31. Para siempre
Personajes: Orfeo de Lira, Eurídice
Historia relatada en base a la serie Saint Seiya, siguiendo la cronología de la misma obra. Los personajes aquí mencionados son exclusivamente del Saint Seiya, Vol. 24, siendo más específicos en el capítulo 87, ''El triste réquiem de Orfeo''. Donde Eurídice recuerda la última vez que estuvo en la tierra junto a Orfeo.
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Orfeo era un aprendiz de caballero que recién había recibido la cloth de lira, muchas personas en el santuario decían que era afortunado al ser nombrado caballero a una temprana edad, lo elogiaban diciendo que su poder podía comparar al de un Gold Saint, inclusive Orfeo era citado al templo mayor del patriarca para presentar un recital con su lira para su santidad y los siete caballeros de oro.
Cuando cumplió diecisiete años una explosión en la pequeña aldea de Rodorio obligó a toda la población a evacuarse, el patriarca ordenó que algunos caballeros ayudaran a las personas y buscaran heridos, después de todo era lo menos que se esperaba de un honorable hombre como él.
Orfeo recorrió toda la aldea en busca de sobrevivientes, y entre la multitud atemorizada se encontró con alguien de presencia excepcional; era una joven aldeana, un poco baja de estatura comparada con él, tenía el cabello rubio, muy largo hasta casi llegarle por debajo de la espalda baja, el rostro de un ángel y los ojos verdaderamente brillantes. Él la vio, y ella a él. Basta con decir que apenas la joven sonrió, las piernas del caballero de plata comenzaron a temblar, parecía nervioso, lo único que pudo hacer fue volver al santuario con esa extraña sensación en su pecho, como si algo le quitara la respiración.
Conforme pasaron los días, Orfeo visitaba continuamente la aldea, muchas personas de ese sitio lo conocían, y tenían la dicha de haber escuchado un par de sus sonatas con la lira, una majestuosa música que a cualquiera encantaría, inclusive a Eurídice. La chica de quien Orfeo se había enamorado perdidamente y por la cual estaba en ese sitio casi todos los días.
El tiempo pasó, de estación en estación, Eurídice y Orfeo eran conocidos en todo el sitio, por su increíble y envidiable amor. No había pareja más perfecta que ellos dos, como si estuvieran enlazados en un solo destino. Eurídice esperaba a Orfeo siempre en el mismo lugar, muy cerca del río había unas cuantas piedras de gran tamaño que si bien les servían para ocultarse o descansar mientras la música de su novio salía de su preciada lira.
Ese día no fue distinto, conforme lo acordado, Eurídice apareció, y Orfeo minutos más tarde, Eurídice vestía de seda, un vestido precioso que se movía conforme las leves ráfagas de viento lo disponían, Orfeo por su parte siempre se le vía portando la armadura de plata de lira, aunque en esa ocasión, apenas vio a la rubia sintió las ganas de despojarse de ella, los últimos días no podía abrazarla, y sentía que le estorbaba, además, Orfeo prefería que Eurídice sintiera su piel y por supuesto él como se aceleraba su corazón al estar con ella. Cuando los dos enamorados se encontraron rápidamente se abrazaron, ambos se dijeron cosas hermosas y después de un momento mirándose a los ojos se tendieron sobre el verde pasto bajo la sombra de un enorme manzano.
Eurídice recostada sobre el pecho de Orfeo dibujaba con la punta de su dedo diversas formas al mismo tiempo que escuchaba las grandiosas historias que el caballero le contaba. De un momento a otro ambos se miraron a los ojos, sonrieron y terminaron besándose; el beso fue lento, romántico y muy prolongado, la rubia colocó una de sus manos sobre la mejilla del santo de plata, el solo pudo descenderlas hasta sostenerla por la cintura.
Enseguida el beso se intensificó, los labios del griego se enlazaban contra los de ella en una preciosa danza, ambos pares de ojos permanecían cerrados. Pero de pronto el deseo y las ganas de sentirse propios los hizo levantarse, Eurídice se sentó sobre las piernas de Orfeo, y este último irguió la espalda pudiéndose sentar. El albiazul levantó el vestido de la mujer y completamente seguro presionó sus glúteos con la mano derecha, esta acción provocó un débil gemido que si bien vendría acompañado de más besos.
La rubia mordisqueó sus labios guiando el rostro de Orfeo en contra de su cuello, ahí, el caballero de lira olfateó su piel y enseguida comenzó a besarla, el rastro de besos fue corto, pues momentos más tarde el caballero hacía que la prenda femenina cayera de sus hombros; justo cuando la seda cayó y quedó atrapada en medio del vientre, los senos de Eurídice quedaron al descubierto, pequeños y rosados, cubiertos por pequeños puntos que denotaban lo erizada que estaba su piel gracias al contacto que Orfeo aplicaba.
Orfeo tomó uno de sus senos entre sus manos y sin más, lo introdujo en su boca, sus dientes se encargaron de mordisquear la punta del pezón, y su lengua de delinearlo de arriba hacia abajo, los gemidos se hicieron notar de inmediato, la rubia entrelazó sus manos contra el cabello del caballero, utilizando dicha posición como medio de atracción hacia él en caso de que se detuviera.
Sus pantaletas estaban comenzando a sentirse húmedas Eurídice deseaba sentir más de quién durante mucho tiempo se había privado, fue entonces que comenzó un ligero vaivén sobre las piernas del caballero, las prendas tan ligeras que llevaba aquella tarde fueron idóneas para la estimulación, al poco tiempo el miembro se había endurecido y se restregaba con mayor intensidad en contra de la cavidad de Eurídice.
Orfeo parecía estarse sonrojando, aquella actitud que recientemente había tomado Eurídice fue una completamente distinta a la que él estaba acostumbrado a ver. Sin embargo, le encantaba, y es que a decir verdad estaba conteniendo mucho aquel sentimiento pasional hacia ella. En ese momento Eurídice seso a sus movimientos y enseguida llevo sus manos entre ellos dos; estaba deshaciendo los cordones de la camiseta de Orfeo, apenas pudo aflojar el amarre, la levanto, arrojándola al suelo.
El caballero aprovecho para bajar sus pantalones, dejando al descubierto su masculinidad. Eurídice hizo hacia un lado su ropa íntima, pudiendo nuevamente sentir lo húmeda que estaba su entrepierna, fue hasta entonces que comenzó a sentirse nerviosa, inclusive dudosa de lo que estaba por ocurrir.
Eurídice estaba sonrojada, principalmente por lo que le ocurría al caballero de plata; su miembro estaba erecto, firme y listo por y para ella. Fue entonces que dejo escapar un suspiro y de manera lenta se sentó sobre este: el miembro del albiazul irrumpió en su cavidad con suavidad, y un poquito de dolor, se sentía extraño y muy placentero. Permaneció quieta un instante antes de comenzar a moverse. Su cabeza estaba inclinada hacia atrás y sostenía ambos pechos con sus manos, Orfeo por su parte la sostenía por la cintura, observaba detalladamente el cuerpo de la galo.
Y cuando Eurídice lo vio, dio inicio a sus movimientos de caderas, las rodillas de la rubia se apoyaron en el pasto de tal forma que sus movimientos fueran mucho más fáciles, daba unos cuantos saltos de arriba hacia abajo, haciendo que el miembro del caballero se introdujera y saliera a cada tanto tiempo, soltó sus pechos y dejo que aquellos se movieran al mismo ritmo. Sus gemidos o tardaron en salir, la griega estaba fascinada con aquello que el caballero le hacía sentir. Rápidamente Orfeo se movió y con un movimiento pudo hacer que Eurídice se colocara boca abajo.
Sosteniéndole por las caderas con ambas manos hizo que su parte trasera se levantara, mientras que la joven se mantenía con la cabeza gacha contra el pasto.
Eurídice extendió ambas manos entre la corta hierba y enseguida se aferró a ella cuando el muchacho introdujo nuevamente el grueso miembro en su cavidad. El caballero de la lira comenzó un vaivén en contra de ella, creando un sonido de golpe que si bien era oculto tras el caudal del rio en conjunto de los gemidos de su amada Eurídice.
El rostro de la muchacha demostraba satisfacción, pasión y muchísimo amor, estaba entregándose al hombre que amaba y él a ella. Le respetaba en todo instante y la hacía sentir la mujer más hermosa de entre todas; conforme los movimientos del caballero iban en aumento, el placer en el cuerpo de la joven griega también, su voz se estaba desgastando entre gemido y gemido. Y al igual que la energía de Orfeo, su cuerpo estaba decayendo considerablemente.
Eurídice se detuvo en medio de un sonoro gemido. Orfeo pensó que la había lastimado, así que de igual forma termino deteniéndose. La chica lo guio hasta sus labios para así besarlo profundamente mientras aún se mantenía en su interior; introdujo su lengua levemente y termino aquel beso con una leve succión a su labio inferior. Sonrió y por cuenta propia se dio vuelta, quedando de frente al rostro de Orfeo. El caballero se tomó un par de segundos para apreciar nuevamente el rostro tan hermoso de su novia, estaba tan radiante y perfecto que casi no se notaba lo exhausta que se encontraba.
-Por favor... continua. - Comento Eurídice con su dulce y encantadora voz, al mismo tiempo que separaba sus piernas para así acomodarlas a los costados del cuerpo del caballero.
Enseguida Orfeo se abalanzó sobre ella y entre un pasional beso guio su miembro hasta su cavidad, haciendo que este mismo se introdujera de una sola estocada. Eurídice trato de cerrar un poco las piernas, sin embargo, el cuerpo de Orfeo yendo de atrás hacia adelante lo evito.
El miembro del joven caballero estaba más duro que antes, pero esto no represento nada, puesto que la lubricación de la cavidad femenina evitaba que provocara algún tipo de dolor.
Eurídice le rodeó los hombros con los brazos y apretó el rostro contra su cuello mientras él la llenaba. Tres embestidas rápidas, y todo terminó.
En el momento del placer, le mordió el cuello con fuerza, y cuando la alzó de nuevo su semilla la desbordó y se le derramó por la cara interna de los muslos. Solo entonces pudo envolverse entre la seda de su propio vestido al acomodarlo en su lugar, dejándose caer al colchón de hierba y césped, y así sentir la presencia del mayor a su lado.
Esa misma tarde al poco tiempo, el caballero acomodo sus vestimentas, se puso de pie y vistió la silver cloth de lira que yacía en el suelo pieza a pieza. Eurídice se sentó en la orilla del rio y lavo sus pies con el agua fresca. Al darse cuenta que Orfeo había despertado regreso donde él, sentándose en una de las inmensas rocas que yacían cerca de ellos y que les sirvió de refugio durante su apasionado encuentro.
Orfeo se sentó a su lado, comenzando a tocar esa gloriosa música a la que estaba acostumbrado, la sonata era preciosa, ideal para el momento que habían pasado anteriormente, las notas los envolvieron entre sus pensamientos de amor, sin saber que ese día Eurídice sufriría el peor de los finales. Y consigo, la historia del legendario caballero de lira daría comienzo.
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