13. Hombres Lobo de Londres
Danica relamió sus labios en una especie de sonrisa ante las palabras del más alto. Haciendo que su voz resonara entre las paredes de aquella vieja edificación. —Pensé que habías muerto, Byron. La última vez si mal no recuerdo, Aleksander te quito medio rostro. —
Ese tono de voz de Danica era lo que me fascinaba, era la misma fiereza con la que me excitaba e inducia a meterme entre sus piernas; gire la vista hacia ella otorgándole una sonrisa impecable que al poco tiempo mi muy amada hermana respondería con una curvatura en los labios.
—Lo recuerdo bien. — Respondió el hombre, creando un ademan con la mano como si de una cortesía se tratase.
—Dinos que ha pasado Byron ¿porque tus merodeadores estaban vigilando mi casa anoche? —Pregunte de inmediato, un tanto impaciente ante el preámbulo de las presentaciones.
—Alguien nos informó que habían llegado citadinos de otro lugar. —El hombre llevo las manos a la espalda, caminando de frente a nosotros, pasándose de un lado a otro.
— ¡Ese asunto no le corresponde a tu raza, Byron! — Reprendí entre dientes, cerrando los puños sin ser muy notorio. Esperaba que aquel sujeto no osase decir algo que pudiera comprometernos a Danica y a mí.
— ¡Por supuesto que sí! Sabes que los extranjeros vienen con nuevas costumbres y quién sabe con qué debajo de sus capas. — El hombre tuerto estaba muy cerca del señor Emilio, este último solo permaneció en completo silencio y sin crear un solo movimiento.
Emilio estaba asustado, lo pude notar. De inmediato me acerque hasta ellos dos, haciendo que Byron se alejara casi al instante —Están buscando a una chica. — Sentencie apartando al joven Emilio con mi mano.
Y tan pronto fije mis ojos en Byron una chica salto a la luz, tenía el cabello rubio, su piel un poco más clara que la del mayor, con ojos verdes. — ¡La chica está con ellos, es la nueva novia de Nosferatu! —
— ¡Silencio Ailann! — Ordeno Byron con rapidez y una cara de molestia, estaba emitiendo un sonido en contra de ella muy parecido a un gruñido. La chica se encorvaba al igual que un cachorro intimidado por uno mayor.
—Es una perra de los pieles blancas. ¡Debemos matarla antes que pueda parir a sus engendros! — Respondió la muchacha con cierta excitación tomando al más alto del brazo como si quisiera llamar su atención. Extrañamente sus ojos se abrillantaban, tornándose amarillentos.
— ¿Que está diciendo? ¡Repítalo! — Cameron dio un par de pasos hasta donde la joven rubia se encontraba, le tomo por los brazos estrujándola.
Tan pronto vieron aquella acción Emilio y Amadeus lo alejaron, reteniéndolo en la parte posterior. Amadeus le susurraba que debía de calmarse o estarían en grandes problemas.
—Deberías controlar a tus perros, Byron. — Sentencie sin perder de vista al hombre frente a mí, así como tampoco dejaba que alguno a su alrededor diera un paso hacia nosotros.
—Están así por Danica. Les gusta su olor. — Respondió el de cabellos largos, dejando una caricia en los cabellos rubios de su compañera, haciendo que cualquier tipo de excitación se desvaneciera al igual que con aquellos que se encontraban a su espalda. Aquella acción me recordó el pequeño cachorro de Danica, al cual siempre lo controlaba al acariciarle detrás de las orejas.
—Te propongo un trato, Lupeiscu. Ese piel blanca que estuvo anoche en tu casa por la pequeña zorra—
— ¿Cómo sé que lo tienes? — Enarque una ceja ante dicha proposición. Debo admitir que por un momento pensé que sería un buen trato; después de todo, Danica no podría correr ningún riesgo sabiendo lo que es capaz de hacer.
Y tan pronto termine de hablar, aquel con la piel canela mostro los horribles colmillos al sonreír, dirigiendo la vista a su compañía.
— ¡Tráiganlo! — Ordeno en voz alta, y de pronto dos mas muy similares a su apariencia dejaron caer un cuerpo. —Es el que estuvo en tu casa, ese niño bonito de pelo rojo lo dejo entrar. Mis hermanos lo capturaron cuando el muy torpe abrió la puerta más tarde. — Byron señalo al joven Cameron haciendo notar lo largas y afiladas que estaban las uñas de sus manos, asimilándose a las garras de algún animal.
El sujeto que recién nos habían presentado tenía el rostro cubierto, de pronto la chica Ailann se adelantó para retirar la bolsa de la cabeza, dejando ver así la piel blanca de su rostro y cuello a tal punto de parecer perlas puras. No tenía cabello lo cual hacia resaltar lo puntiagudas que eran sus orejas, los ojos eran rojos brillantes, debajo de los ojos unas manchas negras muy similares a las que aparecen cuando uno padece de insomnio. Era delgado y parecía estar muy aturdido por la luz y el reciente golpe que recibió.
—Dejaré que elijas. — La voz del más alto hizo que el resto dejase de ver al sujeto, centrándose nuevamente en ellos.
Asentí un par de veces a la vez que sonreía, volteé a ver a mis compañeros. Primero a mi fiel Amadeus, quien solo asintió con la vista sin llegar a ser muy notorio, me mostro debajo del abrigo la empuñadura de la pistola siendo sostenida firmemente por su mano; se trataba de mi hombre de entera confianza, era obvio que supiera todo aquello que yo planeaba.
Después vi a Emilio y Cameron, que, aunque no entendían lo que trataba de decirles parecían estar alertas ante todo como les dije al principio. Por último, termine mirando hacia mi hermosa mujer de cabellera negra. Al verla parada entre la penumbra miles de pensamientos inundaron mi mente, Danica había estado a mi lado prácticamente desde que nació. Cuide de ella siempre, me resultaba demasiado aterrador perderla en un lugar tan horrendo como este.
¡Oh mi amada Danica! ¿Por qué la había arriesgado de esta manera? Pensé, y entonces levanté la mirada; me sonrió con su rostro pálido y hermoso, sus ojos denotaban lo segura que se sentía. Sonriendo de vuelta extendí la mano hacia ella, haciendo que se acercara en tan solo dos pasos.
Le sostuve por la cintura, tuve el tiempo suficiente para olerla; lavanda y menta. Ese era el olor de mi amada. Enseguida le rodeé el cuello con el brazo derecho, colocándola delante de mí: —De acuerdo. ¿La quieres? ¡Ven por ella! — Advertí y enseguida lamí la mejilla de la menor, extendiendo una vez más el brazo izquierdo, sosteniendo el revolver entre mi mano.
Amadeus desenfundo el arma disparando por igual, liberando dos tiros en dirección del prisionero al que nos habían mostrado. Dos segundos más tarde, las armas de Danica y la mía dispararon al mismo tiempo, hiriendo a un par de los llamados merodeadores, logrando crear una pequeña distracción para que nuestro mayordomo sostuviera al hombre pálido entre sus brazos.
Aquellos a nuestro alrededor comenzaban a cambiar, Cameron y Emilio se dieron cuenta con horror en lo que se estaban convirtiendo. Hombres-lobo, hombres bestiales, todos ellos, los quince o veinte presentes; Ailann Resse la más caucásica del grupo sufría la misma transformación. Su piel se estaba volviendo marrón, áspera y velluda cubierta en su totalidad de pelo negro. Su flaco cuerpo se endurecía y su delgada nariz se aplastaba hasta convertirse en un hocico lobuno.
Byron el más alto y fortachón, parecía hacerse más grueso y fornido mientras saltaban las costuras de su traje azul brillante para dejar salir manojos de pelo áspero y oscuro como si fueran el relleno de un viejo sofá cuyos muelles hubieran roto el tapizado. Sus labios gruesos se abrían como ampollas para dejar al descubierto dientes del tamaño de teclas de piano y rotulas enormes y pronunciadas.
Los ojos amarillos brillaron en la obscuridad y al poco tiempo volvían a desaparecer. Permanecía atento, había soltado a mi hermana; ahora sostenía una pistola en cada mano. El cuerpo frio entre los brazos de nuestro mayordomo parecía tornarse más pesado, la criatura había perecido por los dos impactos que recibió del arma de Amadeus. De pronto la única luz que nos iluminaba se apagó. Todo quedo en penumbras y en total silencio, solo podíamos escuchar el ligero crujir de la madera debajo de nuestros pies y los pesados jadeos como si miles de animales salvajes estuvieran asechándonos.
En ese momento un rugir lleno el bodegón, y casi de inmediato notamos como unos brillantes ojos amarillos se abalanzaron sobre nosotros, tenía la mandíbula abierta mostrando los letales dientes, estaba por echarse encima del joven Cameron, este se había paralizado, seguramente no sabía qué hacer, al igual que nosotros sentía que su piel se había helado por completo. Juraría que el vello de la espalda se erizo encarnándosele entre las ropas de lino y seda.
Pero afortunadamente el joven Emilio se colocó por delante él, desatando un tiroteo, dos balas fueron suficientes para derribar aquella enorme bestia. Su primera vez disparando y lo había hecho perfectamente. Para que las balas fueran capaces de derribar a dos diferentes bestias tenían que estar bañadas en plata pura; por lo cual eran de alto coste, no podríamos ir lanzándolas al aire nada más porque sí.
En esos momentos la bestia se desplomó por completo, tuvo una sacudida... y murió. El señor Murray la miraba fijamente, con la boca abierta por el horror y la sorpresa. Emilio se volvió hacia su compañero, sostenía la humeante arma todavía en las manos. Su rostro tenía una expresión cansada, pero como de alguien que, finalmente, ha alcanzado la paz. Quizás por haber logrado disparar el arma y salvar de una muerte brutal a su mejor amigo.
En el suelo, bajo las ruinas de una de las mejores fábricas de empaquetado y almacenaje, el hombre-lobo había comenzado a cambiar. El pelo que había cubierto su cuerpo y su rostro pareció como si volviera a entrar en el cuerpo de un modo extraño e inexplicable. Sus labios, contraídos en un rugido de dolor y rabia, se relajaron y cubrieron los dientes que empezaron también a encogerse, a reducirse al tamaño y la forma de una dentadura humana. Las garras parecieron fundirse mágicamente hasta transformarse en uñas, unas uñas humanas que de forma patética mostraban huellas de ser las de un hombre que acostumbraba mordérselas y llenas de polvo y moho.
El humo que salía del cañón de la pistola penetro sus fosas, haciendo recobrar la conciencia de los dos sujetos, tanto que Emilio también lanzo un grito en una especie de éxtasis:
— ¡Corran! —
La luz de la luna entro por las cien ventanas de la bodega, iluminando nuestra precipitada retirada. Amadeus encabezaba la huida, enseguida iba Danica, tratando de estar alerta ante cualquier cosa, después iba Emilio y Cameron, lanzando balas a la obscuridad escuchando de vez en cuando aullidos ahogados, significando que la bala había herido a una de esas bestias.
Yo estaba por detrás, pero Ailann Resse se lanzó sobre mi cuando trataba de retroceder, pero conforme lo hacía tuve la mala suerte de tropezar con una especie de viga en el suelo y terminé cayendo a lo largo sobre el piso de madera, Ailann se echó sobre mí y ambos rodamos por el suelo del bodegón, forcejando y aullando con voces que casi eran humanas. Y entonces los demás se unieron a ella, y el sonido de sus rugidos apagados me recordó el de un parque zoológico en el momento en el que se les reparte la comida a los animales salvajes.
No estoy completamente de que había pasado después, solo podía ver en ocasiones cuando los espacios entre todas las bestias se abrían. Al percatarse del incidente Amadeus dejo en el suelo el cuerpo, abrió fuego en contra de la reciente horda. Dos, tres, cuatro, cinco, uno a uno, todos comenzaban a caer, aunque de manera lenta, gracias a un espacio entre los diferentes cuerpos pude darme cuenta de la expresión que reinaba en su rostro; su principal temor era herir a su amo quien se encontraba en el suelo.
También pude observar a Cameron quien trataba de ayudar, disparaba una bala y retrocedía dos pasos por temor a que aquellas bestias se abalanzaran sobre él. Y cuando finalmente creía que todo estaba perdido, Amadeus me levanto, hizo apoyarme sobre su hombro, yo estaba sangrando de los brazos debido a que los había usado para retener la mandíbula de aquellas feroces bestias, y cojeaba de la pierna derecha, uno de ellos alcanzo a rasgarme con sus garras, estaba seguro.
DEL DIARIO DE CAMERON MURRAY
(Continuación)
No sé cómo poder describir todo lo que paso esta noche, es imposible lo que vimos y vivimos. Habíamos encontrado a un hombre que comenzó a decir que una mujer había estado en la casa de los Lupeiscu durante la noche anterior, más aún que podría ser la nueva novia de alguien a quien llamaban Nosferatu.
Me negué a creer todo lo que dijeron, pero en ese momento algo me invadió, la rabia quizás de creer que podría ser cierto. Yo había visto a Marie la noche anterior y esa extraña ráfaga de viento y olor a descomposición que sentí cuando abrí la puerta, me indicaban que podía ser ella la mujer que describían. Aunque de algo si pude estar seguro, fue que el hombre a quien nos presentaron era el mismo sujeto a quien pude observar por la ventana en la acera esa misma noche.
De pronto aquellas personas de aspecto más... nativas... cambiaron, a un aspecto totalmente bestial, tenían garras y dientes afilados, su rostro o donde debía estar, ahora era una inmensa masa poblada de grueso pelo y una nariz enorme y abultada; perros u hombres, lobos quizás, eran horrendos y muy peligrosos.
Emilio tomó el cuerpo de piel blanca echándoselo sobre el hombro cuando el mayordomo de los Lupeiscu lo soltó para poder ayudar a su señor, estábamos realmente cerca de la puerta, tanto que podía jurar que estaba sintiendo la humedad de las calles y el olor repulsivo de las mismas. Sin embargo, me fue inevitable no percatarme del estado en el que el de cabello negro se había levantado, estaba un poco tranquilo al darme cuenta que aún seguía con vida, entonces me di media vuelta, pero enseguida tan pronto lo hice, el rostro pálido de la joven Danica se interpuso en mi camino.
Podía jurar que mi rostro palideció en ese preciso momento, aquel susto solo provoco que el dedo se presionara sobre el gatillo de la pistola erguida, la bala marcada con el número diez se deslizo por el tambor, siendo liberada del cañón, alojándose en el epigastrio de la señora Danica. Se escuchó un disparo y después Aleksander vio a su hermana desfallecer.
—Bien hecho, señor Murray —Susurro ella con un rostro lleno de temor para después desplomarse en el suelo.
Enseguida el heredero de Lupeiscu corrió hacia nosotros, arrastrando la pierna que estaba herida, alcanzo a levantar el rostro de su hermana. Sus ropas estaban empapadas en sangre, y su rostro estaba más pálido de lo normal.
—Aleksander... Tengo frio... — Susurro con un débil tono, tratando de sonreír hacia el mayor.
Fue imposible para Aleksander no derramar un par de lágrimas, sentía impotencia por no poder hacer algo en ese momento.
— ¡Amadeus, llévatela! — Con trabajo se puso en pie por sí solo, se deshizo del saco largo, colocándoselo a la joven. El joven Lupeiscu vestía una indumentaria característica de su clase, sin embargo, al despojarse de aquella prenda dejo ver la sobaquera doble de cuero que contenía una pistola por cada lado.
—Pero señor... — Decía el hombre, recibiendo una mirada llena de cólera, acatando de inmediato las ordenes de su joven amo.
— ¡Haz lo que te digo! —Aleksander se pasó el brazo derecho por su rostro, limpiando cualquier rastro de humedad en él. Cuando estábamos por salir pudimos notar como tomaba ambas armas entre las manos apuntándolas hacia la obscuridad.
Los tres nos retiramos del bodegón, a la orden de lord Aleksander, cerrando la puerta con un golpe al final. Emilio con el pálido ser en sus brazos y Amadeus con la delicada muchacha. Rápidamente ascendimos a los dos coches que nos esperaban en las afueras de la galería, emprendiendo la marcha a todo galope.
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