01. Tristeza y lamento
Los días grises parecían interminables, cada noche y cada día parecía que el cielo no paraba de lamentarse. Los dioses estaban atormentados, apenados, o quizás solo decepcionados al ser testigos de lo que había pasado hace unos cuantos meses. Durante doce horas, cinco caballeros obstinados decidieron cruzar la escalinata del monte de Nike, desatando lo que sería el peor episodio del santuario de Atenea.
La sangrienta batalla de las doce casas había llegado a su fin, y con ella, la vida de cinco de sus compañeros; uno de ellos por convicción, al seguir ideales erróneos que no tenían un principal porqué, uno de ellos había tenido la oportunidad de redimirse y ver el error en el que se encontraba, decidiendo encomendar su fallida tarea y su técnica más grande y poderosa a las generaciones nuevas. Por otro lado, dos más de esos caballeros jamás se redimieron, sus ideales eran ''el poder al poder'', jamás desearon servir a alguien más que no fuera sus negras convicciones. Finalmente, había un caballero con ideales completamente diferentes, al principio le parecía extraño pensar en ellos, pues aquel siempre había sido un misterio, a pesar de considerarlo su mejor amigo dentro del santuario.
Camus de Acuario, el caballero de oro y guardián de la décimo primera casa del zodiaco, el hombre francés que murió a manos de su discípulo más joven, un caballero de bronce. Camus había dejado una huella enorme en Hyōga, una huella que no se borraría jamás, y Milo lo entendió al ver el cadáver de su amigo con una diminuta sonrisa dibujada en su rostro.
Camus estaba feliz por lo que aquel muchacho había logrado, finalmente tantos años de entrenamiento habían dado sus frutos, y aquella batalla había sido la última prueba de haber sido un maestro ejemplar. Él ya la había previsto, después de todo, para ser considerado el mejor, siempre se tiene que haber preparado a un discípulo capaz de derrocarlo.
Ese era el ideal de Camus, ser el mejor, lo hizo desde que aprendió y mejoró las técnicas de su maestro, desde que aquel anciano con el último aliento lo nombró el mago del agua a tan corta edad, para después entregarle la Cloth de oro, sin importarle que aquel hombre fuese el padre de su padre.
— ¿En dónde diablos dejé mi capa? —Milo profirió unas cuántas groserías al desplomarse sobre la cama mullida, el suave lecho al igual que unos cuantos pedestales y estatuas, estaban cubiertos por una manta blanca, y sobre la fina seda, se podía ver algunas líneas color beige donde el polvo se había estado acumulando.
La luz diurna se colaba impávida por entre las enormes ventanas del ala privada, los rayos tornasol se reflejaban en el mármol pulido, rebotando de una columna a otra, dejando un rastro luminoso que avanzaba hasta las piernas de aquel chico tumbado sobre el colchón.
— ¿Ya revisaste el perchero? —Una ronca voz, profunda y cálida le abrazó los oídos, parecía provenir de todas partes y de ningún lugar al mismo tiempo. Aquella voz no provocó eco como la mayoría de los sonidos en los templos sagrados.
En medio de un profundo suspiro, Milo cerró sus ojos con fuerza, pasó su dedo índice y pulgar sobre el puente de su nariz, tratando de hacer memoria, ayudándose de la calma extrema que aquella voz le proporcionaba para ordenar sus pensamientos y no perder el control en cualquier momento, pues se le hacía tarde para llegar al Chrusos Sunagein.
—¡No, ahí no está! —Respondió con terquedad, resoplando al momento siguiente y dejándose caer de espaldas sobre las mantas. Su mirada se situó sobre el techo de aquel templo, no vio nada más que mármol pulido, luego por encima de su frente, vio ondear la capa y unas hebras cerúleas a la par.
¿Por qué tenía que ser tan distraído? No podía creerse ser tan despistado. Hacía apenas quince minutos tenía la maldita capa entre sus manos y ahora no sabía en dónde diablos lo había puesto. Podría simplemente aparecer en el Chrusos usando una de esas mantas que protegían las bases de mármol, pero todos se darían cuenta que no tenía el dobladillo ni el brocado representativo. Además, sería una falta igual de grave que el no aparecer.
— ¿Seguro? —Aquella voz nuevamente hizo vibrar sus tímpanos, y Milo se levantó quejumbroso de la cama, el taconeo de sus botas inundó la sala, la calidez del piso era tanta que podía sentirla a través del metal de sus pies, subiendo enérgicamente por sus piernas y acariciándole el vientre hasta colarse por su pecho y erizarle la nuca
— ¿Por qué no das otro vistazo? —Sintió un pequeño aliento tras su oreja.
—Ya te he dicho que ahí no está, revisé un millar de veces y... —La puerta se abrió repentinamente debido a una fuerte e inusual corriente de viento, azotando contra la pared, ocasionando así que el perchero aferrado a ésta se tambaleara y dejara caer el manto blanco y fondo rojo con bordados azules que casi volvía loco a Milo, y el chico frunció el rostro agachando su cabeza.
Cielos, ¿Por qué nunca escuchaba?
— ¿¡Por qué no me dijiste que estaba ahí!? —Espetó con suavidad, avanzando lánguidamente hasta donde estaba la capa arrugada sobre el suelo y la tomó con ambas manos antes de extenderla y escrutarla minuciosamente con la mirada, como si de la caída aquella se hubiera estropeado.
—¡Maldita sea!, ¿Qué es todo ese escándalo? —El joven caballero de Leo, Aioria, uno de sus compañeros de armas, entró a paso firme por la puerta principal del templo de Acuario, mirando todo el desorden que se presentaba en el templo que custodiaba Camus.
—Caballero Milo, ¿Qué es esto? ¿Se han presentado enemigos en el templo de Acuario? — Milo se limitó a mirarlo por un lado de la capa, y regresó su mirada a ella en cuanto notó la mirada aprehensiva que el menor le estaba dedicando. Y aborreció la intromisión en cuanto aquélla sutil compañía que se hallaba en ese sagrado lugar se esfumó con tanta rapidez como solía hacerlo.
—Se ha ido...—pensó sintiéndose nostálgico como cada vez, —gracias Aioria, gracias. — Suspiro profundamente colocándose la capa sobre los hombros.
— Tienes que levantar todo este desastre antes de comenzar con el Chrusos Sunagein, ¿De acuerdo? Al santo pontífice Nicole le dará un ataque cardiaco si ve el templo de Acuario hecho un desastre. Por cierto... —El caballero de Leo se dio la media vuelta justo cuando empezaba a irse, con los hombros crispados, como si acabara de notar algo escalofriante—. ¿Qué es lo que haces aquí, Milo? —
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