9. Señales de advertencia

Durante el siguiente momento me dedique a comer lentamente de uno de los platillos que habían estado servidos a la mesa, por suerte tenía conmigo mi pequeña libreta que usaba para tomar notas, esta me sirvió para sobrellevar el silencio. Entre los garabatos que escribía y las pequeñas gotas de tinta que derrame sobre el mantel, logre olvidar por completo que estaba acompañado aquella mañana, al menos hasta que el señor Lupeiscu hablo nuevamente:

—Dígame, señor Carter ¿Que sintió cuando lo vio? — Aquella voz rompió el silencio, seguido del sonido del periódico al doblarse y chocar contra la mesa.

He de admitir que fui tomado por sorpresa, inclusive la línea de mi última nota se había salido del curso, dejando una línea negra por en medio de las demás notas. Aquella pregunta me tomo por sorpresa, por poco y termino atragantándome con el trozo de panceta, por suerte, los daños solo habían resultado en mi cuadernillo de notas.

''Abominaciones'', era la palabra que había tachado de mis notas. Levante la mirada del cuaderno y enseguida vi al señor Aleksander; — ¿Disculpé? —Respondí.

—Lo de mi hermana... —Reprendió el hombre de cabello negro casi de inmediato.

—No lo sé... —Estaba demasiado nervioso, era la misma actitud que tenía por la noche. No era capaz de formular respuesta alguna. —yo... — ''Abominaciones'', resonó en mi cabeza.

—Disculpe si mi pregunta le incomoda. Se lo pregunto porque para mí, siempre es un placer ver las reacciones de las personas ante esta... abominación. — Mostró una sonrisa, denotaba sarcasmo.

Había leído mis notas, o quizás... él sabía lo que pensaba, ¡mierda!, mis pensamientos en realidad se convirtieron en palabras, sin embargo, antes de poder continuar, Cameron cruzo la puerta de la cocina, haciendo que Aleksander se detuviera en seco.

— ¡Señor Murray, espero que haya dormido bien! — Palmeo ligeramente la mesa para después levantarse. —Me retiro. Con permiso. —

—Pase. — Respondió Cameron con una sonrisa, sentándose a la mesa enseguida. —Es un tipo encantador. ¿No? —

—Sí. No tanto como tú anoche, gracias por escucharme amigo. —Por mi parte continúe comiendo, ahora era yo quien decidía ignorarlo.

—¡Estaba cansado! — Suspiro mientras se colocaba una seda sobre la camisa y otra en las piernas. — Puedes decírmelo ahora. Por cierto, déjame decirte que estabas diciendo muchas tonterías. —

— ¡No son tonterías! —Baje los cubiertos de forma precipitada. —¡Estos tipos están locos, te digo que los vi haciendo cosas horribles! —Esta última oración había sido en un tono mucho más bajo, además de haber revisado constantemente que nadie más estuviera cerca.

— ¿Y eso que tiene de malo? —

— ¿¡Qué tiene de malo!? —Alce la voz un poco, sin embargo, al notarlo me asegure que nadie más lo hubiera escuchado, volviendo a continuar. — Estaban teniendo sexo, en su recámara. ¡Son hermanos! Eso no está bien —Dije lo último como en una especie de susurro.

—Emilio, esto es Westminster, el barrio está en la zona más inhóspita de Londres. Técnicamente sería raro si no lo hicieran. — Cameron volvía a centrarse más en los bocados que llevaba a su boca que en las historias que le contaba. Seguro que Cameron pensaba que me estaba volviendo paranoico o algo así.

— ¿No sientes...  —me detuve en seco — algo de asco por eso? —

—¡En lo absoluto! — Decía entre pausas debido a la comida en su boca. — Mientras me ayuden a encontrar a Marie, pueden seguir haciendo actos pecaminosos con quien gusten. —

Ante lo último dicho por mi compañero me quede sin respuesta alguna, y fue una especie de suerte, pues en ese momento la señorita Danica había entrado a la habitación, lucia más pálida que antes, quizás por el tono púrpura en su vestido. Pero aún más extraño es que sonreía para nosotros dos.

—Señor Murray, señor Carter. — Se detuvo justo enfrente del comedor. — Me alegra que hayan decidido bajar a desayunar. Quisiera presentarle a alguien si no es que están muy ocupados.  —

Extendió su mano hacia el ala de la estancia, Cameron solo me miró fijamente y yo de vuelta, el francés asintió un par de veces. Danica se retiró apenas obtuvo respuesta.

DEL DIARIO DE DANICA VAN HUNTDIS
LONDRES, INGLATERRA. MAYO 07 DEL AÑO 1888

Algunos minutos pasaron antes que los dos invitados extranjeros se dirigieran hasta la sala, en ese lugar ya nos encontrábamos Aleksander y yo; mi hermano como siempre, vestía con un chaleco corto estilizado ajustado a la cintura, el cual indirectamente hacia juego con el vestido que había elegido para usar esa mañana. De pie a la chimenea se encontraba un tercero, muchísimo más alto que Aleksander, iba vestido con una chaqueta de doble botonadura de bronce, con faldón trasero en un tono azul.

—Señor Murray, le presento al señor Amadeus Owen. —Comenté apenas los vi cruzando el marco de la sala, señalando al lado izquierdo.

El señor Amadeus es de piel morena; el rostro duro cuadrado y con la barbilla partida, su cabello es de un tono castaño, bastante recortado detrás del cuello y las orejas, posee unos excepcionales ojos castaños casi negros, enmarcados por unas cejas muy espesas, formándose en una sola, pero, aun así, con una apariencia hercúlea e intimidante, es de mediana edad y posee cicatrices rituales en ambas mejillas.

Anteriormente, cada vez que se lo preguntaba, decía estar avergonzado de ellas, pues hacían denotar su antigua ocupación como traficante de esclavos. A pesar de ello, el señor Amadeus siempre ha sido amistoso, leal y honorable, sobre todo con Aleksander, pero estricto a la hora de seguir los reglamentos y leyes que son impuestas por mi hermano.

—Es un gusto. — Comentó el francés con una sonrisa.

—El placer es mío. — Respondió Amadeus un tono leve.

—El señor Owen es mí centinela, además de un fiel sirviente. Nos ayudara en la búsqueda de su esposa. —  Explico Aleksander

—El señor Amadeus ha cuidado muy bien de nosotros el tiempo que ha estado viviendo en Londres— Les dije con media sonrisa, tomando una de las pequeñas tazas de porcelana que yacían servidas frente a nosotros. Con delicadeza, pero con un solo movimiento bebí un profundo sorbo.

—Mi presencia no es tan importante como la suya, me temo, mi señora. Es usted quien está aquí para ayudarnos a ver y escuchar lo que desconocemos —

Amadeus es un hombre de mente comúnmente tranquila e indiferente. Solo habla en oraciones breves y concisas, a menos que tenga la necesidad de decir algo importante o necesario. El posee una fuerte relación con Aleksander; aunque sus orígenes no me están claros todavía, en algún momento uno salvo la vida del otro, y aunque, Amadeus adopto una posición servil para con nosotros, parece no tener problema a la hora de expresar sus opiniones y advertencias a Aleksander.

Amadeus también es muy valiente, y no tiene miedo de entrar en combate contra enemigos sobrenaturales, puede actuar rápidamente y mantener la compostura en situaciones graves. Sus creencias religiosas, según él, son que él cree en todo. Es posible que en su tierra natal se haya encontrado con criaturas sobrenaturales antes de decidir emigrar a Londres con Aleksander.

Tan pronto el señor Owen dejo de hablar, sonreí, suspiré profundamente y me puse de pie, sentí como todas las miradas estaban sobre mí, pues comencé a andar por la sala, tocando a paso lento algunos de los muebles. Camine hasta el joven Cameron y al situarme justo delante de él, le tome por las mejillas haciendo que su rostro estuviera en completa cercanía.

Sin importarle la distancia, el señor Cameron no hizo movimiento alguno, sólo su rostro se vio sorprendido cuando de repente mis labios se presionaron contra los suyos. Todos los presentes nos vieron, Aleksander era quien más fascinado parecía. No pude moverme por un instante, no sabía porque lo hacía, pero ese beso a pesar de ser muy corto y tenue, me hizo sentir realmente extraña, como si en un solo segundo todo lo que había pasado la noche anterior me lo hubiera contado con lujo de detalles.

Al alejarme de él lo supe, entonces dije: —¡Estuvo aquí! — 

— ¿Que? ¿Quién? — Pregunto el señor Carter pareciendo un poco impaciente.

—Los nosferatu no vinieron solos, los merodeadores los siguieron, estuvieron aquí también. — Respondí sosteniendo una estatuilla de plata sobre un pedestal.

— ¿Cómo pudo entrar? Nadie pudo verlo o escucharlo — Emilio se había cruzado de brazos, opinando acerca del tema como si conociera lo que decía. —¿O es que acaso él sabía algo que yo no? —, Pensé en ese momento.

—Las criaturas de la noche no pueden entrar a un recinto donde no han sido invitados. ¡Alguien los dejo entrar! — Explico Aleksander, colocando un nuevo habano en la comisura de sus labios, encendiéndolo poco después.

— ¿¡Abrió la ventana anoche!? — Me di media vuelta, acercándome de inmediato hacia el señor Cameron con cierta molestia en el rostro.

—¡No, claro que no! — Dijo aquel con mucha seguridad

— ¿¡Y usted!? — Me dirigí enseguida hacia Emilio.

—No sé de qué habla. —Se excusó, volteando a verme enseguida.

Supe que tratar de descifrar como habían entrado aquellos seres sería un tema tonto por la cual pelear, de repente sentí una extraña sensación, un viento frio me abrazo, suspire profundamente sintiendo ese olor fuerte, embriagante a sangre. Cerré los ojos, temblé un poco, Aleksander se acercó hacia mí, me sostuvo por los brazos con fuerza.

—Ella también estuvo aquí. ¡Ella los trajo! —  Negue con la cabeza, guarde silencio por un momento, observe al costado izquierdo y quede perdida ante una de las fotografías colgadas en la pared del salón.

— ¿¡Ella quién!? — Cuestiono él.

—Desconozco su nombre y su rostro, pero tiene el cabello castaño, su tez es muy blanca igual que la de ellos, es muy delgada, muy joven también y sus ojos... sus ojos eran verdes, pero no más... han cambiado...— Apunte hacia el retrato en la pared.

La fotografía señalada se trataba de una joven de cabellera castaña, era la única entre todos los individuos pintados en la pared que sonreía, sus ojos eran verdes, y un extremo blanco en la piel. También tenía un tono brillante en los labios. Rojo, un intenso rojo sangre.

—Marie... — Susurro Emilio, al poco tiempo sentí la mirada de Cameron sobre mí, pero al igual que él estaba totalmente atónito por lo que escuchaba y la fotografía.  El parecido de su mujer con la de la pintura era extremadamente similar. Me sentí estremecer.

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