Esperanza
El viento sopla sobre el rostro de Perséfone y su cabello se agita a su ritmo. Ella está parada en la costa mirando las olas del mar cambiar de tamaño hasta chocar contra las rocas.
Aiacos viene a su encuentro, pero ella ni se percata de su presencia; su mente está en otro lado.
Esmeralda: Perséfone, quiero que tengas presente una cosa, ¿sí? —Ella asintió— Esto ha sido escrito hace mucho tiempo. No sabemos ni siquiera quién lo escribió, si fue Hades o cualquier otro espectro. Y si fue Hades, no tenemos mayor respaldo en cuanto a su veracidad.
Sus dedos pasaron por las inscripciones hechas en la pared secreta. El manuscrito que habían encontrado poco antes de encontrar el templo de Perséfone hablaba de un secreto, EL SECRETO DE LA REINA. Ella había despertado agitada en los brazos de su hermana Atena y había vuelto a dormir pensando en todas las lágrimas que había derramado por Milo a lo largo de todas sus vidas, y que su amor en realidad solo había sido una fantasía planeada para ser solo eso, UNA SIMPLE FANTASÍA. Entonces recordó lo que le había dicho su madre en su primera vida, cuando estaba perdida en el laberinto. Ella estaba embarazada, y Hades la había asesinado junto a su bebé. Ese era el secreto.
Esmeralda fue la única persona a la que le contó una vez consciente, y fue ella la que la acompañó hasta su templo para averiguar si las palabras de Hades eran ciertas, si había una posibilidad de traerlos de vuelta. Habían tantas puertas y tantos pasillos que Perséfone había perdido la esperanza, sin embargo, se dio el valor necesario para entrar al laberinto, estaba segura de que ese sería el lugar.
El laberinto se extendía bajando las escaleras hasta más allá de lo que los ojos podían ver, era enorme. De pronto, escuchó voces provenientes del oscuro laberinto que trataban de confundirla. Esmeralda encendió una flecha con fuego y disparó. No había ni rastro de posibles espectros perdidos en el laberinto.
Una voz de niño llamó su atención, él decía, El secreto de la reina, no podrán avanzar si no conocen el secreto de la reina.
Perséfone: Tengo esperanza... —Le dijo.
Esmeralda: Perséfone, ¿Cuándo Hades ha querido ayudarte?
Perséfone: No lo sé, quizás se arrepintió o... No interesa.
Esmeralda: Esta bien —Suspiró— Intentaremos. ¿Qué dice la inscripción?
Perséfone: Parte de la vida, la muerte es. Aquellos que traspasaron la barrera, no podrán regresar. El señor de las tinieblas no permite el gran desorden, las almas no pueden regresar a sus cuerpos sin sacrificio. Una vida, por la de otros. La sangre correrá por un círculo, el camino del retorno. La abarrera se abrirá y los escogidos se levantarán con la sangre de Medusa. Sin cuerpo, no hay retorno. Sin sacrificio no hay esperanza.... —Concluyó sin la mirada triste
Esmeralda: Sin cuerpo, no hay retorno —Repitió— Lo siento mucho.
Perséfone: Sabes, yo conseguiré los cuerpos —Dijo decidida.
Esmeralda: Pero, pero, ¿Cómo?
Perséfone: Si puedo atacar al enemigo con su propia técnica regresando el tiempo, puedo traer sus cuerpos momentáneameante, y hacerlos volver. No me voy a resignar a perderlo —Dijo refiriéndose a Milo— Estoy dispuesta a dar mi vida, yo seré el sacrificio —Sentenció.
Aiacos aclaró la voz y la hizo volver al presente.
Aiacos: Perséfone, ya estamos listos.
Ella suspiró.
Perséfone: ¿Cuánto nos tomará llegar?
Aiacos: En caballo 4 horas.
Ella miró el cielo, el sol estaba por alcanzar su punto más alto, el mediodía estaba cerca.
Perséfone: No tenemos mucho tiempo. Debemos conseguirlo para antes del atardecer, si llega la noche, todo será en vano.
Aiacos: Pero, Perséfone. ¿Qué hay de mañana?
Perséfone: Mi fuerza se desvanece, me debilito conforme pasan las horas.
***: Podemos ir en mi yet privado —Intervino Atena.
Perséfone y Aiacos la miraron.
Perséfone: Perfecto —Dijo sonriendo— Llama a tus contactos para que nos recojan.
Aiacos estaba preocupado por Perséfone, cada vez la veía más débil. No se explicaba por qué, ella era inmortal, ya debía haberse repuesto de su viaje por el pasado.
Y no solo era eso, también estaba su estado de ánimo, no era la misma. Ahora se veía muy preocupada, pensativa, y en cierto punto, triste. Su voz era monótona, casi sin vida. Quería preguntarle qué le pasaba, pero sabía que se pondría de mal humor y rechazaría hablar de sus problemas con nadie más que Esmeralda, se habían vuelto muy unidas desde que despertó y recordó su amistad. Debió haber estado pegada también a Aiacos, pero en lugar de ello, se alejó de él. Perséfone solo estaba interesada en conseguir la sangre de Medusa.
Según la leyenda, cuando Perseo mató a Medusa, guardó su sangre en dos vasijas. La sangre tomada del lado derecho podía resucitar a los muertos, mientras que la sangre del lado izquierdo era un veneno instantáneamente mortal.
Perséfone: Debemos llegar a Tesalia pronto y volver al Santuario antes del atardecer.
Aiacos: Pregunta, ¿Por qué debe ser antes del atardecer?
Perséfone: —Lo miró— Porque la barrera se abrirá. Es la transición de día a noche, la hora en la que las almas se preparan para recibir la noche y atemorizar a los vivos.
Aiacos: Es algo que no entiendo, ¿Si son más fuertes de noche, por qué al atardecer?
Perséfone: —Suspiró— Aiacos, estoy cansada, por favor guarda silencio —Cortó.
Aiacos: Como desees —Dijo yéndose algo dolido.
Ella volteó y lo vio irse. Sintió un nudo en la garganta y se vio tentada a llamarlo y decirle que no se vaya, que lo necesitaba a su lado, pero así era mejor. Ella estaba determinada a ser el sacrificio, no podía decirle nada a Aiacos. Sabía bien que desde que había despertado, lo había estado ignorando a propósito para alejarlo voluntariamente de ella y no lastimarlo. Perséfone no quería que la viera morir, y menos llorarla. No quería y no podía lastimarlo. Lo estaba protegiendo a su manera, sin darse cuenta de que ya lo estaba lastimando.
"Lo siento, Aiacos. No merezco tus lágrimas. Ya decidí ser el sacrificio. Moriré al atardecer, y no es algo fácil de asimilar, sé que será por una buena causa, pero quisiera vivir.... Aunque no importa lo que yo quiera, solo que él volverá, y no espero que me perdone. Le hice tanto daño, jugué indirectamente con sus sentimientos. Lo amo, siempre lo he amado, pero fui tan tonta que no vi más allá de mi egoísmo, y lo lastimé, lastimándome a mí misma en el proceso. Ambos nos lastimamos por mi culpa, SOLO POR MI CULPA... "
*
Perséfone apareció en un campo de cebadas con el cielo despejado y un sol brillante. Ella caminaba hacia adelante sin poder ver a nadie cerca. Se preguntaba cómo había llegado allí y el por qué, pero sus preguntas se vieron interrumpidas cuando visualizó un hombre de espaldas a lo lejos. Ella corrió hacia él, sabía quién era por su cabello.
Él escuchó sus pasos acercarse y volteó justo a su encuentro. Perséfone lo abrazó sin dudarlo y lloró sobre su pecho, pero él ni siquiera le correspondió el abrazo. La observaba con dolor y resentimiento; y de un momento a otro, la apartó de sí y la miró a los ojos.
Sus ojos color miel estaban siendo cubiertos por una fina capa de lágrimas y sus labios temblaban al sollozar. Sus ojos azules la observaban tranquilamente, no se atrevía a decir nada.
Perséfone y Milo se sostenían la mirada sin decir nada. Él había cambiado, ahora era frío con ella y ni siquiera hacía algo para que pare de llorar. Había guardado su distancia y sus ojos no reflejaban amor, tan solo compasión. Pareciera que ya no la amaba, lo cual era imposible. Ellos habían estado enamorados desde tiempos inmemorables, siempre se habían encontrado y perdido, ya nada debía sorprenderle, pero él mantenía muy vivaces los recuerdos de las acciones de Perséfone. Recordaba esa sensación asfixiante de estar hundiéndose sin poder hacer nada, esa sensación de impotencia, cegándose para no creer en lo que se había convertido la mujer que amaba.
Milo cortó el juego de miradas y dio media vuelta.
Perséfone: Milo, espera, por favor. —Se apresuró a seguirlo y cortarle el paso— Yo... Me da gusto volver a verte... Todavía no puedo creer que estés aquí.
Milo: Ay, por favor. —Dijo secamente— ¿De verdad tanto gusto te da?
Perséfone: Sí... —Contestó temerosa.
Milo: —Sonrió con sarcasmo— Claro, considerando que mis otros compañeros y yo volamos por los aires. Solamente te da gusto verme a mí. Ni siquiera preguntaste por los demás.
Ella dio un paso atrás y lo miró con miedo.
Perséfone: Milo, ¿Qué te sucede?
Milo: Eso deberías saberlo tú, ¿No lo crees?
Perséfone: Pues... Sí. Lo siento. —Dijo con la mirada al suelo.
Milo: ¿Lo sientes? —Repitió en voz baja— ¡¿Lo sientes?! —Le gritó— Hiciste mucho daño, no solo a mí, sino también a mis compañeros y a personas inocentes. ¡Fuiste muy egoísta!
Perséfone: Milo... —Sollozó– Solo trataba de protegerte
Milo: Tú lo has dicho, tratabas de PROTEGERME, no te importaban los demás. Si no hubieras sido una niña caprichosa jugando a ser el enemigo, si te hubieras comportado desde un principio y hubieras luchado por la causa... —Paró con el ceño fruncido.
Perséfone: Ya sé que es mi culpa, y... No espero que me perdones, ni que o entiendas. —Tomó aire—No solo quería protegerte a ti, quise evitar que mi visión se cumpliera... Los vi morir y algo en mí se activó. Eso me dio la fuerza para rebelarme y llevarme conmigo a mis espectros.
Milo: No te creo. —Sentenció— No sé quién eres, no sé de quién me enamoré. Ni siquiera sé por qué me enamoré de ti.
Todo sonido disponible se anuló y hasta el viento dejó de soplar. El corazón de Perséfone se detuvo y un escalofrío recorrió su espalda. Él se dio cuenta de la letalidad de sus palabras y al verla en shock, se avergonzó de sí mismo y desvió la mirada.
Perséfone: ¿Piensas que fue por la maldición?
Milo: No quiero hablar más.
Perséfone: No, termina lo que tienes que decir.
Milo: Perséfone, YA... NO TE AMO. Alguna vez lo hice, pero ya no más... —Susurró.
Perséfone dio media vuelta y corrió con desesperación, solo quería alejarse de él y llorar en soledad. El corazón se le había roto.
Escuchó una voz familiar y siguió el sonido. De repente, abrió los ojos y Esmeralda la miraba con preocupación junto a Aiacos.
Aiacos: ¿Te encuentras bien? Estabas llorando.... —Dirigió una mano hacia su mejilla y secó una lágrima que se estaba deslizando.
Esmeralda: ¿Qué pasó allá adentro?
Perséfone: Es... Milo. Se apareció en mi sueño y... Me dijo que me lastimaron. Nada que no fuera verdad, excepto lo último.
Esmeralda: ¿Qué te dijo?
Perséfone: Dijo que era mi culpa. Todo. Por mi egoísmo. Me dijo... —Sus ojos se llenaron de lágrimas— Que ya no me amaba... —Sollozó— Me odia, nunca me va a perdonar. —Dijo abrazando a Esmeralda.
Aiacos: Perséfone, no llores. Solamente fue eso, un sueño.
Esmeralda: Exacto. Solo eso, quizá fue tu consciencia, te sientes culpable y se manifestó tomando la forma de Milo.
Perséfone: No. Era él, lo sentí. Era su alma.
Aiacos: Cuando... Cuando vuelva a la vida, todo será distinto. Ya lo verás.
Perséfone dejó de llorar y se detuvo a observar su alrededor. Estaba dentro de una tienda roja, echada sobre una camilla de hospital.
Perséfone: Espera —Dijo sentándose— ¿Dónde estamos?
Esmeralda: Llegamos a Tesalia.
Perséfone: ¿Y mi hermana?
Esmeralda: Partió con los caballeros de bronce.
Perséfone: Entonces, ¿Por qué nos quedamos?
Aiacos: Tuviste fiebre y no despertabas. Atena pensó que lo mejor sería partir sin ti, sin nosotros.
Perséfone: ¿Minos y Radamanthys?
Esmeralda: También se fueron con los demás.
Perséfone: Tengo que ir... —Dijo levantándose de la cama
Aiacos: No. —La detuvo del brazo— Además, ¿Qué puedes hacer allá estando tan débil?
Perséfone: Pero... —Insistió.
Esmeralda: Tiene razón, además piensa en cuánta energía más perderás, pronto ya no te quedará nada para el atardecer.— La reprendió y consiguió que ella desistiese de seguir luchando.
Aiacos: Un momento, creo que me perdí de algo. Escuché a Perséfone en la mañana hablando de lo mismo. Quiere alguien explicarme, ¿Qué demonios significa eso?.
Esmeralda y Perséfone se miraron y se encogieron de hombros.
Aiacos: Creo que tengo que merezco saberlo. —Dijo serio.
Esmeralda: Aiacos...
Perséfone: No, Esmeralda. —Ordenó.
Esmeralda: Lo siento, Aiacos tiene que saberlo. Sé que no querías involucrarlo, pero estamos todos juntos en esto desde hace mucho tiempo...
Aiacos: —Asintió–
Esmeralda: Perséfone ofreció su inmortalidad, ahora es tan mortal como cualquier ser humano. Al parecer su cuerpo no está acostumbrado a la mortalidad y eso está afectando sus fuerzas y su mecanismo interno.
Aiacos: ¿Mortal? —Contestó sorprendido viendo a Perséfone— ¿Por qué lo hiciste?
Esmeralda: Díselo, o lo haré yo.
Perséfone: —La miró con el ceño fruncido— Aiacos... —Suavizó el rostro— Encontré un manuscrito... El mismo que decía que para el ritual se necesita la sangre de Medusa. Hubo algo... —Se aclaró la garganta— Una vida, por la de otros. La sangre correrá por un círculo, el camino del retorno. La abarrera se abrirá y los escogidos se levantarán con la sangre de Medusa. Sin cuerpo, no hay retorno. Sin sacrificio no hay esperanza.... —Concluyó mirándolo a los ojos— SIN SACRIFICIO NO HAY ESPERANZA —Repitió— ¿Sabes lo que significa?
Aiacos la miró detalladamente y examinó preocupado rostro, podía ver en sus ojos el miedo... El miedo a la muerte, entonces lo entendió todo. Su respiración se aceleró y la adrenalina en él creció.
Aiacos: Tú serás el sacrificio... —Dijo en susurros, a lo que ella asintió lentamente— No puedes hacerlo.
Perséfone: Tengo que, Aiacos. Es mi responsabilidad.
Aiacos: No, no es tu responsabilidad. ¡Ellos murieron voluntariamente! —Gritó— Además, ¡tú no lo haces por esos caballeros!. Lo haces por Milo. ¡Vas a entregar tu vida por alguien que no supo ver cuánto amor le tenías!
Ella frunció el ceño.
Aiacos: Si vas a hacerlo, no me quedaré a verlo. —Sentenció y salió de la carpa.
Su adrenalina estaba por los cielos y debía calmarse, pero de solo pensar en que Perséfone moriría por alguien que no la merecía, quería destruir cualquier cosa. Corrió a toda velocidad alejándose de ella.
Aiacos:¡¿Por qué?! —Gritócon todas sus fuerzas.
De repente, empezó a llorar. Ahora lo sabía, él nunca había estado enamorado de Perséfone, había confundido AMOR con DEVOCIÓN, Amor con AMISTAD. ¿Cómo podría? Él siempre la había protegido junto a su hermana, ambos fueron sus maestros y mejores amigos. Aiacos sentía el amor de esa gran amistad a través de los siglos. Si hubiera sido otra cosa, la habría apoyado como siempre, pero esto era distinto. Ella ahora era mortal y se iba a sacrificar. Moriría y esta vez no retornaría, los dioses de arriba no lo permitirían. Lo que Aiacos no quería aceptar es que nunca más la volvería a ver y menos que moriría de forma tan dolorosa. No quería aceptar que Perséfone ya había tomado una decisión y escogido su destino de ser el sacrificio de otros.
Miró en dirección al sol, recibiendo su calor y su luz en el rostro mientras el viento soplaba fuerte y desordenaba su cabello púrpura.
Esmeralda seguía igual que siempre, pero ahora tenía una casita a las afueras de un pequeño pueblo. Aiacos había recibido su llamado y ahí estaba afuera de la casa esperando, sentado sobre un árbol caído. Él ya se estaba aburriendo de esperar, pero su hermana había dicho que era algo importante, y solo por eso la seguía esperando.
Observó por un momento la fachada de la casa y entonces se paralizó al creer escuchar el sonido de... ¿Un bebé? Esmeralda salió con un BEBÉ en brazos cubierto con una manta blanca.
Aiacos se puso de pie por reflejo y miró a su hermana sin una expresión definida, estaba muy sorprendido.
Esmeralda: Aiacos, ¿Qué tienes?
Aiacos: Ese bebé, no me digas que... Eso no puede ser, tú... En el pasado... Es decir...—Tartamudeó.
Esmeralda: ¿Mío? —Rió negando— No —Se puso seria de golpe— Este bebé lo perdió todo. Sus padres murieron en un incendio y solo pude salvar al pequeño.
Aiacos: Pero, ¿Y su familia?
Esmeralda: No tenía más familia que sus padres, investigué y al parecer ellos no son originarios de la isla.
Aiacos: ¿Cómo te dejaron cuidarlo? —Preguntó acercándose para ver al bebé.
Esmeralda: No les pregunté, simplemente me lo llevé y ellos piensan que se murió con sus padres. No quedó nada.
Aiacos: ¿Me dejas verlo?
Esmeralda descubrió la manta hasta sus pequeños brazos para darle libertad de movimiento, y se lo dio a Aiacos para que lo cargue. Él tomó al bebé torpemente, pero finalmente lo sostuvo con firmeza y vio su rostro. Tenía unos hermosos ojos azules verdosos y la piel blanquecina. Su rostro le parecía muy familiar, pero era imposible, era solo un bebé.
Esmeralda: Su nombre es Milo, algún día será el caballero de Escorpio.
Aiacos: ¿Qué? —Lo volvió a mirar— ¿Cómo es eso posible?
Esmeralda: Yo hice un juramento.—Tomó aire— Después de que Hades mató a Perséfone habiendo poseído el cuerpo de Miura, él se apuñaló con su espada y salió de su cuerpo a matar a los sobrevivientes, pensó que ya estaba muerto. Miura estaba muriendo y vi cuanto sufrió cuando vio el cuerpo de Perséfone. Quise ayudarlo a escapar, pero en su lugar, le juré a Miura que siempre velaría por él y conduciría su camino para ser caballero y así encontrase con Perséfone.
Aiacos: ¿Siempre has estado vigilándolo?
Esmeralda: Claro, de otra manera, él no habría sobrevivido al incendio.
Aiacos: Y ¿Cómo sabes que es la reencarnación de Miura?
Esmeralda: Puedo sentir su alma, sé que es él. Trata de sentirlo tú también. Como juez, estoy segura que lo sientes.
Aiacos observó al bebé, era tan inocente y libre de toda culpa. Su alma era pura, pero tenía un cosmos con un fuego que pedía ser avivado. El niño sin duda había nacido para ser caballero. Sus grandes ojos azul verdosos llenos de vida parecían al mismo tiempo cansados por la experiencia.
Milo empezó a llorar y Aiacos lo meció para calmarlo. El niño no dejaba de llorar en sus brazos, pero cuando volvió a los de Esmeralda, se calmó poco a poco.
Esmeralda: Ante los ojos de todos, él es mi hijo; y tal como lo juré, yo voy a cuidarlo. No dejaré que nada ni nadie pueda hacerle daño —Dijo con firmeza viendo al bebé.
Aiacos volvió a ver un par de veces a Milo. Cada que venía, traía un saco lleno de diamantes y piedras preciosas, en el Inframundo había por montones y a Esmeralda le servirían más en el mundo de los vivos.
Milo era un niño muy despierto y dotado de un cosmos poderoso para su edad y que se iba acrecentando a medida que crecía. Aiacos prácticamente lo había visto crecer y también le había enseñado a manejar su cosmos, tal como lo había hecho con Perséfone. Rápidamente, se encariñó con Milo, era tan cariñoso e inocente. No podía distinguir entre el bien y el mal. Esmeralda y él solían aconsejarlo y guiarlo por ese largo camino que recorrería, le enseñaron el sentido de justicia y la determinación para cortar la injusticia de raíz, sin embargo, también le enseñaron la piedad. Era algo que sonaría estúpido y tonto viniendo de alguien como Esmeralda, pues su filosofía era: "La piedad y la victoria nunca van de la mano". Milo recibió más influencia de Aiacos que de Esmeralda. Cuando se volvieron a ver en el Inframundo y él lo llevó al palacio de Perséfone, lo trató con total indiferencia, ese no era el niño al que había criado. Milo había lastimado a Perséfone, pero eso no quería decir que ella no hiciera lo mismo con él, lo que estaba pensando Aiacos. La razón por la que armó un escándalo frente a ella fue solo porque no quería que ella muriera. Esa vez, estaba probando a Milo, no se había equivocado, él era Milo, el niño destinado a ser hombre y enamorarse de una diosa, a luchar contra todo. Ya no sabía qué pensar ni qué excusas poner para justificarse el estar en contra de Milo, él no había hecho nada malo. Había escogido algo en qué creer y luchar por ello hasta el final. Perséfone lloró mucho por él y Aiacos se cegó por completó al confundir sus sentimientos hacia Perséfone, como ya lo había entendido, no era AMOR lo que sentía sino DEVOCIÓN. Debió haber intervenido, decirle todo sobre Milo y su sacrificio, pero cómo iba a decirle si no recordaba su pasado en ese entonces.
Milo no lo recordaba cuando se encontraron, Aiacos lo había privado de su presencia a los 5 años porque había empezado a buscar a Perséfone. Él rió para sus adentros al recordar que todos consideraban y veían a Perséfone como la hermana menor de Atena, sin saber que ella tenía la misma edad que Milo sino es que dos años menos a lo mucho, solo que ella siempre había vivido con miedo a sus poderes y hacia su verdadera identidad, le tenía miedo a lo desconocido porque tenía encontrar más dolor del que ya había sentido.
Su cuerpo era humano, pero ella seguía siendo inmortal; renació hija de padres carpinteros en un pueblo en el que todos la querían a ella y su familia. Ella no tenía la culpa de atraer la muerte y por ese mismo motivo siempre había odiado sus habilidades, como poder hablar con las almas. Desde temprana edad había sabido lo que era la muerte y el dolor y le tenía miedo a su identidad desconocida, era especial y le daba miedo descubrir quién era. Su verdadera madre pronto la reconoció y le reveló su verdadera identidad, ella era Perséfone, la reina del Inframundo, señora de los muertos y diosa de la fertilidad, su alter ego antes de ser raptada por Hades como siempre. Su madre solo le dijo eso y le ordeno buscar ayuda, así encontró a Atena y por primera vez se sintió comprendida y protegida.
¿JUSTICIA? Qué significaba esa palabra en un mundo como ese. La vida no era justa, el destino tenía caminos entrecruzados que se juntaban y volvían a separar sin importar a quiénes separaba.
Aiacos volvió a mirar el cielo, el sol empezaba a descender, no había mucho tiempo para volver al Santuario. Ya estaba decidido y nada que él hiciera cambiaría lo que ya estaba escrito.
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