11. Secretos Siniestros, Parte 2
Después de haber abandonado la mansión de los Lupeiscu, Emilio y yo avanzamos por las calles con suma seguridad pues a pesar de encontrarnos en uno de los barrios más pobres y denigrantes, corríamos con la seguridad que no nos acorralarían en un callejón obscuro y nos rebanarían el cuello de extremo a extremo. Nos detuvimos solo en algunas ocasiones a pedir indicaciones, afortunadamente la ayuda venía a un módico precio de un penique.
Las zonas principales de los dockslands eran originalmente dedicadas a la actividad marítima, la mayoría eran zonas poco pobladas, pero eso no significaba que las comunidades locales no eran unidas. Pues inclusive cada una mantenía su jerga y cultura característica.
Conforme nos acercamos a la zona, la neblina comenzaba a espesar debido al Támesis y a las ollas de vapor de las fábricas, sin contar que aquel ambiente se envolvía en un fétido olor a muerto y aguas llenas de mierda y orina.
Los dos nos adentramos a uno de los conocidos tenements. Se trataba de una edificación con seis o siete pisos, un pequeño baño compartido por cada uno de ellos, y habitaciones no muy grandes sin corrientes de ventilación naturales, y muy poca iluminación y equipamiento.
Todo aquello incrementaba dependiendo el coste que estabas dispuesto a pagar. Un penique la noche te daba un techo para dormir. Dos más, un espacio en la escalera principal. Y quince peniques te daban una habitación compartida. Pero si querías conservar tus pertenencias tenías que pagar al menos veinticinco monedas, o bien tres chelines de plata.
Estábamos consientes que en ese sitio no habría sabanas de plumas ni almohadas que parecían un malvavisco, tampoco habría desayuno o privacidad, pero seguramente estaríamos más tranquilos en dicho sitio que la misma casa de los Lupeiscu donde me sentía perseguido.
—Buen día, una habitación para dos, por favor — Menciono el rubio, sacando una diminuta bolsa con lo suficiente de dinero en ella.
—Arriba, segunda puerta a la derecha— Respondió un hombre de cara dura con barba poblada. Estaba tuerto y su olor no era el mejor. Se limitó a entregarnos una pequeña llave oxidada.
—Debemos subir las valijas —Le explique a Emilio, dándome media vuelta para quedar de frente a él.
—Sí, pero antes... — Emilio hizo un ademan con la mano, llamando la atención del encargado. — ¿Dónde puedo encontrar un buen trago? — Pregunto recargándose en el viejo mostrador de madera.
El hombre respondió con un gesto con la cabeza, señalando hacia el extremo del lugar, no era lo que esperaba seguramente, pero algo bueno tendrían que tener.
—Muy amable buen hombre. — Emilio sonrió levantando ligeramente el sombrero que llevaba puesto.
Emilio tomo sus pertenencias y se dirigió hasta donde el hombre nos había señalado. Rápidamente encontramos una especie de barra en la cual las personas podían sentarse mientras esperaban para poder beber un buen trago de brandy. Una vez más nos encontramos con una persona de aspecto duro, con el rostro lleno de total desagrado por los extraños que llegaban de paso.
Un vaso de cristal semi transparente fue colocado delante de cada uno, conteniendo el líquido marrón, al poco tiempo agradecimos, terminamos por levantarnos, moviéndonos únicamente de lugar hacia una de las mesas de madera que se situaban al centro del salón. Ambos bebimos en silencio un par de sorbos, hasta que por fin el sabor amargo del brandy me animo a romper el incómodo momento.
—Sería bueno encontrar a alguien que nos pueda dar ayuda con esta dirección. — Dije lamiéndome los labios, introduciendo la mano dentro de mi chaqueta larga para así extraer el papel de uno de los bolsillos. Usualmente no tenía muchas cosas conmigo, así que fue fácil encontrarlo y extenderlo sobre la mesa. Se trataba del papel que la señorita Danica nos había dado cuando nos despedimos en la calle.
—No pensarás en ir ¿verdad? — Respondió Emilio librándose de atragantarse con el último sorbo de alcohol.
—Tengo que, Emilio. — Dije con la mirada sobre él.
—¡Dijiste que no creías en nada de lo que ellos dijeran! — Expreso el rubio, tratando de persuadirme, debo admitir que Emilio tuvo la mala suerte de encontrarse a un testarudo como amigo.
—Y no les creo, al menos no al señor Aleksander, pero hay algo en la señorita Van Huntdis que me hace dudar. — Respondí enseguida sin dejar de ver el trozo de papel entre mis manos. Tenía escrita una dirección con tinta y caligrafía perfecta, los rizos en sus letras me hacían recordar a la finura con la que Marie escribía en sus primeras cartas para mí.
11:30 pm.
Angel Alley. #90 Whitechapel
High St, London E1 7RA
Danica
— Dime algo, Cameron, ¿ella te interesa? — Emilio se giró sobre el asiento, tratando de llamar la atención del tabernero, se cruzó de piernas y después se recargo sobre la mesa.
Negué. —Sabes que no buscaré a nadie más. — Respondí bebiendo un nuevo sorbo del vaso, sabía a qué tema quería llegar con ese comentario previo.
—Ha pasado más de un año. Realmente no puedes asegurar que Marie está viva. —El cantinero volvía a rellenar nuestros vasos.
Tan pronto el chorro de brandy se corto tome el vaso, bebiendo todo de un sorbo para después dejarlo caer sobre la mesa en la que nos encontrábamos. —Marie lo está, yo lo sé... — Le mostré una leve sonrisa, sintiendo enseguida como alguien me acariciaba los hombros. Para cuando quise ver de quien se trataba solo pude observar un delgado brazo en el aire.
—Buenos días caballeros, tendrán el placer de que los acompañe hoy. — Dijo una dulce voz, perteneciente a una joven doncella. Había tomado asiento en una de las cuatro sillas de alrededor de la mesa. Emilio y yo nos vimos entre sí, sonriendo el uno con el otro antes de dirigirnos hacia la muchacha.
— ¿Cuál es tu nombre? — Pregunto Emilio, haciendo un gesto con la mano para que el hombre encargado de la taberna se les acercara nuevamente.
—Elizabeth Marlott. — Respondió justo antes que aquel menudo hombre se le acercara. —Lo de siempre Randall. — menciono con una sonrisa para así voltear a vernos nuevamente.
Elizabeth era una joven de mediana edad, al menos veintidós años eran justos para su apariencia, media sesenta centímetros por encima de un metro, su cabello era castaño obscuro, no era sedoso ni brilloso, al igual que su rostro y piel, seguramente por la falta de alimento o por padecer alguna enfermedad, lo único que podía lucir brillante en esa persona eran los enormes ojos marrones.
Como caballeros burgueses y conocedores del mundo, pudimos deducir al oficio al que se dedicaba la fémina entre nosotros por la indumentaria que esta vestía; se trataba de un vestido color negro, con bordes y costuras para nada finas. No llevaba alhajas o sarcillos, el cabello tampoco estaba trenzado de forma extravagante o grande, y los mitones que llevaba eran de lana gastada y sucia, pero había algo más que la descartaba como una mujer de clase obrera, una persona que se considerara decente o que fuera de la clase alta, no se hospedaría en un hostal en tan malas condiciones, tampoco andaría sin un chaperón o sirviente por el vestíbulo, mucho menos se sentaría a hablar y beber un trago con dos hombres.
—Emilio Carter —Menciono el rubio terminando de beber el contenido de su vaso. Enseguida tome la palabra.
—Así que, Elizabeth — Le cuestiono Emilio, y en tan solo unos segundos, la chica asintió con una media sonrisa: —Es inglés—
—¿Qué significa? —
—Divinidad— Ante su rápida respuesta, levante una ceja, diciéndole: —Cameron Murray. — Le sonreí.
El tabernero se acercó hasta nosotros, situando un diminuto vaso para la joven. —Un placer — Volvía a sonreír sin si quiera apartar la vista de mí, en ese momento sentí un poco de calor en mi rostro, podría jurar que me había sonrojado. Qué tontería. Pensé. Cuando el hilo bronce termino de brotar de la botella, la señorita Marlott se puso de pie, bebiendo el contenido de un solo sorbo.
— y gracias por el desayuno, caballeros — Carraspeo la garganta un par de veces, dirigiéndose rápidamente a la salida con una sonrisa en los labios, haciendo girar sobre su muñeca el morral de seda negra que usaba como bolso.
Emilio echo la cabeza hacia atrás, riendo ante las acciones de la joven acompañante. Fue inevitable no hacer lo mismo, nos pareció la cosa más graciosa en ese momento, esa pequeña nos había timado; enseguida reaccione, justo a tiempo me levante del asiento. —Señorita Elizabeth. ¡Espera! — Le llame, haciendo que la joven detuviera su andar justo frente a la puerta principal.
—No trabajo tan temprano, lo siento. — Volvía a mostrar esa sonrisa excesivamente blanca, haciendo desvariarme por un segundo.
—No... no es eso... puedes decirme... puedes decirme ¿dónde es esta dirección? —Revise el bolsillo, extendiendo el trozo de papel hacia ella.
—Oh... —Guardo silencio por un momento— bueno, usualmente no prohíbo la entrada de alguien a lugares obscuros y húmedos. Pero si fuera tú, no iría por ningún motivo a este sitio. —
He de admitir que las bromas y la forma de expresarse de Elizabeth me hacían reír, pero lo último que dijo provoco que toda seña de burla se esfumara al siguiente segundo.
— ¿Por qué? — Cuestione apenas me regreso el trozo de papel. Lo tomé de inmediato y lo extendí, tratando de entender que era aquello de malo que Elizabeth había visto en él.
— No pareces ser de las personas que buscan ese tipo de entretenimiento. —Sonrió por última vez. — La dirección que buscas es un callejón que se encuentra situado al lado del edificio del Westminster, Art Gallery en la calle de Westminster. Es un lugar frecuentado mayormente por prostitutas de la zona. —
Elizabeth me explico cómo llegar y como identificar el sitio, como mi única respuesta fue una expresión desconcertante. ¿Porque la señorita Danica me había dado esa dirección?
Después de hablar con la señorita Elizabeth, volví dentro del establecimiento, caminando con una sonrisa en el rostro hasta encontrarme con mi fiel compañero de viaje. — ¡Vaya te ves muy feliz! —
— ¿Sabes algo, amigo? Comienza a gustarme Londres. — Respondí sin borrar la expresión risueña en el rostro.
Emilio se echó a reír, y momentos más tarde nos dispusimos a llevar todas las pertenencias hasta la alcoba, ahí cada uno se aseo y coloco las prendas pertinentes. Las noches en Londres eran frías y húmedas, por lo que pensamos en una gabardina larga, sombrero y un par de guanteletes sería lo ideal para salir aquella noche.
Esperamos a que la obscura noche nos diera la hora pertinente para salir. Poco después de que el reloj marcara las once los dos bajamos a la planta baja de la posada. El encargado de la taberna y la recepción ya habían dejado sus áreas en penumbras. Solo un par de faroles en la entrada dejaba ver por dónde íbamos. Justamente estábamos por cruzar la puerta principal cuando una voz los interrumpió, enseguida guiamos la vista hacia dónde provenía el sonido:
— ¿Volverán tarde, mis lores? — Se trataba de los dos hombres encargados de la posada. Ambos estaban sentados a la mesa, con una pila de monedas y varias cartas, parecían estar jugando écarté, un juego de naipes para dos jugadores.
Permanecimos en silencio un segundo, viéndonos el uno al otro, parecíamos dos idiotas tratando de entender lo que nos habían dicho los dos hombres.
—Esperamos que no... —Respondió Emilio.
—Withechapel no es un buen lugar para pasar la noche fuera, mi señor. — Randall, el encargado de la taberna tenía un puro entre los labios que no dejaba entenderlo muy bien. Al poco tiempo lo retiro dejándolo entre sus regordetes dedos. —Si Jack no los atrapa, aun así, la sopa de guisantes se encargará de fulminarlos. Una vez que crucen esa puerta, me temo que no podrán volver más tarde. —
¿Acaso era una advertencia? ¿O es que quizás nos estaba amenazando? No lo sabíamos, pero Emilio y yo permanecimos cerca de la puerta asintiendo a la orden, los dos estábamos seguros de no desistir en nuestra decisión de salir esa noche.
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