03. El paraiso del diablo

Personajes: Saga de Géminis
Historia relatada en base a la cronología y argumento del manga original. Tomando como referencia la primera parte del capítulo 28, ''¿Dios o demonio?' 'Durante el flashback donde se muestra a Saga asesinando a un sirviente después de que este descubrió su verdadera identidad.

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En el santuario de Atenea situado en la periferia de Grecia, existen muchas personas que lo habitan, principalmente están aquellos que pertenecen a la casta de bronce, los de plata y oro, siendo esta última la más poderosa de todo el ejército ateniense, pero muy por encima de ellos se encuentra el patriarca, quien da las órdenes en representación de la diosa Atenea. Pero esas personas no son las únicas que habitan y moran el lugar sagrado, también existe la esclavitud, personas que desarrollan labores de servicio doméstico en dicho lugar. Muchos son soldados rasos o aprendices con su entrenamiento truncado, entre las señoritas hay algunas que tuvieron todo para formar parte de la casta de Amazonas, sin embargo, se sentían tan bellas para abandonar su feminidad y renunciaron al puesto. Quedándose cautivas en el sitio.

— ¿Cuál es tu nombre? — Mencionó el patriarca con voz severa hacia la joven de blanca túnica. Quién se encargaba de refregar los pisos de mármol en el templo de atenea, morada del santo pontífice.

— Erina, mi señor. — Respondió de inmediato. Apenas levantando su rostro hacia él.

Erina era una de aquellas señoritas que se habían quedado en el santuario para servir al patriarca y los caballeros, las tareas consistían en brindarles comida, ropa limpia y deberes en sus templos. Pero había rumores acerca del gran patriarca y algunos caballeros de oro, rumores sobre la preferencia hacia jovencitas de menos de 20 años.

— ¿Cuántos años tienes? — Pregunto de inmediato.

— veintiún años, si a mí señor le parece bien. — Respondió temerosa.

—Deja de lavar. Ve a preparar mi baño. — Mencionó al dejarse caer sobre la silla de la sala.

Aquella muchacha de castaños cabellos se puso de pie de inmediato, retirando consigo la cubeta con agua y el cepillo. Erina había escuchado que el patriarca tomaba baños largos, y que era necesario estar previéndole agua más y más caliente, pero solo cuando él lo pidiera, pues no le gustaba que nadie lo viera a la cara.

Después de un tiempo la doncella tenía la pileta llena de agua humeante, se atrevió a tocarla; esperando que fuera agradable para aquel hombre.

— Su baño está listo, mi señor — Anunció haciendo una reverencia al hombre de máscara de bronce.

—Bien. — Respondió avanzando hasta las escaleras que le permitirían accesar a la tina. Al poco tiempo dejó caer la túnica en color marino, entrando al agua al poco tiempo.

—Con permiso, su alteza. — Respondió de inmediato y se dio media vuelta para retirarse de aquel cuarto.

—Espera. — Levantó la diestra e hizo algunos movimientos para que se acercase. —Necesito que laves mi cuerpo y preveas el agua. — Mencionó para después dejar la máscara de bronce negra sobre la orilla, enseguida quito la seda que cubría el espeso cabello grisáceo, dejando que algunas de las puntas se mojaran.

Aquella chica solo tragó en seco, y de inmediato se acercó hasta el pontífice, una jarra de agua caliente se vertió ligeramente sobre sus hombros, temía que estuviera a una temperatura elevada, sin embargo, aquel hombre no objetó en lo absoluto. Una barra de jabón y una seda se restregaron al siguiente momento, la muchacha extendía con delicadeza los brazos de aquel hombre para lograr enjabonarlo por completo, acto seguido restregaba a detalle cada parte de las manos. Eran enormes, podría acaparar su rostro por completo si lo quisiera, una sola mano capaz de romperle el cuello.

Lo que más llamaba su atención era que el pontífice Arles no parecía ser un anciano, ni siquiera se veía como un hombre de edad avanzada. Era maduro sí, pero estaba alrededor de los treinta años, su cuerpo lucía en un estado completamente conservado. Fue entonces que movió las falanges cerca de su rostro, alcanzando a rozarle la mejilla con levedad, se percató del rostro de aquel hombre, era joven, muy joven en realidad. Los ojos estaban llenos de vida, pero había algo extraño en ellos, estaban de un intenso color rojo. Sin parecer sorprendida continúo lavando, esta vez quitando cualquier rastro del jabón oloroso que había usado anteriormente.

—No has dicho ni una sola palabra — Comentó apenas la joven muchacha quitaba el exceso de jabón sobre los brazos.

—Lo siento, señor. Me han dicho que no le gusta que hablen. — Respondió sin querer verle, sentía que su rostro se había enrojecido por completo.

— ¿Quién podría dejar de escuchar tu melodiosa voz? — Nuevamente una respuesta por parte de su superior se hizo presente. Parecía que el pontífice Arles lo estaba disfrutando mucho, pues se podía notar cómo sonreía al instante.

—Es muy amable, mi señor. — Movió la cabeza en respuesta, terminando de verter la última jarra de agua sobre el pecho, dando por terminado el baño al remover el excedente del agua.

Para cuando se retiró, Saga se reclinó contra la orilla, cerrando los ojos. — ¡Entra! — Le llamó de inmediato.

— ¿Disculpe? — Se dio media vuelta con algo de incertidumbre, pensó que el baño había terminado después de lavar su cuerpo. ¿Qué más necesitaría su alteza?

— ¿Eres sorda o tonta? ¡Te he ordenado que entres! — De nuevo esa mirada llena de sangre se reflejaba en contra de ella.

Temerosa aún, Erina dio un par de pasos hasta situarse del otro extremo de la tina, de frente al papa, se deshizo de la túnica blanca. Solo un par de broches sostenían la delicada tela sobre los hombros.

Noto inmediatamente como el rostro de aquel hombre que consideraban una divinidad estaba fascinado con su cuerpo, a pesar de que cualquier mujer debería sentirse halagada, la mitad de su cerebro le respondía que debía estar más apenada que otra cosa. Suspiro profundamente antes de introducir por primera vez uno de sus pies, al poco tiempo ya estaría dentro. La temperatura del agua era perfecta, al poco tiempo de zambullir la mitad de su cuerpo noto como el hombre le llamaba con uno de los dedos.

Nuevamente ese suspiro antes de accionar, para cuando aquella se acercó de inmediato Saga le tomó por la cintura, haciendo que su cuerpo quedara por encima del propio. Debido a que el cuerpo de la menor se encontraba sentado sobre el regazo, la mitad superior lograba salir del agua, lo cual provocaba algo de escalofríos al choque de las temperaturas. Poco tardaron sus pezones en tornarse duros, había una pequeña textura rugosa alrededor de ellos. Saga por su parte acariciaba los glúteos, separándolos mínimamente para lograr introducir sus dedos entre estos, las caricias las ejercía de abajo hacia arriba, dedicándose solo a observar los gestos que la doncella realizaba.

En ese momento la joven sintió como algo se colaba entre sus piernas, quizás contra una persona normal podría haberlo evitado, pero aquel hombre realizó un solo movimiento contra su cadera, haciéndola retenerlo entre sus piernas. Era extraño, a pesar de haber permanecido durante un largo rato debajo del agua, sentía lo endurecido que estaba, se sentía aún más frío incluso. Bastó nuevamente un movimiento de su pelvis para lograr irrumpir en lo más recóndito de su cuerpo. El rostro de la mujer por su parte se llenó de dolor, un gemido quiso salir, sin embargo, fue callado al notar el rostro de aquel hombre, la chica solo terminó sonriendo, pues a pesar de todo, la sensación era sumamente placentera.

— ¿Eres parte del santuario? — Pregunto el pontífice al acercarse hasta su cuello, dejando un par de besos a lo largo de aquella zona, bajando mínimamente hasta los hombros.

—Si-si... mi señor. — Respondió la chica, entrelazando los delgados dedos entre los cabellos plata, levantando la parte trasera de su cuerpo para así crear los movimientos de penetración.

— ¿Cuánto tiempo? — Volvería a cuestionar, encarándose de brindar atención a los senos, tironeando de la rosada piel.

—Dos... dos semanas, mi señor. — Respondía entre gemidos.

El hombre a cierta distancia lucía joven, pero al estar tan cerca de él, terminaba por creérselo, la piel, los músculos, el rostro, la virilidad entre sus piernas, todo era de un hombre con atlético impresionante. Quizás así eran los caballeros de oro a quien solo había observado un par de veces las últimas semanas.

—Supongo que tomarás la máscara. — Las nuevas palabras del sacerdote hacía que cualquier imagen en la cabeza de Erina se desvaneciera.

¿A qué se debe aquella pregunta? ¿Que debía responder? A ciencia cierta no lo sabía, los movimientos tan lentos que el joven realizaba en contra suya no la dejaba ordenar sus pensamientos o palabras. —Si mi señor. —

Le tomó por la barbilla, observándolo detenidamente. —Me alegro saber que este lindo rostro solo ha sido visto por mí. — Terminó la oración dejando una lamida sobre los labios, creando una sonrisa en sus propios labios.

— ¿Que se dice del caballero de Géminis? — Ambos brazos se rodearon sobre la diminuta cintura de la sirvienta, continuando con los movimientos de caderas, haciendo que inclusive se levantara un poco más del regazo.

—Hay quienes dicen que es muy poderoso.... — Una embestida por parte del usurpador hizo que sus palabras fueran cortadas —el mejor... — una vez más una estocada entorpecía el hablar—el mejor de su casta en esta época... también dicen... que huyó poco antes de la traición del caballero de sagitario. — Sentía un enorme placer cada que hacía algo así, era brusco, le demostraba todo el poder que él tenía con cada uno de sus movimientos.

—¿Crees que el caballero de sagitario es un traidor? — Saga mostró la dentadura por unos segundos, pues la joven doncella demostraba cuanto le gustaba sentir el miembro dentro de sí. Se acercó de nuevo hasta el cuello, mordiendo y dejando un par de marcas rojas sobre la piel tan delicada.

—No... No mi señor. — La respuesta vino acompañada nuevamente de gemidos, permanecía con los ojos cerrados. Sin embargo, en ese momento el patriarca también abrió los suyos, estaba colérico, lo más impactante de aquello es que le sostenía por el cabello, la otra había viajado desde la cintura hasta su cuello, el aire poco a poco comenzaba a faltarle.

—Es decir... no mi señor... no lo es, él está muerto... — Respondió con cierta dificultad, el rostro de Erina se había tornado un poco rojo, el lado inferior de sus ojos y labios rápidamente se tornaban obscurecidos igual que su cuello.

—Bien... —Respondió Saga una vez más, besando una única vez sus labios. — Date la vuelta — Ordeno soltándole inmediato.

—No... — Se había puesto de pie, sin embargo, la respuesta que había dado no desearía haberla soltado, más bien nadie se lo había dicho.

Saga también se había puesto de pie. Pero al contrario de la joven no menciono absolutamente nada, solo le tomo por la cadera, rápidamente la coloco en contra de su cuerpo, una vez más la hizo chocar contra la pelvis; se había introducido nuevamente entre sus piernas.

Esta vez había sido completamente diferente, había más dolor, sus embestidas hacían de aquel acto el peor de su vida. La diestra se deslizo hasta su entrepierna, acariciando lentamente entre sus labios vaginales, teniendo como consecuencia movimientos desesperados de la joven sirvienta. Al poco tiempo el mayor comenzaría a correrse dentro de ella, haciendo que el líquido seminal recorriera desde sus piernas hasta perderse entre el agua turbia que les llegaba poco antes de los glúteos.

—Tenías todo para ser mi favorita, pequeña Erina. Lástima que no supiste que a mí nadie me dice que no. —

La mano de aquel hombre se había deslizado hasta su cuello, Saga presionó con todas sus fuerzas, logrando romper el cuello de la menor con un solo movimiento. Un rasguño en la parte lateral del abdomen fue el resultado del forcejeo entre la joven doncella y el caballero de atenea.

Una vez más el caballero de Géminis, y usurpador del puesto del Patriarca Arles, silencio a una doncella que pensaba diferente en cuanto a Aioros, al siguiente día vendría una nueva y haría lo mismo. Una por una irían desapareciendo las personas que pensaran diferente a él, que creyeran que aún hay héroes en el santuario.

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