11. Pasión
Personajes: Camus de Acuario, Sinmone
Historia relatada siguiendo la cronología y argumento de la serie Soul of Gold, Spin off de Saint Seiya. Tomando como referencia el episodio 03, ''¡Enfrentamiento! Gold Saint vs Gold Saint, cuando Camus recuerda a la hermana pequeña de Surt.
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Habían pasado al menos diez años desde que Camus había recibido su armadura de oro. Cuando tenía catorce años recibió a su primer pupilo, Isaac, un joven de origen finlandés. El entrenamiento fue digno de un caballero de cristal, dos años más tarde apareció Hyoga, el pequeño rubio de origen ruso que no dejaba de lloriquear por su madre e intentar huir cada que podía. Los meses pasaron y nuestro caballero de oro recién cumplió sus dieciocho años, las tormentas invernales como cada año se intensificaban en sus últimas instancias durante las primeras noches de febrero.
Aquel día, Camus había decidido volver a visitar a su amigo Surt, quien también había entrenado a su lado en los glaciares de Siberia y quien vivía con su hermana menor Sinmone. Desde que Camus obtuvo la armadura de oro de acuario y tuvo que presentarse al santuario en Grecia no supo más de ese par. No hasta entonces.
Surt le contó que había sido seleccionado recientemente para viajar hasta las tierras de su natal Asgard y completar su entrenamiento como guerrero divino. Tanto el francés como el irlandés quedaron en visitarse más a menudo sobre todo cuando Surt fuera protegido con una estrella de la osa mayor.
Durante la tarde todo tipo de historias se le venían a la mente, recuerdos que compartieron principalmente, sus travesuras y como eran reprendidos después por su maestro. La noche pronto cayó acompañada de una fuerte ventisca. La tormenta pronto se intensificó, dejando atrapados a aquellos dos en la cabaña. Surt palideció al recordar que su hermana Sinmone no estaba con ellos.
Surt decidió salir a buscarla, pero Camus objetó que sería mejor que él fuera, definitivamente esa tormenta no sería nada para el mago del hielo. Sin embargo, Surt era aún más orgulloso, se negó a recibir toda ayuda de su amigo. De por si era agobiante escuchar a Sinmone hablar siempre de Camus, no sabría qué haría si él fuera en su búsqueda. Camus quedaría como el príncipe azul para su hermana menor. Armado únicamente con una espada abollada y su control de calor en el cosmo, Surt partió de la cabaña vestido con una gruesa capa de lana. De encontrar a su hermana entre la nieve está la haría entrar en calor rápidamente. Camus recibió la orden de permanecer en el lugar y esperar si Sinmone volvía antes que su hermano.
Camus asintió y aguardó en el lugar. Al menos una hora pasó antes que el caballero se desesperara y saliera en su búsqueda. Sin embargo, no avanzó mucho, a la distancia una silueta caminaba con dificultad. Usaba un abrigo de piel de caribú y una mascarilla que le cubría medio rostro. El viento apenas lo dejaba avanzar, pero sin duda el cabello era inconfundible. Surt había vuelto sin aparente éxito.
Camus camino en su dirección esperando que se encontrara bien. Sorpresa se llevaron los dos al encontrarse de frente, pues aquella persona no era Surt, sino su hermana Sinmone; Avanzaron en silencio hasta el interior de la cabaña. Conociendo a Sinmone sería tan capaz de salir huyendo en busca de su hermano, pero Camus sabía que aquel hombre sería capaz de sobrevivir más que ella.
Delante de la puerta, Sinmone se sacudió la nieve de los hombros, se quitó la mascarilla y rápidamente se abalanzo a los brazos del caballero. La pelirroja no podía creer que su amado Camus estaba en ese lugar, mucho menos en su propia casa. El hombre la estrechó, aunque con dificultad; su cuerpo se había engrosado, quizás debido a las bajas temperaturas, sin embargo, la muchacha conservaba el rostro precioso que él recordaba.
— ¡Me da tanto gusto de verte, Camcam! — Mencionó la pelirroja con media sonrisa al alejarse de él
— ¡Oh Sinmone! Ya nadie me llama señor camcam. Ahora soy un caballero. — Respondió él con su sutil tono. Sinmone rodó los ojos y se alejó un poco, acercándose a la chimenea
—Olvidaba que ahora debo dirigirme a ti con respeto, señor caballero de oro. — Hizo una mueca y enseguida abrió su abrigo para así arrojarlo al suelo.
Sinmone se quitó de encima dos más, y entre cada prenda que se desprendía, la figura de la joven estaba más definida, con curvas altas donde antes no las había, sus caderas anchas, y una curva en la espalda que si bien le daba el aspecto de toda una mujer. Camus trago en seco y se retractó en silencio de haber pensado que la bella niña que él conocía se había convertido en un grueso sapo cubierto de piel de oso.
— ¡Es cierto! Recordé que hace poco fue tu cumpleaños. — Dijo la joven al acercársele de nuevo. Camus se sonrojó un poco al notar que la muchacha le sostenía por los hombros, intentó retroceder sin embargo sus piernas no le funcionaron.
—Si... hace... hace unos días... — respondió con cierto nerviosismo
—Entonces bien. Déjame darte un pequeño obsequio — comento con ese tono de voz tan dulce y angelical que la caracterizaba, Camus se dio cuenta de que Sinmone estaba tratando de ser sensual. El hombre volvía a portarse nervioso, a pesar de ser completamente ajeno a demostrar sus sentimientos, la joven pelirroja lo estaba sabiendo envolver.
—No hace falta, pequeña mone. — Dijo para después alejarse, suspirando profundamente y así quedar de frente a la chimenea.
—Me pides que te trate como un hombre, pero tú me sigues viendo como una niña pequeña... — Sinmone respondía. — ¿cuantas veces tendré que explicarte a ti y a mi hermano que ya no soy una niña? — Y dicho aquello Sinmone sonrió con picardía, se mordió los labios y avanzó hacia Camus desatando uno por uno los cordones que sostenían el cuello de su camisón de lana.
Al estar de frente a una distancia conveniente, Sinmone tiro de su prenda, haciéndola resbalar por sus hombros, mostrando su cuerpo completamente desnudo
—Es que acaso no te gusto, señor Camus... — La voz dulce y melodiosa se volvió una pesadilla para el hombre, fue excitante y sumamente provocadora. Camus observó el cuerpo de la chica.
Sus senos eran de un tamaño promedio, perfectos y firmes, con pezones rosados y llenos de pequeños poros que denotaban la temperatura a la que eran expuestos. Su abdomen plano y blanquecino que, si bien era seguido de sus caderas, sus piernas estaban bien formadas, eran completamente perfectas para el cuerpo de la joven. Camus no pasó por alto la pequeña mata de bello que brotaba en la entrepierna de la pelirroja, fue inevitable ocultar que le había gustado.
Sinmone irrumpió su momento al instante en el que colocó ambas manos sobre el rostro del caballero; comenzó a besarlo con pasión y Camus correspondió al instante, sin embargo, aquella acción no duraría mucho tiempo. Pues Sinmone tenía pensado otra cosa. Enseguida se colocó de rodillas y con ambas manos se encargó de abrir los pantalones de Camus y así bajarlos por debajo de sus glúteos.
—Sinmone, ¿qué haces?... tú hermano puede llegar en cualquier momento—
—No lo creo, la tormenta no ha cesado, seguramente se pasará toda la noche fuera — respondió ella saboreándose los labios. Parecía una niña que recién había descubierto un tesoro, sus ojos brillaron y sin más lo tomó entre sus manos.
Sinmone soltó una risita pícara antes de dar la primera lamida. Camus se estremeció, pero no pudo hacer algo para que se detuviera. La pelirroja sostuvo el miembro del francés mientras se deleitaba con el cómo si de un caramelo se tratara, sus movimientos iban de abajo hacia arriba; sin perder de vista las facciones del caballero Sinmone recorrió el falo con su lengua, se detenía en ocasiones simplemente para chupar la punta del pene o la bolsa de sus genitales. Camus pasaba sus manos por sus rosadas mejillas.
Cuando el miembro estuvo erecto, la chica lo introdujo en su boca, comenzando un vaivén en contra de él que no haría más que incrementar el deseo en el masculino. La saliva de Sinmone se acumulaba rápidamente en sus mejillas, desbordándosele por los lados, pero al siguiente segundo era expulsada, empapando el miembro de Camus. Algunos hilos colgaban de ella, pero los movimientos de su mano al frotarlo las hacían dispersarse. En cierta ocasión Camus sintió como las manos de la pelirroja se situaron sobre sus glúteos, haciendo presión en dicha zona para hacer que su pelvis fuera en contra de ella y como resultado, el miembro del mayor entrara completamente en la tráquea.
Un pesado jadeo escapó de entre los labios del francés, y entonces Sinmone se dio cuenta que estaba más que listo para continuar con el acto. Se puso de pie nuevamente, lamió sus labios y después le tomó por la mano. Lo guio hasta la cama que estaba al otro extremo de la habitación; Camus se sentó en la orilla del colchón y enseguida Sinmone se posicionó sobre sus piernas, en medio de un gemido el miembro del hombre entró en su vagina. El caballero de oro rodeó con firmeza la cintura femenina y casi enseguida comenzó a moverse. Por fin el masculino comenzaba a dejarse llevar. Se había deshecho de esos sentimientos de culpa y vergüenza, dando paso a la pasión y el éxtasis.
Sinmone rodeó su cuello con ambos brazos, apoyándose para seguir al mismo tiempo los movimientos. Su cuerpo subía y bajaba haciendo que sus pechos se restregaran en contra de la camiseta de aquel hombre. Poco tardó para que se deshiciera de ella y quedaran completamente desnudos. Enseguida ambos cuerpos volverían a frotarse entre sí, los pezones endurecidos de la joven pelirroja subían y bajaban por los bien formados pectorales del acuario.
Los gemidos de Sinmone se hicieron aún más audibles, música para Camus. Y entonces después de un prolongado tiempo el hombre se posicionó sobre de ella; había hecho que la pelirroja se recostara sobre el colchón. Separó sus piernas y con su cuerpo erguido comenzó a embestirla. Desde esta posición Camus pudo observar el rostro de la muchacha sumida en el deseo y su cuerpo moviéndose a su Merced por debajo.
Los movimientos aumentaron el cuerpo del caballero golpeaba con fuerza contra el de ella acertando más de una embestida brusca. La menor chillaba de placer, mordía sus labios con fuerza como si tratase de ocultar sus gemidos. En ocasiones Sinmone se trataba de levantar, sin embargo, el placer en su parte baja la hacía derrumbarse nuevamente sobre la cama.
Camus elevo una de las piernas femeninas para facilitar sus movimientos, el éxtasis se había apoderado completamente de su cuerpo, es por eso que continuaba con los movimientos a pesar de los gemidos contrarios, y las tantas veces en las que su miembro había sido botado del cuerpo de Sinmone.
Finalmente, el hombre se desplomó sobre la mujer, entre un pesado jadeo y un ronco suspiro Camus había vaciado todo su miembro dentro de Sinmone. La chica también había llegado al orgasmo, estaba agitada y temblorosa, en su rostro se veía un ligero tono rosado; era feliz.
Camus buscó sus labios y la besó detenidamente como si aquella noche perteneciera solo a ellos dos. En la lejanía, su hermano Surt estaba volviendo a la cabaña. Sentía un tremendo frio, necesitaría colocarse frente a la chimenea durante toda la noche.
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