35. Vuelves
Personajes: Saori Kido, Mei de Coma Berenice
Historia relatada siguiendo la cronología y argumento original de la historia Gigantomachia: Historia de Sangre, Sidestorie original de Saint Seiya. Los personajes aquí mencionados son exclusivamente del tomo #2 "Historia de Sangre", siendo más específicos, en el capítulo 1 ''Equidna''
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La terrible batalla contra los Gigas había sido librada en el monte Etna, algunos de sus caballeros estaban heridos, y a pesar de que Atena no debería sentir pena o amor por ellos, para Saori era completamente distinto; ella se sentía preocupada por cada uno de ellos, sobre todo por aquellos que había tenido en su infancia junto a ellos.
En los aposentos del patriarca, dos figuras se encontraban mirando por encima de la cama: — Consigues verme, ¿Mei? —
— Saori... — El joven de cabellos plateados está echado sobre la cama, debido al llamado de Saori, abre los ojos lentamente.
— Yo... ¿estaba dormido? — Pregunta Mei, percibiendo que está vestido con una túnica de tejido suave. De pie delante de él, se encuentra la doncella de una belleza sin igual, la encarnación de la Diosa de la Guerra, Athena.
Debido a la terrible lucha contra Thyphon, Mei sufrió fiebre, cada noche sudaba y gritaba como lo había hecho en aquella situación, en su cuerpo ya no había ninguna señal de marcas de las garras de aquel Giga. Aun así, su piel pálida y sin color le daban la apariencia de una persona muy enferma.
— Dormiste más de diez días — explica la diosa, como si contase a un náufrago cuanto tiempo estuvo lejos de casa.
— Diez días... todo eso... —
— Pero estoy aliviada... — Suspira Athena — Tú respiración era casi imperceptible... pensé que nunca más ibas a despertar — La joven abre su corazón de forma sorprendentemente indefensa, tratándose de una diosa. Por alguna razón, parece haber una compleja mezcla de sentimientos entre Saori y Mei, algo mucho más grande que una simple relación entre ama y siervo.
— Tengo una sorpresa para ti — Dice Athena, gentilmente — Una persona que está aquí para verte. — A la señal de la diosa se aproxima a la cama una figura extremadamente ceremonial, un hombre alto, de cabeza rapada, vestido de smoking negro.
— ¿Tatsumi? ¿Es usted? — Pregunta Mei en un tono de sorpresa.
— ¡Qué bien que el señor está vivo! — Dice el hombre con sus facciones ceñidas mojadas por una lluvia de lágrimas — Este su criado... ¡no tiene palabras para expresar su alegría...! —Se trata de Tokumaru Tatsumi, administrador de la Fundación Graad y dedicado mayordomo de la familia Kido.
— ¿Quiere decir entonces que usted continúa prestando servicio a la señorita Saori? — Pregunta Mei.
El joven guarda aún la imagen de Tatsumi como una especie de niñera o guardaespaldas de Saori, impresión compartida en la infancia por todos los cien huérfanos reunidos por el fallecido Mitsumasa Kido para volverse Santos.
— ¡Sí señor! ¡El maestro Mitsumasa estaría feliz si pudiese estar aquí contigo! —
— Tiene sentido... — Continua Mei — Athena es también la heredera de la Fundación Graad... ¡Pero veo que queda mal andar de smoking dentro del Santuario! —Tatsumi suelta una risa sin gracia y levanta los hombros. Su sonrisa es sincera y sus hombros largos como los de un boxeador.
— ¡Yo ni lo imaginaba! — Dice Athena con una voz temblorosa.
— Se lo contaste, ¿Tatsumi? ¡Pero estaba prohibido hablar de eso, por mí y por mi padre! —
— ¡Lo sé, mi señor! — Tatsumi se curva delante del joven — Pero... hace tanto tiempo. El maestro ya no está más entre nosotros y como el tanto deseaba, la señorita Saori despertó como Athena. El... maestro Mei, ¡el señor está vivo! Este su siervo no sabe cómo contenerse... —
— Esta bien, olvídalo — Dice Mei, de la forma más calmada que puede.
— ¡Yo no sabía hasta ahora, Mei, tú eres el heredero de mi abuelo... de la familia Kido! Tatsumi me contó como tú me trataste con cariño, como una verdadera hermana, mientras yo era criada como la nieta de mi abuelo. En verdad, la heredera de la Fundación Graad no debería haber sido yo, sino... —
— No digas esas cosas — Interrumpe Mei. — Y, por favor, señorita, nunca les cuente esto a Seiya y los otros. —
— ¿Guardas resentimiento hacia mi abuelo? ¿De las decisiones tomadas por tu padre? —
— Señorita, ¡la decisión no fue del maestro Mitsumasa! — Tatsumi no se contiene, ansioso por revelar la verdad escondida por tanto tiempo.
— La decisión fue mía — Explica Mei — Cuando descubrí que los huérfanos de la institución eran todos hermanos...yo no soporté el hecho de estar recibiendo un trato especial, sin que nada me faltase, como heredero de la Fundación Graad. Por eso, decidí por libre y espontánea voluntad tener el mismo destino de mis hermanos. —
— Por libre y espontánea voluntad... — Repite Saori en un tono pensativo.
— Mitsumasa Kido es mi padre. Y también el padre de Seiya, de Shun, de Hyôga... de todos los cien huérfanos reunidos para ser Santos. Ese lazo de sangre nos acompañará por toda la vida. —
— El abuelo sufrió hasta el último instante de su existencia por haber mandado a sus hijos a una vida infernal de sacrificios, para que se vuelvan Santos. Pero hizo todo eso para proteger el amor y la justicia sobre la Tierra. —
— Lo sé, señorita — Mei levanta el rostro — No guardo resentimiento o rencor hacia mi padre. Por el contrario, estoy agradecido por haberme dejado enfrentar el mismo entrenamiento de mis hermanos. De lo contrario, yo no podría mirarlos a los ojos al reencontrarlos. No podría conversar con ellos sobre nuestra infancia. Sería eternamente perseguido por un sentimiento de culpa. —
— Por favor, no se culpe. —
— Pues yo digo lo mismo, Saori — Mei decide que esta es la última vez que la llamará por ese nombre —
— La señorita no debe tener ningún sentimiento especial por mí. Ahora, es Athena. Y yo un Santo de Athena. Ese es el destino de las estrellas, que yo mismo escogí seguir. —
— ¿Maestro Mei? — La voz de Tatsumi parece llena de sorpresa — ¿El señor pretende continuar escondiendo su origen... y sus derechos? —
— Lo pretendo. Cuando yo aún era un niño, hice esa promesa, y estaba dispuesto a morir por ella. ¿Cómo podría romperla ahora? Al abandonar el apellido Kido, pase a ser solo Mei. Por eso, Tatsumi, quiero que me trate de la misma forma que me trataba cuando yo entré al orfanato. Que no sea por fingir, haga conmigo como hacía con mis hermanos. Y pare de llamarme maestro — Completa el joven, con una sonrisa amarga. —
Tras esa confesión, Saori no se despegó de Mei, y solo por insistencia de Tatsumi volvieron a la mansión Kido, esa noche, ambos merendaron y hablaron de cosas de su infancia, de igual forma tocaron los temas de sus hermanos, Mei estimaba y recordaba con cierta emoción y nostalgia a Seiya y Jabu.
Cuando la cena finalizó, Mei se levantó de su asiento, agradeció la comida y se retiró con cortesía hacia sus aposentos. Saori lo acompañó, Tatsumi se había adelantado para prepararle la habitación principal, aquella que le perteneció a Mitsumasa, y la cual, no había sido utilizada en mucho tiempo. A pesar de eso, Tatsumi la mantenía limpia, cambiaba las sábanas, sacudía y dejaba entrar el sol. Dejando que aquella habitación tuviera vida, esperando por el regreso de su señor.
Frente a la puerta, en el corredor, Mei se despidió de Saori con una reverencia, le agradeció su compañía y enseguida esperó a que la chica entrara en su habitación. Mei podría haber estado mucho tiempo lejos de casa, sin embargo, aquello no había hecho que perdiera sus modales. Una vez que escucho la puerta, el joven se dispuso a entrar en sus aposentos. Se desvistió rápidamente, colocándose la bata de seda que yacía sobre la cama, levantó las sabanas y se dispuso a descansar. La cama era tan suave que le sería fácil conciliar el sueño, contrario a todas las noches qué pasó en vela en Sicilia.
Un ruido proveniente del picaporte lo hizo despertar, no tenía idea cuánto tiempo había pasado dormido, Mei se levantó molesto, creyó que Tatsumi estaba tratando de entrar a la habitación para llevarle más comida. A lo que simplemente abrió con una reprimenda en los labios: — Tatsumi espero que no... — su voz se cortó tan pronto se dio cuenta de quien se trataba.
La pequeña Saori se deslizó entre el espacio entre Mei y la puerta, este aún estaba un poco encandilado por la luz en el corredor. Se giró sobre sus pies sin darse cuenta que su bata estaba abierta, dejando ver que la única prenda que portaba era su bóxer.
—¿Que... qué haces aquí, Saori? — Cuestiono acercándose a la mesita de noche, allí se encontraban una jarra de vino, el muchacho se sirvió una copa
—¡Oh Mei, quisiera hablar contigo! — Respondió ella sentándose en la orilla de la cama
Mei la observo y simplemente bebió de la copa. Rodo los ojos esperando a que la chica hablara, sin embargo, aquella solo lo observaba fijamente
—¿Qué es lo que ocurre? — Le cuestionó mientras se lamia los labios para saborear el vino frutal.
—¿Es tu primera vez? — Le cuestiono.
Mei bebió rápidamente el trago para no escupirlo por la reciente pregunta, entonces le dijo —¿Disculpa?
—Hablo de esta vez... ¿es tu primera vez estando con una mujer? — Saori se sonrojo levemente mientras le observaba.
Mei sonrió, bebiendo una vez más un profundo sorbo de la copa para dejarla vacía, su ironía parecía haber vuelto —¿Parezco un tipo de los que llevan la cuenta? —
—¡Oh vamos, Mei! puedes decírmelo. — Saori estaba insistente, ya no parecía esa chiquilla que Mei conocía. La mujer se situó sobre la cama, doblando sus pies bajo su cuerpo, la bata de seda se abrió levemente dejando ver parte de su pecho.
—Está bien... dos. — Respondió Mei haciendo un ademan con su mano, esperando que aquella chica estuviera conforme con aquella información, se giró sobre sus pies, llenando nuevamente la copa de bronce.
—¿Sabes Mei?... Cuando estabas a punto de desfallecer, tenía mucho miedo, miedo de no volver a verte...— Saori se levantó rápidamente de la cama yendo hacia donde se encontraba el mayor.
Le tomo por la mano que sostenía la copa de vino, acercándola hasta sus labios. Sin ninguna molestia, Saori bebió del vino, sin dejar de observar a Mei a los ojos. Enseguida, vertió aquel liquido por sobre su pecho. Mei se exalto, sin embargo, no podía entender como lo había hecho, se había quedado embobado con el rostro de Saori que quizás olvido sostener la copa de regreso.
—¡Lo siento Saori, fue mi culpa! — Mei se disculpó, buscando una servilleta con la que pudiese limpiar. Pero tan pronto como giro su rostro, Athenea lo hizo volver con un movimiento.
El vino obscuro como la sangre mancho las ropas de aquella muchacha, estaba un poco fresco, le retiro la copa y se abrió la bata blanca. Sus pezones estaban húmedos por el líquido que había caído sobre ellos, fue entonces que lo guio hasta la cama. Sin querer perderlo de vista, se colocó sobre sus rodillas sobre el colchón, su rostro quedaba justo a la altura de su entrepierna. Sin más, tomo aquella única prenda con la que bestia Mei, descendiéndola lentamente.
—Sentí miedo... de no poder cumplir mi único gran deseo... —Comento impaciente, mordiéndose los labios con levedad mientras observaba el prominente miembro de Mei.
Ellos dos durante la infancia, habían pasado muchísimo tiempo juntos, a pesar de él ser mayor que ella unos cuantos años, siempre lo idealizo, él era el único que no era malo con ella. Que no cedía a sus suplicas, y quien ciertamente no le prestaba la mínima atención, lo cual, simplemente alimento su amor hacia él. Algunas veces, escucho a su abuelo decirle a Tatsumi que, si su primogénito volvía, se casaría con Saori, pero ella solo amaba a Mei. Ahora, casualmente se enteró que Mei era aquel chico, aquel que se quedaría con todo, su primer amor de la infancia.
Saori tomo el miembro de Mei, lo sostuvo levemente entre sus manos y enseguida comenzó a lamerlo, aquella extensión era enorme, dura y de un color más moreno que el de su pecho. Su pequeña boca engullo con cierta dificultad, pero Mei comenzó a mover su pelvis lentamente, haciéndolo entrar con un poco de fuerza.
Los dientes blancos de aquella chica se deslizaban y marcaban lentamente la longitud de su miembro. Mei jadeaba conforme su lengua se deslizaba de arriba hacia abajo. El primogénito le sostenía el cabello para seguir observando como su miembro entraba y salía de la boca. Saori de vez en cuando lo observaba, esperando obtener un gesto de aprobación de su tío mayor. Saori sostuvo la cabeza del miembro hasta que Mei la detuvo.
Aquel hombre rápidamente sucumbió a sus instintos. La tomo por los brazos lanzándola hacia el lecho, en aquella posición le tomo por las piernas, separándolas de par en par, su zona púbica estaba al descubierto, su entrepierna era rosada, sin rastro alguno de vello, pura y blanca, como el de una diosa. Mei sostuvo su miembro, lo masajeo de arriba hacia abajo asegurándose que estuviera bien erecto y listo para la penetración. Saori estaba impaciente, se mordía los labios, tocaba sus senos con desdén, fue entonces que Mei dejo caer un escupitajo en su vagina, aquella acción resultaría ser asquerosa para cualquier persona, pero no para la diosa, quien deseaba que aquel acto se consumiese finalmente.
Mei llevo su miembro endurecido hasta su entrada vaginal, en ese lugar, sin ninguna consideración, la penetro con rudeza, el rostro de la chica demostró dolor, luego sonrió dándole paso al placer. Mei comenzó a moverse inmediatamente, le sostenía las piernas en el aire con tal de que sus embestidas no presentaran alguna obstrucción, Saori se movía de atrás hacia adelante como si quisiera emparejar su ritmo con el masculino. El miembro de Mei estaba húmedo, lo que facilitaba la entrada y salida de su cuerpo.
Aquella posición no duro mucho, Mei hizo que Saori se levantara, la coloco nuevamente sobre sus rodillas y brazos, dirigió su trasero de frente a él. Una vez allí, Mei llevo su mano hasta el trasero de Saori, allí, introdujo ambos de sus dedos, masajeando bruscamente su clítoris y parte de su cavidad anal, Saori gimió, restregando su rostro contra la sabana. Mei daba unos cuantos lengüetazos y escupía dentro del ano de Saori, viendo como la cavidad parecía cerrarse intermitentemente.
Una vez más, sin previo aviso, la penetro, esta vez por el conducto anal; sonidos similares a los de un pequeño gas se hicieron notar, debido al gran tamaño que representaba el miembro, los senos de Saori caían por la gravedad, Mei comenzó a embestirla sin preocuparse que alguien los estuviera escuchando tras la puerta. El masculino rodeo su brazo al cuello de la chica, haciéndola curvar su espalda, su garganta comenzaba a bloquearse, lo que hizo que aquella chica objetara y finalmente se detuviera.
—Lo siento preciosa... me encanta rudo... —menciono el recién llegado de Italia.
Sonriéndole, la beso con pasión y entonces palmeo con fuerza su trasero. La pequeña diosa había sido obligada a permanecer en aquella posición, sus cavidades estaban expuestas, totalmente a merced de su tío. Fue entonces que el chico remojo su mano con su propia saliva, levemente contorneo la cavidad anal de su pequeña sobrina, esta vez esperaba que no se opusiera a que diera uso de su exquisito ano.
Introdujo uno de sus dedos, simulando las penetraciones. Saori llevo su diestra hacia su cavidad vaginal, allí, comenzaría a juguetear propiamente con su clítoris. Entre gemidos y un poco de movimiento, Mei decidió finalmente introducir tres dejos de su palma en el conducto rectal. La chica se retorció de dolor, sin embargo, no se detuvo. A su vez, Mei estaba bombeando su miembro, tratando que estuviera aún más erecto para ella.
Los sonidos de sus pieles se hacían presente, los dedos de Mei creaban un chasquido de humedad conforme se introducían en su recto, Saori estaba lista y deseosa por más, se lo imploraba a Mei. Enseguida, este se introdujo lentamente, presionando su cuerpo hacia ella con tal de que cediera en la intromisión de su miembro. Lentamente comenzaría con los movimientos, el cuerpo de la diosa se negaba a dejar entrar el miembro. Por eso, el muchacho implemento la fuerza, haciendo estallar en un chillido a la griega.
Saori termino tendida sobre el lecho, Mei la siguió, la coloco de lado mientras buscaba sus labios y le sostenía los senos.
—Ahhh... mi pequeña Saori... Tu coño es tan estrecho — Saori se mordió los labios, estaba tan excitada que no sabía que responder, su cuerpo temblaba, su entrepierna ardía, sus pechos pedían por más.
Mei al parecer leía su mente, pues sin dejar de moverse bruscamente, dirigió su mano hasta su miembro, frotándolo contra su cavidad una y otra vez para luego introducirlo en su ano.
Después de un tiempo prolongado, los movimientos cesaron, Saori estaba cansada, pero Mei no, comenzaba a creer que insinuársele había sido una mala idea, pues este chico apenas y mostraba una ligera capa de sudor en su rostro.
Una vez más le rodeo el cuello, después introdujo su puño en la boca de la diosa. Joder era tan candente, tan apasionado. Según sus palabras había estado solo con dos mujeres, pero quien sabe durante cuánto tiempo, ella se negaba a dejar de poseerlo. Quería que aquella extremidad estuviera dentro de ella por todos lados, anhelaba sentir su saliva empaparla y sus labios rozarse en cada centímetro de su piel.
Una vez más esos sonidos, su clítoris hacia sonidos cada vez que palpaba sobre el, estaba húmedo, se sentía realmente delicioso continuar con esas acciones. Mei se levantó, saco su miembro del interior e hizo que Saori lo volviese a contener en su boca. Tendidos en una extraña posición, Saori se encargaba de lamer el miembro con rapidez, degustando aquel que estuvo dentro suyo, Mei también le brindaba placer, sus dedos entraban y salían de su vagina, sus rodillas temblaban, no tenía idea cuanto tiempo podría soportarlo.
Fue entonces que, sin ánimos de detenerse, Mei se acomodó sobre el lecho, tomo a la pequeña diosa de la cintura, la sentó sobre su miembro y la obligo a saltar una y otra vez. El trasero de Saori golpeaba contra sus piernas mientras el pene entraba bruscamente en su interior. Mei aprovecho la posición y comenzó a morderle los senos. Los succiono con suma rapidez, mordisqueando de vez en cuando sus pezones haciéndola gemir una y otra vez su nombre.
Mei recordó a su padre, y lo que le decía, que alguna vez sería un buen hombre como él, y podría tener a la mujer que quisiera. Saori era una de ellas, sin saberlo, Mitsumasa la había criado solamente para él. Le sostuvo el trasero, lo palmeo hasta que quedase rojo y la oyera chillar, solo así le demostraba que no era una diosa. Sino un simple mortal que le fascinaba corrompieran su cuerpo.
El cuerpo de Saori dejo salir un fluido cristalino, Mei se enorgulleció, luego con fuerza la levanto, dirigiéndola hacia su propio rostro. Athenea sintió como todo aquel liquido salía de su cavidad y llenaba el rostro de su tío. Aquel hombre la había vuelto loca, había hecho que se corriera y bebido de su aroma.
Mei dio unos cuantos lengüetazos a su cavidad, llegado a introducir su lengua en ella, mordió con levedad su clítoris y después paso hasta su ano. El cuerpo de la diosa había desprendido la miel más deliciosa que alguna vez había probado. Y, sin embargo, aquel chico, aun no estaba satisfecho. Podría repetir cuanta posición se le ocurriera, podría intentar dañar su cuerpo terrenal, y aun así, aquella chica lo resistiría porque estaba tan ahogada en deseo como él.
Mei se puso de pie sobre el suelo. Camino hacia la mesa donde estaba la jarra de vino, Saori se retorcía sobre la cama. Bebió un profundo sorbo y volvió a verla.
—Entenderás que no podrás irte hasta que te llene por completo ese delicioso culo. ¿no es así? — Atena levanto la mirada y entonces asintió mordiéndose los labios. Elevo su trasero y entonces se contoneo como queriendo provocarlo. — ¡Maldita sea! ¡Que delicia resulta ser mi diosa! —
Mei Kido, heredero legitimo del millonario Mitsumasa, tenía todo lo que podía desear, poder, un nombre, una mujer encantadora, que, por si fuera poco, era la reencarnación de una diosa mítica. El chico se mordió los labios, dio una leve palmada sobre su propio miembro y entonces subió de nuevo a la cama.
Saori había traído de nuevo a casa a Mei, y aquel hombre, su tio le había mostrado lo que había aprendido todo este tiempo lejos de casa. Lo que era verdaderamente pertenecerle a un hombre, y lo que lo haría recordarlo día y noche por el resto de su vida, sin saber, que su destino ya estaba marcado por una constelación sin brillo.
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