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Se había acabado el tiempo, tres años se habían ido como el agua entre los dedos, limpiaste todo antes de empesar a guardar tus cosas, extrañarías la paz y tranquilidad de ese lugar, pero habías prometido ir para cuando la diosa cumpliera sus dieciséis. Viste tu estante de libros, la primera vez solo habían no más de tres, ahora habían tantos que algunos se apilaban en el suelo, tendrías que hacer muchos viajes para llevarlos todos.
Compraste una maleta en Rodorio para poder llevar toda tu ropa y cosas personales, tomaste la máscara que Shion te había dado cuando cumpliste los siete y la guardaste al final, esa máscara y la cuenta blanca eran lo único que te conectaba a él como lo que un día fue padre e hija, ahora todo era exclusivamente una relación patriarca-caballero. Terminaste de empacar y te colgaste la Pandora box sobre el hombro, supiraste nostálgica al ver el lugar vacío, pasaste alrededor de dieciocho años allí convirtiéndote en una excelente guerrera.
Saliste lentamente de la casita, ¿cómo sería vivir en el santuario? Después de todo no sabias si les caerías bien a tus compañeros y menos tomando en cuenta que lo último que recordabas de ellos es que todos eran hombres. Al darte la vuelta tras cerrar con llave te topaste con un hombre de estatura media, piel morena, ojos verdes y cabellos marrones, el hombre de rasgos asiáticos te miraba con una sonrisa en su rostro.
–¿Quién eres tú y qué haces aquí? – hablaste frívolamente, aun así el hombre no paraba de sonreír.
–¿No te soy familiar?– habló mientras se acercaba a ti, no dudaste en ponerte a la defensiva.
–No te conozco.
–¿Ni siquiera así?– el hombre encendió su cosmos de repente y una ataque se dirigió a ti, al esquivarlo lo viste con atención, tenía la forma de un dragón y sólo conocías a alguien con tal técnica.
Lo miraste de nuevo y está vez portaba una armadura dorada, si no mal recordabas por un viejo libro, esa era la armadura de libra.
–¿Viejo maestro? ¿Pero cómo?– el hombre sonrió, no lo podías creer la última vez que lo habías visto era un anciano, eso era imposible. - No puede ser...
–¿Alguan vez te conté sobre el Misophetamenos?– negaste con la cabeza.
El viejo maestro te explicó sobre el mesophetamenos, una técnica prohibida que los dioses del olimpo practicaban en la antigüedad, dicha técnica consistía en modificar los latidos del corazón para que éste sólo latiera 10,000 veces por año cuando lo apropiado era que latiera esa cantidad de veces por día. Comprendiste entonces que de ser así, el cuerpo de la persona que empleaba esa técnica no sentía el pasar de los años si no días y tomando en cuenta que desde la última guerra santa habían pasado 243 años y que el viejo maestro había estado en ella, para él sólo habían sido 243 días, menos de un año.
–Vaya, maestro se ve genial.– hiciste un pequeño cumplido que hizo que el riera.
–¿Lista para irnos? Shion me ha mandado a buscarte.
–Aguarde, casi olvido algo. – tomaste tu larga cabellera entre tu mano izquierda y con un movimiento rápido de tu mano derecha cortaste el cabello dejándolo un poco más arriba de tus hombros. Durante los tres años habías dejado crecer tus uñas y estas te servían como un arma afilada.
–Pensé que el cabello era lo más valioso para una chica.– comentó con un poco de gracia.
–Yo no soy una chica cualquiera maestro, soy una guerrera.– dijiste sonriente, esa alegría del viejo maestro era contagiosa.
–Creo que a Shion no le gustará tu ropa.– te comentó.
Miraste tu ropa, llevabas un short que te llegaba 15 cm por arriba de la rodilla y una blusa de mangas cortas, tenías casi toda tu ropa igual, te encogiste de hombros, el patriarca no tenía porque enojarse no eras la única mujer sobre la tierra que vestía así.
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Tú y Dohko caminaron tranquilamente mientras hablaban de cosas triviales, te contó acerca de un nuevo alumno quien obtuvo la armadura de dragón y que la misma Atena le había pedido regresar a la casa de libra para tener a toda la orden completa. Por tu parte le dijiste que habías entrenado mucho y habías perfeccionado una técnica que no sabías si era correcto practicarla o no. El viejo maestro intentó sacarte la verdad pero tu lo persuadías muy bien. Para cuando llegaron a Rodorio sentías el cosmos de tu diosa con mayor intensidad, los pueblerinos transitaban con total normalidad, tu maestro te entregó una capa larga con capucha, te explicó que Shion había pedido que usaras eso al llegar, pues los otros caballeros desconocían tu sexo y querían que fuera sorpresa.
–¿Por qué negra?– preguntaste mientras le entregabas la caja de Pandora y te colocabas la capa.
–¿Querías una rosa? –negaste con la cabeza.– no me veas a mí, Shion la eligió.
Rodaste los ojos, ese Shion siempre te iba a ver como una niña pequeña, que equivocado estaba. Siguieron avanzando hasta que unos pequeños brazos te atraparon de sorpresa, bajaste la mirada para toparte con un para de esmeraldas que te veían con un brillo especial.
– ¿Ángel?
–¿conoces a esta niña?– el maestro Dohko se agachó para estar a la altura de la pequeña, quien se escondió detrás de ti.
–Sí.–contestaste a secas.–¿dónde está tu mamá? – te dirigiste a la infante.
–¡Ángel!– el gritó de una mujer se oyó a sus espaldas, ambos voltearon topándose con una mujer que corría a su encuentro.–Disculpa a Ángel, en cuanto te vio salió a tu encuentro.
–No se preocupe, veo que sigue mucho mejor desde aquella vez.– sonreíste y comenzaste a acariciar los largos cabellos de la niña.
–Eso es gracias a usted.– se unió otro hombre de avanzada edad.– veo que ya se dirige al santuario.
Tú sólo asentiste, Dohko se mantenía en silencio observando la escena con curiosidad. Aquellas personas te conocían desde hace ya un tiempo y la razón era todavía un secreto.
–¡Señorita ___.–Un grupo de jóvenes se acercaron a ti con un canasto de regalos, regalos como: galletas hechas en casa, cartas, dibujos, fruta, pulseras y flores. Sonrreiste muy agradecida.– son para usted.
–Muchas gracias, los voy a extrañar a todos.
Te despediste de ellos y junto a Dohko retomaron el camino, sin embargo en el trayecto muchos más pueblerinos te fueron obsequiando cosas, lo que levantó en el viejo maestro aun más la duda, ¿por qué un caballero tenía tantos admiradores? Te preguntó más de una vez por qué ellos te conocían pero preferías evitar el tema.
Un rato mas tarde, el maestro ya estaba algo exasperado por no responder a sus inquietantes dudas.
–¿Ya me dirás jovencita?
Suspiraste cansada.
–¡Esta bien! Pero no diga nada al patriarca. –el asiático asintió.– como bien debe saber, Asclepios fue en la era del mito el portador de la serpiente y era capaz de curar cualquier enfermedad e incluso regresar de la vida a los muertos.
–¡No!– gritó, asustándote.– la historia no acaba allí, los dioses se molestaron por eso y mandaron al mismo Zeus a acabar con él, ¿a quién reviviste? ¿sabes lo molesto que estoy? ¿lo molesto que se pondrá Shion cuando lo sepa?
–Lo sé. – dijiste con calma.– no he revivido a nadie y no tengo intenciones de hacerlo.– Dohko te vio aun con incredulidad.– estos tres años he estado curando a personas en Rodorio con ayuda de mi don, pienso que puede ser de mucha utilidad.
Habías leído mucho sobre tu signo. Sabias los riesgos que conllevaban el hacer práctica de tu poder, pero realmente querías aprender y ayudar a muchas personas, lo único en lo que tenías tus dudas era sobre lo último que habías leído en uno de tus libros, la famosa sangre dorada. El porqué de que te regalaban cosas en Rodorio era en agradecimiento y en despedida por todo lo que habías hecho por ellos.
–De acuerdo, ¿cuándo fue que dejaste de ser aburrida?
Suspiraste aliviada, no había nadie mejor en el cual confiar más que tu maestro, aquel que te había enseñado gran parte de tus habilidades y a quien le tenías mucho afecto. En cuanto llegaron al santuario te colocaste la capucha cubriendo así cualquier rastro de tu feminidad, al llegar al primer escalón de la escalinata alzaste la mirada, frente a ambos se hallaba el templo de Aries, imponente, trastate de imaginar al guardián de aquel templo pero resultaba difícil hacerlo a ciencia cierta. El viejo maestro colocó su mano sobre tu hombro y al verlo te dedicó una cálida sonrisa, agachaste la cabeza y dejaste que él te guiara, con pazos a seguros se adentraron al primer templo.
–Buen día viejo maestro.– escuchaste una voz masculina y aterciopelada.
–Buen día.– escuchaste la voz del asiático.
El caballero del primer templo intentaba verte pero le resultaba difícil con aquella vestimenta. Sentías su mirada persistente pero poco duró pues Dohko te jaló para llevarte al siguiente templo, uno a uno fueron subiendo, era realmente cansado subir todas esas escaleras, al igual que el caballero de aries los otros intentaron verte sin éxito, de ellos sólo escuchabas su voz o veías sus pies o sólo el frío mármol del piso. Entraron en un templo en el cual no había presencia de alguien, el mayor se detuvo.
–Bueno, este es el templo de libra.– suspiró con alegría.– puedes venir cuando quieras.
Alzaste la mirada para ver aquel sitio, al igual que los templos atrás el piso era de un sólido mármol, las viejas columnas se mantenían en pie, era espacioso y se encontraba bastante limpio, habían unos cuantos jarrones chinos que parecían de fina porcelana.
–Ven.– el maestro te tomó de la mano y te condujo a lo que serían las partes privadas del templo, allí había una mesita de madera cubierta con un mantel rojo con dos sillas, una pequeña estufa de dos hornillas que estaba conectada un pequeño tanque de gas y lo que te causó gracia fue la pequeña nevera que había allí, en ninguno de los libros que habías leído se mencionaba tal cosa como la de tener luz eléctrica en el santuario.
–El santuario no es como solían describirlo.
–Bueno, ya han pasado más de doscientos años.– se encogió de hombros.
Abandonaron la parte privada y retomaron su camino, pasaron por Escorpio donde fueron recibidos por otro hombre quien los dejó pasar sin demoras, sabias que al salir de aquel lugar el siguiente sería por fin tu templo, suspiraste nerviosa y comenzaste a subir la escalinata. Cuando dejaron atrás el último escalón alzaste la mirada nuevamente, tu templo era similar al de los otros, solo que éste contaba con serpientes enroscadas en las columnas, más adentro escuchaste el sonido del agua correr, a tu derecha, detrás de las columnas se hallaba una fuente, en medio de ésta se encontraba la figura de un hombre vestido con una túnica que cubría su cabeza, alrededor de éste rosas y serpientes estaban por sus pies, la cabeza de dos cobras eran la fuente de donde provenía el agua que caía en el pequeño estanque. Miraste el techo, habían unos traga luces que permitían la iluminación del templo, durante la noche necesitarías muchas velas para iluminar el lugar pues la luz eléctrica era únicamente para la pequeña nevera del templo.
Avanzaste sin miedo y llegaste a la parte privada de tu templo, era muy parecía a la de Dohko a excepción que esta tenía una pequeña ventana cubierta con cortinas rojas. Saliste de allí para abrir otra puerta que conducía un pequeño jardín.
–Al aparecer piscis no es el único con un jardín en el santuario.– te comentó.
Abriste otra puerta dando con el cuarto de baño, en el había una enorme tina de piedra y cubierta de mosaicos blancos, había otra ventana pequeña con cortinas rojas. Saliste de allí y abriste otra puerta que dadaba con una habitación vacía, esta estaba al otro lado por donde estaba la fuente.
–Shion dijo que ese cuarto puedes usarlo para lo que quieras.
Asentiste, te las ingeniarías para convertir ese cuarto en el cuarto de lavado, el lugar era el doble de grande que la cabaña en la que vivías, el viejo maestro hizo el honor de abrir la última puerta que habías dejado al final, la que estaba justo al lado del cuarto de baño, esa daba a tu habitación. Al entrar lo primero que viste fue la enorme cama con un cubre camas para variar, rojo, una alfombra en el suelo, un ropero, una cajonera pequeña a lado de la cama y sobre esta un quinqué y por último una puerta que imaginabas daba acceso al baño. Dohko dejó la Pandora box a un lado de la cama y te observó feliz.
–Shion ha mandado a traer la cama que usabas en tu antigua habitación.– te comentó.
–El patriarca no cambia.– dijiste soltando una risita.
–Ven, aun falta la mejor parte.
–¿hay más?
Ni siquiera respondió y te llevó la parte más profunda del templo, aquella que apenas era iluminada, se detuvo en seco y te mostró una puerta de madera que estaba en el suelo, arqueaste una ceja confundida, abriste la boca para decir algo pero Dohko ya había abierto la puerta, viste unos escalones que te conducían hasta abajo. Viste que él se adelantó y comenzó a bajar, le seguiste ansiosa sin embargo a como bajaban la oscuridad se hacia más espesa.
El asiático palpó la pared hasta hallar el interruptor que brindaba luz en esa habitación, tus ojos se abrieron de emoción al ver varios libreros no llenos pero si con algunos libros, un pequeño sofá de terciopelo rojo y una mesita de centro.
–¿Una biblioteca privada?- te acercaste a los estantes y con tus dedos palpaste la cubierta de los libros.
–Una de las doncellas encontró este lugar mientras limpiaba, a Shion se le ocurrió adaptarla de esta manera y la señorita Athena mandó a colocar los libros que vez allí.— ¿te gusta?– preguntó entusiasmado.
–Me encanta.– susurraste.
–Bien, debo irme, Shion mandara a una doncella por ti, date un baño, relajate y no salgas hasta que vengan por ti.– te indicó tiernamente y dándote un beso en la frente se despidió de ti.
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En la cámara patriarcal una joven de cabellos lilas y ojos azules mantenía una mirada ansiosa en la imponente puerta de madera que estaba frente a ella, a su lado, Shion se encontraba parado luciendo sus ropajes sagrados, una túnica con acabados dorados en las orillas, portaba su máscara azúl y el casco del patriarca.
De repente las puertas se abrieron, la chica se levantó de su asiento sin embargo el que entraba no era otro más que Dohko, aliviada se volvió a sentar, el caballero de libra entro con esa sonrisa en sus labios que lo caracterizaba y se arrodilló frente a su diosa.
–Ofiuco ha llegado con bien señorita Atena, ella ahora sólo aguarda a su llamado.- comunicó con respeto, a lo que la deidad sonrió de oreja a oreja.
–Gracias Dohko, si me disculpan debo ir a cambiarme para recibirla.– nuevamente se levantó de su asiento.– Shion, que todo los demás caballeros se reúnan.
–Así será señorita Atena.
La deidad salió de la habitación dejando al viejo maestro y al ex aries en completo silencio, el asiático se levantó y clavó sus orbes verdes en su entrañable amigo.
–Dohko...
–Ella es muy fuerte Shion.– interrumpió al patriarca.
Dio una pequeña reverencia y salió de allí dejando al santo mayor hecho un manojo de nervios.
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Uno a uno los caballeros dorados fueron pasando por tu templo, el cosmos de algunos era cálido, el de otros fuerte, otras tantos eran agresivos y sólo uno era un poco sombrío.
En el camino todos ellos se preguntaban como sería su nuevo compañero, sólo tres de ellos ansiaban verte después de tantos años.
–No lo sé, no me agrada la idea de tener un nuevo compañero.– comentó uno de ellos.
–Ni siquiera lo conoces.– le reprendió su amigo.
–Yo también tengo mis dudas, es decir, dejó abandonado su lugar en el santuario por mucho tiempo.– se unió un tercero.
–Sus razones debió tener.– otro cortó la conversación.
Continuaron su camino en silencio, solo uno de ellos se detuvo para mirar atrás. En la cámara patriarcal todos y cada uno fue tomando su lugar después de reverenciar ala deidad quien envió a una doncella por ti.
Te hallabas terminando de cepillar tu cabello, dejaste el cepillo a un lado y fuiste a tu Pandora box, deslizaste tus dedos por sobre de está dejando que ese cosquilleo de ansiedad penetrase en tu cuerpo, encendiste tu cosmos y en un abrir y cerrar de ojos la armadura dorada ya cubría tu cuerpo, el cetro era algo pesado a tu parecer y el casco te molestaba ciertamente. Ya encontrarías la forma de esconder el cetro así como Aioros lo hacia con su arco.
Saliste de tu habitación y te encaminaste a la salida donde una doncella llegaba a tu encuentro.
–La señorita Atena y el patriarca la solicitan en la cámara patriarcal.– la joven te dio el mensaje con la cabeza gacha, símbolo de respeto hacia tu persona, cosa que dudabas llegarías a acostumbrarte.
–Entendido.
Te comenzaste a subir los escalones, cuatro templos tenías que pasar. Cuando por fin saliste del templo de piscis te topaste con el tan llamado sendero de las rosas este se hayaba entre piscis y la cámara del patriarca, diste un paso hacia adelante esperando que el famoso mecanismo de defensa del santuario te diera acceso directo, como bien sabias, aquellas rosas no eran hechas por el caballero de piscis, si no del propio santuario para proteger a Atena.
Colocaste un pie sobre las rosas pero ni siquiera eso hizo que se apartaran.
–Al parecer el santuario aún no me reconoce como aliado.– murmuraste y comenzaste a caminar sobre el sedero mortal.
En lo más alto, allá donde las puertas de la cámara patriarcal se asoman, cierto caballero veía con indignación tu caminar sobre las rosas ¿Cómo era posible avanzar sin un ápice de agonía en tu ser? tarde o temprano aquel caballero averiguaría tu secreto. El olor intenso de las rosas entraba por tus fosas nasales causándote escozor, amabas las rosas pero el fuerte aroma de estas te estaban cansando.
Para cuando llegaste al último escalón el estómago te daba vueltas, y no precisamente por lo nervios, entraste en el templo con pasos seguros, en el interior los valientes hombres que contaban con el rango más alto de los 88 se formaron en dos filas en espera a que la imponente puerta de madera se abriera. Cuando está se abrió dejó ver tu figura parada con la mirada en alto,comenzaste a avanzar de manera segura, ni lenta ni apresurada.
–Es una chica.– comentó uno de ellos vía cosmos.
–Imposible...– dijo otro.
–Su cosmos es temible. – aseguró un tercero.
Cuando llegaste a estar cerca de la deidad te arrodillaste ante ella, colocaste tu cetro en el suelo y te quitaste el casco dejando libre tus cortos cabellos.
–Me presento ante usted señorita Atena como el treceavo caballero dorado, ___ de ofiuco.– mantuviste la mirada en el suelo como señal de respeto ante ella, con lo que no contabas era con que ella se arrodillaría de igual manera y te extendía aquel amuleto que le habias dado a Shion.
Levantaste la mirada sorprendida e hiciste lo que habías ignorado, mirarla con atención, poseía un cabello largo y lila, una piel blanca casi aterciopelada y mostraba unos hermosos ojos azules.
–Shion me contó que te devolvería esto en cuanto pasaras por aquella puerta convertida en mi caballero más fuerte. – habló bajo, tanto que solo tú escuchaste mientras todos veían la escena extrañados.
Se levantó y se sentó de nuevo en si trono.
–De pie. – te ordenó, obedeciste y le dedicaste una sonrisa y una leve inclinación con tu cabeza, sinónimo de respeto.– De ahora en adelante, así como el patriarca está a mi derecha, tú serás mi mano izquierda, mi guerrera y mi amiga.– te indicó que te acercaras y que te colocaras a su lado izquierdo.
En cuanto ocupaste ese lugar viste a tus compañeros de batalla, todos ellos te parecieron bastante atractivos, sin embargo notaste tres pares de ojos que no te veían de buena manera.
–Hoy el santuario a ganado un nuevo aliado.– habló Shion.– caballeros, ofiuco ya se a presentado, les corresponde a ustedes hacerlo lo mismo con ella.
–Yo soy Mu, el caballero de aries.– era el hombre de la voz aterciopelada que habías escuchado en aries, supiste de inmediato que él era el discípulo de Shion, pues al igual que éste poseía esa extraña forma en las cejas, sus ojos eran de un azul intenso y su cabello de un lila más claro que el de Atena.
–Mi nombre es Aldebarán y custodio la casa de tauro. – abriste los ojos al ver el gran tamaño de éste, tenía una voz grave y una apariencia temible, pero aquello se esfumó al ver que te dedicaba una cálida sonrisa.
–Mi nombre es Saga de géminis.
–Y yo soy su hermano gemelo, Kanon.– éste último te guiñó el ojo lo que provocó un leve rubor, agradecías el llevar la máscara puesta.
Que guapos se han puesto.
Pensaste, pues a ellos los conocías desde pequeña.
–Yo soy Death Mask de Cáncer. – éste teníael aspecto más sombrío, sus cabellos azules cobalto igualaban al de sus ojos, tenía una sonrisa arrogante y de uno de los dedos de la mano derecha salía lo que a tu parecer era una especie de humo.
–Yo soy el caballero a cargo de la quinta casa, Aioria de leo, hermano menor de Aioros.– a decir verdad tenía gran parecido con su hermano mayor, lo único en lo que concluiste que tenían de diferentes era en el color de sus ojos, los de Aioros si no mal recordabas eran azules y los de su hermano eran de un color que aparentaban más a ser verdes y su cabello era uno o dos tonos más claro.
–Mi nombre es Shaka y me encuentro protegiendo la casa de Virgo. – habló un rubio que te pareció guapo, pero menos fornido que los otros, lo que más te llamó la atención es que mantenía los ojos cerrados.
– Y luego estoy yo.– habló aquel asiático que tuviste de maestro. – el gran Dohko de libra.
Te aguantaste las ganas de tirarte una carcajada, no había duda, el viejo maestro era todo un revoltoso ahora que era joven.
–Soy Milo, el caballero que cuida de la octava casa, Escorpio. – lo miraste, era guapo, efectivamente, ¿qué no te gustó? La mirada amenazante que te había lanzado, tenía una piel morena, una cabellera azulada y unos preciosos ojos azules, pero todo eso no servía con aquella actitud con la que te miraba.
¿Egocentrico? Se queda corto.
– A mi ya me conoces, y no sé porque Saga y Kanon se presentaron de nuevo. – el castaño que hablaba recibió la mirada de los demás.– ¿Me recuerdas?
–Aioros, el caballero de sagitario. – le respondiste y mostraste una sonrisa que fue bien acogida.
–Un momento, ¿por qué no dijeron nada?– preguntó Aioria.
–Debíamos mantener el secreto, pero eso ahora no importa.– comentó Saga.
–Bien, continuemos.– ordenó el patriarca.
–Yo soy el caballero más fiel a la señorita Atena, mi nombre es Shura de capricornio. – de todos fue el único que te hizo una reverencia como todo un caballero, su cabello y ojos eran de un hermoso negro.
–Camus de acuario. – habló otro de hermosa cabellera aguamarina y un seductor acento francés, sin embargo su frialdad caló hasta tus huesos.
–Y yo soy, el caballero cuya belleza resplandece entre el cielo y la tierra, el caballero más hermoso entre los 88, Afrodita de piscis. – tu boca se abrió y tu mandíbula casi tocaba el suelo, nunca en tu vida habías visto a un ser tan hermoso, ¿podría un hombre ser tan bello al grado de opacar a una mujer? Bien, tenías la prueba viviente frente a ti. Se te acercó lentamente y de detrás de su capa sacó una rosa blanca y te la extendió. – Mi lady.
–Gra-gracias. – tartamudeaste y con timidez tomaste la rosa, te brindó una sonrisa y se retiró para tomar su lugar.
–Caballero míos, les pido que traten de la mejor manera a su compañera. – hablo la deidad.
–¡Así será!– hablaron al unísono.
Los miraste a todos, muy distintos pero aun así tenían una amistad que se asimilaba más a una hermandad, ¿acaso tú podrías llevarte así de bien con ellos?
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