7. Reunión con hedor a muerte

Finalmente, cansado por aquella inútil profundización del recuerdo, volví a la cama y me dispuse a dormir o al menos internarlo. Momentos más tarde, recuerdo haber despertado sintiéndome mareado por un fuerte olor. No era preciso para mí volver la cabeza o abrir los ojos para saberlo, pero finalmente logre hacerlo.

Naturalmente la silueta del hombre que había visto en la calle se encontraba en la habitación. No parecía el producto de una alucinación, sino inequívocamente real, de pie junto a la ventana, delante de las cortinas. Mientras me miraba, desee con intensidad el despertar, quería que aquel sujeto se esfumara, que desapareciera, pero este seguía allí. Podía notar el brillo de los ojos rojos a la distancia de mi cama, y de repente me sentí más asustado de lo que jamás había estado en la vida.

Cerré los ojos. El pálpito de la sangre en mis oídos era el sonido del miedo. No podía oír si ese ser se acercaba donde mí, incapaz de soportar la idea de lo que esa cosa sería capaz de hacerme mientras no le veía, abrí los ojos. El intruso seguía allí, en el mismo lugar de la primera vez, no parecía haberse movido un solo centímetro.

Pensé que debía salir. Tenía que darle la oportunidad a ese ser de desvanecerse, pero estaba dentro de una casa que no era la mía, el irse gritando y azotando las puertas era algo que no estaba bien. Pero sabía que si no hacía algo rápido de un momento a otro me echaría a gritar.

Ya estaba temblando... tenía que hacer algo rápido. Con las piernas debilitadas por el miedo, bajé de la cama y me dirigí tambaleándome hasta la puerta. Cerré la puerta tras de mí, no hubo sonido más tranquilizante que el del pasador al entrar en su lugar.

Me encamine a gran velocidad por el largo pasillo a obscuras, encontrando la escalera que me llevaría hasta la planta baja, luego cruce por el recibidor y de ahí hasta llegar a la cocina. Permanecí de pie apoyado en la superficie de metal que rodeaba la pica de cerámica con la cabeza gacha, respirando entrecortadamente esperando que el miedo cediera.

Cuando me calme levante la cabeza y gracias a unas cuantas lámparas que estaban en el sitio pude encontrar un vaso para beber agua del grifo. Realmente habría sido grato poder beber hasta el último sorbo del vaso, pero el sabor a hierro y tierra me lo impidió. Maldije un par de veces, pero entonces pensé que, si el sabor del agua era igual de horrible que el hedor de las calles, solo podía significar que no estaba teniendo una pesadilla, todo era real.

Y aquí estaba, yo, siendo el mismo Cameron de siempre, sin mi amada esposa, alejado de mi familia, sin trabajo debido a esa falta de inspiración, rodeado por la esterilidad gris de la cocina y la tenue luz de una lámpara de petróleo.

No tenía ningún motivo para estar aquí, no debía estar en esta casa, ni en Westminster, ni en Londres, ni en esta vida. Pero aquí estaba, viviendo esta vida como si aún me quedará algún motivo, y por la única razón de que no sabía que otra cosa hacer... desde que mi esposa había desaparecido no tenía la menor idea de cómo empezar de nuevo.

—Ni si quiera era lo suficientemente hábil para quitarme la vida. —

Recordé aquella noche, donde Marie tocaba la sonata de Beethoven, si tan solo hubiera sabido que esa sería la última vez que la vería. Intente pensar en algo tranquilizante, pero no conseguía apartar las visiones de mi mente: cuchillos, sangre, putrefacción, el aspecto que debía tener una mujer con un tajo en el cuello que iba de extremo a extremo.

—¿Qué pecado había cometido para que la pobre señora Jenkins tuviera un final así? —

De pronto mis pensamientos se vieron ensombrecidos por un nuevo ruido, venía de la puerta de servicio de la cocina; las casas de los burgueses londinenses están equipadas con una puerta que daba hacia un callejón donde pueden deshacerse de la basura, además de ser la entrada para los empleados.

Parecía ser que alguien trataba de abrirla, el picaporte vibraba, entre los ruidos también había choques entre aluminios, quizás los contenedores de basura habían rodado por el suelo después de que un gato o un perro los derribaron. O tal vez no era nada; un ebrio extraviado que andaba por allí, o quizás se debía a una corriente de aire a través de la chimenea.

Incluso podría tratarse de los empleados del joven Aleksander que habían llegado muy tarde, algunos tenían sus días libres a veces ¿no? Si fuera ese caso y me encontrase con ellos, sufriría un gran bochorno. Pero abochornarse era mejor que no saber nada. No podía limitarme en regresar al dormitorio y tratar de conciliar el sueño sin averiguar a qué se debían aquellos ruidos.

Esta vez el viento pareció lanzar un agudo grito. Cada vez estaba más intranquilo me acerque hasta la puerta. —Es solo el viento. Pensé, contradiciéndome una vez más debido a la incertidumbre. Pero el viento no suele arañar las puertas, ni gemir como pidiendo que se le deje entrar.

Aplique la mano al pomo de latón, cerré los ojos y aspire hondo. Entonces hice girar el picaporte y, con una mano temblorosa abrí la puerta. El ruido invadió rápidamente la cocina, era algo horroroso, como el aullido del viento, solo que no existía viento alguno.

Era como permanecer en el borde de un precipicio por la noche, con un inmenso abismo debajo, invisible e insondable. Era como una pesadilla convertida en una realidad, la cocina de la casa parecía poseída por un sonido quejumbroso y antiguo, una fría borrasca magnética.

Era el sonido y la sensación del miedo. Eche un vistazo hacia el exterior, pero no había nada en ese callejón, estaba obscuro, tétrico pero vacío al fin. Tan pronto volví a la cocina, ese ruido volvió a escucharse, esta vez completamente diferente, pues el pomo de la puerta estaba siendo forzado como si quisieran abrirlo desde fuera nuevamente. En ese momento no lo resistía más, tenía que salir inmediatamente de ese sitio, si me quedaba un solo segundo más me volvería completamente loco.

No abandone la casa en ese momento, pues al llegar a la puerta recordé que no era la primera vez que los recuerdos se volvían crudos y me atormentaban. No era más que una alucinación de pesadilla, solo un sueño. Apenas podía aceptarlo, pero sabía que era cierto, mis dedos se cerraron sobre el frío pomo. Pero era algo más fuerte lo que me detenía, una vez más la sonata de Beethoven retumbaba en mi cabeza, las notas tan profundas que tocaban los delicados dedos de mi esposa. Recordé el fuego de leña en la chimenea antigua, no era más que un montón de cenizas blancas.

Aquel recuerdo se borró de mi mente dos segundos más tarde, pero tan pronto lo hice, una vez más sentí la sensación de escalofríos pincharme como cientos de agujas contra la espalda, giré sobre mis pies en dirección hacia la escalera. En el exterior, el viento arremolinaba las hojas y hacia vibrar las ventanas.

Trate de volver en sí, todo eso era un recuerdo, termine por subir la escalera y justo cuando estaba por pisar el último escalón para volver a mi habitación, el viento gélido recorrió mi espalda por segunda vez, obligándome naturalmente a girar la vista sobre el hombro. Todo eso estaba siendo tan extraño, delante de la puerta parecía estar viendo de pie a Marie, vestida con el mismo camisón con el que la vi el último día. Su cabello estaba desarreglado, con sus mechones castaños por encima del pecho, había un ligero rubor sobre sus mejillas, era la misma mujer encantadora que recordaba.

Su rostro denotaba tristeza, angustia y sobre todo miedo. La parte baja de sus ojos tenían un tono rojizo como si estuviera llorando día a día sin parar. Marie frunció los labios, estaban resecos y un poco quebrados, enseguida tendió su brazo hasta mí.

Caminé un par de pasos hacia ella, incrédulo, temía en acercarme y aquello fuera una simple visión, pero entonces la vi respirar. Yo estaba sintiéndome vacío, conmocionado y apenas capaz de decir algo juicioso.

—Tanto sufrimiento... Señor Cameron— Su voz parecía un eco que se colaba hasta lo más profundo de mi mente. Sentí miedo al no saber qué hacer o responder, mi cuerpo estaba conmocionado por la idea de estarla viendo nuevamente.

—Una agonía... Pero lo suficiente por ti...— Mis labios se movieron apenas, estaba tembloroso, boquiabierto me dispuse a avanzar hacia ella, extendiendo mi mano en su misma dirección solo para alcanzar a tocarle. Las lágrimas estaban llenándome los ojos, nublando la vista. Sentía la más profunda alegría de mi vida.

La vi presionando sus labios. Asintió con la cabeza y guardo silencio.

—Marie... Mi amor... — Suspiré profundamente, contuve las lágrimas lo más que me fue suficiente. —Hay tanto que decir... —

—O tan poco, Cameron...La pobre señora Jenkins... — Finalmente estaba tan cerca de ella como nunca antes, un solo tirón de su mano y lograría mantenerla entre mis brazos para siempre.

—Lo siento tanto...— Respondí casi de inmediato, no había tenido la oportunidad de disculparme. Sentía culpa por lo que había pasado con aquella noble señora.

Ella hizo un movimiento con su cabeza —Si tan solo le hubieras advertido que saliera de la casa esa noche...—

Las palabras de Marie resonaron en mi cabeza, aquella noche que ella había desaparecido, la muerte de la señora Jenkins se había suscitado, pero ella no estuvo allí para saberlo. —¿Cómo sabes eso? — Le cuestione con cierta extrañeza en mi rostro.

Una vez más no podía creer lo que veía delante mío; las pulcras vestimentas ahora estaban manchadas por un goteo de sangre, escuche como las gotas golpeaban contra el piso, observe el suelo, la duela estaba manchada al igual que las puntas de sus desnudos dedos. Levante la mirada al siguiente segundo, el chorrero de sangre venía de la nariz de Marie, mi esposa levanto la mirada, la mitad baja de su rostro estaba llena de sangre, había corrido por la comisura de sus labios hasta deslizarse sobre su cuello. Sus ojos cambiaron radicalmente; el color de su iris se tornó rojo, un rojo carmesí profundo que se asemejaba tanto a la sangre que manchaba su camisola.

—Ahora se muchas cosas, Cameron... El amo me ha enseñado mucho. —

Me asusté, di un par de pasos hacia atrás. Entonces volvió a la normalidad. Sus ojos parecían normales, una vez más esa semblanza de tristeza, me rompía el corazón verla de esa forma. —¡He hecho cosas que ni te imaginas, Cameron! —

Su quijada tiritaba, negó con la cabeza, su ceño se frunció en una expresión de tristeza, como si se preparaba para sufrir nuevamente; en un nuevo segundo, sus ojos volvieron a tornarse rojos. —¡Este no puede ser un final feliz, las garras cortaran y los dientes desgarraran! —

—Ayúdame...Sálvame de él por favor—

Su voz nuevamente se hizo presente en forma de sollozos; pero entonces apareció de nuevo, esa ráfaga de viento aullante que momentos atrás se presentó en la cocina, y la que había traído consigo la presencia de Marie. Tan rápido como un estallido, su imagen desapareció dejando un agudo grito con la última vocal de su oración.

— ¡Marie! — Mi brazo se quedó colgante en el aire, mis dedos se cerraron en un fuerte puño.

Me deje caer sobre mis rodillas, mis lágrimas brotaron al instante. Deje escapar todo el dolor que sentía, después de todo este tiempo, me había quebrado; todos los recuerdos se vinieron a la mente. Las traiciones a nuestro matrimonio, nuestra familia buscando un reemplazo, la injusta y terrible muerte de la señora Jenkins.

Aquel ventarrón logro apagar las llamas de las linternas, el frío de la noche inundó el recibidor, dejándome una cruda sensación en la piel. ¿Quién me creería lo que paso aquí?

Permanecí sentado frente al fuego de la chimenea del salón principal, hasta que se consumieron los leños y el reloj de péndulo que estaba en el vestíbulo empezó a tocar a las dos de la madrugada. Entonces me puse de pie y subí por la escalera oscura y crujiente hacia las habitaciones.

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