3. Sobreviviendo

Enseguida uno de ellos se quitó el yelmo astado, su cabellera negra y corta relució aún más bajo el intenso sol. —¡Aldeanos de Rodorio! El santuario ha decidido abrir sus puertas. —Comentó el hombre con un particular acento, Kydoni entendió fácilmente, aquel hombre no parecía ser de su misma etnia. Trató de recordar las lecciones de la academia; «...el único caballero de cabellos negros como las alas de un cuervo... ¡Shura de Capricornio! Es el guardián del Templo de la Cabra Montés...»

—Para todos aquellos que deseen participar en el torneo, mañana por la mañana. — Enseguida la voz de otro hombre se hizo presente, su acento no era tan marcado, su griego era más fluido, además, su rostro y tono de piel un tono más obscuro que el del español, denotaban que probablemente se trataba de algún hombre nacido en las costas de Grecia.

Los padres de Kydoni eran originarios de la isla Milos, pero se trasladaron al centro de Atenas un par de años antes de su nacimiento. Y desde entonces, cada vez que pasaba la tarde en la plaza del pescado, su padre le enseñaba a identificar a sus compatriotas. Este caballero tenía la apariencia de un marinero, su piel ligeramente bronceada, pero curtida por el viento, sus cabellos ligeramente dorados y cortos, se mesclaban con el yelmo dorado, asemejándose más a la melena de un león. Le pareció un completo deleite visual.

Todos y cada uno de los cuatro caballeros ahí de pie era completamente diferente al otro, tenían una especie de aura divina a su alrededor, como si fueran... —más que simple humanos. — susurro para ella misma.

Sumida entre sus pensamientos y una repentina preocupación sobre si entre aquella multitud se encontrarían sus padres, todo aquel discurso de los caballeros le pasó desapercibido, hasta que entonces la horda de hombres tras suyo comenzó a empujarse, estaban extasiados, gritaban, levantaban sus brazos con los puños cerrados, coreaban a una sola voz los nombres de aquellos caballeros.

—¡Leo! ¡Leo!, ¡Capricornio, capricornio! ¡Escorpión, Escorpión!, ¡Géminis, Géminis! —

Mareada por el furor, Kydoni trato de salir de aquel circulo, retrocedió al perder la dirección; el nerviosismo se incrementó, hasta que, sin darse cuenta, termino enredándose con una de las capas blancas de los caballeros.

Se giró solamente para quedar de frente a él; y entonces lo vio, alto, apuesto, con sus intensos y profundos ojos verdes, se trataba del caballero dorado de Leo, Aioria. La capa se había enredado en su cuerpo, sus piernas giraron un par de veces provocando que aquella solamente se ajustara más a su cuerpo hasta que finalmente sus brazos habían quedado justo en medio de su cuerpo y el del mayor.

Sintió el latir de su cuerpo, estaba en aumento, el sonido de su palpitar está presente en sus oídos; estaba tan avergonzada que pudo asegurar que, si no fuera por la visera de su gorra, el rojo de su rostro será muy notorio. Casi en un instante, aquel hombre le llamó: Lo siento... estas...

Pero el cuerpo de Kydoni parecía no pertenecerle más, sintió un flujo ácido viajar desde el fondo del estómago hasta su garganta, sin poder retenerlo, el vómito salió disparado de su boca, mojando el pecho de aquel hombre. En medio de todos los presentes, Kydoni había vuelto el estómago, toda la comida que había ingerido durante las horas de vuelo no eran más que una viscosa masa naranja y pestilente.

Aioria le tomó por el cuello de la camisa al instante, la gorra cayó al suelo y sus pies rápidamente se elevaron del suelo gracias a la fuerza que poseía el caballero. Su rostro denotaba que tan molesto estaba, se dirigió hacia ella —¿¡Pero que te pasa, bastardo!? Su ceño estaba fruncido, sus mejillas tensas debido a la presión de sus dientes. El caballero enseguida continuó. —¡Te enseñaré a respetarme!... enseguida levantó su puño derecho, estaba a punto de asentar un golpe sobre el rostro, Kydoni estaba mareada y muy débil para poder hacer algo, cerró los ojos con fuerza esperando su castigo, cuando una voz la hizo sorprenderse.

—¡Aioria! Baja tu puño— Le ordeno el único que podía ponerse a su altura, un caballero de oro, Milo de Escorpio.

Pero... que... ¡este turista bastardo me ha llenado de porquería!. Aioria verdaderamente estaba molesto, era impulsivo y un tanto mal humorado, por lo cual no dudo mucho en objetar de la orden.

— ¿No me oíste? ¡He dicho que te detengas!... hay demasiados aldeanos... volverás por tu venganza luego. — Respondió con firmeza el caballero de la octava casa, esperando no llamar la atención con aquella reprimenda al caballero Leo.

Aioria observó alrededor después de las palabras de Milo, era cierto, había muchas personas a su alrededor, el golpear a un civil sin razón aparente daría una mala imagen a los caballeros de atenea, sobre todo con esos rumores de una posible conspiración y golpe de estado.

Kydoni observó a aquel caballero que había intercedido por ella, pero no logró reconocerlo, la tiara sobre su cabeza cubría parte de su frente, y caía como unos colmillos sobre sus mejillas, su vista se estaba nublando y estaba muy débil para si quiera agradecerle.

—Has tenido suerte hoy niño, piérdete o te haré pagar. Le susurró cerca del rostro, arrojando a Kydoni discretamente al suelo junto a la capa blanca rasgada de los extremos; la chica cayó al suelo sobre su trasero, se quejó y retiro la capa blanca llena de porquería de encima de su cabeza, enseguida trató de ver a su alrededor y alcanzar a aquel caballero que la había hecho caer.

Sin embargo, para cuando quiso incorporarse, los caballeros se habían marchado, solo habían dejado un rastro de brillantes destellos. Kydoni estaba molesta, cansada y un poco adolorida, su maleta estaba en el suelo al igual que su pequeña mochila y la gorra que llevaba consigo.

Finalmente había hecho acopio de un poco de fuerza cuando noto que alguien la había levantado, temerosa de que se tratase de algún ladrón se incorporó de inmediato. —¡Oye! ¡Eso es mío! —

La persona que había levantado su maleta era un chico, por su apariencia parecía ser muy joven, quizás unos cuantos años mayor que ella, estatura media, tez morena y cuerpo atlético. Su cabello era negro y estaba peinado en punta hacia atrás, con dos patillas sobre sus mejillas, vestía una camiseta blanca con un pantalón y zapatos negros. —Lo sé, solo quería ayudarte — Respondió entonces aquella persona mostrándole una pequeña sonrisa.

—¡Oh...! Lo siento, muchas gracias entonces. — Respondió ella un poco apenada por la forma tan grosera en la que se había dirigido a él. Presiono sus labios extendiendo su mano hasta el estribillo de su maleta, haciendo que las ruedas la trajeran hacia ella.

Después de unos segundos de haber agradecido y levantado su gorra Kydoni se dio cuenta de que aquel chico aún seguía de pie frente a ella, y que, además, la observaba de pies a cabeza sin borrar la sonrisa de su rostro. —¿Por qué me ves así? — Pregunto un tanto extrañada.

—No lo sé... luces como alguien a quien conozco. —Le respondió inclinándose hacia ella; enseguida le observo nuevamente un poco más de cerca.

Kydoni sintió un poco incomodidad con la cercanía a lo que termino virando su rostro hacia uno de sus extremos. —Jamás en mi vida te había visto... así que agradecería si te ale...—

—Dony... ¡Kydoni Sargas, eres tú! —Dio un chasquido de sus dedos, apuntándola con uno de sus dedos —¡Sabia que reconocería esos ojos...! —

—¿Eh? ¿Me conoces? —

—¡Si! ¿Lo olvidaste? ¡Soy Bastián, de la plaza del pescado! — El muchacho mostro una sonrisa aún más grande que antes, demostrándose contento por su reciente descubrimiento.

—¿Bastián Doskas? — Kydoni reconoció a Bastián con un poco de dificultad, aquel chico había cambiado bastante, dejó de ser flacucho y con cabello largo, a ser un hombre de contextura atlética, y portar el cabello muy corto. Había sido su amigo mientras eran pequeños, su padre al igual que el de Kydoni, tenía un lugar muy cerca de la plaza del pescado; solamente que ellos se dedicaban a la sastrería. La muchacha enseguida rio y le lanzo un golpe muy cerca del hombro.

—¡El mismo! Ven, entremos. — Le extendió el brazo hacia una de las puertas cerca de la acera.

Ambos entraron a la taberna, el lugar no era muy grande, pero era bastante pintoresca, guardaba mucho el estilo de la vieja Grecia que Kydoni conocía. Respiro profundamente percibiendo el olor; enseguida lo identifico, canela y regaliz con un toque de mantequilla. Mostró una sonrisa y enseguida se sentó frente a la barra. por un momento la chica se sintió aterrada, si la familia de Bastián estaba por ahí cerca, no dudarían en llamar a sus padres. Se coloco la gorra nuevamente escondiéndose en la pantalla de su celular.

—¿Y bien? —Sus pensamientos fueron interrumpidos por un golpe por parte del muchacho sobre la barra de madera. —¿Jugó de manzana o granada? — Le cuestiono sosteniendo un tarro de cristal.

Kydoni mostro una sonrisa —Nada de eso, ¡sírveme una cerveza! — Menciono apretando el puño con fuerza.

—¿No eres demasiado joven para beber? — Bastián levanto una ceja.

—¿Y tú no eres demasiado grande para ser tan asustadizo? — Kydoni presiono sus labios en forma de reproche, haciendo un ademan con la cabeza.

El masculino soltó una risa, Kydoni lucia como una verdadera niña cuando hacia ese tipo de berrinche. —De acuerdo, de acuerdo chica ruda — Hizo un par de movimientos con sus dedos ordenando que le sirvieran un gran tarro de su mejor cerveza de barril. —Bebe todo lo que puedas, este día invito yo. —

Unas cuantas horas habían pasado hasta que la luna corono el cielo nocturno, Kydoni y Bastián charlaron un poco sobre lo mucho que habían cambiado estos años; el muchacho por su parte le explico que había huido de casa, apenas teniendo lo suficiente para emprender con aquel lugar propio, que si bien, estaba en crecimiento, a cambio de su sinceridad, ella le conto la situación en la que se encontraba.

—¿Entonces que piensas hacer? — Le cuestiono sentado a su lado, durante la última hora la taberna se había vaciado un poco.

—No lo sé— dijo ella, —deseo volver a casa... pero no sé de qué forma decírselos. —Bebió el ultimo sorbo de su tercer tarro de cerveza —Mis padres no aceptarán que vuelva a probar. —

—¿Desde que tu hermano... desde que tu hermano abandonó la orden ellos no ven muy bien a los santos, no es así? —

Kydoni permaneció en silencio observando la espuma de la cerveza en su tarro.

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