27. El caballero de los hielos

Personajes: Camus de Acuario, Katya de Corona Boreal
Historia relatada en base a la serie Saintia Sho, siguiendo la cronología de la misma obra. Los personajes aquí mencionados son exclusivamente del Saintia Sho, Vol. 4, siendo más específicos en el capítulo 13, ''Galaxian Wars''.

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Hacia un par de meses desde que la princesa Saori había presentado oficialmente como sus acompañantes y seguridad personal a un grupo de Saintias, y con ello le había declarado abiertamente la guerra al santuario; Saga como pontífice usurpador, había tomado a una de ellas como espía y protegida, inclusive se le había enviado a ponerle fin a un torneo conocido como Galaxian Wars en compañía con otros silver saints.

Al regresar de Japón, la chica estaba tensa, desconfiada y sumamente seria. No hablaba con sus antiguos compañeros y solo estaba detrás del pontífice. La confianza con aquella persona resultó tanta que inclusive en dos ocasiones se le vio entrar al Salón dorado donde se llevaba a cabo una Chrusos Sunagein*.

Los Gold Saint no pudieron dejar de notar a la joven mujer parada detrás del pontífice, sobretodo el Caballero de oro de acuario; quien además también dominaba el elemento hielo como la discípula del papa Arles. A esta mujer se le presentó oficialmente como Katya, la Saintia de Corona Boreal.

Para el caballero de oro al principio parecía ser una tontería el que aceptaran a una mujer como parte de la seguridad de su alteza, pero conforme la chica servía al impostor del viejo papa, sus encantos fueron saliendo. A pesar de no hacerlo intencionalmente, a pesar de no sonreír dulcemente como cualquier otra mujer, sus rasgos de serenidad representaban un alto atractivo para el caballero de origen francés.

Los días pasaron, y la presencia de Katya era normal para los caballeros de oro. Le llamaban princesa Katya, y le daban paso libre por el ascendió en las doce casas del zodiaco. Aquel día del mes no se había realizado el Chrusos Sunagein como se había estipulado, el papa cayó en cama. Nadie podía entrar a sus aposentos, ni si quiera su pupila. Fue entonces que cada uno de los caballeros se retiraron a sus aposentos esperando las prontas ordenes de su ilustrísima.

En cuanto la noche cayó, el cielo estaba estrellado, no había ninguna nube y la brisa era refrescante sin llegar a ser molesta al hacer volar sus cabellos, una noche perfecta para que una mujer de su edad se fuera a divertir. Katya se vistió con su mejor ropa de civil; un par de pantalones ajustados en tono blanco, una chaqueta de cuero negra y una blusa al mismo tono. Llevaba sus botas preferidas y una mascada al cuello en color rojo. Sus cabellos largos y dorados, estaban sueltos, ligeramente alisados completamente diferente de cuando usaba su armadura.

La joven Saintia estaba por descender por la escalinata posterior a los doce templos, cuando algo la detuvo. Cuando Katya trató de girar y ver quién había interpuesto su mano entre su pecho y abdomen se dio cuenta de la coraza que llevaba; dorada, puro oro macizo, además que desprendía un aura fría.

—Maestro Camus — se refirió a él por medio del título otorgado al ser el caballero de cristal más poderoso y reconocido, haciendo una reverencia ante él como muestra de respeto.

—¿A dónde es que vas copo de nieve? — Le preguntó levantando la mirada haciendo brillar los intensos ojos azules en su rostro.

Katya lo miro fijamente, sin tener una respuesta ante su pregunta. Camus descendió el brazo y enseguida camino en dirección de donde Katya había aparecido: — Más le vale regresar por dónde ha venido, princesa Katya, a su alteza no le gustara que su juguete haya decidido escapar. — Comento el francés con ese tono de voz tan severo, que la joven Saintia termino por ir donde él momentos más tarde sin mencionar una sola palabra u objetar por la forma en la que se había referido a ella.

Lejos de volver a sus aposentos en la cámara del patriarca, Katya se dirigió a la casa de acuario, yendo detrás del caballero que la resguardaba. Allí Camus comenzó a interrogarla nuevamente. —¿Dónde fuiste entrenada? ¿Durante cuánto tiempo? —

—La Saint Academy en los Alpes Suizos— Respondió firmemente, siguiendo al caballero de oro con la mirada mientras aquel se paseaba delante de ella haciendo ondear la capa blanca.

—¡Te hice una pregunta! ¿Por cuantos años? — Inquirió Camus

—Tres años... maestro— Respondió ella con cierto miedo en su voz; Camus la había hecho doblegar la actitud de fiera con la que la mujer se presentó en primera instancia.

—¿Te consideras un caballero de cristal? — Camus se detuvo a unos cuantos metros de la rubia, y entonces la vio, nuevamente dudaba:

—Sí, mi maestro —

—¡Tonta niña ilusa! —Mostro apenas una curvatura en sus labios. —Si fueras un buen caballero de cristal habrías sido entrenada en Siberia, estarías bajo mi protección —

—Eso no garantiza que podría obtener la cloth de corona boreal. —Respondió casi por inercia, sin siquiera saber lo que en verdad quería decir.

—¡No, por supuesto que no! Entrenar conmigo te garantizaría la cloth de oro de acuario. ¡No menos! —

Una vez más el maestro Camus se refirió a Katya con rudeza, y como no, él había sido nombrado caballero de oro a la edad de siete años. Era de esperarse que quisiera que sus discípulos fueran sus sucesores, pero en este caso, ella no lo era, quizás su actitud hacia la joven rubia se trataba de una forma para imponer respeto, puesto que él era el mejor caballero de cristal quería saber quién estaba a su nivel.

—Veremos que tan bien te han entrenado tus dichosos maestros. — Y dicho aquello, Camus coloco ambas manos sobre la chaqueta de Katya, e hizo que ésta cayera al suelo. Lo mismo paso con la blusa y la mascada que llevaba al cuello, al poco tiempo las prendas superiores habían sido retiradas, Katya no objeto nada puesto que aquel hombre era un caballero de oro, y por consecuente, su superior. Retarlo era ir en contra del propio pontífice.

Camus observo el cuerpo de Katya. La menor se sentía avergonzada e incómoda, para cualquier otra persona le había resultado fácil tomar sus pertenencias y retirarse, o en su defecto, negarse desde un principio; pero en el santuario todo era diferente a la vida normal. Había leyes, jerarquías y si en el santuario un caballero de oro te ordenaba algo, esa orden se obedecía a la brevedad por mas ridícula o humillante que fuera.

Camus coloco el dedo índice entre el cordón de su sostén y el hombro de la saintia deslizándolo levemente hacia abajo, pero fue detenido por Katya. La mujer le miro con frivolidad, molesta y dejando salir un bufido de sus labios. Camus solo cerro los ojos un momento y se dio media vuelta. Katya trago en seco, respiro profundamente y con el mayor acopio de sus fuerzas llevo ambas manos a su espalda para lograr quitar el broche de su sostén. Camus giro sobre sus pies al escuchar la prenda caer al suelo, quedando de frente a ella una vez más con el rostro más sereno que nunca nadie había visto. Examinó sus pechos y se deleitó con ellos al instante sin hacerlo notar.

Con el dorso de su dedo índice removió los cabellos dorados que caían sobre los delgados hombros, y con ese mismo, contorneo los pezones de la joven saintia. La piel comenzaba a tornarse rugosa debido al erizamiento que le propinaba el toque con su piel, Camus ligeramente los pellizco, provocando que la muchacha se exaltara.

Camus no dijo nada, simplemente se limitó a sostener a Katya por la cintura desnuda; el toque de sus manos la hizo erizarse de nuevo, el caballero estaba por acercar su rostro al de ella, pero el cuerpo de la joven se tensó y cerró los ojos, entonces Camus le dijo: —Un verdadero caballero de cristal aprende a controlar sus sentimientos. — Camus la forzó a mantenerse cerca de él, y enseguida beso su frente.

Pero las palabras y la situación hicieron que la saintia se quebrara: —¡Entonces no quiero ser un maldito caballero de cristal! —

Katya se apartó del mayor con un movimiento de manos, se sentía más avergonzada que antes, quería huir en ese momento. No era verdad lo que decía el maestro Camus, nadie podía reprimir sus sentimientos al cien por ciento, ni siquiera él.

Camus volvió a acercarse a ella, esta vez su mirada había cambiado, se mordía los labios y parecía estar sonriendo. Le volvió a tomar por la cintura apegándola a él, la beso en los labios con rapidez y cierta brusquedad. Katya se resistió a besarlo a pesar de saber de la belleza de aquel hombre, pero finalmente se dejó llevar y termino correspondiendo a sus besos. Las manos del hombre se desplazaron hacia su espalda, subiéndolas de arriba hacia abajo.

Fue entonces que la armadura de oro termino desprendiéndose de su portador. La saintia dio un salto y se aferró al cuerpo del caballero mediante sus piernas, el hombre la guio hasta el ala privada de su templo donde tenía un colchón. Poco antes de arrojarla al lecho, Camus le mordió el labio inferior tan fuerte que logro abrir una herida, Katya se quejó.

—¡No se te es permitido sentir dolor! — Musito en un tono de voz rudo y al siguiente segundo la arrojo sobre la cama. Katya parecía temerosa, retrocedió sobre el colchón solo para darse cuenta que estaba atrapada contra la pared.

Camus permaneció de pie, saco las botas con un tirón y desabrocho sus pantalones; entonces subió al colchón. La saintia pateo un par de veces, sin embargo, resulto inútil; el caballero le sostuvo ambas piernas para quitarle el pantalón. Una vez más le tiro de las piernas haciendo que la rubia se acomodara sobre la cama.

—¡No, por favor! — Comento ella con temor.

—¿Tienes miedo, pequeño copo de nieve? — Respondió Camus entre una risa, enseguida dio una lamida sobre la pierna desnuda de Katya, centrándose poco después en sus talones. — ¡El miedo es para los débiles! — inquirió enseguida, colocándose a la altura de su pecho.

Katya no podía moverse, el cuerpo del maestro Camus estaba sobre el suyo, parecía no ejercer fuerza alguna, pero resultaba inútil moverlo, aquel hombre tenía una fuerza incomparable. Con la diestra sostuvo uno de sus pechos, el cual presiono y lamio como le vino en gana, parecía que estaba a punto de devorarlo en cualquier momento; Katya trato de levantarse, pero apenas pudo, el placer que comenzó a sentir la hizo caer nuevamente.

Su cuerpo comenzaba a moverse en respuesta, sentía calor, ganas de gritar, continuar y sentir más, el labio le palpaba, al igual que su entrepierna ¿Qué era eso? ¿Era un sentimiento que también estaba prohibido? Quiso apartar a Camus con ambas manos, pero el caballero no hizo más que reír por sus débiles intentos.

Camus continuó descendiendo sobre el cuerpo de Katya, paso sobre su abdomen, dejando un rastro de saliva por donde avanzaba, el caballero de oro estaba por llegar al borde de la ropa interior de la saintia; sin retardar la inminente situación, Camus hizo descender las pantaletas de Katya; por más que la joven intentase negarse sus piernas no le respondían, por el contrario, le fue sumamente fácil hacer que estas descendieran hasta las rodillas.

El toque frío de sus dedos hizo que Katya comenzara a gemir por lo alto, su cuerpo se tensó, e inclusive se ruborizó comenzaba a temblar, la saintia no sabía si le era permitido sentir todo eso o demostrarlo. Era algo que nunca había sentido y para ser su primera vez, se sentía realmente bien.

Camus no hizo acto de penetración alguna, solo acariciaba de arriba hacia abajo con las yemas de sus dedos y dejaba pequeños besos en la parte interior de sus piernas, enseguida en cuanto sintió un aumento de temperatura en la intimidad contraria se colocó nuevamente a la altura de su rostro. Con media sonrisa la observo, aprovecho y le beso los labios con desenfreno, acto seguido se coló entre sus piernas, y únicamente liberando su miembro de sus ropas civiles Camus penetro en el cuerpo de la saintia por primera vez.

Katya gimió en lo alto y se aferró a los hombros de Camus, escondió el rostro entre su cuello, no quería que su maestro le viera así; seguramente la reprendería por no saber controlarse, y aunque Camus no dijo nada, Katya se negaba a moverse, un dolor agudo invadió desde la pelvis hasta el abdomen; la sensación de tener algo entre sus piernas era indescriptible, sentía dolor, calor, desesperación por tenerlo fuera, o por saber que era lo que vendría después.

Camus dio inicio a los movimientos de su cuerpo, estos estaban siendo cautelosos, de atrás hacia adelante con cierta fuerza aplicada en su cadera; los pectorales bien formados y el duro abdomen rozaba contra el cuerpo más delgado aun cuando la ropa del mayor estaba de por medio. Sin embargo, minutos más tarde, el hombre se apartó solo para quitar la camiseta verde de encima.

Los ojos verdes de la Saintia permanecieron cerrados durante todo el acto, prefería no ver al hombre sobre de ella, pues sentía que el rostro estaba ardiendo y tornándose tan rojo que parecía que explotaría en cualquier momento:

La joven no sabía que decir, tenía la idea que si expresaba lo que sentía en ese momento Camus podría reprenderla, los movimientos del acuario incrementaron hasta el punto de volverse bruscos, haciendo que el cuerpo de Katya temblara y se moviera debajo del de él.

—¡Ahhhhh! ¡Si-ga! — En ese momento Katya exploto en deseo y tan pronto lo hizo, no pudo reprimir por más tiempo sus gemidos, se sentía tan bien lo que estaba sintiendo que no le importaba hacérselo saber a todos a su alrededor.

Se mordió el labio inferior con fuerza, después atrajo al mayor por la nuca besándolo profundamente; Camus no dijo una sola palabra, correspondió a los besos de Katya e hizo lo que la joven le pedía, el aumento en la respiración y en los constantes movimientos le enseñaba a la Saintia lo que significaba estar con un verdadero hombre; aunque aún no comprendía porqué el deseo y la excitación no estaban prohibidos para los maestros de cristal.

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