te acordás? Vine a regocijarme en tu dolor.

—Sos despreciable —respondió y, si no la conociera, diría que casi gruñendo.

—Además —continué como si no la hubiera escuchado—. Vos no sos una princesa en apuros. Vos misma dijiste que sos una reina. Entonces, ¿qué hace una reina de no-sé-dónde escondiéndose en el baño?

—Solo quiero estar sola.

—Dale, Sakura. No me hagas cantar la canción del muñeco —amenacé y en verdad estaba dispuesta a hacerlo.

—Andate Cherry.

—¿Y si hacemos un muñeco? —empecé a cantar, dándole golpecitos a la puerta del cubículo—. Ven, vamos a jugar...

Yo era la menor de cuatro hermanos, sabía perfectamente cómo ser la criatura más hinchapelotas del mundo. Y Sakura lo adivinó que no pararía hasta que saliera. La escuché lanzar pesado suspiro y, un momento después, salió del cubículo, casi dándome con la puerta en la cara.

Retrocedí con torpeza y entonces que, en efecto, estaba disfrazada de Elsa. La tela celeste llena de brillitos de su vestido la envolvía como una segunda piel pegada a la suya. Y, aunque no llevaba peluca, si no su largo cabello negro trenzado con cuidado, se veía tal cual uno imaginaría a una reina de las nieves.

—Creí que estabas llorando —dije, mirando con alivio que no tenía el maquillaje corrido.

—Ya me hiciste salir del baño, ¿ahora qué? —preguntó en cambio.

Lo medité un momento. Entonces estiró una mano hacia ella con una sonrisa la pícara.

—Como suele decir mi papá: ya que estamos en el baile, bailemos.

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