32. La sacerdotisa de Odín

Personajes: Hilda de Polaris, Bud de Alcor Zeta
Historia relatada en base a la serie animada, siguiendo la cronología de la misma obra. Los personajes aquí mencionados son exclusivamente de la saga de Asgard, siendo más específicos en el episodio 74, ''¡Enemigos del polo norte! Los legendarios guerreros divinos''.
Si te gustan mis historias, por favor deja una estrellita o algún comentario diciendo que te pareció este capítulo.
Te lo agradecería muchísimo.

La princesa Hilda parecía molesta, no dejaba de observar fijamente el anillo dorado en su dedo. Sentada en el enorme trono en medio del salón, golpeó contra el suelo su lanza. Enseguida un soldado raso apareció; llevaba un yelmo coronado con grandes cuernos, que, si bien no dejaba verle los ojos, dos hombreras superpuestas en cada hombro, un peto de protección ligera en el pecho, pero aun así dejando ver una gruesa piel de oso negro en el lado derecho del torso, disponía también de protectores de los brazos, muslos, cadera y rodilleras. Enseguida aquel hombre se dejó caer sobre la rodilla, y e Hilda se dirigió hacia él.

—Y bien... ¿Dónde está? — su voz llenó el salón, retumbando en los cristales en el techo.

—Se ha negado al llamado, mi señora. — respondió el soldado

Hilda frunció el entrecejo al escuchar aquella respuesta. Enseguida se levantó del trono y camino hacia el hombre de rodillas. La larga falda de su vestido de arrastró por el marfil del salón, el color brillante de la tela carmín se esparció por el piso como una mancha de sangre conforme ella caminaba

— ¡Oblígalo a venir!, dígale que su princesa ha caído en cama. —Hilda quito uno de los brazaletes de oro y rubíes que portaba sobre su brazo derecho, enseguida lo extendió hacia el hombre, aquel un poco temeroso lo tomó con delicadeza.

—Mi.... mi señora... —

—Toma esto como una muestra de gratitud por tu silencio... — dio una pequeña palmada sobre el hombro de aquel soldado, emprendiendo su caminar hasta las enormes puertas del salón.

La noche había caído en el palacio Valhalla, Hilda se posaba sobre el taburete frente a un enorme espejo y tocador, la princesa cepillaba su cabello de plata con un cepillo de cobre y cerdas suaves.

Un par de toques sobre su puerta se hicieron escuchar, dejando un corto silencio y después una voz: —Disculpe mi señora, el señor Syd está aquí. —

— ¡Que pase, está bien! — Y dicho aquello las puertas de su alcoba se abrieron con un rechinido, Hilda se había puesto de pie justo en ese momento, con ambas manos cerró la bata azul marino de lana y dobladillo de plata que llevaba sobre sus ropas de cama.

—Lamento molestarla, mi señora. ¿Me Ha llamado...? — Quien había llamado por su atención era un hombre joven, con un cuerpo delgado, pero ciertamente musculoso, sus cabellos eran cortos, dejando al descubierto su frente, sin embargo, llevaba unas hebras largas en la parte de la nuca, de color verdoso y muy lacio.

Su vestimenta se componía de unos pantalones de lana blancos, con un jubón de manga corta y brocado de mismo color, sobre la cintura llevaba un cinturón ancho de oro y rubíes, además sobre sus hombros, una gruesa capa de color celeste sostenida por broches de plata, y sobre los brazos portaba brazaletes de cuero pigmentado en color jade que hacía juego con sus botas.

Aquel hombre era un guerrero conocido en Asgard, pues provenía de una familia noble y milenaria de dicha tierra, Syd Dondarrion. Hilda no dijo una sola palabra, por el contrario, lo miro con un poco de molestia, pero, casi de inmediato sonrío. Para cualquiera que pudiera verla, no entendería lo que ocurría, pues la señora Hilda parecía cambiar de inmediato de humor.

— ¿Le sucede algo? Parece molesta mi señora.... —

Hilda soltó una pequeña risa mientras se acercó al chico — He tenido ese precioso rostro tanto tiempo entre mis sábanas que sabría que se trata de ti desde cien metros de distancia —. Colocó ambas manos sobre su nuca, acariciando aquella parte. Sus delgados dedos se entrelazaron en los cabellos largos — podrás lucir como tu hermano, pero te siguen haciendo falta modales, Bud. —

Tal y como lo había dicho Hilda, Syd tenía un hermano, un hermano gemelo que no había corrido con la misma suerte que él, pues en Asgard había una creencia, donde los gemelos venían junto a una maldición. La familia Dondarrion, a pesar de ser de linaje sobresaliente, tuvieron que deshacerse de un pequeño, en este caso, del gemelo menor, cuyo nombre que recibió era Bud. Quien, a pesar de no haber recibido un entrenamiento adecuado, se convirtió en un hombre que se había favorecido de la princesa Hilda.

Bud la vio con recelo y entonces atrapó sus labios con los suyos, creando un muy profundo y obsceno beso. A los pocos segundos de haber comenzado, aquel mismo se separó de ella, trayendo de debajo de su capa un brazalete de oro y rubíes: —Al parecer lo perdiste — Enseguida soltó el broche que sostenía la capa sobre su hombro, lanzándola sobre una de las sillas cerca del balcón, Bud se dirigió hasta el mesón que estaba en una esquina, tomando una jarra de vino sirviéndose una copa con el dulce líquido.

—Comenzaba a saber demasiado... teníamos que eliminarlo. — respondió ella contoneándose hasta el guerrero, con una sonrisa tomó la copa de las manos del masculino, bebiendo un profundo sorbo del vino dulce. Sus radiantes ojos azules no dejaban de ver los contrarios, en una especie de juego de poderes.

— ¡No podemos eliminar soldados cada vez que necesites de mi compañía... diezma nuestro ejército! ¡No estaremos preparados para la guerra! — con un rostro molesto Bud tomó de nuevo la copa de vino, bebiendo el resto del contenido con un solo sorbo.

—Por eso te he llamado, quiero que estés a mi lado... para siempre...— respondió ella siguiéndolo de cerca, abrazándose a su espalda.

— ¿Y cómo harás que eso pase? Recuerda que no soy nada... un hijo natural tendría más derecho a mí que soy un simple abandonado. — Bud se dio media vuelta para quedar de frente a ella, Hilda volvió a abrazarlo, esta vez recargando su rostro contra su pecho.

— ¡Tengo el poder de llamar a las robes, te otorgaré la protección del tigre vikingo, con ello, nadie podrá objetar sobre mi voluntad o tu linaje! — El muchacho le sostuvo el rostro, buscando alguna señal de que aquello que le decía era mentira, pero solo encontró vacío.

Los ojos de Hilda delinearon el rostro de Bud, sus ojos parecían una joya preciosa, pero no cualquiera, era una mezcla entre la pureza del verde de la esmeralda, y el misterio del azul como los zafiros. Enseguida con la diestra le guío el mentón, dejando un rastro de besos que iba desde su barbilla hasta sus labios, Bud respondió lentamente, cediendo totalmente a cómo Hilda le manda el ritmo.

Sin previo aviso, y con suma fuerza, el asgardiano la sostuvo por la cintura, cerrando un abrazo con ambos brazos, restregó su rostro contra su cabello de plata, olfateó profundamente, olía a castañas y canela, con un toque de perfume de rosas, de esas que venían de las tierras cálidas.

Bud sintió la calidad del cuerpo de Hilda, ambos se separaron, se vieron a los ojos el uno al otro, el guerrero estaba a punto de decirle lo que sentía, de estar en contra de la petición y la guerra que Hilda planeaba, pero ella se lo impidió, se arrodilló frente a él, le abrazó las piernas y entonces dijo: —Por favor promete que te quedarás a mi lado, por favor, Bud, te lo suplico—

—Hilda... — Susurro levemente. — ¿Cómo lo supo...? — se preguntaba el muchacho y entonces Hilda levanto su mirada encontrándose con la masculina.

—Por favor, Bud... quédate conmigo... —seguía suplicando, el muchacho no le dijo nada manteniéndose en silencio por unos cuantos momentos, pensó en la verdad detrás de ese rostro de porcelana, tras esas súplicas se escondía un motivo más grande que el afecto que se tenían.

—Me quedare contigo... —respondió en un tono leve.

Enseguida llevo sus manos por encima de los brazos de Hilda, ayudándola a ponerse de pie, Bud dio un par de pasos más junto a Hilda hasta la silla donde había arrojado su capa. Suspiro profundamente y se dejó caer, Hilda levantó un poco su bata para poder sentarse sobre su regazo. Casi al instante le tomó por el rostro y comenzó a besarlo, el sabor de sus labios eran dulces debido al vino que había bebido.

Prontamente se acomodó sobre de él, llevó sus piernas a cada lado del guerrero, acaricio su cuello y lo besó desenfrenadamente, introdujo sus manos por debajo de su prenda superior, haciendo que los botones que cerraban el jubón se abrieran y dejaran al descubierto su pecho. Sus manos delineaban el abdomen y pecho; excepcionalmente trabajado, duro como cualquier metal. Jamás en toda su vida, Hilda imagino anhelar un cuerpo tanto como el de Bud.

La chica se deslizó sobre sus piernas, cayendo al suelo. Rápidamente le desnudó la parte baja, sus manos se habían colocado sobre el pantalón de lana, tomó los cordones que lo sostenían y mantenían cerrado, con mucha rapidez separó ambas partes, sus manos frías delinearon el miembro por encima de su ropa interior.

Hilda sonrió y continuó, con ambas manos sostuvo el miembro del menor, enseguida lo observo y tan pronto pudo, lo llevo hasta su boca, lo introdujo en dicha cavidad y comenzó a succionar, Bud tan solo echó la cabeza hacia atrás, sus brazos estaban apoyados sobre los firmes brazos de la silla, cerró los ojos.

Por su parte, Hilda sostenía el miembro del guerrero con la diestra, mientras que ejercía movimientos con la cabeza, de atrás hacia adelante, haciendo que el miembro entrase y saliera de su boca una y otra vez, el falo estaba totalmente cubierto de saliva, pues Hilda hacía lo posible por que aquel entrase hasta su garganta, sin importar que el borde inferior de sus ojos se tornara rojo.

La princesa hacía lo posible por retenerlo en su interior el mayor tiempo posible. En un par de ocasiones casi vomitaba por la acumulación de saliva al tratar de engullir el falo completamente. Bud comenzaba a jadear y soltar unos cuantos gemidos. La vista que tenía Hilda era la idónea, pues observaba como aquel hombre caía en su hechizo, en ese que no requería ningún tipo de magia, y que resultaba ser placentero para ambos.

Hilda deseaba a Bud por sobre el dominio de cualquier reino. Con el miembro de Bud completamente erecto, Hilda se puso de pie, y con ambas manos desató su bata de seda. La dejó caer desde sus hombros, mostrándose ante Bud como una persona normal, sin esos atavíos que coronaban su cabeza, sin las prendas de finas telas o corazas de protección que usaba como gobernante.

Su silueta era perfecta, sus senos grandes caían ligeramente sobre sus costillas, con enormes pezones de color rosa, endurecidos por el frío, sus caderas anchas que escondía por debajo de la falda de terciopelo rojo, su monte Venus, con una pequeña mata de vello ennegrecido contraste a lo que era su precioso cabello plata. Dio un par de pasos hasta llegar al borde de la enorme cama. Contoneándose tan grácil y sensual al mismo tiempo. Bud se mordió los labios, la vio inclinarse sobre el lecho, elevando el trasero blanquecino con el que se entretenía cada vez que ella quisiera.

Entonces él también se puso de pie, se despojó de sus ropas, el jubón al igual que sus pantalones y botas, quedaron en el suelo junto a la capa. Camino hacia la chica, colocó una de sus manos sobre la delgada espalda de Hilda, haciéndola que se inclinase totalmente sobre la cama.

Su trasero se elevó hasta la altura de la pelvis del guerrero, aquel tomó con ambas manos sus glúteos, los separó un poco, estaba a punto de entrar cuando Hilda lo detuvo. Sorprendido, Bud la observo, aquella mujer se había dado la vuelta, su vista estaba contra la suya.

—No.... está vez... no quiero que sea por allí. —la mujer separó sus piernas, dejando a la vista su entrepierna. —Quiero que me preñes... Bud— se mostró un poco ruborizada.

Bud no lo creía, las palabras de Hilda chocaban contra el como una ventisca fría. Por primera vez, en mucho tiempo, Hilda le permitía arrebatar su virginidad. Durante todo este tiempo, sus relaciones se basaban en felaciones y actos sexuales por medio de coito anal. Hilda mantenía su virtud para un caballero, uno que amaría por toda su vida, y a quien había dicho, necesitaría verla sangrar la noche de su boda.

Bud se mordió los labios, se abalanzó hasta ella atrapando los contrarios, le acarició las mejillas, y mientras ambos se fundían tocando sus pechos, el guerrero se acomodaba entre sus piernas colocando a Hilda por debajo de él. En el fondo Hilda estaba nerviosa, pero Bud seguía mostrándose seguro, aquel hombre era a quien ella amaba y conservaría a su lado durante el resto de su vida. Bud, un simple hijo abandonado, marcado por una maldición, le había enseñado lo que era amar; el futuro que la princesa planeaba, lo divisaba junto a él como su único rey.

Fue entonces que el miembro de Bud irrumpió en la zona íntima de Hilda. La cabeza de su miembro se detuvo por unos segundos, a continuación, se deslizó de lleno en su interior. Un desgarrador dolor invadió su cuerpo, estaba a punto de gritar, pero observó ese rostro, el de su verdadero amor, lo besó nuevamente.

Bud sintió una enorme presión sobre su miembro, observó el rostro de Hilda, de aquella mujer de la que se enamoró mientras bordaba cerca del patio de armas. Aquella que le tendió su mano cálida y conservó a su lado como su más grande confidente.

La princesa Hilda había vuelto a ese rostro de quince años, a esas mejillas rojas que vio mientras tomaba un baño en las piletas calientes, y a quien había desvirgado esa misma noche. Mientras la besaba pensó en su padre, en el viejo rey que murió en ese mismo año, y por quien Hilda lloró día y noche, quien lo convirtió en su escudero.

Hilda comenzó a gemir, el miembro de Bud se deslizaba difícilmente en su interior, la hacía sentir un dolor agudo, pero también placentero. Fue entonces que el muchacho comenzó a moverse de adelante hacia atrás apoyándose sobre sus dos brazos. Sus caderas marcaban un ritmo que poco a poco aumentaba en la fuerza y rapidez. Su miembro entraba y salía cubierto de una secreción cristalina, comenzaba a tomar calor, el cuerpo de Hilda se movía bajo el suyo, sus pechos subían y bajaban debido al golpe de ambos cuerpos.

La muchacha se mordisqueó los labios, entonces cerró sus piernas, aprisionándolo con ellas, Bud sonrío, tomo sus propias manos y las llevo tras su cabeza, aquello ocasionó que los pechos de Hilda se levantasen un poco, haciendo notar aún más su delgadez, sin dejar de moverse, Bud comenzó a experimentar, descendió un poco queriendo alcanzar a besar sus pechos, apenas pudo rozar un pezón con su lengua. Hilda se retorció, le gustaba que aquel hombre la hiciera sentir muchísimo más.

El guerrero apretó sus pechos con fuerza, alternando aquellas acciones con succiones sobre una misma zona; al poco tiempo, marcas rojizas comenzaron a aparecer en su piel. Entre gemidos y sollozos, Bud descendió sobre el cuerpo de Hilda, dejando un rastro húmedo Bud alcanzo a llegar hasta su ombligo, lo paso de largo y casi tan rápido, se colocó entre sus piernas. Aquel hombre sonrió, finalmente la princesa de Asgard se había entregado a él. Abrazo sus piernas con sus brazos, atrayéndola un poco hacia su rostro.

Bud introdujo su lengua en la zona intima de Hilda, lamiendo de arriba hacia abajo, como un lobo sobre un trozo de carne recién cortado; era la primera vez que Bud sentía la necesidad de hacerla sentir el mayor placer posible. Hilda flexiono un poco sus rodillas debido a los espasmos producidos, entrelazo sus dedos sobre la cabellera corta del guerrero y entonces tiro de ellos levemente a la vez que gemía.

Las acciones del muchacho se prolongaron por unos cuantos minutos más hasta que Hilda le pidió que se detuviera, a pesar de que estaba empapada en sudor sentía un escalofrió recorrerle por debajo de las gruesas pieles de oso, el leño sobre la chimenea por poco y se consumía. Su rostro estaba ruborizado. Bud se coloco nuevamente sobre ella, beso sus labios lentamente y enseguida se introdujo nuevamente entre sus piernas, el falo estaba hinchado, aun muy duro. Hilda sintió arder su interior, se aferro con fuerza a los brazos del muchacho.

El guerrero emprendió nuevamente las embestidas, esta vez siendo un poco más rudo. Sus pieles comenzaron a chocar creando un eco en la habitación. El cuerpo de la mayor parecía desvanecerse, pero en ese momento ocurrió. Bud se había corrido dentro de Hilda en más de una ocasión, siendo lo suficientemente viril para hacerla llegar al orgasmo momentos más tarde.

En ese momento, mientras los dos respiraban el aliento del otro, la llama en la chimenea se apagó. Ambos quedaron en penumbras, Hilda rio mientras le mordía la barbilla. Bud sonrió, contrajo su trasero en una ultima estocada en contra de la princesa, acto seguido se levanto dejando a la vista su perfecto cuerpo.

Hilda le observo mientras aquel se encargaba de volver a encender la chimenea. —¿Puedes entrar a la cama una vez más?, quisiera pasar el mayor tiempo contigo de ser posible... — comento abrazando la piel de oso en contra de su pecho.

Bud suspiro y le mostro una sonrisa. Definitivamente estaba enamorado de la princesa. Antes de volver a la cama, se acercó a la mesa donde estaba la jarra de vino; sin embargo, derramo un poco sobre los pergaminos que yacían al costado, esperando no haberlos arruinado, le dio una ojeada a uno de ellos y entonces viendo a la tinta desvanecida pudo percibir su nombre, y enseguida ''Sombra del tigre vikingo'', dio un profundo sorbo de la copa.

—Esto es...— Dijo Bud con un ápice de tristeza en su rostro.

Hilda se incorporó un poco para responderle —La robe de Alcor... para revivirla necesitas el zafiro que está en la robe de... —

—Syd... Lo sé... — Respondió Bud tomando sus prendas y comenzando a vestirse.

—Bud... — Hilda le llamo desde el lecho.

—No digas más... me largo...—

Bud se había vestido rápidamente, tomo la capa de la silla colgándola en su hombro sin el mínimo cuidado. Enseguida salió de la habitación con un portazo, caminando por el corredor del palacio, pensó en lo estúpido que había sido, en la forma tan tonta en la que se había entregado, paso años entrenando para finalmente ser relegado una vez más por su hermano mayor.

—Syd, dios guerrero de Mizar Zeta, el niño que fue elegido. —Bud tenso su rostro, había salido fuera de los terrenos del palacio. Frente a él se encontraba un enorme glaciar que albergaba un rio congelado en su base, según los ancianos, uno de los más fuertes e indestructibles.

Invadido de colera concentro su cosmo en su palma derecha, sus uñas crecieron, convirtiéndose en garras como las del tigre, asesto un golpe contra aquel montículo, haciéndolo romperse en miles de pequeños y grandes pedazos. Agitado, se dio cuenta que el rio volvía a fluir, enseguida un destello lo cegó, delante de él, estaba haciendo acto la God Robe de Alcor; era preciosa, con arabescos y formas iguales a las de la armadura de Zeta. —¡Yo soy Bud, Dios guerrero de Alcor! — Grito eufórico haciendo que la robe se separa de su forma pasiva y lo vistiera.

Hilda observaba desde las almenas del castillo; ese poderoso desgajamiento era obra de Bud. El odio, el dolor, la envidia y el amor habían hecho que Bud fuera por la robe; su poder y ambición lo harían volver, y ella estaría ahí para verlo obtener lo que merecía.

—Todo esto... Bud... es para nosotros... Serás un digno rey de Asgard— Susurro mientras la inmensa luz en el cielo se desvanecía.

Hilda se dio media vuelta con una risa incontrolable, ocultando sus manos entre las gruesas mangas de su bata de lana. Por debajo de ella, acariciaba su vientre; su ejercito estaba completo, y después de esa noche, el reino de Asgard tendría a los reyes más poderosos nunca antes vistos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top