12. Secretos Siniestros, Parte 3
A primera instancia, no pudimos ver nada, la espesa neblina aún no se dispersaba, y, por el contrario, comenzaba a tornarse un poco verdosa, el hedor era insufrible, podía percibir el olor a animales muertos. Esperamos un poco delante de la acera de aquel sitio, sin embargo, ningún coche pasó. Por un segundo olvidamos en el tipo de barrio en el que nos encontrábamos y que el tipo de personas que residía en el mismo no era capaz de pagar un servicio como ese. Finalmente, después de ver nuestro tiempo perdido en balde, optamos por caminar hacia el destino acordado.
La apresurada marcha nos llevó al destino casi sobre el tiempo. Nuestros pasos sobre las charcas me hacían pensar en la charla que había mantenido con la señorita Elizabeth: — ¿No eres de por aquí verdad? —Cuestionó sin dejar de verme.
—Para nada... soy francés. — Le respondí con media sonrisa en el rostro.
—Pues déjame advertirte algo, Monsieur. — Elizabeth me tomo levemente por las manos, acortando cualquier distancia entre ambos. Susurrando muy cerca de mi oído. — Londres está lleno de placeres y terrores magníficos. Los primeros se representan con lindas mujeres como yo, a veces unas mejores que otras. Y la última, son cosas que quizás nunca creerías. —
Elizabeth deposito un beso sobre mi mejilla derecha, introduciendo una de sus manos dentro del bolsillo de mi chaqueta. Rápidamente se alejó de mí, alzando y haciendo girar entre sus dedos el reloj de bolsillo que siempre llevaba conmigo.
— ¡Necesitare eso más tarde! — Respondí alzando la voz, sin moverme un solo paso de su lugar.
—Te lo entregare mañana. Misma a la hora que hoy. — Dijo ella sin detener su andar.
— ¿Cómo sabré que lo harás? — Pregunte.
La mujer se detuvo de inmediato, girando la cabeza solo un poco para poder verme una vez más. —Estaré a tiempo—. Respondió con la peculiar sonrisa en el rostro, bajando la tapa del reloj y agitándolo un par de veces.
En realidad, no sabía porque permití que esa joven hurtara mi reloj. O quizás sí; desde el incidente de Marie, cada que veía a cualquier persona con cabello castaño sentía como si fuera mi esposa, me parecían atractivas cuando sonreían, y me volvía loco si me enteraba que amaban las artes. Sin embargo, nunca había sido capaz de ir a la intimidad con alguna de ellas. Durante los últimos meses en parís, mi madre había tratado de convencerme de buscar otra esposa, inclusive dio el consentimiento de permitirme que llevara algunas concubinas a mis habitaciones, pero todo sin éxito.
Me negaba completamente a olvidar a mi tan amada esposa, y por supuesto no lo haría ahora que podía recibir ayuda de las personas correctas. Entre las húmedas calles de Londres un grupo de tres personas merodeaba entre el callejón de la Galería de arte.
—¡Señor Lupeiscu! —Exclame sin temor a equivocarme, acercándonos al grupo que habíamos divisado desde metros atrás al otro lado de la calle.
— ¡Señor Murray! Pensamos que no vendría — Respondió el londinense, alejándose un poco del grupo con dirección hacia nosotros.
— ¿Pensamos? — Pregunto Emilio, girándose un poco para poder verme.
—Buenas noches, señor Murray. Señor Carter — Un segundo entre el grupo se movió, mostrando una sonrisa ante el reciente saludo.
Aquellos que nos esperaban eran tres; Aleksander Lupeiscu, y su fiel Amadeus Owen, una especie de mayordomo que lo seguía a todos lados, aunque parecía más ser un cuidador. Amadeus era fuerte, un hombre con barba negra y piel tostada para ser inglés, bastante serio, con las ropas impecables detrás del joven heredero.
Por último, pero menos importante, la señorita Van Huntdis, aunque no como la conocimos la primera noche, pues por esta ocasión iba vestida como un hombre, con pantalones negros y un saco largo, un corbatín y el sombrero de media copa que ocultaba por completo el largo cabello negro.
—Señorita Van Huntdis ¿qué hace vestida de esa forma? — Le interrogue sin poder apartar mi vista de arriba a abajo, definitivamente era una persona irreconocible con todas esas ropas que llevaba puestas.
—Una mujer no puede estar fuera de casa a tan altas horas de la noche. Y aunque para mi dejo de ser importante hace mucho tiempo, tengo que preservar el buen nombre de mi familia. — Respondió con media sonrisa en el rostro.
—Buena idea. — Dije asintiendo un par de veces con la cabeza y después poder ver hacia el grupo de personas. Fue extraño e incómodo para nosotros llegar al sitio; pues después de saludarnos tuvimos que esperar un tiempo frente a la acera del sitio. Hasta que finalmente el mayordomo Amadeus observo al reloj y dijo:
—Mi señor ya es tiempo. — Le mostro su reloj de bolsillo al de cabellera negra, el cual solo asintió mordisqueando de ultimo la coleta del habano.
—Bien. ¡Entremos! — Ordeno Aleksander. Y de pronto metió las manos bajo el abrigo dando un par de pasos hacia mí.
—Espere un minuto... ¿que estamos haciendo aquí? —
—Buscando a una persona. No necesita saber más que eso, pero no se sorprenda por nada de lo que vea. ¿Sabe disparar? — Me preguntó.
—En realidad, no — Respondí inmediatamente, observando fijamente las acciones que el londinense realizaba. Sorpresa fue cuando del interior de la prenda Aleksander extrajo un revolver.
—Solo sosténgala firme. Manténgase alerta y dispare a todo lo que le parezca extraño. — Aleksander explicaba al mismo tiempo en el que abría el tambor de la pistola, mostrándome la cantidad de diez disparos. Sabía que tenía que decir algo, negarme, quizás, pero no pude, estaba tan acobardado que luchaba por no reflejarlo en mi rostro durante el tiempo en el que observaba el accionar de Aleksander.
— ¡Vaya responsabilidad! ¿Sera que puedo dispararle a usted en este momento? — Pensé en voz alta, sí, pero por suerte es que de mi boca las palabras salían en mi lengua materna. Pero sin duda desee con todas mis fuerzas que aquel hombre no conociera el idioma. Tomé el arma de cañón largo sosteniéndola firmemente entre las manos.
Aleksander se dio media vuelta y se alejó, explicándole lo mismo a Emilio. —Señor Carter, aquí tiene. Manténgase alerta y dispare a lo que le parezca extraño. —
En ese momento Aleksander realizo una seña con la cabeza y de inmediato Amadeus empujo la puerta con su hombro; sorprendente era la fuerza de aquel hombre. Los cinco emprendimos la caminata hacia dentro de lo que parecía una bodega; a la cabeza, por el lado izquierdo, se encontraba Emilio, al otro extremo estaba yo y al centro la señorita Danica, Amadeus y su amo estaban detrás de nosotros.
Los cimientos de aquel edificio estaban separados en diferentes áreas, recreando sectores para almacenaje. Solo podíamos ver alrededor a cada segundo. Estaba prohibido ser sorprendidos por cualquier cosa, era tanta nuestra concentración que por un momento dejamos de apuntarle a la madera crujiente de nuestros pies.
—Señorita Danica —Le llamé, acercándome un poco a su costado. —Tengo varias preguntas para usted. —
—Adelante señor, puede hacerlas—Respondió con media sonrisa en el rostro.
—Lo que ocurrió en la mañana... eso ¿ese don de dónde lo saco? —
—Descubrirlo fue bastante interesante, sí. — Sonrió nuevamente observándome fijamente en un par de ocasiones, enseguida continuaba caminando y continuando con su respuesta, como si descifrara en mi rostro que no me era suficiente una respuesta corta. —Lo obtuve de una vieja amiga en las calles por cincuenta chelines. Una verdadera adquisición. —
— ¿Una herencia? — Cuestionaba con mayor interés, perdiendo totalmente mi atención hacia el alrededor.
—Por supuesto que no, tal vez solo me gustaba ocultar el secreto, como un pecado oculto, pero dentro de mi hubo un cambio, lo note desde esa noche en adelante, tal vez siempre estuvo ahí. — Danica respondía de inmediato a todas las preguntas, como si además de saber que una respuesta corta no me era suficiente también supiera cual sería la siguiente de mis interrogativas.
— ¿Cómo se dio cuenta que usted era... bueno... que era... —
— ¿Una bruja? —Dejo escapar una especie de risa, a lo que solo pude asentir un par de veces —No fue difícil adivinarlo. Mis tierras son cercanas a Rumania, un lugar muy rico en paganismo y criaturas de la noche. Entenderá porqué le hice esa pregunta aquella noche. Creyó que le estaba jugando una broma ¿no es así? — Ante la finalización de su respuesta estaba a punto de soltar una nueva pregunta, sin embargo, un movimiento con la mano de Amadeus me obligo a guardar silencio.
— ¿¡Que han venido a buscar!? — Se escuchó una voz entre la parte obscura del bodegón.
DEL DIARIO DE ALEKSANDER LUPEISCU
11 de MAYO del año 1988,
en la ciudad de Londres, Inglaterra.
Durante un par de meses atrás, comencé a recibir algunas cartas desde Paris. Provenían de un joven chico francés y muy acaudalado, cuya esposa había desaparecido el año anterior. Curiosamente el joven Cameron Murray vino hasta nosotros porque alguien le contó el tipo de trabajo que yo y Danica estamos dispuestos a hacer por una fuerte suma de dinero.
Lo que aún no termino de entender es como el Señor Murray sigue sin creer que aquellos demonios y almas en pena, caminan entre nosotros tomando formas inimaginables. Él que tuvo la oportunidad de ver cara a cara al ángel caído sigue creyendo que su esposa estará viva, y más aún que lo seguirá amando como alguna vez lo hizo. Pobre niño tonto.
La noche anterior Danica cito a los dos extranjeros en una calle no muy lejana de nuestra casa para realizar un trabajo nocturno. Ambos decidimos dejar todo en secreto hasta que la maldad se presente en su verdadera esencia y así el pequeño pintor se convenza de una vez por todas que esta es una situación en la que seguramente querrá salir corriendo de vuelta a parís.
Al adentrarnos al bodegón caminamos por un extenso corredor hasta que nos encontramos al único espacio donde una luz intermitente colgaba de nuestras cabezas. En ese momento sentimos estar en la parte más céntrica de todo el lugar, y que claramente sería la más vulnerable para nosotros mientras todo lo demás quedaba en penumbras. El ambiente comenzó a tornarse frio, lo poco que podíamos ver entre la obscuridad eran unas cuantas sombras, pero sin duda alguna no eran como las sombras normales, estas eran de gran tamaño y más robustas, también pudimos escuchar unos cuantos jadeos que rápidamente se apoderaron del sitio, como si una camada de animales nos rodeara.
— ¿Que han venido a buscar? — Una voz muy conocida para mí se hizo presente, provenía de la parte obscura del bodegón.
— ¡Queremos ver a Byron! — Objete a voz alta observando hacia la obscuridad.
—Lupeiscu, no pensé volver a verte. — Un hombre dio un paso más hacia la luz, y tan de pronto lo hizo enseguida más personas aparecieron detrás de él. —Has venido con la perra Van Huntdis, por poco no la reconozco con esas vestimentas —
De entre las sombras se asomó un hombre, no de mayor altura que yo o que el señor Murray, tenía los cabellos largos de un negro brillante, el tono de su piel era acanelada, y lo más sorprendente de este era que su rostro estaba deformado con una línea que se extendía desde bajo su barbilla, pasándole justo entre el ojo y así hasta el final de su frente, el ojo izquierdo estaba en blanco, como si la cosa que le había ocasionado dicha cicatriz se hubiera llevado la córnea consigo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top