10. Secretos Siniestros, Parte 1

DEL DIARIO DE EMILIO CARTER
(continuación)

El retrato sobre la pared era más y menos que, Romina Van Huntdis, matriarca y tatarabuela de los Lupeiscu. Quien había desposado a un conde transilvano, y heredado la cuantiosa fortuna que los sucedía hasta entonces, además de un castillo al que llamaban Dollanganger Hall, en la antigua Transilvania, cuna de toda la familia Van Huntdis.

Después de haber visto aquella imagen colgada en la pared de los Lupeiscu, Cameron pareció no poder resistirlo más, el parecido de Marie con ese antepasado de los Lupeiscu era increíblemente parecido, sin decir una sola palabra Cameron salió de la casa rápidamente. Desearía haber podido ir tras el antes, sin embargo, no podía arriesgarme a dejar todas mis pertenencias en una casa extraña; no sin saber si tendría oportunidad de rescatarlas después.

—¡Cameron, espera! — Le llame por la espalda, casi se resbalaba en la puerta. Contrario a lo que él había hecho, yo ascendí en la escalinata hacia las habitaciones de la casona, Antes de poder ir tras él, subí apresuradamente, dirigiéndome hacia la recamara de cada uno; tome mis petacas con premura, enseguida corrí hacia la habitación de Cameron, reuní todas sus pertenencias y de igual forma las guarde en su valija sin algún orden. Tan pronto como pude descendí, topándome con unas cuantas criadas asustadas, pasé de largo la entrada sin preocuparme por despedirme de los propietarios de la casa.

En la calle busque a Cameron, no estaba en el pórtico a pesar de mis llamadas de atención, seguramente había avanzado ¿pero en qué dirección? La ciudad era demasiado grande, y yo no podría buscarlo con todas las petacas en mano. A lo lejos, pude ver como Cameron se dejaba caer sobre las rodillas, tan solo dos segundos más tarde, Cameron ya estaba volviendo el estómago.

Mi rostro se afligió al sobre el suelo. Me apresure lo más pronto posible a llegar con él, conocía esa actitud, debía estar aterrado; seguramente todos los posibles escenarios se le vinieron a la mente, uno más aterrador y grotesco que el anterior. Todos seguramente tenían que ver con la desaparición de su esposa Marie y de la trágica muerte que sufrió la señora Jenkins. Ese tormentoso episodio le seguía carcomiendo la cabeza y el alma. Había sido una mala idea hacer este viaje.

—Pobre Cameron, —pensé, —el infierno que ha de estar viviendo con estas extrañas personas. — Finalmente, cuando lo alcance, solo se me vino a la mente reconfortarlo con una palmada en la espalda.

—¡Vaya sujetos! Son solo patrañas. — Me coloque en cuclillas tratando de verlo de frente.

— ¿Amigo no creerás todo lo que esos locos te dicen o sí? Ni si quiera sé porque vinimos hasta acá. — Le dije entre una pequeña risa, esperando que mis ya conocidas bromas lo hicieran ponerse de mejor humor. Le tendí un pañuelo para que pudiera limpiarse el rostro, pero completamente en contra, Cameron solo se limpió la boca con el dorso de la mano, pudiendo responder enseguida.

—Yo la dejé entrar... — Respondió acompañado de un escupitajo.

— ¿¡De qué hablas Cameron!? — Baje la voz, aunque con sorpresa.

—Todo lo que dijo ella, es cierto. Anoche... Marie estuvo en la casa... Su apariencia... Ella ha cambiado, Emilio—Arrojo un último escupitajo, poniéndose de pie nuevamente.

— ¿Entonces porque saliste huyendo de esa forma? —Me incorpore igual que él.

—¡Porque sentí miedo, por eso! Todo lo que dijo de los nosferatu... Ahora pude comprender a que monstruo se refería Robinson en su maldita carta. Y como lo indico, Aleksander Lupeiscu no está demente, sino que es un caza monstruos...  y Marie... me temo que ella sea uno también... — Cameron se dejó caer sobre la pequeña valija que estaba en la acera, de inmediato pude notar como de frente a nosotros una silueta de una mujer se nos acercaba cada vez más.

—¿Caza monstruos? —Pensé, —No, los monstruos solo están en los relatos, me preocupaba la salud mental de Cameron. Vaya que imaginar este tipo de cosas. —

La señorita Danica había caminado detrás de nosotros, tratando de alcanzarnos sin llegar a agitarse. Aunque creo que todo había sido intencional, pues sería bueno que dejara que Cameron se calmara. Cuando se situó delante de nosotros la charla que anteriormente se dio entre nosotros dos ya había llegado a su fin. Otra vez corríamos con la suerte de no ser escuchados por la extraña mujer.

—Señor Murray. ¿Se encuentra mejor? — Pregunto con media sonrisa en el rostro.

Cameron se incorporó, luego suspiro profundamente antes de poder responder a su pregunta, colocándose a la vez el sombrero alto que recién había traído conmigo.

—Si, mucho mejor, gracias. Si me disculpa, mademoiselle, tenemos que buscar un lugar donde dormir y esté libre de toda esta locura. — Cameron respondió haciendo un ademan con las manos, girando levemente sobre sus pies, evitando que así la señorita Van Huntdis viera el estado de su rostro.

—London Docklands —Dijo y termino por sonreír una vez más. —No está muy lejos de aquí. Dicen que es una posada limpia, no la mejor, pero está cerca del puerto. Espero que se sientan cómodos— Dio un paso hacia atrás, alejándose un poco de nosotros.

—Muchas gracias, señorita Danica. — Respondí de inmediato, tomando la mano más delgada y así depositar un beso sobre la muñeca femenina. —Ha sido todo un placer—

A pesar de creer que estaban dementes y que la señorita Van Huntdis casi le vuela la cabeza con un arma a Cameron, debía admitir que su hospitalidad había sido mucha, y por supuesto, ambos éramos unos caballeros, este gesto era lo menos que se merecía por todo lo que habían hecho por nosotros.

DEL DIARIO DE DANICA VAN HUNTDIS
(continuación)

El señor Murray y Carter nos dieron la impresión de estar abrumados con toda esta información. He decidido seguirlos. Por suerte, los dos extranjeros no fueron muy lejos, a unos cuantos metros de la casa, los encontré sentados en la acera sobre sus valijas, al parecer el joven Murray estaba muy mal, su rostro se notaba pálido y había cierta porquería en el suelo. No pude evitar sonreír debido a eso.

Cuando les pregunte si se irían, uno de ellos me respondió afirmativamente, pero su respuesta me dio la impresión que se irían únicamente de la casa y no de la ciudad. Los dos caballeros se despidieron y enseguida el señor Carter me tomo de la mano para depositar un beso sobre mi mano. Termine por sonreír ante el gesto, enseguida el señor Cameron realizo la misma acción.

—Es usted muy amable, señorita. Pero todo... todo parece tan incierto... Golpes en la mesa, voces en el más allá... ¿eh? — Respondió con media sonrisa, antes de presionar mi mano contra sus labios.

—No precisamente ¿Es escéptico? — Le cuestioné

—No del todo... Anoche, por ejemplo...—

Asentí un par de veces sonriéndole. —¿Quiere una explicación de por qué lo sé? —

Cameron negó —Creo que debo de hablar primero con el señor Aleksander—

—Puedo hablar por él— Insistí presionando los labios, para después continuar: —¿Cree que existe un bajo mundo, señor Murray? ¿Un mundo entre lo que conocemos y lo que tememos? —El hombre cerro un poco los ojos tratando de intimidarme. — ¿Un lugar en las sombras rara vez visto, pero profundamente perceptible? ¿Usted cree en eso? —

Suspiro profundamente y respondió momentos más tarde; —Si— Cameron realizo un ademan, extendiendo su brazo derecho para que lo tomase. Instintivamente noté su intención, era un caballero letrado después de todo. Me prendí de su antebrazo avanzando lentamente por la acera.

—Allí estuvo usted anoche, donde algunas almas desafortunadas están condenadas a vivir para siempre. Si es que usted cree en maldiciones...— Cameron no sonrió, por el contrario, cubrió mi mano con la suya sin ceder en el paso lento que se había marcado. —¿Es un hombre prudente? —

—No del todo— Respondió él con un tono de impaciencia en su voz.

Suspire profundamente. —Un hombre prudente se marcharía de esta ciudad y trataría de olvidar todo lo que ocurrió anoche. No miraría atrás—

—Parece una advertencia— Presiono mi mano, y entonces se dio media vuelta para quedar frente a mí.

—Es una invitación— Entonces le sonreí, enarcando un poco la ceja derecha. Cameron quedo en silencio por unos segundos. Una vez más observándome con esos ojos azules, azules e indescifrables, pero a la vez tan vulnerables que podrían hacer temblar a cualquier persona, incluyéndome a mí.

Una vez más estábamos solo nosotros dos, frente a frente, descubriéndonos sin si quiera intentar hacerlo, Cameron con su rostro duro, sin un ápice de empatía por algo más que sus egoístas convicciones, encontrar a su esposa y seguir perteneciendo a un círculo tan reducido como la distancia entre su pecho y el mío.

—Si es tan imprudente como para considerar la idea de quedarse, continuaremos haciendo uso de nuestras habilidades para encontrar a su esposa. — Le sonreí ligeramente, tomándome la libertad de acariciar la parte derecha de su camiseta; el señor Cameron me siguió con la vista. —Aunque dudo mucho que hombre como usted estará especialmente interesado en seguir frecuentándonos—

—¿Qué tipo de hombre soy? —

Me detuve. Nuestras miradas se quedaron enlazadas por unos instantes, como si todo a nuestro alrededor desapareciera. —Uno de gran violencia y fuerzas ocultas— Cameron cerro los ojos, se mordió ligeramente el labio retirándose solo unos cuantos pasos. —Actúa bien su papel sir, pero usted no es así—

—Dígame, ¿de qué se trata esto? —

—Su esposa fue secuestrada por una criatura igual a la que hemos buscado desde hace tiempo. No sospechábamos que existiera otra, ni que tampoco llegara más lejos de Londres. Hay mucho que desconocemos y debemos descubrir—

—¿Y cuál es su papel en todo esto, señorita Danica? —

—Mi papel es solo mío. — Respondí

—Ya he sido un cuenta cuentos antes, y no me conviene. Mentirle a la gente por dinero no me causa fascinación, madame. —

—Es un hombre sensato después de todo. — Incline la cabeza con cortesía: —El señor Amadeus tiene el resto de su equipaje. Él le enseñara a donde ir.  Espero que disfrute de su vida como constructor. Parece que es lo que le conviene, pero si algún día se encuentra en el bajo mundo del que hablamos, y busca escapar de él, ya conoce mi dirección. —

—Y dígame, ¿usted de que quiere escapar? —

—Quizás de lo mismo que usted. Todos tenemos nuestras maldiciones ¿no? Feliz día, señor Murray. — Le mostré una sonrisa ligera, apenas presionando los labios.

—Señorita. —

—Antes de que se vaya, una última cosa si me lo permite. Tendremos un trabajo de expedición esta noche. A las once y treinta, por si quiere venir. — Dije apenas, enseguida vi como el francés tomaba la petaca del suelo. Al poco tiempo le extendí un trozo de papel amarillento que sustraje del bolsillo lateral de mi falda.

El señor Cameron dudo un poco en tomarlo, pero finalmente terminó por aceptarlo.  Sentía que debía decir algo antes de que se fuera, algo que realmente sonara convincente, guarde silencio un par de segundos y enseguida, tal y como si lo hubieran premeditado las palabras salieron de mi boca;

—Véalo por usted mismo. Después de eso, puede seguir pensando en que todo es una farsa, puede volver a Paris si quiere. Pero le aseguro que se lamentara no haber hecho nada por esa mujer. —

—No conozco Londres. — Respondió sin si quiera darse la vuelta o detener su andar.

—Lo encontrará. — Finalice con una sonrisa, dándome la vuelta, regresando al poco tiempo por la acera.

En mi camino de regreso sentí sus miradas sobre mi espalda, pero no podía girar para verlos, eso seguramente estropearía el interés del arquitecto por asistir a la reunión en la noche. Como sea ignore mis pensamientos, sin demorarme mucho en encontrarme con mi hermano, quien había escuchado parte de la conversación anterior y esperaba en el pórtico de la puerta con el ya característico puro en los labios.

— ¿Crees que venga? — Cuestiono mirándome con cierta fijación mientras de sus fosas nasales salía el espeso humo. — Es un hombre de pocas creencias. —

—Vendrá... — Le respondí con seguridad y antes de poder subir algún peldaño del pórtico miré hacia mi espalda, observando al par de extranjeros alejarse. Enseguida volví a sonreír. —Después de todo ¿cuántos hombres me han dicho que no? —  La sonrisa en mi rostro fue reconfortante para Aleksander, enseguida se había contagiado en su rostro, me prendí de su brazo regresando al interior de nuestro hogar.

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