1. Seres de la noche

El modo en que se ha dispuesto la secuencia de estos documentos quedará patente al leerlos. Se han eliminado todas las cuestiones innecesarias con el fin de que el relato se pueda presentar como meros hechos. He recopilado y organizado estos documentos que he obtenido de entre quienes tenían el conocimiento de lo sucedido y albergaban el deseo de compartirlo: una época sombría y extraordinaria.

Ordenadas de acuerdo a fechas escritas en los diarios, el lector hallará mis narraciones con el fin de crear un todo. Y saque de ello las conclusiones que desee. Tengo la plena convicción de que los sucesos aquí descritos acontecieron realmente, no cabe la más mínima duda, por increíbles e incomprensibles que puedan parecer a primera vista.

EMILIO CARTER, MEMENTO MORI
Extraído del prefacio original, escrito
Recientemente, eliminado antes de su publicación

DEL DIARIO DE MARIE JONES
PARIS, FRANCIA. ABRIL 10 DEL AÑO 1887

Mr. Cameron Murray, el constructor, era hombre de semblante adusto jamás iluminado por una sonrisa, frío, parco y reservado en la conversación, torpe en la expresión del sentimiento, enjuto, largo, seco y melancólico, y, sin embargo, lograba despertar afecto. En las reuniones de amigos y cuando el vino era de su agrado, sus ojos irradiaban un algo eminentemente humano que no llegaba a reflejarse en sus palabras pero que hablaba, no sólo a través de los símbolos mudos de la expresión de su rostro en la sobremesa, sino también, más alto y con mayor frecuencia, a través de sus acciones de cada día.

Consigo mismo era austero. Cuando estaba sólo bebía ginebra para castigar su gusto por los buenos vinos, y, aunque le gustaba el teatro, no había traspuesto en diez años el umbral de un solo local de aquella especie. Pero reservaba en cambio para el prójimo una enorme tolerancia, meditaba, no sin envidia a veces, sobre los arrestos que requería la comisión de las malas acciones, y, llegado el caso, se inclinaba siempre a ayudar en lugar de censurar. —No critico la herejía de Caín —solía decir con agudeza—. Yo siempre dejo que el prójimo se destruya del modo que mejor le parezca. —

Dado su carácter, constituía generalmente su destino a ser la última amistad honorable, la buena influencia postrera en las vidas de los que avanzaban hacia su perdición y, mientras continuaran frecuentando su trato, su actitud jamás variaba un ápice con respecto a los que se hallaban en dicha situación.

Indudablemente, tal comportamiento no debía resultar difícil a Mr. Murray por ser hombre, en el mejor de los casos, reservado y que basaba su amistad en una tolerancia sólo comparable a su bondad. Es propio de la persona modesta aceptar el círculo de amistades que le ofrecen las manos de la fortuna, y tal era la actitud de mi esposo.

Sus amigos eran, o bien familiares suyos, o aquellos a quienes conocía hacía largos años. Su afecto, como la hiedra, crecía con el tiempo y no respondía necesariamente al carácter de la persona a quien lo otorgaba. De esa clase eran sin duda los lazos que le unían a Mr. Emilio Carter, o como le gustaba que Cameron lo llamase; Milo Carter, lejano amigo suyo y hombre muy conocido en toda la ciudad. Eran muchos los que se preguntaban qué verían el uno en el otro y qué podrían tener en común.

Todo el que se tropezara con ellos en el curso de sus habituales paseos dominicales afirmaba que no decían una sola palabra, que parecían notablemente aburridos y que recibían con evidente agrado la presencia de cualquier amigo. Y, sin embargo, ambos apreciaban al máximo estas excursiones, las consideraban el mejor momento de toda la semana y, para poder disfrutar de ellas sin interrupciones, no sólo rechazaban oportunidades de diversión, sino que resistían incluso a la llamada del trabajo.

Desde hace algunos días he estado pensando en mi reciente vida de casada con el señor Murray, he llegado a pensar que está ansioso por concebir un hijo. Hasta ahora no ha hecho alusión a este deseo, sin embargo, lo sé, pues todas las noches que pasa a mi lado, antes de dormir, se coloca entre mis piernas. Su virilidad se endurece con suma facilidad dentro de mi cuerpo, es como si su deseo llegara tan pronto cuando me ve.

La señora Jenkins dice que el deseo de Cameron se debe a su ego de hombre herido, dice que si concibiera un hijo no me sentiría tan sola cuando Cameron no está, pues este pequeño lo haría volver a casa temprano y permanecer a mi lado. Dice que, si demoro más en preñarme, Cameron pensará en anular nuestro matrimonio. Ella se preocupa por mí, todas las mañanas después del acto aparece con infusiones que pueden ayudarme a concebir, desafortunadamente, los brebajes no hacen más que provocar vómito y un leve sangrado por la tarde. Por eso es que escribí a mi madre esperando que sus consejos sirvan más que los de la señora Jenkins.

Estoy ansiosa y me calma expresarme por escrito; es como susurrarse a sí mismo y escuchar al mismo tiempo, aunque cualquiera que leyera mi diario me tacharía como una mujer libidinosa al relatar mi vida marital.

Este miércoles no he recibido noticia de Cameron. Me estoy poniendo intranquila por él, aunque no sé exactamente por qué; pero sí me gustaría mucho que escribiera, aunque sólo fuese una línea. Su trabajo en ese astillero lo saca de casa al menos dos semanas al mes, luego regresa a casa cinco o siete días, y vuelve a irse en la tarde de ese mismo.

Durante la noche anterior, un ave muy peculiar se acercó a mi ventana, digo peculiar porque se trataba de un cuervo, aquí no hay muchos, pero ese era un muy majestuoso y enorme cuervo, con el plumaje tan brillante como los lustres de un zapato. Estaba empeñado en tocar el cristal cada que intentaba cerrar la ventana. Sus profundos ojos negros son lo más fascinante del ave, la señora Jenkins ha concordado conmigo, inclusive me ha dicho que intente acariciarlo que no pasara nada malo, que el cuervo es un sirviente más de la noche y ellos no dañan a personas tan dulces y lindas como yo.

Temprano esta mañana nos levantamos las dos y bajamos hasta el puerto para ver si había sucedido algo durante la noche. Había muy poca gente en los alrededores, y aunque el sol estaba brillando y el aire estaba claro y fresco, las grandes olas amenazantes, parecían más oscuras de lo que eran debido a que la espuma las coronaba con penachos de nieve, se abrían paso a través de la estrecha boca del puerto, como un hombre que camina a codazos entre una multitud. Sin razón aparente me sentí contenta de que Cameron no hubiera estado en el mar, sino en tierra. Pero ¡oh!, ¿está en tierra o en mar? ¿Dónde está él, y cómo? Me estoy poniendo verdaderamente ansiosa por su paradero.

¡Si sólo supiera lo que debo hacer, y si pudiera hacer algo!

ULTIMO PASAJE DEL DIARIO DE MARIE JONES
PARIS, FRANCIA. ABRIL 20 DEL AÑO 1887

He olvidado por completo escribir mis memorias los últimos diez días.

La tarde de ayer prepare una carta para Cameron que coloque en el correo hoy muy temprano, me emocione tanto que termine escribiéndole dos páginas completas, cuando terminé y estaba decida a transcribirla en este diario, mis dedos estaban llenos de tinta y un poco adormecidos.

Me gustaría ser más como el señor Carter, siempre escribiendo y guardando notas en todas partes sin importar en donde estemos. Recuerdo haberlo visto hoy por la mañana escribir sin parar sobre los bordes amarillentos de una libreta de bolsillo, su bolígrafo tenía tantas fugas que demostraba fielmente cuanto uso le ha dado. ¡Ahhh! Quizás si le muestro mi diario termine burlándose de mi por lo desorganizada que llego a ser con mis promesas.

—La clave para un buen escritor es la verdad. Eso y nada más. — Me dijo cuándo le pregunte cuál era su secreto para lograr ordenar todos sus pensamientos y plasmarlos día con día sin olvidarlos. —Nuestros diarios son un acceso a nuestros recuerdos, la única prueba de que vivimos, y que lo hicimos de una manera correcta, señorita Marie. Cameron me ha dicho que es buena escribiendo, seguramente estará encantado de leer su diario alguna vez. —

Por sus palabras tengo la sospecha que Cameron volverá pronto. Siento un extraño palpitar en mis adentros, como si las visitas e invitaciones del señor Carter a almorzar, fuesen una excusa para mantenerme vigilada, o simplemente haya sido una advertencia diciéndome que Cameron ha perdido la confianza en mí.

¡He escuchado un ruido! Nuevamente estoy sola.

Me dirigí hacia la ventana, y ahí estaba, esa preciosa ave. Esta vez se asustó, pues enseguida traté de correr el marco, se fue volando. Lo curioso es lo que había debajo, un hombre de larga vestimenta mirándome a lo lejos.

Sentí temor. Quise resguardarme tras la cortina para que no me viese vestida con un simple camisón. Pero la fascinación resulto ser más grande, pues su piel brillaba como si estuviera hecha de porcelana. Si le contara esto a Cameron seguramente diría que, permanezco sola mucho tiempo escuchando los relatos de la señora Jenkins y que comienzo a imaginarme cosas de más.

¡O quizás no sea la mejor opción! Vivir de una forma correcta. Es lo que ha dicho el señor Carter, no puedo contárselo, podría mal interpretarse. Una mujer sola, viéndose a los ojos con hombres en la calle. No, Cameron no lo entendería.

He decidido no decir una palabra, quizás cuando sea una vieja senil, estas palabras lleguen a él, y quizás, solo así me crea que nada de lo que estoy viendo es intencional o fantasía.

DEL DIARIO DE CAMERON MURRAY
PARIS, FRANCIA. ABRIL 25 DEL AÑO 1887

Marie camina más que nunca, y cada noche me despierto debido a que anda de arriba abajo por la habitación. Hace girar el picaporte, y al encontrarlo cerrado, va a uno y otro lado de la habitación buscando la llave. Afortunadamente el tiempo está tan caluroso que no puede resfriarse por andar en camisón; pero de todas maneras la ansiedad y el estar perpetuamente despierta están comenzando a afectarme, y yo mismo me estoy poniendo nervioso y padezco un poco de insomnio. Por suerte mi trabajo en el astillero ha terminado y puedo estar con ella mucho más tiempo.

Me asusté cuando la vi en mi regreso, pálida y perdiendo peso, tenía ojeras y su cabello se había vuelto áspero y cenizo. La señora Jenkins había dicho que se trataba de depresión por no verme como ella deseaba, que ella apenas era una niña, y que una esposa joven debía permanecer con su esposo y no viendo por la ventana cosas malignas y seres de noche.

29 DE ABRIL

Gracias a Dios, la salud de Marie se sostiene. Marie se inquieta por la cercanía de la señora Jenkins, pero no le afecta en su semblante, está un poco más gorda y sus mejillas ahora poseen un color rosado encantador. Ha perdido el semblante anémico que tenía los días atrás. Rezo para que todo siga bien y pueda lucir como antes. La última semana Marie ya no ha caminado tanto en sueños, pero hay una extraña concentración acerca de ella que no comprendo; hasta cuando duerme parece estarme observando.

Hoy es un día gris, y mientras escribo el sol está escondido detrás de unas gruesas nubes, muy alto sobre el distrito. Todo es gris, excepto la verde hierba, que parece una esmeralda en medio de todo; grises piedras de tierra, nubes grises, matizadas por la luz del sol en la orilla más lejana de la ciudad.

Marie pasó toda la noche muy intranquila, y yo tampoco pude dormir. La tormenta de anoche fue terrible, y mientras retumbaba fuertemente entre los tiestos de la chimenea, me hizo temblar. Al llegar una fuerte ráfaga de viento, parecía el disparo de un cañón distante.

Cosa bastante rara, Marie no se despertó; pero se levantó dos veces y se vistió. Por fortuna, en cada ocasión me desperté a tiempo y me las arreglé para desvestirla sin despertarla, metiéndola otra vez en cama. Es cosa muy rara este su sonambulismo, pues tan pronto como su voluntad es frustrada de cualquier manera física, su intención de salir, si es que la tiene, desaparece, y se entrega casi exactamente a la rutina de su vida. Espero que, durante los siguientes días, más episodios como estos lleguen a ocurrir.

30 DE ABRIL

Mis predicciones fueron erróneas, pues dos veces durante la noche fui despertado por Marie, que estaba tratando de salir. Al igual que las noches anteriores, incluso dormida, Marie estaba impaciente por encontrar la puerta cerrada con llave, y se volvió a acostar profiriendo quejidos de protesta.

Desperté al amanecer y oí los pájaros piando fuera de la ventana. Marie despertó también, y yo me alegré de ver que estaba incluso mejor que ayer por la mañana. Toda su antigua alegría parece haber vuelto completamente, ella se pasó al lado de la cama apretujándose a mi lado para contarme cómo estaba ansiosa por los últimos días que pase en el astillero, y el cómo verdaderamente le pasaba no poder concebir un hijo todavía; y entonces, trate de consolarla. Bueno, en alguna medida lo conseguí, ya que, aunque la conmiseración no puede alterar los hechos, sí puede contribuir a hacerlos más soportables.

Marie y yo hicimos el amor durante la mañana hasta pasado de medio día. Esta vez realmente espero que mi semilla sea lo suficientemente fuerte para poner un hijo en su vientre.

Se lo he implorado a Dios durante las últimas visitas a la iglesia.

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