4. Reuniones Amargas
Conforme Emilio y yo avanzamos entre las húmedas calles de Londres, las personas se mostraban temerosas, nos observaban con rostros fríos y molestos, como si desconfiaran plenamente de nosotros. Mi mejor amigo y yo, un escritor y un arquitecto pertenecientes a la burguesía de Francia, éramos juzgados por andrajosos obreros y putas. No pude hacer más que bajar la mirada y ocultar mi rostro bajo el sombrero de copa y parte del costoso abrigo.
La noche y un chubasco pronto nos atrapó en las calles del barrio de Westminster, donde el cochero se había negado rotundamente a llevarnos, «No por esa tarifa», nos dijo al hacerle saber nuestro destino. Parecía que desde que, el fenómeno aquel que, no hacía más que dejar su firma en los crímenes que cometía estaba suelto, nadie podría cruzar por ese barrio una vez que las estrellas alcanzaban el cielo.
Debo admitir que sentía miedo, esperaba realmente que alguien nos atendiera cuanto antes tan pronto tocáramos a la puerta, y no permanecer más tiempo expuesto en las calles como si fuera una gallina o una cabra para los animales salvajes.
Un trío de escaleras fueron mi único obstáculo para llegar a la puerta, los sobrepase con rapidez para resguardarme en el pórtico. Observe la manija del centro, era horrorosa, muy similar a los viejos y deformados rostros de las gárgolas que custodian la catedral de Notre Dame. Hice sonar la puerta con la manija y retrocedí un par de pasos, enseguida pudimos escuchar el sonido y crujir detrás de la puerta, varios picaportes fueron retirados. Tal parecía que alguien finalmente nos abría la puerta.
Cuando levanté la vista del suelo, pude ver una larga pieza de tela negra que se arrastraba hacia nuestra dirección. Se trataba de las vestimentas de una doncella. Era muy esbelta, de buen porte y figura, a decir verdad. Estaba usando una blusa de seda y encaje con mangas largas, pulcra y blanca, solo pequeños detalles de holanes le adornaban alrededor del cuello, formando una especie de patrón sobre su escaso pecho. Su cabellera era de un tono extremadamente negro, recogida totalmente hacia atrás, donde era sostenida con un florín de plata, la piel blanca y una pintura en los labios color carmín que hacían deslumbrar su rostro aquella noche.
—¡Buenas noches, madame, venimos buscando al señor... —Le mostré mi mejor sonrisa, sin embargo, se desvaneció de inmediato cuando ésta se apartó de la puerta, hizo una seña con la mano, invitándonos a pasar enseguida.
Sentí como tiraba de mi brazo con fuerza al intentar que me alejara de la puerta. Parecía estar realmente interesada en asegurarla con las barras y seguros que antes nos había hecho alegrarnos. Inevitablemente seguí sus acciones con la mirada, teniendo especial interés en el objeto que sostenía con el elástico de su falda. Me pareció ser la empuñadura de una pistola.
— Que singular mujer. —Me dije a mi mismo, siendo interrumpido inmediatamente por la voz de Emilio.
—¡Ahhhhh! Bien... esto no está nada mal. — Comento Emilio mientras observaba a todos lados, la casa parecía ser muchísimo más grande en el interior a comparación del pequeño pórtico de la entrada.
Delante de nosotros había una escalera doble que llevaba a los extremos de la casa, todo a su alrededor era admirable; los escalones cubiertos con terciopelo burdeos, la barandilla de roble macizo, las cortinas de brocado en los bordes, el papel tapiz de un color umber con betas doradas, la iluminación a base de candelabros de cinco brazos de dos varas de alto, elaborados de bronce cincelado y cristal, el suelo recubierto de mármol pulido, los cuadros de obras maestras, únicas en su tipo. Muy simples para la gran burguesía, clase a la que también pertenecía aquella familia.
La joven doncella se paseó entre nosotros, extendiendo una bandeja de plata con un par de bocadillos, parecían ser trozos de lomo ahumado y pimiento, podía olerlos con mucha facilidad, pues olían soberanamente bien. Me apena admitirlo también, pero, tardamos muy poco para tomarlos, Emilio y yo estábamos hambrientos gracias al largo viaje, en el cual, ninguna posada había sido lo suficientemente buena, mucho menos su comida.
— Muy delicioso... verdaderamente exquisito. —La voz de Emilio nuevamente se hacía presente gracias a la joven doncella que nos había recibido.
La chica se había encargado de nuestras pertenencias, así como de nuestros abrigos empapados, pero no era lo servicial que esta fuera con nosotros lo que encantaba a mi amigo, sino, las posiciones tan provocativas en las que ella se colocaba al realizar cada una de sus acciones. Que sinceramente, podrían volver loco a cualquier hombre, pues la muchacha no era para nada fea.
— ¡Yo no esperaría nada de ella si fuera usted! — Escuchamos una voz grave que nos hizo estremecernos y girarnos de inmediato, nuevamente en dirección de las escaleras. —Me temo que lleva más de veinte años sin decir una sola palabra. —
De la escalinata descendió un hombre, sus cabellos eran mucho más cortos a comparación de los míos, apenas por encima de las orejas, muy al estilo londinense, su tez tan blanca, y el mismo reflejo en sus ojos, similares a los de la chica, lo cual me hizo pensar si tenían algún tipo de parentesco.
Además, de que él estaba de vestimentas igual de negras, un chaleco sobre la camisa blanca y pulcra, se veía un poco mayor, quizás su edad iba entre los veintitrés o veinticinco años. Entre sus labios sostenía un largo puro, que retiro en su descenso.
— A veces siento que hasta es sorda. — Sonrió por un momento hacia la chica, realizando un gesto con la cabeza poco antes de que se retirara.
—¡Arquitecto Murray! — Extendió su mano hacia mí, y después dijo: — ¡Es un verdadero placer conocerlo!, Robinson y sus cartas me han hablado mucho sobre usted. Aun así, permítame presentarme, mi nombre es Aleksander, el último miembro de la familia Lupeiscu. —
Por lo poco que pude hablar con el señor Robinson, la familia Lupeiscu es muy conocida en Londres y fuera de él. Los Lupeiscu son una familia de ascendencia Románica, que partió de la antigua Valaquia durante la liberación de los siervos, la noble familia de rumanos debía su fortuna al matrimonio entre el Conde Valmer de Valaquia y Verushka Van Huntdis.
Toda esa riqueza acrecentada por la usura y a los ingresos que generaba la corona inglesa, ahora le debía de pertenecer a dos hermanos, quienes eran los únicos que quedaban de tan legendaria familia, pero también sabía que, a pesar de ser aclamados al ojo público, detrás de ellos se escondían secretos y murmuraciones que iban desde lo fantástico hasta lo más simple. Aunque esto último no fuese del todo explicado por el señor Robinson. Pero si Aleksander era uno de ellos ¿Dónde se encontraba el otro Lupeiscu?
—El gusto es mío, detective. —Le respondí estrechando inmediatamente su mano, mostrándole una sonrisa al igual. De inmediato me aleje, para así presentarle a mi acompañante. — Él es mi amigo, el escritor, Emilio Carter. —Lo señale tomando distancia y dándole una palmada en el hombro a Milo como seña de ánimo.
— ¿¡Oh!, es escritor?, espero que uno de los buenos. Estoy cansado de leer lo mismo. ¡Solo fantasías del señor Wilde! —Aleksander le extendió la mano a Emilio igual que lo había hecho conmigo, con una sonrisa aún más grande que la que me mostró.
—En realidad no soy novelista, señor. Me dedico a escribir para los diarios en París. —
Emilio estrecho la mano, y al poco tiempo pude ver como el rostro del londinense cambiaba la expresión por una más dura, algo molesta quizás, inclusive parecía que estrechaba la mano de Emilio con mucha más fuerza. Nuestro anfitrión mordisqueo un poco el extremo del habano, pudiendo responder con un tono algo gracioso.
— ¡Mejor aún! —
Ambos se soltaron de las manos entre unas sonoras carcajadas, y casi de inmediato, el señor Lupeiscu nos indicó con la mano una puerta. Caminando por delante de nosotros nos guio hasta el ala derecha de la edificación, donde se encontraba una sala.
En dicho lugar, parecía mostrarse más de la casa, las paredes estaban repletas de pinturas, muchos eran de rostros, los cuales me daban la sensación de ser observado por todos los antepasados de la familia Lupeiscu, todos y cada uno de ellos con esa cabellera azabache y la expresión de desprecio. ¿Y cómo no? Toda su dinastía quedaba en manos de un hombre tan joven que, no ejercía su tradicional oficio, sino que se había decidido por ser un simple detective.
En esta época si se era un investigador corrías con dos finales certeros; el de morir de hambre a causa de la paga casi nula, o de ser asesinado por algún criminal suelto. El joven Lupeiscu tuvo la suerte de nacer en una buena familia, y bueno, el resto quedaba pendiente con el destino.
Al llegar a la estancia, el señor Aleksander nos pidió que nos sentáramos, detrás de nosotros estaba un sofá de dos plazas, mientras que nuestro anfitrión se sentó en el individual, quedando delante de nosotros. A su lado derecho, también se encontraba una mesita donde descansaban un par de vasos, además de una botella grande de cristal con un brebaje en tono maple.
Se desabotono dos botones del chaleco y entonces nos dijo: — En un momento estarán listas sus habitaciones, pero por el momento, ¿puedo ofrecerles algo más? —
Sus perfectos y brillantes dientes sostenían el largo puro, enseguida saco del bolsillo derecho del chaleco una pequeña caja de madera. En su interior había tres puros más, Emilio no tardo en tomar uno, lo olfateo un par de veces y después simplemente lo guardo en el bolsillo. Sabía lo que significaba ese ridículo ritual; estaba tratando de parecer interesante delante de aquel hombre. Yo, por el contrario, me negué ante su ofrecimiento.
—Seguramente el largo viaje en la diligencia los ha dejado exhaustos. ¡Ah! Mi bello país crece constantemente, sin embargo, es tedioso viajar aun sobre esas malditas bestias. Ustedes deberían estar acostumbrados al olor a vapor y carbón incinerándose ¿no es así? —
El señor Aleksander se dirigió a Emilio, éste distraído como siempre, solo pudo asentir un par de veces ante lo dicho; aunque yo también era alguien de alta cuna como el señor Lupeiscu, comencé a impacientarme un poco por todos esos preámbulos que nos daba, sinceramente esperaba que siendo alguien a quien consideraban como el mejor en su estirpe podría ser más directo. Suspire profundamente, lo cual hizo que llamase la atención de nuestro anfitrión.
— ¿Prefiere tomar un trago, señor Murray? —
Una vez más ese tono extraño en su hablar por el habano, Aleksander se giró solo un poco para alcanzar las copas grandes y así ponerlas delante, justo al centro en la mesa que nos separaba. Sirvió una por una delante de nosotros.
—Tengo entendido que es francés, quizás usted también disfrute de un buen coñac. — Dejo que nos acercáramos y tomáramos uno de esos vasos de fino cristal, Emilio estaba tan ansioso que hizo un movimiento de bloqueo contra mí.
—Estoy bien, señor... —Le respondí y al siguiente segundo me acomodé en mi asiento, limitándome a observar como mi acompañante bebía a sorbos enormes el líquido de su copa.
— Es solo que... — Nuevamente me dirigí hacia Aleksander, quien mostraba una expresión algo risueña mientras dejaba escapar esas densas exhalaciones de humo. Debo admitir que este tipo de comportamientos comenzaban a molestarme.
— Usted comprenderá, hemos hecho un exhaustivo viaje hasta aquí. En las cartas que el señor Robinson entregaba por mí, le he explicado lo importante que era conocerlo y hacer uso de sus habilidades. Sabrá entonces que no preciso de tiempo de sobra para quedarme sentado aquí bebiendo y fumando tabaco. —
Termine moviéndome un poco de mi lugar, me incline un poco hacia adelante, acción que igualmente el señor Lupeiscu imitaría. Estaba tratando de hablarle en un tono más bajo que antes, eche una mirada hacia atrás, asegurándome de que no hubiera nadie más para así poder continuar:
— Lo sabe tan bien, como nosotros sabemos que esa doncella no es muda ni sorda. —Inquirí.
No hubo respuesta por parte del joven Aleksander, solo esa mueca de chiste. ¡Mierda!, estaba a punto de perder la paciencia, definitivamente había dejado mi humor en la estación de Dover. Justo cuando me levantaba para recargar mi espalda en el sofá, algo detrás de mi cabeza lo impidió, parecía ser algo frío.
Al medio segundo, escuche como los dientes del tambor chocaban contra los demás seguros. Ese sonido no podía igualarse, alguien sostenía un arma tras mi nuca, ¿pero de quien se trataba? Respire profundamente y trate de calmarme.
Sentí miedo, el sudor frío estaba en mi espalda recorriendo casi hasta la línea que separaba mi trasero. Un movimiento en falso y sería mi fin. De seguro por eso el investigador sonreía como un idiota momentos atrás. Tan solo pude cerrar los ojos y esperar por lo que vendría después.
Un segundo más tarde escuche un aplauso, fuerte y retumbante, logre ver quien lo emitía; no era otro que el señor Aleksander Lupeiscu, —¡Brillante, Monsieur! — Exclamo y acto seguido se puso de pie con la copa entre sus manos.
— Caballeros, permítanme presentarles a la señorita Danica Van Huntdis. —Hizo una pausa antes de continuar, yo ni si quiera podía ver, el sudor frío me estaba haciendo estremecer con cada segundo que pasaba. Aleksander por su parte había bebido un gran sorbo de la copa, aclarando la garganta después:
— ¡Mi dulce y preciosa hermana! —
Dijo el investigador extendiendo su mano hacia ella como cortesía, al poco tiempo se sentó nuevamente cruzando una de sus piernas.
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