Decadencia

Por si alguno pregunta, la canción se llama Let's All Make Believe...

*

— Estoy preocupada por Aiacos. ¿Dónde puede estar? –Dijo Perséfone levantándose de la cama. — Ni bien aterrizamos en el Santuario, se aisló y desapareció...

"No me quedaré a verlo..."

Esmeralda la detuvo y la obligó a volver a su cama. Ya faltaba poco, dos horas a lo mucho.

— No te levantes. Aiacos debe estar bien. Ahora mismo no hay enemigos, y si los hubiera, él sabe cómo cuidarse.

— Olvídalo. —Dijo levantándose— Tengo que caminar. –Dijo retirando las manos de Esmeralda sobre ella.— Falta poco.

— Perséfone, ¿estás segura?

— No hay vuelta atrás...

— Eso no fue lo que pregunté. —Le recordó Esmeralda.

— Sí. No hay de otra. —Dijo con monotonía.

*

— Padre, ellas solo defendieron a los seres humanos. Tenga en consideración que ellos son sus súbditos. Sus deberes son venerarlo, y el suyo, protegerlos. —Explicó Hermes.

— Atena encerró a Poseidón y Perséfone mató a Hades. –Repuso Zeus.

— Excelencia, con todo respeto, los dioses son inmortales. Ella no lo mató, solo destruyó su cuerpo humano. Si hablamos de Poseidón, y recordándole que debe proteger a sus súbditos, él provocó maremotos y tsunamis que mataron mucha gente. Hades iba a hacer lo mismo. Si eso pasaba, hasta el Olimpo caería sin el sol. Todos los seres humanos morirían en la total oscuridad, hasta los animales y las plantas. Sería el señor de la nada.

Zeus lo fulminó con la mirada, Hermes calló y bajó la mirada.

— Ya había considerado lo que has dicho. Hermes, mi intención no es castigarlas. Hicieron lo correcto. Protegieron a los seres humanos y al mismo Olimpo. Hades ya había manifestado sus intenciones con anterioridad, debí mandarlo junto a Cronos, pero pensé en el caos que se desataría al no haber nadie controlando el Inframundo.

– Entonces, padre, ¿qué hará?

— No soy yo el que quiere sangre. Son ellos. Ares es el más entusiasta.

— Pero, si a Atena se le quita la protección de la tierra, entonces, ¿eso no daría pie a más caos?. Al no haber nadie defendiendo, los hijos de los titanes, los dioses menores, podrían sublevarse y tratar de hacerse con el poder.

— Exactamente. Eso voy a decirles en la reunión. Sabes que no puedo interferir a favor de nadie. Pero tú sí. Eres mensajero. Le enviarás a Atena el informe de lo que está pasando.

— De acuerdo, señor. – Hizo una reverencia y salió de los aposentos de Zeus.

*

Perséfone se dio un baño purificador y escogió un vestido blanco para ponerse. Mientras Esmeralda la ayudaba a cambiarse, ella se repetía constantemente que estaba haciendo lo correcto. Se miró al espejo y no reconoció su cuerpo. Su fuera un árbol, pensaría que se estaba secando. Lucía más delgada, a pesar que solo habían transcurrido 2 días desde que ofreció su inmortalidad. No podía caminar con normalidad, se tambaleaba y debía apoyarse en algo. No tenía ganas de comer y si lo hacía, vomitaba. Su temperatura corporal variaba, tenía escalofríos y de pronto fiebre. Su cuerpo no reaccionaba acorde a la mortalidad y se veía mejor reflejado en la gran energía que perdía sin hacer gran cosa.

Esmeralda la veía con lástima y admiración. La culpa y el amor le daban fuerzas para continuar con esta locura. Los más entusiastas se obligaban a pensar que podría recuperarse, pero en realidad, no había posibilidades de curación.

— Perséfone. Te lo pregunto por última vez, ¿estás muy segura de lo que haces? —Dijo con mucha tristeza.

— Sí. —Sentenció.

Alguien tocó la puerta y avisó que ya había llegado el momento. El corazón de Perséfone latió muy fuerte e intercambió miradas con Esmeralda. Se obligó a darse fuerzas y se apoyó de su hombro para caminar hacia la puerta.

El recorrido de su alcoba hacia la sala había sido el más largo. Varios recuerdos se le vinieron a la cabeza. Dolía. El pasado es pasado, pero el futuro se puede cambiar. Recordó la primera vez que vio a Milo. Un guerrero de imponente apariencia. Tenía la mirada de fuego y despedía ese aire a peligro, sin embargo, es no fue lo que le llamó la atención sino sus ojos. A ella le llamaron la atención lo cristalinos que eran, porque solo las personas de alma pura tenían los ojos así.

"Ni siquiera sé por qué me enamoré de ti", había dicho Milo. Perséfone tampoco lo sabía. Su corazón latía por él de solo mencionar su nombre, ella decía amarlo, pero no por esta vida. Eran almas reencarnadas, destinadas a encontrarse, sí, y esa era exactamente la razón de su sufrimiento. Ella y Milo eran personajes de una secuela que tuvo origen hace varios siglos. Sus antepasados se enamoraron pasando por varias cosas, ellos sí tenían algo que justificara que se enamoraran.

Perséfone cerró los ojos por un momento, sin detenerse por el pasillo, y se visualizó a sí misma junto a Miura en múltiples escenas. Ella moribunda después de vagar por varios días sin rumbo, Miura subiéndola a su caballo. Las miradas de desconfianza de él hacia ella, el sentimiento era recíproco, no se caían bien. Él tocando una melodía triste de arpa. Ella practicando con sus alumnos en la arena de combate. La misión, las muertes en el pueblo que casi la hacen desfallecer, Miura siendo su soporte. Su primer beso estando borrachos al calor de una fogata. La guerra. Ellos mirándose con valentía, luchando uno al lado del otro.

Miura no era Milo y esa Perséfone no es esta Perséfone. Solo estaban enamorados porque sí, porque se enamoraron en el pasado y ellos lo seguían haciendo solo porque sí. Milo pudo no estar destinado a enamorarse de ella, quizá pudo corresponderle a otra mujer, pero por culpa de la maldición, esa mujer se quedaría sola o destinada a amar a la persona incorrecta.

Si Aiacos estuviera ahí, le diría que es una tonta, por darse cuenta que el amor que sentía verdadero era mera ilusión, y aún así entregar su vida por alguien que ni siquiera la ama tanto como ella, aunque sea un falso amor.

Esmeralda le había preguntado muchas veces si estaba segura de lo que hacía, y ella siempre había dicho que sí, pero ese SÍ era igual de falso. No estaba segura, no quería morir, no sabía qué era dejar de reencarnar. Ahora era completamente mortal. Su esencia como tal iba a ser ofrecida en sacrificio, entonces dejaría de existir. Su alma no volvería a reencarnar, era el final.

Esmeralda la miró de reojo con tristeza. Ella se sostenía de su hombro con fuerza; su estado anoréxico había ocultado su belleza, solo sus ojos reflejaban todo ese fuego que la impulsaba a continuar a pesar de todo.

Pensó en que si no hubiera obedecido, nada de esto estaría pasando.

— Muchas gracias por el regalo, Esmeralda. Gracias a, aunque sea unas gotas, pude recuperar mi memoria. —Dijo Esmeralda sosteniendo un pañuelo con la sangre que se limpió de la frente.

— Aiacos ayudó bastante. Necesitas de tus recuerdos en estos tiempos de guerra. –Dijo Esmeralda.

Perséfone se desplazó por la habitación mirando el pañuelo con atención.

— Esmeralda, hay algo que quiero pedirte que hagas. Sonará horrible, pero al menos ustedes reencarnarán como humanos comunes y vivirán una vida más tranquila.... Hasta que los recluten otra vez. Pero es un beneficio, aunque sea por poco tiempo, ¿no es eso lo que ustedes añoran?

— Por supuesto, sobretodo Aiacos. Queremos paz, aunque dure poco. —Paró— ¿Qué quieres que haga? —Preguntó con cautela.

— Quiero que se dejen matar por mí. —Apretó el pañuelo con fuerza.

— ¿Qué? ¿De qué estás hablando? —Preguntó muy confundida.

Suspiró.

— Todo debe parecer real, pero en verdad, será todo un teatro. Él vendrá a buscarme, debe verlo. Siempre me has protegido, igual que Aiacos, pero la próxima vez que reencarne, no quiero que ninguno de los dos intervenga en mi vida. Mi yo del futuro debe forjarse por sí sola. Sin su protección, aprenderá a valorar más la vida humana, ser más sensitiva al dolor y entender su papel como diosa. Esmeralda, quiero que te quedes en este templo, busca mi armadura. No salgas hasta que yo venga, seguramente estaré con Aiacos, cuando me veas, atácame.

— ¿Atacarte?

– Sí, el teatro debe continuar. Aiacos actuará como si me defendiera de ti y tú tratarás de atacarlo, solo actuación. Le contarán a mi yo del futuro que los maté y si todo sale como calculo, eso le dará un peso para entenderse. Tengo miedo de que se corrompa por el poder, ya ha pasado antes. Dile que no la conoces, que ella aprenda a valorarte o aprenderá nada.

— Perséfone, estás siendo muy dura para contigo misma.

— Aprendí a ser humana muy tarde. Siempre tuve todo lo que quise, nunca sufrí (al menos en esta vida), y por eso no aprendí a valorar la vida humana. No seré como he sido esta vez. —La miró y le rogó con las manos— Por favor, ayúdame. Si... Si haces lo que te pido, ustedes vivirán una vida pacífica aunque sea por corto tiempo, y yo no seré un monstruo.

Perséfone se detuvo en el pasillo y miró a Esmeralda con añoranza.

— ¿Sucede algo?

— Sí, tengo miedo. Mucho miedo...—Dijo con lágrimas en los ojos.

— Entonces, no lo hagas. No te hagas esto, por favor.

— Me da miedo, pero es lo que se tiene que hacer —Sollozó— Lo siento mucho, si alguna vez te trate mal, no fue mi intención. Nunca te dañaría, ni a ti ni a Aiacos.

— Tranquilízate, Perséfone. Te perdono, cualquier cosa que hayas hecho, sé que no fue tu intención.

— Ojalá y Milo fuera como tú. No tengo derecho a exigir su perdón, pero me duele su rechazo. Traté de evitar que pasara una desgracia, pero no logré nada.... —Suspiró— Cuando él reviva, dile que le pido perdón, a él y los demás caballeros.

Esmeralda asintió y dieron los últimos pasos hacia la puerta de la cámara. Ella abrió con cuidado la puerta de par en par y le sirvió de bastón a Perséfone.

Los caballeros de bronce, Minos, Radamanthys, Atena, hasta Kanon estaban ahí. A Esmeralda le resultó desconocido, pues si bien Perséfone le había perdonado la vida, luego lo había torturado fugazmente y dejado que se fuera. Ella nunca lo conoció. Perséfone esquivó la mirada de todos, quienes estaban muy sorprendido por el estado anímico de su cuerpo.

Atena se acercó a su hermana y ambas se miraron. Perséfone ya no tenía brillo en los ojos, lucían apagados y sin vida; lo opuesto a los de Atena quien luchaba por contener las lágrimas.

— Hermana...

— No hables, no gastes tu energía.

— Solo quiero preguntar si has visto a Aiacos.

Atena se volteó hacia los demás y habló en voz alta: ¿Alguien ha visto a Aiacos?

— Yo, Atena —Dijo Minos— Está en la prisión de Cabo Sounion, al menos ahí estaba. —Miró a Perséfone— Él está bien. No te preocupes.

Atena abrazó suavemente a su hermana y se ubicó en su posición a la cabecera del círculo. Habían hecho el canal circular, con una profundidad de 5 a 6 cm, muy deprisa para el ritual. La vasija blanca con la sangre de Medusa del lado derecho ya estaba al costado. Perséfone se colocó dentro del círculo equilibrándose sola. Ella respiró hondo y empezó a moverse de una forma que hacía parecer que fuera una danza. Sus movimiento eran largos y lentos y con cada movimiento que hacía, su cosmos se iba desplegando a su alrededor y creaba una melodía lastimera y dulce a la vez. Su cosmos era una canción que a todos dejaba boquiabiertos de emoción y tristeza. Emulaba a una bailarina de ballet sin los pies en punta. La intensidad de su cosmos aumenta, ella está débil.

Aumenta, baila con más fuerza.

Nadie se ha dado cuenta que no solo baila, está regresando el tiempo.

"Lo que fue... Lo que debió ser... Lo que será"

Ya lo hizo varias veces, pero solo en combate, para regresar los ataques a quienes los habían enviado. Regresa... Regresa... Muerte a vida... Vida a muerte... Polvo a cuerpo... Cuerpo a polvo...

Los recuerdos hacen que ella derrame una lágrima y su cosmos sigue aumentando en intensidad. Gira y gira. Su cuerpo débil acumula mucho cosmos, va a estallar. Ella no está preparada, pero ya no hay vuelta atrás.

"Egoísta..." La voz de Milo consigue que su cosmos estalle. Tena vierte la sangre rápidamente en el canal circular. Su cosmos se complementa con la sangre y todo tiembla de forma muy brusca. Perséfone grita de dolor, es demasiado para ella, el cuerpo no resiste. Varias lágrimas ruedan por su mejilla, pero ella intensifica su cosmos. La luminosidad se hace presente en toda la sala. Todos retroceden hacia las columnas.

*

Hermes siente el gran terremoto y sube lo más rápido que puede con sus zapatillas voladoras. Su hermana está a punto de morir.

*

Ya va a terminar.

— ¡Todos! ¡Voltéense! ¡Nadie mire la luz! —Grita Atena mientras coloca sus manos en los hombros de Esmeralda y Shun. Todos se voltean justo antes de explotar la gran energía y estallar una gran luz que podría dejar ciegos a los mortales.

*

Hermes está por la casa de Piscis.

*

Todos se vuelven a voltear. Perséfone respira aceleradamente y cae al suelo. Atena corre hacia ella.

— ¡Perséfone! —Se arrodilla junto a ella. Perséfone la mira de forma borrosa, se está yendo.

Esmeralda hace lo mismo y llora al verla en ese estado.

Los demás solo se quedan mirando, están muy impactados. Seiya levanta la mirada hacia la parte más profunda del salón. Se quedó sin palabras.

— ¡Vivos! ¡Los caballeros dorados están vivos! —Grita conmocionado. Los demás levantan la mirada y se sorprenden tanto como él.

Milo abre los ojos y lo primero que ve es a Perséfone tirada en el suelo. Entreabre la boca y corre hacia ella empujando a los caballeros que tiene enfrente.

— ¡Perséfone! —Se arrodilla a su lado— ¿Qué has hecho? —Pregunta con los ojos lagrimosos y la garganta hecha nudo.

— Vivo... —Susurra mirándolo.

*

Hermes corre por los pasillos y da con la puerta del salón.

*

Perséfone cierra los ojos en el preciso momento que Hermes entra a la sala. Él se acerca rápidamente a su hermana. Le toma el pulso de una muñeca. Sus latidos están por detenerse. Saca de su pequeño maletín una botella dorada de ambrosía. Abre su boca levemente y le hace tomar la ambrosía. La sienta sosteniéndola con una mano y con la otra masajea su garganta para que pueda pasar el líquido.

Nadie dice nada, nadie lo conoce, pero nadie lo detiene.

Hermes la mira fijamente mientras le toma el pulso de una muñeca libre. Cierra los ojos y sonríe levemente aliviado.

— Hermano —Dice Atena mirándolo expectante— ¿De verdad estará bien?

Todos se sorprenden. Atena había llamado hermano a ese sujeto desconocido; entonces eso quería decir que él era un dios.

— Tranquila, Atena. Vive. Solo toca su pulso —Le entregó la muñeca que sostenía. Sus latidos empiezan a ser uniformes. Atena sonrió y lloró de felicidad. Esmeralda también sonrió y ambas se abrazaron.

Milo miró a Perséfone sin una expresión definida. El corazón le latía muy fuerte y aún seguía teniendo los ojos llorosos.

— Llevémosla a su habitación —Le dijo Atena a su hermano. Este la carga con cuidado y se la lleva ante la vista de todos los presentes. Atena y Esmeralda van detrás de Hermes. Milo se levanta y también se une a ellas.

*

— ¡Qué bueno que hayas venido! —Dice Atena abrazándolo— Si no hubieras estado aquí, ella habría muerto —La observa recostada.

Milo y Esmeralda se quedan en una esquina de la habitación. Él la mira de reojo y se da cuenta que le resulta familiar.

— Hola, no sé tu nombre, pero siento que te conozco.—Dice mirándola.

Ella lo mira directamente a los ojos. Milo está confundido. Sí, la conoce. Sus ojos verdes, su cabello púrpura...

— ¿De verdad no sabes quién soy? Porque yo sí, Milo.

Iba a contestar cuando...

— ¿Sucede algo muy serio, verdad? —Pregunta Atena. Él asiente— Lo mejor será que vayamos a otra parte.—Se voltean— Esmeralda, Milo, cuiden de Perséfone— Ambos asienten mientras los ven salir de la habitación.

— Tú... No puedes... —Dice mirándola sin poder creerlo.

— La compasión y la victoria nunca van de la mano...—Recitó su famosa frase.

Milo estaba sentado junto con su madre sobre los escalones del Coliseo esperando su turno. Estaba muy nervioso, había practicado mucho, pero aún se sentía inseguro. Las pruebas para caballeros dorados habían sido medianamente fáciles para algunos niños, eran muy poderosos a pesar de solo tener 7 años. Milo se sentía inferior. Esperó cabizbajo a que lo llamaran y en cuanto el patriarca lo llamó por su nombre, su corazón se aceleró y le dieron náuseas.

— Solo cálmate. Tranquilo. Eres muy fuerte y habilidoso, así que... —Se levantó y le dio una palmadita en la espalda— Ve allá y demuéstrales lo que vales. Y recuerda, la piedad y la victoria...

— Nunca van de la mano —Completó.

Milo asintió más confiado sabiendo que ella lo estaba viendo y bajo más seguro a la arena. Tenía por oponente a un niño más grande que él que se creía lo mejor. Sonrió de lado de forma sarcástica al recordarse que solo los fanfarrones actúan así.

El patriarca dio la señal. Su oponente se acercó a paso acelerado hacia él, pero Milo ni siquiera se movió. Una nueva sonrisa de lado se formó en sus labios.

— La restricción. —Sentenció y dejó inmovilizado a su contrincante. El público estaba expectante, ningún niño había logrado dominar con tanta precisión La restricción, se requería de mucha concentración y habilidad. — Aguja escarlata...—Enderezó hacia adelante su brazo y la uña de su dedo índice creció hasta que disparó 14 de los 15 golpes.

Milo dejó de ejercer La restricción sobre él y entonces cayó al suelo desangrándose. Él no se inmutó. Se acercó al chico y en lugar de lanzar Antares, le pegó en su punto vital y detuvo el sangrado. Se giró hacia el patriarca y agradeció haciendo una leve reverencia.

El público aplaudió. El chico se levantó apoyándose sobre su peso. Milo se percató de eso y corrió hacia él; y lo ayudó a ponerse de pie y sostenerlo.

"La piedad y la victoria nunca van de la mano, solo en tiempos de guerra. No mates si no es realmente necesario. Sé piadoso siempre."

— Solo en tiempos de guerra. —Completó viéndola— No puede ser... No has envejecido... Tú... Eres mi madre.

Esmeralda sonrió pero negó amablemente.

— Milo, mi nombre es Esmeralda. Te crié, no soy tu madre, pero te aprecio como si lo fuera.

— ¿Esmeralda? —Extrañado— Esmeralda, ¿por qué me abandonaste luego de las pruebas si dices quererme como una madre?

— Milo, no lo entenderías, era tu destino. Yo no estaba en él.

— Si no eres mi madre, ¿quién eres? ¿Por qué me criaste para luego abandonarme?

— Soy hermana de Aiacos de Garuda, pertenecía al ejército de Hades. Te crié porque tu destino era encontrarte con Perséfone —La miró con dulzura— Te salvé de morir en un incendio donde murieron tus verdaderos padres cuando eras un bebé.—Suspiró— Milo, yo no te abandoné. Solo seguí instrucciones de Perséfone. Ella me había dicho hace mucho tiempo que debía buscar su armadura y esperarla allá para guiarla.

— Entonces, ¿nunca me quisiste? ¿Todo fue por una orden?

— No, más bien un juramento. Tu antepasado me confió el ayudarlo a encontrase con Perséfone para que estuvieran juntos. Él murió de forma dolorosa y ese fue su último deseo. —Lo miró con tristeza– Claro que te quise, eras como mi hijo, te vi crecer, te vi convertirte en caballero...

*
— Los dioses están en una reunión. Padre no quiere castigarlas, pero los demás sí, bueno, algunos.

— ¿Padre te envió?

— Sí, y agradezco mucho el haber venido justo a tiempo para salvar a nuestra hermana. Me enteré que ofreció su inmortalidad.

— ¿Qué? ¿Cómo sabes eso? —Preguntó Atena extrañada.

— Yo ya sabía que algún día iba a encontrar esa bendita escritura, y como el caballero del que se enamoró había muerto, solo até los cabos. Pero no sabía que haría el ritual hoy.

— Traté de persuadirla, pero ella no podía con su consciencia, se sentía culpable de todo. ¿Sí viste cómo estaba? —Él asintió— Tiene un aspecto lamentable, su cuerpo... El brillo de sus ojos... Nunca la había visto en ese estado.

— Lamento decirte que eso se complicará.

Ella lo miró con preocupación

— Explícate.

— Su metabolismo no está hecho para ser humano. Quiero decir, tú naciste humana, pero aunque mueras en teoría, seguirás viva en tu cuerpo de diosa, así funciona la inmortalidad. Perséfone ya no puede usar su cuerpo inmortal, sería consumida en una llamarada. Ahora es mortal, por eso pierde mucha energía y está débil. Lo único que puede mantenerla relativamente bien es la ambrosía. El problema es que necesitará más y más, se volverá dependiente.

— Dioses... —Susurró— Entonces, ¿no hay nada qué hacer?

— Solo puede recuperar su inmortalidad si los 12 olímpicos se la devolvemos. Ahora mismo, padre está en sesión. Si logran lo que se proponen, se avecina la guerra.

*

Milo y Esmeralda se abrazaron y se separaron al escuchar un pequeño quejido de Perséfone. Ella se movió levemente entre las sábanas y abrió los ojos muy despacio.

— Perséfone —Milo se acercó a ella— Soy yo, Milo. Tienes que recuperarte.

Ella parpadeó varias veces aclarando su vista.

— Milo... Esmeralda... —Los miró a los dos— ¿Dónde está Aiacos?

— Voy a buscarlo, no te preocupes. —Salió de la habitación.

Milo la contempló con lástima, admiración, tristeza y felicidad al mismo tiempo. Su aspecto le oprimía el corazón y más recordando que casi muere.

— Perséfone, ¿Por qué lo hiciste?

— Te devolví la vida, es todo lo que necesitas saber. —Contestó cortante.

— ¿Por qué me hablas así?

— Te apareciste en un sueño y me dijiste...

— ¿Qué te dije? ¿Qué sueño?. Perséfone, yo estaba muerto, MUERTO. No recuerdo haber entrado en ningún sueño, estaba MUERTO.

— Milo... ¿Puedes hacerme un favor?

— Dime.

— ¿Podrías solo... Salir de mi habitación?

— ¿Por qué? Necesitamos hablar.

— No hay nada de qué hablar. Solo vete. No te quiero ver.

Milo estaba muy confundido. Estaba feliz, pero también empezaba a estar molesto.

— Perséfone. No quedamos en buenos términos, precisamente, antes de morir. Solo quería decirte que entendí—Lo miró expectante— Sé que querías protegernos. Estabas buscando tu identidad y cometiste varios errores, pero quisiste protegernos. Ahora nos resucitaste y casi mueres, por eso... No volveré a dejarte ir. —La miró a los ojos y sonrió— Nunca. —Tomó su rostro entre sus manos.

— Milo, espera. ¿Te das cuenta que la única por la que sientes algo por mí es por el ciclo?

Él desvió la mirada y suspiró pesadamente. No sabía qué responder, era verdad. Se lo había planteado varias veces, pero en su cabeza solo cabía que la amaba. No había vuelto a indagar en el tema hasta ahora.

— ¿No tenía sentido, verdad? —Dijo mirando al vacío— El que nos enamoráramos de la noche a la mañana. No tenía sentido. La única verdad era que repetíamos el ciclo, una y otra vez. Quizás en el pasado pudimos estar destinados a estar juntos, pero conforme avanzaba el tiempo, solo éramos peones que seguían el mismo sendero porque nuestros antepasados se enamoraron.— Sus ojos se encontraron y ambos se sostuvieron la mirada.— ¿No lo crees?

— Claro que sí, pero a mí no me interesa saber el porqué, ni el pasado, solo el presente.

— Sí, importa, Milo. Con la muerte de Hades, el ciclo se ha cerrado. Por primera vez, tienes derecho al libre albedrío. Puedes elegir tu propio camino sin temor a que cualquier acción, no importa lo que hagas, te lleve a la muerte. Estás vivo de nuevo, y ahora eres libre.

— Perséfone, como ya te dije, nunca me importó el por qué me enamoré de ti. Si estábamos en un ciclo interminable, tú misma lo dijiste, ya se cerró. Ahora que ya puedo escoger, te escojo a ti.

— Pues... —Giró la cabeza hacia su izquierda y cerró los ojos con fuerza— Pues yo no.

Se hizo un silencio incómodo. Perséfone abrió los ojos lentamente mientras su corazón se aceleraba. No era bueno que estuviera alterada, pero era ahora o nunca. Ella no quería voltear a verlo, sentía mucho miedo. A Milo no le importaba el por qué, pero a Perséfone sí. Lo amaba, mucho, pero ella quería que sea libre, libre de verdad; que no tenga las ataduras de amar a alguien solo porque sí.

— ¿Sabes qué es lo que estás diciendo, verdad?—Preguntó Milo con el corazón roto.

— Sí. —Sentenció en un susurro.

— Está bien, Perséfone. Pierde cuidado, ya no te volveré a molestar. Me quedó muy claro. —Dijo con un nudo en la garganta y salió de la habitación.

Perséfone dejó salir todo el peso que llevaba y sus lágrimas bañaron su rostro. Lloraba, de nuevo, por él. Había soñado con ese momento, verlo vivo y hablando de amor, pero ella había tomado su decisión. Estaba vivo, pero no podían estar juntos. Haberle dicho que todo terminó fue la cosa más difícil que hizo.

*

Milo caminó a paso lento por los pasillos hasta salir de la cámara. Miró el cielo, había oscurecido. Esa noche las estrellas resplandecían tocando una melodía pacífica. Milo se echó a correr con desesperación bajando las escaleras. Era todo. No había vuelta atrás. Le había ofrecido su amor incondicional y ella lo había rechazado. Le había roto el corazón. Las sensaciones de asfixia y dolor parecían no querer dejar de atormentarlo en esta odisea. Esa noche sería fría porque no la tendría entre sus brazos, no podría besar sus labios, tocar su piel... No entendía qué había hecho para que ella lo rechazara de esa forma. Habló de un sueño, que se le apareció. No podía creer que lo juzgara en torno a un sueño, era solo tonto; pero esa tontería le había costado muy caro.

*

Perséfone lloraba desconsolada la par que se levantaba de su cama. Atena entró justo cuando ella iba a perder el equilibrio y la ayudó a sentarse.

Ella abrazó a su hermana y se desahogó en su hombro.

— ¿Qué pasó? ¿Por qué estás llorando?

— Milo...—La miró— Le rompí el corazón a Milo.

— ¿Cómo? ¿Por qué? Tú lo amas.

— Yo... Lo rechacé —Sollozó— Lo dejé en libertad.

— ¿De qué estás hablando? —Preguntó confundida.

— Él merece una vida nueva donde sea libre de escoger su destino. Yo no pertenezco a ese destino.

De repente se escucharon truenos muy estruendosos en el cielo. Los vientos abrieron la ventana de golpe. Eran fuertes y todos juntos parecían un huracán en la habitación. Las hermanas se abrazaron con firmeza, sin saber qué hacer.

— ¡¿Qué está pasando?! —Gritó Perséfone.

Hermes llegó a la habitación agitado y cerró rápidamente la ventana. Sacó de su maletín una pequeña varilla que en su mano creció hasta el suelo, era el mítico Caduceo.

— Voy a salir a ver, ustedes no se muevan de aquí. —Advirtió saliendo de la habitación.

Recorrió rápidamente los pasillos hasta salir. El cielo estaba totalmente oscuro, relámpagos y truenos pintaban el miedo. Hermes agarró muy fuerte el Caduceo y miró el cielo con el ceño fruncido.

— ¡Padre! ¡No puedes permitirlo! ¡Hicieron lo correcto! ¡Tú lo sabes! ¡Lucha, lucha, padre!

*

Empezó a llover y también cayó el primer rayo.

— Nunca había visto algo parecido. —Comentó Mu viendo tras la ventana.

Esmeralda y Aiacos habían logrado refugiarse en la casa de Aries y Mu los había llevado amablemente hacia los aposentos de la casa. Ambos hermanos estaban sentados a la mesa, en la cocina; y miraban al caballero con atención.

— Concuerdo. —Dijo Aiacos— ¿Será Zeus?

— Definitivamente. Escuché a Hermes decirle a Atena que algo muy serio estaba pasando.

— ¿Serio como qué?—Preguntó Mu con sorpresa dándose la vuelta hacia ellos.

— Solo escuché eso, y luego se fueron a hablar a otro lado. Me temo que los dioses quieran castigar a Perséfone y Atena.

— Ares ya trató una vez de hacer algo contra Atena cuando poseyó a Saga, el caballero de Géminis —Le explicó a Esmeralda— Un enemigo. Atena encerró a Poseidón. Dos enemigos.

— Perséfone mató a Hades. Si hay algo que los dioses no perdonan es daño alguno hacia ellos mismos. Es más seguro que vengan por Perséfone que por Atena —Acotó Aiacos preocupado. 

*

En el Olimpo:

Los dioses están reunidos en la Gran Sala de Tronos. Sus asientos están distribuidos en forma de U.

— ¡Que no! —Sentenció Zeus— ¡El orden estaba siendo amenazado!

— La tierra nos pertenece a todos, padre —Dijo Ares con los ojos llameantes cobrizos— La administración no ha sido definida. Cualquiera puede retar a duelo a Atena y si alguno gana, se queda con el puesto.

— ¡Silencio! —Lo fulminó con la mirada mientras agarraba el Rayo Maestro y se contenía por usarlo con él. Ares cayó con miedo y no siguió insistiendo.— Eres el menos indicado para hablar.

— Mi señor —Intervino Deméter— Mi hija Perséfone salvó a los humanos de un genocidio, y a nosotros de que Hades pudiera hacerse con el poder y tomar el Olimpo. Si mi hija no lo hubiera detenido, ni siquiera habrían humanos que nos veneren. Sin humanos, ¿qué nos hace ser dioses?

– Por favor, nosotros no dependemos de la existencia de los humanos —Se quejó Hera cruzándose de piernas de forma elegante— Estuvimos antes que ellos. Es darle demasiada importancia a seres que no se la merecen.

— Es gracioso que lo digas. Si fueran tan insignificantes, los dioses no habrían tenido tantos hijos semidioses. —Contraatacó Artemisa— Son seres admirables que pese a toda adversidad salen adelante, tienen esa fuerza para levantarse, y prueba de ello son mis cazadoras.

— No puedes comparar a los dioses con los seres humanos. —Dijo Hera con fastidio.

— Bueno, si bien tengo entendido, nuestro señor prefiere a las humanas por sobre ti. ¿Cuántos hijos vamos? ¿20 mil...50 mil? —Sonrió divertida—Muchos siglos... Ya nadie lleva la cuenta —Se encogió de hombros.

— ¡¿Cómo te atreves?! –Dijo levantándose de su trono

— ¡Basta! —Zeus miró a Hera— Siéntate. —Ordenó.

— Pero, mi señor, ella...

— Dije que te sientes, no me hagas usarlo contigo —Dijo mirando el Rayo Maestro echar chispas en su mano.

Hera se sentó de inmediato y calló, tragándose su rabia.

— Padre, tengo una idea. —Intervino Apolo— Quizá pudiéramos llamar a manifestarse a Poseidón —Miró su trono vacío a la izquierda de Zeus— Está encerrado, pero puede manifestarse. He visto que lo hizo en el chico que sería su cuerpo, justo para ayudar a Atena.

Zeus se rascó la barba y asintió.

— Apolo, tú te encargarás de su comunicación. Tienes hasta mañana. —Se levantó de su trono— Declaro finalizada esta sesión.

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