05. Nadie te escucha
Personajes: Afrodita de Piscis, June de Camaleón
Historia relatada en base a la cronología y argumento del manga original. Tomando como referencia la primera parte del capítulo 41, ''El cortejo fúnebre de las rosas'' Durante el flashback donde se muestra a Afrodita asesinando a un Daidalos y destruyendo la isla Andrómeda, después de que el patriarca lo enviara para acabar con su vida.
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El caballero de Piscis había sido enviado a la isla de Andrómeda a hablar con el caballero de Plata Daidalos, quien hasta ese momento había sido el encargado de la isla, eso implicaba que aquel hombre tenía bajo su mando a muchos aprendices que participaban abiertamente en los entrenamientos para conseguir alguna armadura bajo su protección y la de la isla.
Sin embargo, cuando Afrodita arribo, no se encontró con una charla respetuosa, Daidalos opuso resistencia, se negaba a hablar con el Kyoko y permanecer en la distancia tal y como lo había hecho durante los últimos años, por lo que aquellos dos santos se vieron envueltos en una pelea.
Daidalos resultó ser un caballero con bastante fuerza, pues había logrado poner en aprietos al caballero de oro; Afrodita, no puso en duda la fuerza de aquel caballero, ya habían hablado lo suficiente, y ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder. Con una pequeña distracción, Daidalos le permitió a Afrodita acabar aquel circo con un movimiento certero. Afrodita pensó que seguramente el Kyoko se habría cansado de esperar su regreso, además, había cometido el error de dejar escapar a unos cuantos aprendices y soldados sin rango mientras la pelea se llevaba a cabo.
Afrodita descendió al centro del lugar tan pronto Daidalos cayó al suelo. Con una voz autoritaria, Afrodita ordenó a los soldados que se habían quedado en la isla de Andrómeda que tendrían que servir al Kyoko, de otra manera aquellos que se negaran o prefirieran escapar, serían considerados traidores al santuario y a Athena. Hubo respuestas a regañadientes, y otras bastante rápidas, sin embargo, en ambos casos estaban llenas de terror.
Afrodita entonces se dio cuenta de lo que ocurría en la cima de una pequeña montaña, una silueta delgada lo observaba con dedicación, parecía ser una mujer, aquel hombre decidió seguirla, sin embargo, tan pronto la chica noto que el caballero se había dado cuenta de su presencia, se dio la media vuelta y huyó de aquel sitio, que, claramente ya no era nada seguro.
Afrodita pareció perderla de vista, había llegado hasta lo más alto de una pila rocosa, el suelo estaba plano, sin embargo, no podía ver nada hacia el resto de la isla. Miro a su alrededor un par de veces sin suerte alguna. La chica había desaparecido de su vista, así que enseguida el caballero se dio media vuelta para regresar por donde vino.
Solo logro avanzar un par de pasos cuando su camino se vio interrumpido por una presencia. La mujer rubia que había visto justo donde ahora él se encontraba, estaba solamente a unos pasos frente a él, Afrodita entonces entendió, todo había sido una trampa de aquella chica, lo atrajo hasta la cima de la Isla, un sitio de difícil acceso y donde seguramente nadie lo encontraría cuando se deshiciera de él.
—Parece que me has tendido una trampa. — Dijo Afrodita levantando un poco sus manos dejando ver sus muñecas cubiertas por la armadura de oro.
—¡Alto! ¡No des un paso más! — Respondió la chica con cierta rudeza, acto seguido extendió su látigo dejando ver como la energía eléctrica corría desde su mano hasta la punta de aquel.
—Muy inteligente, niña, pero, dime ahora ¿qué vas a hacer? ¿Vas a luchar conmigo? —
La mujer rubia no respondió, la máscara de silencio que llevaba sobre su rostro no dejaba ver ni siquiera la más mínima parte de su rostro, llevaba puesta una armadura, tonos ciruelos y muy diminuta acentuándose en un sensual contorno de su cuerpo, no existía duda de que aquel caballero era una chica.
Afrodita solamente alcanzó a respirar profundamente antes de que el látigo que llevaba la chica sobre la mano derecha se dirigiera a él. El cuerpo del caballero se vio envuelto con aquel látigo de pies hasta su cuello, estaba inmóvil, pero nada complicado sería librarse de este, además, la electricidad que conducía con su cosmo era tan leve que tan solo la percibía como un cosquilleo.
Afrodita soltó una carcajada y de inmediato presionó su pecho, haciendo que el látigo perdiera toda fuerza. Al realizar aquella hazaña, unos cuantos pétalos salieron disparados de entre su capa blanca, June recibió el impacto de unos cuantos sobre su brazo derecho, a lo que sintió un agudo dolor. Una vez más una ráfaga de pétalos rojos volaron en contra de ella, la joven únicamente pudo esquivar algunos, dejando chocar otros cuantos contra su máscara.
Una vez que se incorporó, no sintió ese dolor, pero tan pronto respiró profundamente, la máscara comenzó a agrietarse, de inmediato, aquella se rompió en miles de pedazos, los pétalos habían dejado marcas tan finas que lograban ser imperceptibles, y aquellas mismas se unieron rompiendo por completo su máscara, dejando expuesto por completo el rostro femenino.
El rostro de June era angelical y atractivo, contrario a lo que parecía usando la máscara, sus ojos brillaban a la par de su cabello dorado. —El poder de los caballeros de Oro es incomparable — Pensó la muchacha mientras su corazón se aceleraba conforme el sonido de los trozos metálicos resonaban en sus oídos. Quería atacarlo con todo su poder, pero no podía moverse más, su cuerpo no le respondía, se sentía gritar en el interior, pero sus oídos no escuchaban ningún sonido, enseguida cayó al suelo.
—Con que así era morir como caballero. En silencio, sin sentir nada, delante de un extraño. —Pensó June cerrando los ojos. Sin embargo, una extraña sensación la hizo volverse en alerta.
Escucho un sonido de metal al golpearse, como un desprendimiento, trato de girarse pero le fue inútil, simplemente pudo alcanzar a ver al hombre de cabellos dorados hacer movimientos extraños, enseguida fue tomada por los brazos y puesta de pie, le era un poco difícil mantenerse sin ayuda del caballero de oro, enseguida un escalofríos le recorrió la espalda, sintió unos dedos introducírsele en la tanga de metal que formaba parte de su armadura, aquel trozo de metal no era más que una simple capa de fina seda para el caballero de piscis.
June no podía objetar nada, su lengua estaba paralizada, la incomodidad se apoderó de ella, su intimidad había estado expuesta, al igual que su rostro. Una vez que la prenda inferior fue retirada, el peto de la pobre armadura de camaleón cayó al suelo de igual forma, sus pechos bien formados también estaban expuestos bajo el sol de la isla Andrómeda.
En contra de su voluntad y sin poder hacer movimiento alguno para detenerlo, Afrodita llevó a la muchacha en contra de su cuerpo, comenzó a mover su pelvis de arriba hacia abajo, haciendo que su extremidad desnuda se frotase en contra del trasero de June, la chica se sentía incómoda, envuelta en cólera trataba de arremeter contra el caballero, sin embargo, resultaba ser inútil, su fuerza no se comparaba en lo más mínimo a la de él.
La cloth de camaleón era demasiado pobre en cuanto a protectores, pero desde que la había recibido no había sido necesario cuidarse en esos aspectos, June era fiera, acabaría rápidamente con cualquier imbécil que quisiera acercársele o simplemente a verla de manera lasciva, pero en estos momentos no podía hacer más.
Momentos después sintió como algo irrumpía en su interior, su cuerpo se había apegado en contra del masculino, sus brazos le sostenían la cadera, su cabello era olfateado y tironeado levemente por el caballero de piscis. Su rostro se tensó en cuanto el hombre mordió su oreja, pasó su lengua por el lóbulo y entonces le susurró: —No eres tan perra como antes ¿eh? —
Y dicho esto, aquella extraña sensación se prolongó, algo había irrumpido en su cuerpo, se sentía completamente extraño, ardía, le molestaba, toda su moralidad se rompió conforme aquello se introducía completamente en su cuerpo. Enseguida las lágrimas corrieron por sus mejillas, todo esto no podía estarle pasando.
—Si tan solo hubiera huido... Shun... — pensó June, pero enseguida sus pensamientos se vieron interrumpidos por las manos del mayor, aquel hombre, Afrodita de piscis estaba tocando su entrepierna, acariciaba de arriba hacia abajo introduciendo levemente ambos dedos entre su clítoris, dejando que aquellos sostuvieran la pequeña campanilla para juguetearla.
June seguía paralizada, su cuerpo no respondía, pero su mente parecía estar tornándose diferente, de repente todo rastro de dolor o humillación desaparecía, dándole paso a un repentino éxtasis, deseo y sumisión le gustaba la manera en la que Afrodita la tocaba, el cómo su cuerpo era restregado en contra del más fuerte, la forma tan brusca y pasional en la que su trasero iba de atrás hacia adelante golpeando la pelvis masculina, además, recientemente las manos del hombre se situaron sobre sus pechos, tomando los pequeños pezones entre sus dedos haciéndolos endurecerse por la estimulación.
June sentía su interior gritar, su cuerpo respondía inconscientemente y es que el caballero le parecía tan apuesto que le resultaba difícil no sucumbir ante el deseo. Afrodita notando la disposición de la mujer, le tomó por la cadera una vez más, haciéndola cambiar de posición. Esta vez, le acercó hasta una pequeña roca, la inclinó hacia adelante donde pudiese detenerse, y una vez más tomada su cintura, llevó su miembro hasta la cavidad anal de la muchacha.
Su miembro estaba levemente lubricado gracias a los fluidos de la rubia, por lo cual fue fácil el deslizamiento del mismo, June gemía tan alto como le fuera posible, sin embargo, lo único que salía de su boca era un pequeño quejido, Afrodita no podía saber diferenciarlo, a lo que simplemente lo tomó como oposición, sintiendo éxtasis por el dolor ajeno, sus movimientos se tornaron rápidos y ciertamente bruscos, el vaivén se volvía ruidoso, y poco a poco las posaderas de la menor se tornaban rojas. June en su interior disfrutaba, disfrutaba tanto de aquella nueva sensación, de aquello que por orden del santuario estaba prohibida, y cuya regla ahora estaba siendo rota por uno de los doce supremos.
Afrodita poseía un cuerpo con el cual se estaba divirtiendo en demasía, su deseo y excitación estaba en el momento cúspide, en cualquier momento derramaría su semilla sobre la chica. Por eso, de un momento a otro le tomó con fuerza, hizo estrellar su cuerpo contra el suelo, aunque no el rostro, pues a esas alturas creía que era hermoso, la hizo girar sobre la capa blanca separó sus piernas y con un rostro lascivo se abalanzó hasta ella, el cuerpo de June reaccionó con un espasmo, enseguida un gemido se hizo audible, el efecto de las rosas y el aroma se estaba desvaneciendo, perfectamente a tiempo para escucharla implorar que se detuviera.
La fina capa de bello sobre su monte se mojó con la saliva del caballero, su lengua descendía de abajo hacia arriba como si estuviera removiendo un delicioso bocadillo, la respiración de June estaba agitada, su cuerpo comenzaba a reaccionar y por consecuente sentía el dolor en sus posaderas y brazos.
Para Afrodita, cuya belleza era incuestionable, el cuerpo humano resultaba ser algo majestuoso e inigualable, por consecuente, el cuerpo de una mujer retorciéndose por una estimulación tan antigua como la misma orden, le resultaba aún más cautivante. Es por eso, que, el caballero no se detuvo a pesar de las súplicas, continuó succionando su entrepierna a la vez que masajeaba los pequeños pechos.
June por su parte no podía contenerse, su cuerpo estaba a tope de deseo, su rostro ligeramente ruborizado denotaba que había llegado al orgasmo, y unos segundos más tarde, sus fluidos desbordaron en contra del rostro del caballero de oro. Sonriente, el piscis lamió y tragó parte de ellos, enseguida se levantó solo para alcanzar a correrse sobre el abdomen plano de la rubia. Su semen se abrillantaba sobre la piel húmeda y ese ligero toque de quemaduras por el sol. June estaba exhausta a pesar de no haber hecho mucho, su cuerpo se sentía acalambrado, y poco a poco el dolor se hacía presente. El caballero de oro rápidamente se vistió con la armadura. Giro sobre sus pies y se digirió a ella.
—La isla Andrómeda no solo tiene frutos podridos. —Se posicionó sobre la rodilla y la tomo por el cabello haciéndola levantarse. —Dulce... dulce niña...— mostró una sonrisa y entonces le besó los labios con pasión. Acto seguido la arrojó nuevamente al suelo.
—Tengo que partir, seguramente los traidores están de camino al santuario. —Río estruendosamente —Escuche que uno de los caballeros de bronce obtuvo una armadura de este lugar... —
June trato de levantarse un poco sorprendida.
—¿Ah, lo conoces? — Afrodita volvió a reír. —Te traeré su cabeza y te reclamaré como mi premio. —
Y dicho eso, Afrodita se levantó, dio media vuelta y se alejó.
June aún muy débil se cubrió con la capa blanca, observando el destello de la armadura dorada y ese sonido del metal al alejarse. Se preocupó. Debía hacer un esfuerzo por levantarse e ir tras de Shun, advertirle de lo que le esperaba, aunque no sabía si también le preocupaba el volverse a encontrar con ese caballero y disfrutar de un segundo encuentro tanto como este.
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