2. Escritores, pintores y monstruos
30 DE ABRIL, POR LA NOCHE
Hemos pasado el día muy contentos.
El aire estaba claro, el sol brillante y había una fresca brisa. Llevamos nuestro almuerzo a los bosques de Boulogne; el señor Wallece conduciendo por el camino, Marie y yo caminando por el sendero del desfiladero y encontrándonos con él en la entrada. Yo me sentí un poco triste, pues pude darme cuenta de cómo hubiera sido absolutamente feliz si Marie y yo hubiéramos tenido ya a un bebé a nuestro lado.
Pero ¡vaya! Sólo debo ser paciente, quizás hasta que Marie comience a sentirse mejor.
Más tarde dimos una caminata hasta el Rue de Poissy, y escuchamos alguna buena música por Saint-Saëns y Delibes, y nos guardamos en nuestro hogar muy temprano. Marie parece estar más tranquila de lo que había estado en los últimos tiempos, ¡Vaya! Hasta ha decidido volver a tocar el piano.
—Deberías volver a la cama. —Insistí mientras le acariciaba la espalda a Marie. — ¿Acaso el piano es más importante que tu esposo? —Le sonreí amablemente y después me recargué sobre el piano el cual Marie tocaba para mí.
Ella solo podía sonreír mientras sus dedos tocaban las teclas del piano; recuerdo lo fascinado que me parecía al verlos danzar sobre el brilloso color blanco. Su cabello color castaño, su piel excesivamente blanca, esas mejillas regordetas con un suave tono rosado que enmarcaba los finos rasgos de su rostro, sus enormes ojos color verde brillante y ni hablar de esa sonrisa tan blanca y perfecta como ninguna otra. Marie definitivamente es la mujer de mi vida.
— Mi esposo es más importante, o casi igual que las artes. —Me respondió con un tono dulce y amable sin despegar la mirada de las octavas, a veces solo se la veía cerrarlos para degustar de la propia sonata.
La música era triste, una canción en do sostenido menor, reflejaba dolor apenas se escuchaba, sin embargo, yo realmente disfrutaba aquella música tanto como verla a ella tocarla. Las teclas parecían ser una sola, pues Marie no tenía error alguno cuando sus dedos se presionaban contra ellas. Segundos más tarde reconocí la canción que estaba tocando; era el primer movimiento de su sonata favorita.
—¡Ahhh! Quasi una fantasía. — Le dije en un tono de voz alto mientras servía un vaso con cierto licor que tenía sobre una mesa, desafortunadamente el golpe del cristal hizo que la melodía terminara en un ruido horrible. La había hecho desconcentrarse.
—No se rompe el silencio si no es para mejorarlo. —Respondió Marie una vez más volviendo a retomar la melodiosa música.
—Dicen que fue compuesta para su alumna, la condesa Giulietta Guicciardi. —La suave voz de Marie se hizo presente en el salón, ella sonreía en las ocasiones cuando yo la veía, con la reciente reprimenda que me había hecho, no tenía otra forma de contestarle más que sonreír igual que ella. —Tenía 17 años cuando él se enamoró perdidamente de ella. —Comentó nuevamente.
—Beethoven y yo compartimos esa característica. —Respondí en medio de una pequeña risa, bebiendo enseguida el último sorbo de alcohol del pequeño vaso. Mientras el segundo movimiento de la sonata comenzaba; do sostenido mayor, tenía el ritmo perfecto para un minueto. Música tradicionalmente utilizada para la danza cortesana.
CARTA DEL SR. CAMERON MURRAY, EN LA CIUDAD DE PARIS, AL SEÑOR EMILIO CARTER, EN LA REGION DE LORENA, FRANCIA.
Mi muy querido Emilio:
Sé que no ha pasado mucho tiempo desde la última vez que escribí algo para ti, pero eres la única persona con la que puedo sincerarme. Ahora vivo más feliz. No podrás nunca figurarte la vida tan sola y triste que he pasado en estos últimos tiempos... Este cambio es obra de una cariñosa, de una mágica niña que me quiere y a quien yo amo.
Ella es muy joven todavía. Bellísima, está en la flor de sus esplendidos quince años, lustrosa como una perdiz, suave y delicada, de rosadas mejillas; apetecible, en fin, como los melocotones. La he visto un par de veces mientras sale de la iglesia, luego mientras paseaba por el mercado. Finalmente, me atreví a saludarla cuando degustaba una taza de té y un biscocho en compañía de sus hermanas; frente a la catedral. Descubrí que le gusta la pintura, y parece estar instruida en la escritura, lo que aumenta mis expectativas con respecto a tan notable damisela.
Al cabo de unos meses he vuelto a disfrutar de nuevo algunos instantes de felicidad y por primera vez creo que el matrimonio podría hacerme feliz, pero desgraciadamente, ella no es de mi posición y no puedo pensar en casarme.
Tratarlo con mi padre, me temo que no resulta ser una opción. En verdad desearía que estuvieras aquí y pudieras aconsejarme, te lo cuento con la esperanza de una pronta respuesta, quizás entre tus letras encontrare un consuelo y la forma de esclarecer mi mente.
Vuelve pronto.
Se despide de ti, tu amigo,
CAMERON MURRAY.
MAYO 15 DEL AÑO 1887
DEL DIARIO DE CAMERON MURRAY
Continuacion
Marie y yo hemos contraído nupcias apenas seis meses atrás, la familia de mi ahora esposa habían quedado en la ruina. Los Jones tuvieron que ofrecer a la más joven de sus hijas como cabeza de ganado para salvaguardar el buen nombre. Afortunadamente, para mí, no representaba problema el ayudar a uno de los viejos amigos de la familia, y sacar beneficio de esta unión.
Pronto, Marie Jones pasó a ser Marie Murray, y con ello, las deudas de su familia fueron nuestras. Ella tiene dos años menos que la joven duquesa Guicciardi, cuando Beethoven la tomó como alumna. Con tan solo quince años, Marie Jones tomó el papel de la señora de una enorme casa en el centro de Paris.
Puedo decir, y sin la intención de ser egocéntrico, que la señorita Jones corrió la suerte de casarse conmigo, y no con un arrugado y nada atractivo lord. Mi apariencia no está muy lejos de ser lo que las señoras y doncellas de sociedad dicen, complexión atlética, muy buen mozo, una melena prominentemente larga de color cobrizo oscuro, ojos de un profundo azul. Y, por si fuera poco, letrado, amante de la pintura y el dibujo, con una profesión poco convencional, muy poco conocido por el momento, pero como uno de los arquitectos prometedores de la época.
Marie realmente también es una apasionada por las artes, sobre todo por la música y la pintura, disfruta de la lectura, la poesía y la danza, además, de poseer una figura preciosa y unas caderas anchas, perfectas para parir hijos sin ninguna complicación, principal razón por la cual acepte desposarla.
Mis ojos estaban por cerrarse, la causa principal realmente no la sé, pero quizás el combinar esa dulce melodía y el vaso de absenta que había bebido en tan solo dos sorbos no fue la mejor de las opciones.
— No demores, cielo —Le dije mientras le daba un beso sobre la frente. Coloque el vaso en su sitio mientras me retiraba por las escaleras, perdiéndome entre los pasillos que me llevaban a la habitación.
Durante mi recorrido hasta la habitación la melodía no dejo de escucharse, Marie había entrado en ese tercer movimiento que constaba de rápidos arpegios, escalas y un juego hábil de preguntas y respuestas entre las dos manos. Me sorprendió mucho que pudiese realizarlo, ya que era una pieza sumamente difícil, no quise regresar, estaba muy cansado. Ya tendría el tiempo suficiente para felicitarla por la mañana.
Desconozco la hora en la que termine durmiendo y en la que Marie dejo de tocar. Después de un tiempo, un aparatoso ruido hizo que me despertara, la electricidad de la casa se había cortado. No me sorprendí, pues debido a la reciente invención, aquella no era del todo viable, y situaciones como fuertes vientos o una lluvia intensa hacía que ésta se perdiera de un instante a otro.
Más ruidos se suscitaban en la parte baja de la casa, las ventanas se habían abierto gracias a los fuertes vientos que azotaban la ciudad aquella noche. Palmeé sobre el costado derecho de la cama, estaba vacío y la sabana permanecía en perfecto estado, señal que Marie no había vuelto a la cama. A pesar de no poder ver nada, coloqué la bata de seda sobre mis prendas de dormir, y enseguida tomé la lámpara de queroseno que estaba en la mesa de noche.
Recorrí los pasillos entre penumbras y aparatosos ruidos a causa de la tormenta, cuando estaba por descender, a media escalera, la habitación volvió a ensombrecerse con la luz de los relámpagos allá afuera. Pero mi sorpresa fue cuando todo se esclareció por segunda vez, alguien estaba dentro de la casa, estaba sosteniendo a mi esposa; ella permanecía en una posición como si estuviera inconsciente, mi expresión estaba atónita.
El hombre frente al balcón era alto, vestido de pies a cabeza con ropas negras; una gabardina larga a un palmo por debajo de la rodilla, por debajo de esta, portaba un saco que, si bien no era del todo notorio, su cabello era negro, algo corto. La boca, por lo que se podía ver de ella, era fina y pequeña, recubierta por una barba bien recortada, con una apariencia más bien cruel, mostraba una singular vitalidad, en lo que parecía ser un hombre muy joven.
En cuanto a lo demás, sus orejas eran pálidas y extremadamente puntiagudas en la parte superior; el mentón era amplio y fuerte, y las mejillas firmes, aunque delgadas. La tez era de una palidez extraordinaria.
— ¡¿Quién es usted?, ¿Que ha hecho?! ¡Marie, Marie! —Levante la voz de inmediato. Llame a Marie un par de veces esperando que pudiera recobrarse.
Comencé a acercarme, aquel hombre logró levantar la mirada, dejándome verle los hechizantes ojos rojos, además de una sonrisa macabra con unos dientes blancos peculiarmente agudos; estos sobresalían de los labios.
En ese momento la luz exterior logro cegarme nuevamente, pero al momento de volver a la normalidad, el extraño hombre sorpresivamente había desaparecido al igual que Marie. No podía explicármelo, mi única reacción fue correr en dirección hacia el balcón, logre divisar dos siluetas que estaban caminando del otro lado de la acera de la calle principal. Les llame con desdén:
— ¡Marie! ¡Alto ahí! ¡Marie! —
Esa noche grite como pocas veces en mi vida, sin embargo, esas personas en la acera no se detuvieron, rápidamente gire sobre mis pies y así corrí hasta la puerta de la entrada. En mi camino me encontré con la señora Jenkins, era la nana de mi esposa, estaba somnolienta y algo afectada por los gritos.
— ¿Que sucede, mi señor? —Preguntó ciertamente preocupada, más no pude detenerme a responderle. Tan sólo pude sentir su mirada siguiéndome hasta la calle.
Durante esta época de la Francia imperial, las casas debían tener un sótano, permitiendo a los propietarios esconderse en caso de las guerras e invasiones. Por lo cual, algunas de las viviendas de las familias más acaudaladas, demostraban su nivel de solvencia mediante los escalones frente a sus pórticos, había quienes tenían uno, quizás dos, pero los Murray éramos poderosos y muy influyentes, cuatro peldaños bastaban para alzarnos por encima del resto.
Di un salto y por suerte logre brincarlos todos, fue una inmensa bendición el no haberme roto las rodillas en mi aterrizaje. Trate de alcanzar a la pareja que vi por el ventanal, pero fue en vano, no había absolutamente nadie en las calles, ni si quiera el ruido de un carruaje que me permitiese saber hacia dónde había ido mi esposa.
Quizás estaba soñando, pero, ¿¡cómo!? Sería uno de los peores sueños, puedo admitir. ¿Porque Marie se iría así nada más? ¡No! ¡Ella no sería capaz de abandonarme! ¡Ella nunca lo haría, ella me ama! Era demasiado extraño, ni si quiera la vi salir de la casa como alguien normal. ¡Si! Por supuesto, solo era una de las malas jugadas que me quería hacer la mente.
Las calles húmedas de Paris habían quedado completamente desoladas, mi mente no podía pensar en otra cosa que no fuese una explicación lógica para lo que acababa de vivir.
Al poco tiempo, escuche un grito agudo. Me pareció que venía de adentro de la casa. Sentí un extraño escalofrió recorrerme la espalda y me eché a correr de inmediato, subiendo los escalones, aprovechando que la puerta había estado abierta.
— ¡Marie, Marie! —
Entre la confusión por saber de dónde había venido aquel grito, entré a algunas de las habitaciones de la planta baja, la sala, el comedor y la cocina, pero no encontré nada, ni siquiera me percaté que la electricidad había vuelto. El recorrido me llevo al salón donde se encontraba el piano, de ahí era de dónde provenía el grito. Gran sorpresa me lleve conforme avance por el aquel sitio, había algo en el suelo, un líquido carmesí que se extendía en un enorme charco.
La lámpara que había llevado conmigo desde la habitación yacía en el suelo quebrada en cientos de pedazos, el combustible aún estaba humeante, avancé solo un par de pasos más y nuevamente mi corazón se detuvo por la terrible imagen; en el suelo yacía el cuerpo de la señora Jenkins, sus rasgos eran propios de una mujer de edad avanzada, era de complexión robusta y algo corta de estatura; los mofletes habían sido manchados de sangre, pues la cabeza le había sido cercenada por el tajo en el cuello.
Seguramente aquello hizo que muriera al instante, por si fuera poco, las vísceras estaban de fuera, manchando todo a su alrededor, era la escena más horrible jamás vista en mi vida. Era algo realmente desgarrador y asqueroso.
Esa noche fue conocida dentro y fuera de la ciudad del amor, fue inevitable para muchos no caer en temores y creer en los rumores que pronto se hicieron saber; decían que un asesino serial había llegado a parís, otros decían que era un asesinato pasional, en donde claramente la más desdichada era la señora Jenkins, me señalaban como el pobre hombre que fue abandonado por su esposa, y yo no sabía que era peor, el tener que explicar lo que había visto y quedar como un completo lunático frente a todos o aceptar la mentira y pisotear la reputación de Marie con esa historia.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top