9. Llamando a todos los santos
A solo unos metros del muro de cristal, Kydoni lanzó el poder de su puño como si fuese una pelota; la audiencia acalló, todo mundo observó el trayecto de aquella técnica hasta su impacto, una vez más, dirigido al centro del enorme muro. El sonido de la electricidad contra el cristal se hizo notar, los destellos iban de un lado hacia otro, surcando los cielos y los alrededores como millares de centellas.
Los Santos de Oro eran los únicos capaces de percibirlos, eran más rápidos que un ataque match 1, nivel común del caballero de bronce, pero apenas comparable con el nivel de un caballero de Plata de alto rango. Mu observó el muro, las ajugas rojas se clavaban en su defensa, pero nada más. Agitada, Kydoni cayó al suelo sobre sus rodillas, su mano sangraba, sus dedos chorreaban verdadera sangre. Sin embargo, no se desplomó, no todavía. Todos a su alrededor suspiraron decepcionados, aquel ataque tenía una pinta impresionante, al menos 8 de cada 10 esperaban que el muro se rompiera ante el impacto de las ajugas. Como era de esperarse, la técnica defensiva devolvió el ataque.
Con media sonrisa sobre su rostro, —Muy bueno, pero aun así muy déb... — Mu estaba a punto de regodearse con su gloria, cuando sintió un líquido chorrear sobre su mejilla luego sintió un dolor punzante. Llevo su mano sobre la parte descubierta del rostro y extrajo lo que parecía ser una verdadera ajuga de cosmo. La sostuvo entre sus dedos, sin creer lo que veía, electricidad roja. —¡Pero eso es imposible, no existe poder alguno que pudiera cambiar el color de la electricidad! —.
Fue entonces que escucho una risa débil. Sus oídos lo guiaron hasta el centro de la arena, a ese hombre de rodillas, con los dedos casi destrozados por completo.
—Sorprendente, ¿no lo crees, maestro Mu? — Kydoni respiraba entrecortadamente, su mejilla estaba rasgada, algunas ajugas habían rebotado en contra suya. — Tú al igual que tus demás compañeros se concentraron tanto en mis ajugas rojas, que dejaron de prestarle atención a las blancas. —Kydoni levantó la mirada, le sonrió ampliamente, sus dientes estaban rojos, como si la sangre hubiese brotado desde su boca.
—¿¡Que!? — Todos se sorprendieron, entonces observaron con mayor atención a su alrededor, había ajugas blancas clavadas a lo largo y ancho del muro. Unas apenas estaban mostrando la cabeza, pero solo una era la que había alcanzado completamente a penetrar el muro tras el paso de la primera ráfaga.
Kydoni intento ponerse de pie, las rodillas le temblaban demasiado, había agujas incrustadas en sus brazos y estómago, entonces se dirigió a todos explicando: —Bombardero de Agujas de sangre es una técnica que desarrolle hace no mucho tiempo — tosió un poco, pero después continuo — He logrado moldear mi cosmo a un punto de ser tan delgado que parezcan agujas, casi imperceptibles para un ojo normal. Solo es posible verlos cuando... — Kydoni cayó al suelo sobre las rodillas, las heridas por sus propias agujas estaban doliendo demasiado que no le permitían sostenerse más en pie.
—cuando las mezclas con sangre... — Milo complemento la oración de su hermano mostrando una sonrisa. Aioria volteo a verlo, al igual que Camus, e inclusive Mu que aún estaba incrédulo por lo que había pasado; notaron la sonrisa de orgullo de aquel caballero.
Kydoni tomo una profunda bocanada de aire como si fuese la última que daría en toda su vida y desde su lugar, volvió a comentar: — Los filosos rayos creados son capaces de atravesar fácilmente la piel humana, al tener la misma capacidad de penetración que el acero. Se trata de una técnica muy peligrosa que puede ser letal para cualquiera en el que impacten las agujas, inclusive para el portador. La única forma de defenderse es a través de un escudo tan poderoso como el crystal wall, sin embargo, Maestro Mu, estuviste tan distraído viendo el color de mi sangre, que no notaste las primeras agujas, debilitaste tu escudo, dejándolas moverse hasta llegar a ti. —
—Pero... ¿cómo es posible...? yo debí... debí verlos —Mu aun no comprendía, él había visto y repelido las agujas rojas. — Luego mostro una sonrisa mientras negaba. —¿Te destrozaste el brazo solamente para hacerme un rasguño? — Comento, por último, observando el brazo ensangrentado y el chorrero de sangre que había en el suelo. Mientras que la herida en su rostro había parado de sangrar.
—No... Lo hice para enseñarte que tu técnica es vulnerable... y que merezco ser un Santo de oro. — Y dicho esto, Kydoni se desplomó en el suelo.
Aioria bajo del skené rápidamente dirigiéndose hacia ella; pero cuando quiso levantarla, Milo estaba observándolo. Con una sola mirada hizo que se apartase, acto seguido, el caballero de escorpio la levantó entre sus brazos; por primera vez en mucho tiempo alguien había logrado ablandarle el corazón. Se sentía orgulloso de lo que había hecho, pero a la vez estaba temeroso de lo que pudiera causarle. Sus ropas, estaban manchadas de sangre, su brazo estaba en carne viva con marcas rojas como si hubiera sufrido quemaduras severas.
Milo se abrió paso entre el murmullo de las personas, quienes tan pronto cuando el caballero tomo al chico en sus brazos, aclamaron su nombre: —¡Eso es!, ¡Vas a volver, Demonio!, ¡Eres un caballero de Oro! ¡Es tan guapo! —
LA FUENTE DE ATENEA
STAR HILL
Milo llevo a Kydoni hasta lo pies del Monte de las Estrellas, inmerso en un pequeño bosque, accedió a la Fuente de Atenea, allí, los médicos comenzaron a revisarla, Milo se negó a que se le despojara la ropa, e inclusive fue él quien trajo a dos doncellas para que le ayudaran a cambiarla.
Lavaron sus heridas, le extrajeron las agujas que aún no se desvanecían, pues el cosmo de Kydoni a pesar de estar débil, seguía vivo. Le colocaron un vendaje sobre las heridas de la mano, afortunadamente los cortes no eran profundos y las quemaduras sólo eran de primer grado. El médico le explico que el desmayo se debía al shock que Kydoni sufrió.
Milo intuyo a que se debía a no estar acostumbrada a manejar una cantidad tan alta de cosmo, y aunque quizás sería la única vez que ella empleara una técnica igual, era sorprendente el hecho de haber logrado penetrar la barrera de un Santo de Oro como Mu.
Milo se quedó a su lado, observándola en lo apacible de aquel sitio. Kydoni tenía banditas sobre las mejillas, y respiraba en lapsos muy cortos. La sola imagen lo transporto a cuando era un pequeño, la semana en la que partiría al santuario para convertirse en santo, Kydoni fue atacada por la fiebre, con tan solo tres años, y a pesar de ser pequeña y un poco baja de peso, jamás se rindió. Cuando despertó, lo único que preguntaba era por él, quería saber si finalmente Milo se había ido al santuario, pero no fue así, él se quedó, tal y como ella lo hizo.
Desde entonces, Kydoni y Milo siempre fueron unidos, sus personalidades chocaban, pero siempre que estaban juntos, terminaban apoyándose el uno al otro. Con la muerte de Atom, Milo no dejaba de pensar en su hermana, era lo único que le quedaba, sentía la necesidad de protegerla, aunque eso implicara alejarla de él mismo.
Milo colocó la mano sobre la frente de Kydoni, peinando hacia atrás el flequillo, luego sonrió y se acercó para depositar un beso sobre su frente. —¡Felicidades! Lo lograste, ahora despierta y vayamos juntos por esa armadura de oro. — Le susurro con media sonrisa en el rostro, estaría sedada por al menos medio día más hasta que recuperara su Cosmo energía por completo.
Al salir de la fuente, Milo fue alcanzado por uno de los mensajeros del Santo pontífice; le entregó una carta, el contenido de esta revelaba la hora en la que debía realizarse un "Chrusos Sunagein", nombre dado a las reuniones obligatorias ordenadas por el Kyoko.
Esta orden se aplica sólo en circunstancias excepcionales, cuando la seguridad del Santuario y la Tierra están en juego, por lo tanto, todos los Santos deben ir a la reunión antes de la hora indicada en la carta que reciben, todo desistimiento se considera un acto de rebelión. La única excepción posible concierne a los que están asignados a una misión especial que les impide presentarse. Nadie tiene el derecho a entrar en el Salón Dorado, excepto el Kyoko, los Santos de Oro y en todo caso, Atenea, todo infractor se expone a una sentencia de muerte.
La Asamblea Dorada, estaría situada en el interior de la torre del Kyoko, una gran sala circular, sin paredes, pero limitada por numerosas columnas situada bajo el reloj de fuego en sí.
Al estar lejos del bosque, se dirigió hasta la torre, allí se encontraba la orden completa, todos sentados frente al mesón de madera, diferente a cómo había sido en ocasiones antes; sus compañeros tenían copas de vino dulce, pergaminos y unos cuantos diarios viejos tan empolvados y amarillentos que parecían haber salido de la tierra y no de la biblioteca.
TORRE DEL KYOKO
SANTUARIO DE ATENEA
La diosa Atena coronaba la reunión envuelta en su cosmos y sus radiantes joyas. Milo realizó una reverencia como era debido para ella y el Kyoko, luego se sentó en su lugar designado entre los demás santos. Tan solo él era el que faltaba, pero, aun así, no se podía llevar a cabo la reunión hasta que la hora pactada se cumpliera.
—Milo, ¿cómo está Atom? —Pregunto Aioros tan pronto lo vio tomar su puesto.
Milo asintió un par de veces antes de responder — Él estará bien. Solamente fue un shock. Necesitará descansar—
—¡Vaya que ese mocoso es sorprenderte!, primero aparece después de años de creerlo muerto, y ahora sorprende con técnicas nuevas, fue capaz de atravesar el crystal wall de Mu y se desmaya como un novato. —Deathmask golpeó el mesón y después apuntó a Milo con el dedo índice. —¡Si no lo conociera de años antes, diría que es una persona completamente diferente! —
Milo trago en seco, pero antes que pudiera dar una respuesta alguna, Deathmask se recargo contra la silla. —Supongo que tuvo tiempo para entrenar. Sería una completa vergüenza el regresar y quedar como segundo nuevamente —.
Aioros prestó especial interés en la reacción de Milo, notándolo un poco incómodo por las declaraciones del cáncer. Al parecer, todos sus demás compañeros también se habían dado cuenta de que, aquel joven caballero de plata había cambiado en más de un aspecto. Y es que, desde que se revelo la identidad de Atom, Aioros había intentado conectarse con el cosmos de su antiguo compañero, pero simplemente le era imposible, como si aquel hubiera interpuesto un bloqueo, y aunque le seguía pareciendo familiar, tenía una impresión diferente, un poco más joven y salvaje.
—Ya que has llegado, quisiéramos hablar contigo. — Camus colocó ambas manos sobre la mesa, tomando una postura seria.
El escorpio asintió con serenidad. —¿Qué es lo que ocurre? — Cuestionó el griego mirando a los presentes. Todos tenían una faceta seria en sus rostros.
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