CAPÍTULO 33


HYEMI

Volvía de nuevo a la tierra de mi madre, al lugar que yo comencé a sentir amor del bueno, del de verdad. Sentí la calidez de un abrazo y la ternura de las palabras, algo que no acostumbraba a tener en mi vida y que, paulatinamente, marcó mi avinagrado carácter.

Ryan era el tema principal que había a todo momento en mi mente. Desde que lo vi en aquella habitación de hospital con aquella mujer actuando de forma tan atenta y amorosa, supe que había algo entre ellos sin necesidad de preguntar o irrumpir en aquella sala.

Ahora debía de dejar los celos o los sentimientos atrás si deseaba obtener no solo una venganza justa sino también el control de la empresa o al menos, una parte de ella. Para ello tenía que buscarme unos aliados adecuados que estuvieran cerca de Ryan para así lucrarme de la información que pudieran proporcionarme. Porque, aunque fuera su esposa, yo no sabía muchas cosas de él.

Estaba a unas pocas horas de llegar a mi destino y temía la reacción de mi familia al enterarse de todo lo que estaba sucediendo con Ryan. Por mucho que intentara suavizar las cosas, el tema era demasiado serio e igualmente doloroso. Y conociendo a mi abuela, sería capaz de tomar un vuelo para presentarse con su bastón en alto y aporrear bien duro al que iba a ser próximamente mi ex marido.

Y la verdad, probablemente no la detendría, e incluso la acompañaría con un buen puñado de palomitas.

Decidí echar una pequeña siesta ahora que parecía que lo que me había tomado comenzaba a hacerme efecto. Solamente quería dejar la mente en blanco hasta que por fin pudiera descargarme con total naturalidad delante de mi familia.Lo mejor de dormir es que el tiempo parecía pasar más deprisa y que, en esos momentos, dejaba de pensar en todo lo que estaba sucediendo.

El mensaje de Sun me devolvió la sonrisa y la esperanza de encauzar de nuevo mi vida. Ahora que todo parecía estar en constante cambio, la incertidumbre me estaba haciendo daño y ponía a prueba mi mundo perfectamente construido. Pero al llamar a nuestro mayordomo me di cuenta que no todo era tan perfecto ni todo estaba tan claro.

Ryan me había ocultado cosas, cosas que temía descubrir pero que eran necesarias. No sabía hasta donde llegaría y el alcance de sus mentiras, pero si había construido un imperio en tan poco tiempo, estaba claro que algún juego sucio había jugado.

Un movimiento en mi hombro me hizo despertar con violencia y casi tirar el vaso de plástico que tenía sobre la pequeña bandeja que descansaba delante de mí. La azafata me sonreía con simpatía informándome que íbamos a aterrizar en unos minutos, así que me abroché el cinturón y aspiré profundamente. Aunque estaba acostumbrada a viajar en avión, siempre el aterrizaje me ponía especialmente nerviosa, aunque bien visto ahora tenía más ansiedad por volver a casa que por ir descendiendo hacia la tierra en aquella bestia de metal.

Agarré con fuerza mi bolsa de mano para darme más confianza y cerré los ojos. Poco a poco, los latidos desbocados de mi corazón se iban calmando cada vez más y podía por fin respirar tranquila. Estaba a dos pasos de por fin estar en casa.

SUN

Hyemi estaba a punto de llegar a casa y mi madre parecía haberse calmado. Eran casi las siete de la tarde por lo que ella había optado por una merienda cena de bienvenida para que mi hermana se sintiera reconfortada. Tanto ella como mi abuela tenían algo de idea de las razones por las que ella se había marchado tan repentinamente a Georgia, pero quise darle a ella la oportunidad de poder descargar todo ese odio que sentía dentro.

Yo tampoco sabía exactamente lo que se había encontrado allí, pero podía imaginar que sería algo relacionado con otra mujer. No podía imaginar lo terriblemente mal que se debía de sentir Hyemi al estar sola frente a esa verdad. Pero aquí estaba su familia para hacer todo por ella, incluso partir algunos huesos si eso hiciera falta.

O meter algunas varitas por algunos culos.

Cuando llegué a la cocina tras leer un rato en mi dormitorio, un olor familiar llegó a mi nariz e hizo que mis tripas se revolvieran de pura felicidad. Cuando me acerqué a la mesa, mi madre sonreía mientras ponía los cubiertos cantando una canción que ella solía cantar cuando era pequeña. Ella había comprado pizza de nuestro lugar favorito; una pizzería familiar que llevaba años en el negocio y que, como costumbre, siempre pedíamos los fines de semana o cuando teníamos que celebrar algún acontecimiento especial.

Hacía mucho que no compartíamos esa tradición, desde que mi madre se divorció de mi padre concretamente. Su marcha le supuso un duro golpe, aunque había pasado casi un año desde entonces.

Pero ella lo quería, aún lo quería y no sabía si alguna vez sería capaz de olvidarle.

Aquella soledad podía mirarse en sus ojos tristes; mi madre se marchó cuando mi padre hizo las maletas ese día. Yo aún no me había mudado a Busan con Drogo, así que ella tuvo que pasar por el trago sola. Mi abuela había salido a pasear como muchas tardes para estirar sus cansadas piernas así que mi padre aprovechó el momento para irse.

Cuando mi abuela llegó a casa, encontró varios muebles rotos, la vajilla desparramada por el suelo y a mi madre completamente fuera de sí. Tardó varias horas en saber lo que había pasado porque de la boca de mi madre no salía nada coherente, cosa completamente comprensible.

Desde entonces, mi madre más que vivir había sobrevivido. Cada mañana le pesaba más que la anterior, aunque nunca se quejaba; dejó de hacerlo ese día. Pero eso era lo que precisamente más me preocupaba porque no sabía lo que sentía o pensaba.

Y eso era un arma de doble filo.

Cuando me acerqué a la mesa, escuché el crujir de la mecedora de mi abuelo. Mi abuela Lele estaba tejiendo con una pequeña sonrisa mientras se mecía como todos los días en aquel mueble lleno de recuerdos. Parecía que no había sucedido nada horas atrás; todo parecía demasiado idílico.

-Cielo, es hora de que te cambies para que recibamos a tu hermana. Quisiera que me ayudaras con el postre, ¿De acuerdo?

-Vale mamá-Le contesté completamente perpleja. Miré a mi abuela, la que ahora comenzaba a reírse suavemente así que no pude evitar acercarme a ella sigilosamente mientras mi madre se ponía a montar la nata del batido que estaba haciendo en el robot de cocina.

-Abuela, ¿Qué demonios ha pasado? -Le pregunté sin poder quitar los ojos de encima. Hacía mucho tiempo que no la veía así de feliz y eso repentinamente era muy extraño.

Mi abuela dejó de tejer y me miró con sus grandes ojos cansados y pícaros; ella había hecho algo y de eso estaba segura.

-Digamos que la magia ha obrado en ella; yo soy un mero instrumento.

-Explícate por favor-Le dije ansiosa, ¿Qué diantres había hecho?

Otra sonrisa salió de su garganta y yo me temí lo peor.

-Abuela....

-Digamos que le he dado sal a su vida; nada que unas plantas medicinales no puedan arreglar. Y no, no son esas plantas que piensas sino unas que usaban nuestros ancestros que combatían las depresiones. Generan un estado de euforia que te hace sentir reconfortado y relajado; justo lo que tu madre, pero sobretodo tu hermana necesita.

-Vale, ¿Y de donde las sacaste?

-Oh querida, eso es lo mejor; tengo un lugar secreto donde las planto. Así que cuando tu madre se pone un poco triste, mi té especial de la abuela Lele, le quita todas las penas.

-Oh joder no puedo creerlo-Dije llevándome las manos a la cabeza mientras miraba a mi madre dar pequeños saltos.

-Oh querida créelo, la magia nos salva de los abismos más oscuros.

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