15. Baño de sangre

Mi cabeza me decía que había pasado muy poco tiempo desde que Amadeus se había llevado a Danica, pero el reloj de bolsillo en mi pantalón indicaba que habían pasado al menos dos horas desde su partida, todo me daba vueltas, el sabor a sangre en mi boca era desagradable, sentía sed, pensaba que en cualquier momento volvería entero el estómago, trague en seco, y la extraña necesidad de alejarme de todo inundo mi cabeza unos segundos más tarde.

Camine, aunque no tan deprisa como quería pues aún sentía un latente dolor en mi pierna herida, en dirección a mi casa, las personas (aunque muy pocas) que note en la obscuridad de la noche ni siquiera se tomaron la molestia de verme. Seguramente pensaron que se trataba de un desdichado que había sufrido un asalto. Mis ropas estaban en desorden, mis pantalones rasgados y manchados de sangre y un poco de polvo, dichoso fue que no me escupieran y empujaran por parecer un sucio obrero.

Llegue exhausto a mi casa, casi arrastrándome en el suelo, había sido un largo camino a pie desde el bodegón en Ángel Alley. Al momento de detenerme la pierna me sangraba más que antes, entonces pude notar que tan andrajoso me veía, mis pantalones estaban rasgados en ciertas zonas que parecían harapos de cualquier campesino común y corriente que huele a estiércol de rata. La imagen era la de un hombre que había sobrevivido al ataque de unas bestias, más no de uno que se había convertido en una de ellas. Pensé. Como pude, y con la última de mis fuerzas, tomé el picaporte, haciéndolo girar con la única esperanza que detrás de aquella puerta me encontrara con el rostro de Danica. Mi cuerpo se abalanzo haciéndola abrirse por completo:

— ¡Señor, Lupeiscu! — Cameron se puso de pie al verme cruzar el recibidor. Parecía estar sorprendido. Rápidamente el trio se dirigió hasta el lugar donde yacía con confusión.

—Señor ¿está bien? usted...  —Pregunto el mayordomo, tratándome de sostener por los brazos.

— ¿¡Dónde está Danica!? —Respondí, aunque con dificultad debido a la agitación que presentaba mi voz, estaba al punto de la desesperación.

—Arriba, con el doctor Henry... —Alcanzo a responder a medias, pues casi al instante de la oración comencé a ascender por las escaleras. Me temblaban las piernas, estaba exhausto, sediento y con un terrible dolor en la pierna derecha, me ayude apoyándome del pasamanos de roble en la escalera, de no ser así juro por dios que pude haberme desplomado en ese mismo momento.

Aunque con cierto temor de encontrar a mi pequeña hermana desfallecida, me dirigí por el pasillo con rapidez hasta llegar a la habitación que me había sido señalada. Un par de doncellas ayudaban al doctor con todo aquello que llegase a necesitar, Danica estaba sin las prendas superiores, el abdomen plano estaba lleno de sangre al igual que todo a su alrededor. Haciendo acopio de valor pude acercarme hasta el lecho, observando de inmediato el estado tan débil de mi pequeña Danica.

— ¿Cómo esta ella, He... Henry? — Pregunté con cierto temblor en la voz, no pude dejar de ver el cuerpo inerte de mi hermana. Sentía que, si lo hacía, en cualquier segundo su débil respirar se extinguiría por completo.

Su piel se había apagado hasta el punto de parecer gris, el contorno de sus ojos y labios se estaba tornando obscuro, como si poco a poco todo estuviera pudriéndose en el interior. El doctor Henry estaba terminado de suturar la herida. Afortunadamente Jekyll fue bastante delicado con el hilo y el zurcido. Casi no se notaba la horrenda herida. Al paso del tiempo podría desaparecer, claro si es que Danica lograba sobrevivir después de esa noche.

—Delicada, —Respondió de inmediato, colocando la aguja en el mechero. — ahora si me disculpa, no puedes estar aquí, Aleksander— El doctor levanto su mirada, observándome con los deslumbrantes ojos azules.

¿Acaso ese maldito doctor me estaba ordenando que me marchase? ¿En mi propia casa? Pensé en silencio, observando nuevamente hacia el cuerpo de Danica.

Tal vez el doctor pensando que haría caso a mi razonamiento y entendería lo que le ordeno, continuo con su labor, la piel de Danica siendo atravesada por una enorme aguja curva y después ser tirada para que se mantuviera unida era algo que me desgarraba por dentro. Presione mis dientes, tensando todo el rostro, mis puños se cerraron con fuerza, como si aquello pudiera cambiar en algo el destino de mi Danica. Sin embargo, no fui capaz de irme, tenía que estar ahí. Tenía que ser yo la primera persona que viera al despertar o al menos... tenía que ser yo quien la viera irse. Ella era mía, solo mía. Nadie más, ni siquiera el doctor Henrry podía estar a solas con ella en un momento así.

— ¡Retírese señor Lupeiscu! — Volvió a comentar el doctor y tan pronto lo hizo, una de las doncellas me guio hasta la puerta. Se disculpó varias veces al hacerlo, después de todo yo era su amo.

Estando bajo el marco de aquella puerta, me di la vuelta, tratando de ver por una última vez el cuerpo de Danica, seguramente la joven criada no pudo evitar sentir lastima y pena por mí. Pero finalmente cerró la puerta, dejándome de frente hacia la puerta de roble.

—Amo ¿se encuentra bien? —Pregunto el mayordomo al acercarse por el corredor.

—¡Prepara el baño! —Ordene de inmediato, retirándome hasta la alcoba.

Las doncellas recibieron órdenes de llevar jarras de agua caliente hasta el cuarto de baño. Se trataba de una habitación enorme, solitaria y alumbrada únicamente por candelabros de tres velas. La humeante tina muy cerca de la ventana esperaba por mí.

Me deshice de las prendas con anterioridad y usando una bata únicamente me dirigí hasta el lugar a unas cuantas puertas de mi habitación. Y tan pronto entre, la deje caer al suelo para posteriormente entrar sin importar que el agua contenida en la tina estuviera en una temperatura sumamente alta. Permanecí sereno por unos minutos hasta que mi fiel perro entró con un nuevo balde de agua.

— ¿Nuestros huéspedes han estado tranquilos? —Pregunte al instante en el que el balde de agua llenaba la bañera.

—Preguntaron acerca de los lobos.  —Respondía Amadeus sin dejar de verter el agua.

— ¿Y qué les has dicho? —Volví a cuestionarle con los ojos cerrados.

—No mucho, mi señor. —Dijo el hombre de pie.

— ¡Bien, ahora retírate! — Abrí los ojos para sorpresa del último, provocándole que pegara un ligero brinco de su lugar.

Amadeus asintió y en su retirada no pudo evitar preguntar: — ¿Querrá una merienda, mi lord? —

Siempre considere que el señor Owen era una persona valiente y capaz de cuidar de mí y los míos con su vida; pero también sabía que había cosas que le aterraban. De origen rumano y con tan solo seis años de edad había dejado su pueblo llano para mudarse a la gran ciudad de Londres en compañía de sus padres, rápidamente aprendió el idioma, también se interesó por la biblia y las armas.

Amadeus conocía tan bien a las criaturas de la noche que pronto pudo servirme, aunque sé que puede atravesar el cráneo de un hombre con media docena de balas sin fallar, también sé que puede llegar a ser tan temeroso como un niño de tres años ante la inmensa obscuridad, cuando sus más terribles pesadillas se vuelven realidad y caminan delante de él. Yo, Aleksander Lupeiscu podía ser una de ellas.

Casi de inmediato le mostré media sonrisa en el rostro, fue entonces que el mayordomo volvía a estar intranquilo; la principal causa fue que en donde debía resplandecer una sonrisa brillante y blanca, había vestigios de sangre, los caninos estaban alargados y afilados, como los de un perro o un lobo y los ojos, esos ojos verdes ahora brillaban como la misma luna en un tono amarillento. Hice sonar mis dedos un par de veces en contra de la porcelana de la tina y enseguida respondí:

—Una taza de absenta estaría bien. —Musito.

—Como usted ordene, mi lord. —Dio como respuesta ante su retirada.

Permanecí sentado en la tina por un largo momento, en silencio sin dejar de ver hacia la parte obscura de la habitación. El sabor de la sangre no se desvanecía de la boca, podía sentir el olor de la carne podrida de aquel animal entre mis manos, la imagen de la terrible carnicería estaba bien presente, el reguero de sangre que brotaban de las gargantas de los ya muertos cuando aún me revolcaba en sus vísceras y miembros mutilados.

Zambullí las manos en el agua, y al frotarlas con un forraje y un poco de jabón de castilla, el líquido comenzó a tornarse de un color óxido, sin poder verlo, en mis uñas estaban diminutas incrustaciones de piel y pelos que se desvanecían entre el agua caliente.

Coloque ambos brazos a los extremos de la tina, reposando la cabeza en la fina cerámica. Cerré los ojos por un momento y recordé:

Todo estaba obscuro, estaba agitado, cansado, adolorido y algo aturdido, cuando todo se volvió más claro y pude sentarme, sentí la presencia de alguien a mi lado, giré la cabeza para darme cuenta de quien se trataba. La joven Ailann sonrió, mostrando los caninos blancos y puntiagudos. Lentamente se me acercó, y colocando la mano sobre mi mejilla me guio el rostro hasta sus labios, depositando un suave beso sobre los míos. Rápidamente correspondí en una especie de frenesí, le tiré de los cabellos, haciéndola ponerse a gatas. Me posicione tras de ella, me deshice de mis propios pantalones, y con ambas manos rasgue los contrarios.

Le sostuve por los glúteos y casi de inmediato hice que mi miembro le penetrara; un gemido lleno de excitación y completo placer inundo el bodegón. Comencé a moverme de atrás hacia adelante en un ritmo bestial, mi cuerpo cada vez que chocaba con el más delgado producía esa sensación de éxtasis y frenesí, la femenina arañaba la madera debajo de nosotros gracias al dolor que le causaba el acto.

Una vez más la embestí con mayor fuerza que antes, haciendo que los pechos se movieran de abajo hacia arriba, la fuerza que aplicaba en cada movimiento iba en aumento, cada vez que entraba y salía obtenía gemidos más y más desgastados, parecía que Ailann sentía ardor en la parte intima, pero cuando más adolorida estaba más rogaba a que no me detuviera.

Finalmente, mi cuerpo sintió ese espasmo que iba desde el abdomen hasta la punta del miembro. Fue entonces que era tarde, la extremidad ya había derramado mi semen dentro de la joven Resse, algunos rastros habían salido para escurrir entre sus piernas. Me retire del interior, tratando de recobrar el aliento a la par de acomodar las prendas en su lugar y echar los cabellos hacia atrás.

—Quiero que reúnas a más merodeadores. Los que sean posibles, convierte a personas inocentes si es necesario, pero todo con discreción. —

—No me harán caso, ellos desearán verlo a usted. Además... La luna de sangre no será hasta dentro de un mes ...—Comento a la vez que se arrastraba jadeante hacia mí, me abrazo de las piernas, estaba tocando nuevamente el bulto por debajo del pantalón.

—Diles que ahora llevas la semilla del lobo de Dios. —Le respondí con un soplido, apartando de inmediato a la joven, provocando que cayera de espalda al suelo.

Para cuando la misma se quiso poner en pie, un intercambio de gruñidos se hizo presente entre los dos. Como si de un cachorro que se tratase, la mujer se encorvo, ante mí, asintiendo en un par de ocasiones.

Una vez más había abierto los ojos, estaba dentro de la tina en mi hogar, al poco tiempo me puse de pie, retirándome del lugar en dirección a los aposentos.

DEL DIARIO DE CAMERON MURRAY

Durante esa noche, Emilio y yo no pudimos movernos del sitio; quizás solo nos desplazamos entre las diferentes habitaciones de la planta baja. Esperábamos a que el mayordomo, Aleksander o el mismo doctor, bajaran y nos dijeran algo acerca del estado de la señorita Danica o en su defecto, pudieran explicarnos qué clase de criatura era esa cosa y por qué se nos había hecho llevárnosla hasta su casa.

— ¿Sabes? Note algo extraño en ese sujeto.  —Comento el joven Emilio, tomando asiento en un lugar cerca del comedor principal. —Las cosas que dice...—

— ¿El idioma latín? — Me le adelante, acertando a lo que el primero trataba de explicar. Tomé un par de vasos de la alacena al igual que una jarra con agua fresca. Si íbamos a regresar a la posada no podríamos estar bebiendo nada de alcohol.

—Si... Al principio dijo... dijo Habitabit lupus cum agno. —

— ¿Y eso que significa? — Le cuestione tomando asiento al frente de él, acercándole uno de los dos vasos.

Apenas escucho la pregunta, Emilio extrajo de entre sus ropas la santa biblia, buscando la página correcta hasta encontrarla.

— Se trata de un pasaje del nuevo testamento, significa que el lobo morara con el cordero. — Hizo un ademan con la cabeza para luego tomar el vaso que se le había acercado.

Isaías 11:6

El lobo morará con el cordero y parecerán juntos.:
Hare un pacto de paz con ellos y eliminare de la
tierra a las bestias feroces, para que habiten
seguros en el desierto y duerman en los bosques.

— ¿y...? — Respondí sin siquiera tomar el tiempo de ver el tomo. Yo no era una persona del todo creyente, sino que era un hombre de ciencia. Es por eso que aún a pesar de ver tantas cosas durante la última noche, seguía pensando que todo esto tenía una explicación lógica o al menos más humana. 

—Significa que el bien y el mal estarán juntos, en algún momento o lugar. —Explico Emilio.

—Después... después dijo Causa est lupus dei, lo cual significa ''él es el lobo de dios''— Bebió otro sorbo del refrescante líquido, dejándome con una expresión de curiosidad en el rostro.

— ¿Él es el lobo de dios? ¿El lobo y el cordero? ¡No tiene sentido! ¿Por qué nos diría todo eso? Seguro te has equivocado. — Le dije tomando un buen sorbo del vaso; sabía que Emilio era griego, pero hacía mucho tiempo que había abandonado su natal país, el uso de ese lenguaje no era muy común para personas residentes en Francia. No tenía mejor explicación que había escuchado mal.

—Soy originario de Milos ¿lo olvidas? —Reprendió al instante.

— Sé perfectamente lo que significa. —Volvía a acomodarse sobre el asiento, aguardando en silencio una vez más. —Lo más extraño es que... justo cuando dijo eso, este sujeto... el joven Aleksander apareció de la nada. —

Finalizo. Y extrañamente lo que Emilio decía parecía tener un poco de sentido, aunque también se podría tratar de una mera casualidad, después de todo, esas cosas pasan, ¿no? Con los dedos sobre el vaso permanecí recapacitando todo lo que mi compañero explicaba.

En un instante recordé momentos atrás la impresión en el rostro que había mostrado el mayordomo justo en el momento en el que Aleksander había vuelto. Estaba temeroso, como si dudara de acercársele o no.

— Y la mirada en su sirviente cambio, como si hubiera visto una clase de monstruo o algo así. — Le dije. Estaba convencido de que no se trataba de una casualidad, y que probablemente estábamos en un lugar donde el lobo moraba, ¿pero y el cordero? ¿Éramos nosotros?

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