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Cinco años después.
Te encontrabas escondida detrás de una columna observando con mucha atención a los niños que se encontraban en la cámara del patriarca, todos ellos tenían una edad de aproximadamente 5 años, quizás algunos tenían más, escuchaste como Shion les decía que debían partir a distintos lugares para entrenar a través de aquella máscara azúl que rara vez usaba en tu presencia. Tenías a penas cinco años pero tras muchas platicas del patriarca sabias el porque debían entrenar lejos.
Terminadas todas las indicaciones Shion los vio partir, soltó un suspiro y sobandose las sienes miro hacia aquella columna donde te encontrabas oculta, trataste de ocultarte entre las sombras pero te fue inútil ya que Shion había notado tu presencia.
–“___” sal de allí. – te ordenó suavemente. Poco a poco fuiste saliendo, eras tan linda, tus cabellos eran marrones y ondulados, estos apenas te pasaban un poco más abajo de los hombros, tus ojos grandes y de un tono más claro que tu cabello contrastaban perfecto con tu piel morena, más bien bronceada, como la de Aioros. Shion se retiró la máscara para verte con aquellas amatistas que tanto te gustaban ver.
–¿Cómo supiste que estaba aquí? – preguntaste mientras te sentabas frente a Shion con las piernas cruzadas.– ellos no notaron mi presencia.
–Pude sentir tu cosmos. – te aseguró mientras te indicaba que te acercarás a él. Te cargó y te sentó sobre una de sus piernas y comenzó a cepillarte los cabellos que tenías ligeramente enmarañados.– ellos no lo notaron porque aun no saben como sentir el cosmos de otros. Aun no lo despiertan por completo.
–¿Por qué yo si?– preguntaste curiosa, desde los tres años habías despertado ligeramente tu cosmos y Shion te había empezado a enseñar como controlarlo. Sentías el de los demás y ellos sentían el tuyo, los únicos que parecían no darse cuenta eran aquellos que habían partido a entrenar fuera del santuario.
–Porque tú eres ofiuco. – fue su escueta respuesta. Eso no te había sacado de tus dudas pero no ibas a discutir, quizás más tarde te daría una buena explicación.
–Papá, ¿cuándo debo partir?
El corazón de Shion se estrujó al escuchar esa pregunta, era verdad, sabias perfectamente que él no era tu padre pero aun así no pudiste evitar llamarle de esa manera, para Shion tú eras la hija que nunca pudo tener y el saber que tendrias que empezar a entrenar le resultaba difícil, pero sobre todo no aceptaba el dejarte partir.
Viste como suspiró para mirarte a los ojos, te miraba con esa ternura con la que siempre lo hacia y con ese brillo en su mirada, ese brillo que mantenía mientras te contaba todo acerca del santuario.
–Hoy, han partido los futuros caballeros dorados.– comenzó con tono épico. – Mañana, antes de que los primeros rayos de sol iluminen el santuario tu partirás a un lugar un poco lejano, yo mismo te entrenaré junto a un viejo amigo.
–¿Qué pasará con tu alumno? Es decir, también debes de entrenarlo. – Shion sonrió ante tu preocupación, estabas nerviosa, durante esos pocos años habías visto como Saga y Aioros obtenían sus armaduras doradas después de años de duro entrenamiento, ahora te tocaba a ti como futura portadora de ofiuco.
–Yo dividiré mis tiempos, ahora ve a tu habitación, escoge todo lo que piensas llevar contigo y aguarda a tu partida.
Bajaste de su pierna y te abrazaste a él para tomar el camino que te llevaría hacia tus aposentos, durante esos cinco años habías dormido en una habitación que quedaba junto al patriarca, nunca habías ido a tu templo, nunca habías salido de allí, nunca habías pisado tan siquiera el primer escalón que te llevaría a piscis, tu vida era siempre entorno a lo mismo, desayunar junto a Shion, tomar clases en el despacho de éste, aprender a controlar el cosmos con ayuda de Saga, Kanon y Aioros (los únicos que sabían de tu existencia), almorzar en tu habitación, realizar tus deberes, leer sobre tus ancestros, cenar de nuevo con Shion e irte a dormir.
Entraste en tu habitación, era pequeña en comparación a la que usaría a Atena en un futuro, pero era perfecta para ti, tu cama era grande y cómoda, revestida con un cubre cama color gris, tenías un librero pequeño llenó libros que aun no terminabas de leer, frente a ti había un gran ventanal que daba vista a la parte trasera del santuario, en ellas colgaban unas pesadas cortinas rojas, también contabas con un ropero y una mesa para estudiar. Un poco más al fondo estaba tu baño personal.
En una pequeña bolsa de tela guardaste ropa, cosas para el aseo personal y unos libros para que no te aburrieras, por alguna razón la habitación te pareció más grande de lo normal. Ese día lo tenias libre para prepararte y despedirte de los gemelos y Aioros, sin embargo te quedaste acostada en tu cama viendo el techo y pensado en lo que posiblemente el destino estaba preparando para ti.
La horas pasaron lentamente, el tiempo se te hicieron siglos, el manto nocturno ya cubría las colinas que se veían a lo lejos de aquella aldea llamada Rodorio. La cena estaba servida, grande fue tu sorpresa al ver a los gemelos y a Aioros sentados allí.
–Pensé que partirías con tu hermano. – le susurraste al castaño.
–Aioria no irá a ninguna parte, yo mismo lo voy a entrenar. – te explicó con una sonrisa llena de orgullo.
Cenaron en silencio, te despediste de ellos y regresaste a tu alcoba, te cambiaste de ropa, mayormente usabas ropas de entrenamiento, en varias ocasiones en las que habías acompañado a Shion a Rodorio, viste como varias niñas usaban vestidos con estampados de flores o simplemente con colores pastel o chillantes. Hiciste una mueca de asco de tan solo recordar eso, comenzaste a apagar las velas de la alcoba y antes de apagar la última viste que algo brillo por enzima de tu pequeño librero.
Te acercaste poco a poco hasta que viste que se trataba de aquellas cuentas cristalinas que Shion te había regalado y que se habían convertido en tu amuleto de la suerte, tomaste las dos, una era negra y la otra era blanca, las colocaste bajo tu almohada y te acostaste a dormir.
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A la mañana siguiente, te levantaste temprano, te bañaste, vestiste, tomaste ambas cuentas y saliste de allí con la bolsa sobre tu hombro, Shion te esperaba en la sala patriarcal junto a un caballero de plata que desconocías.
–“___”, él es Albiore de Cefeo, él te llevara a tu lugar de entrenamiento donde un amigo mío te estará esperando. – miraste al rubio que te veía con ¿asombro? ¿nervios? ¿miedo? No lo sabias.
–Señor, ella es...
–Ofiuco.– el patriarca había terminado la frase, viste como el hombre palideció al escuchar tu constelación guardiana.
–Por Atena...– exclamó. – le prometo señor, que esta niña llegará con bien hacia su destino.
Viste como Shion se quitaba la máscara para arrodillarse y quedar a tu altura, te abrazó fuertemente, no lo sabias pero Shion se estaba rompiendo por dentro, te iría a ver, después de todo él te entrenaría, pero no seria igual.
–Toma.– te separaste de él para entregarle la cuenta negra, el ex aries te miró sin entender. – Son mis amuletos de la buena suerte, seamos sinceros, no te veré tan seguido, así que... Quiero que te quedes con ella hasta que me veas pasar por esa gran puerta portando la armadura dorada.
–Así será mi niña.– te depositó un tierno beso en la frente y junto a Albiore saliste de la cámara patriarcal.
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Tenían ya una hora de aver atravesado Rodorio, lastimosamente tus pies ya te dolían pues Albiore y tú habían emprendido el camino a pie. Estabas sedienta pero al ver que Albiore iba como si nada decidiste guardar las apariencias y mostrarte tan fuerte como él.
Ibas con los ojos bien abiertos, pues todo a tu alrededor era nuevo para ti, volteaste hacia atrás, el sendero de las 13 casas aun era visible, viste tu templo, vivirias ahí en cuanto ganaras tu armadura.
Pasaron entre las grandes colinas que se veían a lo lejos de Rodorio, estas se alzaban majestuosamente, más allá de estas se hallaban unas monumentales montañas que apenas y se podían ver por el espesor de la neblina en lo más alto de éstas. Caminaron no más de cinco minutos más y llegaron a lo que parecía ser un campamento, había una pequeña casita de piedra, el suelo era de concreto sólido y el lugar estaba rodeado por un bosque.
Entraron a paso lento hasta que divisaron a un hombre de baja estatura, piel púrpura y de muy avanzada edad, viste como Albiore se arrodilló ante él así como lo hacía ante Shion. El hombrecito de avanzada edad tenia un sombrero que te resultaba gracioso.
–Viejo maestro. – habló cefeo.– He traído a la niña hasta aquí por órdenes del patriarca.
–Y no le has dado ni una gota de agua.
–¿Disculpe?– viste como Albiore miraba con sorpresa al anciano.
–Que no le has dado una sola gota de agua, ¿tienes sed?– se dirigió a ti con amabilidad, tú solo asentiste.– entra en la casa, en la mesa hay agua y de paso puedes acomodar tus cosas.
Corriste al interior de esta, era pequeña, tenía dos cuartos y un baño, perfecta para dos personas, no sabias exactamente cuánto tiempo vivirías con él sin embargo intentarías llevarte lo mejor posible con tu maestro. Te dirigirste a la mesa donde una jarra contenía agua fresca, vertiste un poco de líquido en un vaso y dejaste que el agua saciara tu sed.
Afuera la tensión se había plantado entre el viejo maestro y Albiore, al parecer el caballero de plata tenía sus dudas con respecto a ti, ¿y cómo no? La aparición de ofiuco sólo podía significar dos cosas, la primera; sería el aliado más poderoso en el santuario al servicio de Atena, o la segunda; sería su enemigos más temible pues fue el único santo al que se le llamó “Dios” dentro del santuario. El viejo maestro, conocido doscientos años atrás como Dohko de libra no necesitaba preguntar pues la laguna de la duda crecía en los ojos de Albiore.
–Ella no traicionará a Atena.– habló el viejo maestro rompiendo así el silencio y sobresaltando a cefeo.
–Yo no pensaba en eso viejo maestro.– mintió.
–Tu boca dice que no, pero tus ojos dicen lo contrarió.– habló con mucha razón.– no temas, te aseguro que esta niña jamás le será infiel a nuestra diosa.
–Lo entiendo, si me disculpa debo volver al santuario e informarle al patriarca sobre la llegada de la niña.
Hizo otra reverencia y se marchó. Después de acomodar tus cosas en una de las habitaciones saliste para presentarte apropiadamente con tu maestro. Él se hayaba sentado en una enorme piedra esperando por ti, te acercaste lentamente y te sentaste con las piernas cruzsadas delante de él.
–¿Cuál es tú nombre?– a pesar de que él ya conocía la respuesta pues te había conocido cuando eras un bebé, quería oír de tu propia voz ese nombre que el patriarca te había dado, ese que resonaría con poder por todo el santuario una vez tomaras tu lugar como santo dorado.
–“___”– contestaste segura.
–Bien “___”, ¿cuál es tu propósito de ahora en adelante?
Lo pensaste un poco, no sabias con exactitud que contestarle al viejo amigo de tu padre adoptivo, el viento sopló alborotando tus cabellos y llevando hasta ti un dulce olor a flores silvestres.
–yo... Voy a entrenar muy duro para poder obtener mi armadura y proteger a Atena de cualquier peligro. – sonabas tan decidida que era imposible el creer que sólo tenías cinco años.
–Que aburrido. – parpadeaste sin creer lo que te había dicho.
–¿he?
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2 años después.
Ya habían pasado dos largos años desde que habías empezado a entrenar, con 7 años ya dominabas un cosmos poderoso, sin embargo te faltaba despertar el séptimo sentido, aquel que te hacia capaz de moverte a la velocidad de la luz. Habías tenido a dos de los mejores maestros, Dohko a quien le tenías ya mucho aprecio y a quien veías como un tío y por supuesto Shion, el padre que se preocupaba por ti, a quien por cierto no habías visto en tres meses. Lo cual era raro, ese día habías sentido un cosmos poderoso pero lleno de amor descender hacia el santuario, sabías que no era peligrosa aquella presencia pero no sabías a quien le pertenecía.
Te encontrabas corriendo por el bosque, tu cabello estaba sujeto a una trenza que te llegaba a mitad de la espalda, hacías eso todos los días, corriendo entre los árboles y golpeando con fuerza otros para derribarlos. Querías ser la mejor, la más fuerte, aquella que protegería a la diosa de la sabiduría de todo y todos. Estabas concentrado en lo que hacías pero tu sexto sentido te alertó de la presencia de alguien, diste un salto hacia un lado para esquivar por casi nada una gran esfera de energía dirigida a ti. Escuchaste aplausos venir detrás tuyo e incendiando tu cosmos diste la vuelta para encarar al enemigo.
Aquel hombre te miraba con esa sonrisa paternal que solo a ti te brindaba, corriste a sus brazos lo cuales te esperaban con ansías, Shion te cargó en su espalda y juntos regresaron al campamento donde Dohko los esperaba junto a la Pandora box de ofiuco, tus ojos brillaron como nunca, ¿ya era el momento?
Bajaste de su espalda y te acercaste a la caja, era grande y brillante, tus dedos rozaron levemente la cubierta y un hormigueo te recorrió el cuerpo.
–La diosa Atena ya ha descendido a la Tierra, lo ha hecho siendo una bebé.– miraste a Shion con sorpresa. – Tauro, Piscis y Cáncer ya han regresado de su entrenamiento. Ya es hora de que tú también regreses.
–No.– negaste con la cabeza, aún no eras fuerte, aún estabas muy atrás de esos tres pues apostabas que ellos ya constaban con el séptimo sentido. – aún no es hora.
–Pero...
–le has traído un regalo, ¿no es así?– Dohko habló captando tu atención, Shion sacó de una pequeña bolsa una máscara de un frío metal.
–Es para mí. – fue más una afirmación que una pregunta, Shion asintió.
–La regla de las amazonas, ya la conoces te la conté hace tiempo. – tu asentiste y la tomaste, efectivamente estaba fría pues al colocarla sobre tu cálido rostros te pasó un escalofrío. – también quería decirte que ya no podrás decirme papá, de ahora en adelante soy el patriarca.
Te dolió, agradecías que la máscara cubriera tu rostro de no ser así llorarías, Shion no estaba mejor, se sentía terrible al decir eso pero no le quedaba otra más que aceptar la realidad, no eras su hija.
–Entiendo.– dijiste fría.– aun así aun no pienso volver, me falta mucho por entrenar.
Apretaste los puños, estabas enojada contigo misma por el hecho de no ser fuerte, te cabreaba la idea de que otros tres ya te superaban.
Esa tarde, después de una lecciones el patriarca se fue avisandote que no volvería pues con Atena como una bebé debía permanecer en el santuario, se llevó la caja un tanto derrotado pues él anhelaba que regresaras con él.
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13 años más tarde.
Veinte años, la niña se había ido hace ya mucho tiempo para dar paso a una mujer, no, una guerrera. Tu cuerpo estaba bien formado y tonificado por todos esos años de entrenamiento, tu rostro era hermoso pero lo ocultabas bajo el frío metal de tu máscara y tu cabello llegaba hasta un poco más abajo de tus mulos, dominabas a la perfección tu cosmos, el séptimo sentido y con ayuda de Dohko también el octavo sentido. El viejo maestro te había dejado sola para continuar custodiando los cinco viejos picos cuando recién cumpliste los catorce, desde entonces entrenabas sola, día y noche para lograr tu objetivo ser la más fuerte.
Regresabas a la casita de piedra después de ir a cazar y recolectar algunos frutos y bayas, nuevamente esa sensación de que alguien más venía tras de ti, volteaste para toparte con otra esfera de energía que se dirigía a ti, sonreiste burlona mente y levantando la palma de tu mano de tuviste el ataque.
–No sé cansa de ese juego, ¿no es así? – hiciste una pausa para ver a tu oponente. – ¿qué le trae por aquí patriarca?
Shion sonrió un poco decepcionado pues esperaba un “hola papá ” pero después de todo el te había dicho que simplemente él era el patriarca.
–He venido a traerte lo que es tuyo. – se quito la Pandora box y la dejó en suelo.– Atena ya tiene trece años y hoy conocerá a su orden dorada.
–Y supongo espera que yo regrese ahora mismo, ¿no es verdad? – hablaste un poco altanera, de niña no te imaginabas hablándole de esa manera a quien viste como un papá.– me niego.
–¿Estas desertando? – la voz de Shion sonaba molesta, sonreiste a través de la máscara y negaste con la cabeza.– Entonces, ¿por qué aun no puedes volver?
–Hay una técnica que estoy mejorando y para eso necesito más tiempo, aún no soy lo suficientemente fuerte. – estabas equivocada, tu cosmos era tan grande que llegaba a atemorizar a algunos en el santuario, sin embargo eras tan obstinada que no creías en aquello.
–Pero la señorita Atena quiere conocerte, le hablé mucho de ti estos años.– una punzaba de celos sentiste al imaginar que ella, la diosa que juraste proteger tendría la atención de tu “padre” durante tanto tiempo. – incluso te manda esto.
Te tendió otra máscara, una dorada, el patriarca te explicó que fue hecha del mismo elemento del que estaban compuestas las armaduras doradas y que el diseño era hecho por la misma Atena, a diferencia de la que traías puesta, aquella solo cubría la mitad de tu rostro, dejando expuestos tus ojos y boca, contaba con unos hermosos grabados a los lados, era perfecta.
Te diste la vuelta para colocartela, sonreiste por tener tremenda consideración de tu diosa.
–Disculpeme con la señorita Atena por no poder ir y agradescale lo de la máscara. – suspiraste y miraste el cielo azúl, era un día hermoso. – y por favor digale que estaré allí para su cumpleaños número dieciséis.
Aclaraciones:
Las edades de algunos personajes serán cambiados en esta adaptación.
No habrá yaoi. (Que Tite)
Esto solo es una historia alterna de la obra original de Kurumada-san.
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