23. El aprendiz
Personajes: Hyoga de Cisne, Camus de Acuario, Isaac de Kraken
Historia relatada en base a la serie animada Saint Seiya, siguiendo la cronología de la misma obra. Los personajes aquí mencionados son exclusivamente de la Saga de Poseidón, siendo más específicos en el episodio 108, ''¡Isaac! El hombre que olvido los sentimientos''.
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Otra vez ese pequeño niño rubio había tratado de escapar, cada día lo intentaba al menos dos veces. Sin embargo, la tormenta lo hacía regresar a la cabaña después de unas cuantas horas.
—¡Vaya que es testarudo! — Dijo el pequeño niño finlandés mientras libraba un suspiro. —Suerte que el maestro Camus no está, de otra forma no quisiera imaginarme lo que le hará. — Resoplo y entonces volvió al interior de la cabaña donde se encargaría de alimentar y mantener el fuego.
Los crudos inviernos en Siberia eran difíciles de pasar, el sol no se veía durante estos meses, las tormentas golpeaban contra su pequeña casa durante la mayor parte del día, tampoco había mucha comida, y de vez en cuando, su maestro solo volvía para dejarles provisiones para un mes. A pesar de ser sus aprendices, este no podía pasar mucho tiempo con ellos, después de todo, él también era muy joven, y siendo un caballero de oro, debía servir en el santuario.
Aquella mañana, siendo un día más en donde Isaac no vería la luz del sol, escuchó un ruido que lo despertó, el crujir de la madera lo hizo reaccionar de inmediato, se trataba de Hyoga, el niño ruso llorón, quien por los últimos días había tratado de escapar una y otra vez. Vestía un abrigo con piel de caribú y cargaba una mochila repleta con las pocas provisiones que les quedaban.
—¿A dónde vas? —Pregunto Isaac tallándose los ojos.
—¡Me voy! — Respondió sin más con un acento extraño en su hablar.
—¿Estás loco? El maestro Camus podría molestarse. —
—La tormenta no ha pasado, quizás para cuando él vuelva yo ya estaré muy lejos. —Respondió el chiquillo tomando el picaporte de la puerta, haciéndolo girar para luego ser empujado por una fuerte ráfaga de aire frío al abrirla.
El fuego en la chimenea se extinguió al instante, todo quedó entre sombras. Hyoga fue a estrellarse contra la pata de la mesa, golpeándose la cabeza, haciendo que los víveres de su mochila se regaran por todas partes.
Isaac sintió un frío inmenso, pero lo que más le sorprendió fue ver una sombra parada en el pórtico. Aquel sujeto inició su andar, y en tan solo dos pasos ya estaba dentro de la cabaña. Isaac estaba por salir de la cama y arrojarse en contra del sujeto, pero aquel se descubrió el rostro, llevaba una mascarilla, debajo de ella estaba su maestro Camus, el caballero de acuario.
Aquel cerró la puerta detrás suya y comenzó a andar frente a la chimenea hasta que pudo encenderla nuevamente. Sus pertenencias habían sido puestas sobre la mesa. Enseguida pregunto.
—¿Que hacían despiertos a esta hora? ¿Qué hacía Hyoga con esa comida? — Se acercó hasta el pequeño rubio y le tendió la mano, ayudándolo a ponerse en pie.
Isaac se mantuvo en silencio, no podía responder, sin embargo, sintió la mirada de su maestro, estaba molesto, más que antes, seguramente lo reprendería y eso él no lo permitiría... no más.
—Hyoga trato de huir... maestro... —
—¿Huir? ¿A dónde? — Pregunto girando sobre sus pies esperando una respuesta del menor. —¿Eso es cierto Hyoga? —
El pequeño Niño de ojos azules parecía temeroso, sin embargo, no se molestó con Isaac, seguramente este lo hacía para evitar un regaño más tarde. —Así es maestro. —Respondió el rubio, —yo quise huir, volver al lugar donde puede estar mi madre. —
Camus no respondió nada, por el contrario, levantó una media sonrisa. Se puso de pie y se deshizo del abrigo color marrón que llevaba puesto. Los dos chiquillos lo siguieron con la mirada.
—El barco donde iba tú madre lamentablemente naufragó, tú eres uno de los pocos sobrevivientes. Así que, por la memoria de toda esa desdichada gente, inclusive la de tu madre, te aconsejo que no trates de huir más. Vuélvete más fuerte, con entrenamiento duro. — Camus tranco la puerta de la cabaña, enseguida se dirigió hasta la mesa y comenzó a sacar los víveres que llevaba a cuestas.
Isaac estaba sorprendido, su maestro no estaba molesto. No parecía ser el mismo hombre que conoció años antes.
Encolerizado Isaac alzó la voz. — ¡No es justo, maestro, usted... usted no está molesto...! ¿porque no lo reprende...? ¿¡porque no hace eso que hace conmigo!? — Y entonces el sonido del metal chocando contra la mesa lo hizo pegar un pequeño salto.
—¿Castigarlo? ¿Crees que deberíamos, Isaac? — El joven decidido asintió, a lo que Camus se dirigió hasta él. —Entonces vamos. — Respondió avanzando un par de pasos hasta el otro lado de la cabaña.
Hyoga los siguió sin imaginarse lo que estaba a punto de pasarle.
Camus se sentó en el borde de la cama, en aquella amplía y alta cama en la que nunca dormirían los pequeños, esa que se encontraba dentro de la habitación a la que tenían prohibido entrar. Todo parecía muy cálido dentro de aquel lugar, el colchón apenas y se aplastó por el peso de Camus. Hyoga observó al rededor, había un extraño toque de perfume en el aire, dulce y suave, como si fuera la fragancia de unos pastelitos de crema.
Fue entonces que su mirada se encontró con la de su maestro, aquel se había deshecho de su camiseta, Isaac le dio un ligero golpe con su hombro. —Quítate la camiseta, anda, acércatele. —
Pero Camus negó inmediatamente. —No, no Isaac... Hyoga no sabe qué es esto. Así que ven aquí. —Isaac frunció el entrecejo un momento y enseguida se acercó. Elevo sus pequeños brazos y Camus le saco la camiseta de mangas largas que utilizaba como pijama, enseguida le sacó los pantaloncillos de lana.
Estaba ligeramente ruborizado, estaba completamente desnudo, Camus le tomó por la cintura elevándolo del suelo, lo sentó sobre sus piernas haciendo que su pequeña espalda se recargara contra su pecho. Sus piernas fueron colocadas una a cada extremo de las del mayor, entonces Camus llevó su mano derecha sobre el pequeño miembro de Isaac.
Lo tomó entre sus largos dedos, cubriéndolo completamente, y entonces comenzó a acariciarlo de arriba hacia abajo, Isaac volvió a fruncir el entrecejo, enseguida se ruborizó, sus parpados comenzaron q caer como si tratase de ocultar algo, enseguida aquel niño dejó escapar unos cuantos sonidos de quejas, suspiraba profundamente y se aferraba al cuerpo de su maestro. Enseguida Camus se detuvo. Isaac un poco tembloroso se alejó de él, recostándose sobre la cama ya desnudo.
—Ven aquí Hyoga — Le dijo con un tono de autoridad, el rubio se quedó quieto por unos segundos, pero después asintió yendo hacia el mayor.
Camus rápidamente le tomó por la cintura, bajo los pantalonsillos negros y lo recostó sobre su regazo, segundos después le golpeó su trasero. En ese momento Hyoga pensó que los golpes serían su castigo, recordaba que su madre algunas veces lo golpeó así cuando hacía cosas que no debería, inclusive a sus hermanos en el orfanato los golpeaban de esa forma. Pero entonces su maestro realizó una acción que jamás olvidaría.
Con sus largos dedos separó su pequeño trasero, enseguida sintió el rose de los mismos en la cavidad rectal. Presionó sobre ella intermitentemente, luego Hyoga observó cómo su maestro llevaba ese mismo dedo hasta su boca y lo lamía. No entendía porque hacía eso, estaba ciertamente confundido e incómodo. Hyoga estaba a punto de preguntárselo cuando una vez más sintió esa extraña intromisión en su trasero. Esta vez el dedo húmedo de Camus había entrado lentamente en su cavidad anal.
Hyoga se quejó —Ah... maestro... porque hace eso... —
Pero Camus no le respondió, simplemente saco aquel dedo y volvió a introducirlo lentamente, haciéndolo girar con levedad. A partir de ese momento los movimientos infligidos por sus falanges se vieron en aumento, el dedo entraba y salía del recto del menor cada cierto tiempo, haciéndolo sollozar cuando aquellas penetraciones iban en aumento conforme la excitación, de igual forma su mano izquierda palpaba y pellizcaba su pequeño trasero.
El caballero de acuario vio los ojos de su aprendiz, estaba a punto de llorar, por lo que lo orilló a realizar su siguiente acción. El acuario le tomó por la cintura, y lo alzó en el aire para después hacerlo recostarse a un lado de Isaac. Esta vez el finlandés lo observaba un poco impaciente, aquel pequeño no dejaba de acariciar su pequeño miembro con ambas manos. Hyoga volteó a ver a su maestro, estaba quitándose los pantalones, seguido de la ropa interior de lana. Desnudo y sin decir nada, en medio de una sonrisa, Camus se deslizó sobre el colchón, acercándose hasta los pequeños. Delante de ambos, tomó el pequeño miembro de Hyoga, introduciéndolo a su boca de inmediato.
Hyoga se sintió extraño, jamás había experimentado nada igual, su maestro estaba haciendo cosas raras, cosas que no entendía s estaban bien o mal, pero que hacían que su cuerpo reaccionara inmediatamente. Camus por su parte comenzó a succionar el miembro; este era un tanto más pequeño que el de Isaac, pero de igual forma le excitaba demasiado, enseguida paso hasta sus pequeños testículos, debido a que sus aprendices eran unos pequeños de siete y ocho años, su boca era capaz de lamer por completo sus partes íntimas cada vez que Camus diera una bocanada.
Hyoga comenzó a gemir más, de dolor quizás de placer, eso jamás lo podremos saber, su rostro denotaba un considerable aumento de temperatura, sus piernas y sus pequeños brazos se movían de arriba hacia abajo, como si quisiera evitar a toda costa que su maestro continuara con eso.
Camus se detuvo, no quería que Hyoga quedara exhausto o su cuerpo se rindiera cuando apenas estaba comenzando. Fue entonces que se recostó junto a él, lo colocó con la espalda a su pecho, y sin más, lo abrazó. Su pequeño cuerpo se contrajo, sintió la extremidad de Camus endurecérsele entre el trasero, el acuario acarició los pequeños pezones con un débil toque de sus dedos, Hyoga volvía a sollozar, esta vez con un tono de voz más infantil, lo cual hizo que Camus se excitara aún más.
Sus acciones se vieron interrumpidas por la intromisión del pequeño Isaac, aquel se había colocado entre las piernas de su maestro, llamando su atención. Con una sonrisa Camus aprobó aquello que el finlandés hacía. El pequeño tomo el miembro de Camus entre sus regordetas manos acariciándolo de arriba hacia abajo; aquel chico francés solo era unos cuantos años mayor que los aprendices, sin embargo, su cuerpo se había formado ya como el de un hombre debido a todo su duro entrenamiento.
Isaac comenzó a lamer el falo de Camus como si de un caramelo se tratase, parecía estar impaciente y ciertamente actuaba como un chiquillo egoísta, queriendo únicamente ser él quien se llevará la atención de su maestro. Hyoga al ver la naturalidad con la que Isaac realizaba aquellas acciones se acercó hasta la entrepierna de Camus, decidiéndose por lamer la punta de su pene.
Sin embargo, a este no se le permitió hacerlo, Camus pensaba en algo diferente para él, tomo a Hyoga por los brazos y lo sentó sobre su rostro, en ese momento comenzó de nuevo a succionar y lamer los pequeños testículos, Hyoga soltó una pequeña risa debido a los sonidos que hacía la lengua de Camus chasquear contra su piel, enseguida el pequeño rubio comenzó a moverse inconscientemente, de atrás hacia adelante; el rubio se quejaba, murmuraba cosas en ruso y de vez en cuando soltaba unas pequeñas gotas de orina que iban directamente a la boca del francés.
Aquel adolescente estaba completamente extasiado, Isaac sabía cómo le gustaba ser tratado a su maestro. El pequeño chiquillo de hebras lino daba pequeñas lamidas sobre los testículos, Camus tenía indicios de bello sobre la piel. A lo cual Isaac los tiraba inconscientemente cuando chupaba. Camus fue quien más gimió, su miembro se erecto al punto de dejar entrever las venas de su miembro, en ese momento Isaac se dio cuenta que lo había hecho bien, con una triunfante sonrisa se acercó al rostro de Camus, y casi empujando a Hyoga se abalanzó a su maestro besándole los labios, Camus introdujo su lengua dentro de la pequeña cavidad de Isaac, atrayendo la más pequeña para saborearla y succionarla.
—¿Lo hice bien maestro? — Pregunto Isaac con la comisura de sus labios húmedas debido al apasionante beso.
—Muy bien mi precioso aprendiz —respondió Camus mordisqueando la barbilla del infante.
Isaac se levantó caminando por el colchón, acercándose nuevamente a la entrepierna de Camus.
—Oh no... Isaac, esta vez es de Hyoga. — Dijo el pelirrojo tomando su propio miembro con la mano derecha.
Camus se levantó un poco de la cama solo para sentarse, enseguida comenzó a bombear su miembro con rapidez hasta que se tornara una pequeña curvatura en el falo. Enseguida tomó a Hyoga por la cintura, sentándolo sobre su miembro. Aquella extremidad se sentía extraña, muy dura y algo pegajosa, Camus ayudó a Hyoga a moverse de atrás hacia adelante, sosteniendo su miembro entre el pequeño trasero del rubio.
El rostro de Hyoga era muy pequeño, regordete y ligeramente quemado por el frío. Había llamado su atención desde que llegó en ese barco pesquero. Camus había decidido que tarde o temprano ese aprendiz también sería parte de sus experimentos sexuales por los que se veía obligado a pasar para describir su propia identidad.
Tiempo después guío su miembro hasta la cavidad de Hyoga. Advirtió que aquello dolería un poco, pero que le agradaría tanto como a Camus. Hyoga asintió un poco asustadizo, luego sintió una enorme presión en su trasero, las manos de Camus habían separado su trasero con el propósito de dejar entrar su miembro, sin embargo, debido a la extremidad erecta y su tamaño, la cavidad del pequeño se vio un poco alterada, Camus no arremetió contra el joven, por el contrario, fue delicado y lento, empujando de vez en vez su miembro hasta que éste pudiera estar completamente dentro del recto infantil.
Hyoga sollozó fuertemente, unas cuantas lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, aquello dolía, dolía mucho, trataría de decírselo a su maestro, pero le fue imposible, aquel comenzó a levantarlo, haciendo que de vez en cuando realizara sentones sobre el miembro, sentía su cavidad palpitar, pero aun así no podía detenerse por más que lo deseara.
Isaac se acercó una vez más al francés, montándosele sobre el pecho aun cuando Hyoga estaba en movimiento, comenzó a frotar su miembro contra el pecho de Camus, el pequeño miembresillo se movía de arriba hacia abajo, le fascinaba la forma en la que Isaac peleaba por su atención, le excitaba verlo tan decidido, a tal punto de olvidar por completo todo el dolor que lo había hecho sentir antes y el posible odio que sentía el finlandés.
El pequeño trasero de Isaac rosaba contra su abdomen, se sentía deliciosos poder sentir el pequeño saco de piel restregárselo, Camus intento varias veces capturar con su boca el pequeño miembro, sin embargo, solo terminaba en risas y miradas lascivas. En ese momento, Camus comenzó a sentir el frenesí, tomó a Hyoga por la cintura y lo obligó a ir más rápido, los chillidos de aquel niño no se hicieron esperar, al igual que el sonido de su piel golpear contra las posaderas, Hyoga comenzaba a soltar saliva, tanta era la cantidad que comenzaba a mancharle las piernas a su maestro.
Camus estaba en plena cúspide de su orgasmo, se alejó de Hyoga de inmediato, dejando su miembro erecto a plena vista, tan pronto aquel falo estuvo solo, Isaac se abalanzo hacia él, tomándolo entre sus manos para chuparlo; tan pronto el finlandés lo tomo, un chorro de líquido viscoso de color blanco; Isaac lo lamio, lo disfruto tanto que termino tragándolo por completo, Camus sonrió y acaricio con levedad los cabellos de su aprendiz. Viro a su lado izquierdo, justo en el borde del colchón se encontraba el pequeño aprendiz de origen ruso, hijo del millonario empresario Mitsumasa Kido; estaba temeroso, su rostro estaba rojo, apenado, sus mejillas cubiertas por las lágrimas que derramaban aquellos preciosos ojos azules.
El acuario se lamio los labios sin dejar de observarlo, pensaba en que pronto aquel aprendiz estaría tan dispuesto como Isaac, sabría que pronto lo llegaría a amar al punto de cumplir con todo lo que aquel muchacho le pidiese.
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