23- Sangha


India es un país con una singular "hospitalidad teológica". No por nada, su religión más antigua y predominante es el Hinduísmo, cuyo panteón se ha expandido a lo largo de los siglos.

El estado de Uttah Pradesh, alberga una ciudad tan antigua como la propia historia: Benarés, con sus ochenta y ocho ghats; gradas que descienden al Río Ganges en donde se realizan los rituales de Puja, como también las cremaciones y abluciones. Dice un verso en sánscrito que quienes se bañan en el Ganges no solo se purifican, también ayudan al sol a salir para iluminar la oscuridad.

Sin embargo, convergen allí más de seis religiones con numerosos templos a lo largo y ancho de aquella urbe sagrada.

A unos diez kilómetros de Banarés se encuentra Sarnath, una de las cuatro ciudades más importantes del budismo. En su parque de los ciervos (Rishipattana) se encuentra una antiguo montículo circular conocido como La estupa Dhamek, siendo el lugar histórico donde Buda ofreció el primer discurso (sutra) que dio a sus antiguos compañeros de meditación, en lo que se conoce como "la puesta en marcha de la rueda del dharma", estableciendo las bases conocidas como "las cuatro verdades nobles".

Aquella mañana, a los pies de dicha estupa bajo la sombra de un árbol Bodhi, un grupo de personas jóvenes realizaban una pūjā sentados en Padmasana, una postura de meditación donde las piernas permanecen cruzadas y cada pie es ubicado encima del muslo opuesto.

Casi todos enfrentados al tronco del Bodhi, y a un hombre vestido con una túnica carmín, de larga y dorada cabellera lacia, quien le daba la espalda a aquel gran árbol. La brisa traía aromas incienso que provenían de un templo cercano, lentamente aquella caricia se volvía un viento huracanado que en lugar de jugar con sus textiles haciéndolos flotar, parecía querer arrancarlos, y la larga y sedosa cabellera rubia del hombre del manto rojizo, comenzaba a elevarse por encima de su cabeza.

Un discípulo de apariencia más longeva, con una nariz aguileña, pequeños ojos y cabellera frondosa del color de la betabel, interrumpió su pūjā abriendo sus ojos sobresaltado:

—Maestro

—¿Lo has sentido, Ágora?

Un jóven que se encontraba próximo Ágora, de cabellera oliva y de complexión más menuda se pronunció:

—¿El monzón?

—No Shiva. Tal parece que otra de las Shaktis ha despertado.

La que respondía aquella pregunta, era una jovencita bella y voluptuosa, de cabellera rubia ceniza, que vistiendo un sari azul marino, atado con el estilo seedha pallu , se había puesto de pie.

—Lee, no has dudado un segundo en considerar el origen y la gravedad de aquello que interrumpió nuestra meditación. Shiva ... ¿Qué te ha hecho sospechar?

El jóven se quedó sin aliento y miraba a su compañera con una mezcla de admiración contaminada de envidia.

Lee, luego de llevar uno de sus mechones por detrás de su oreja, se arrodilló ante el líder de aquella comunidad.

—Maestro Shaka, le solicito que me encomiende ésta misión.

El hombre al que llamaban maestro no había abierto sus ojos en ningún momento. En lugar de darle una respuesta de inmediato, se quedó en silencio para luego asentir.

—De acuerdo, si no regresas en dos lunas, enviaré a Shiva y a Ágora a que te ayuden.

—No es necesario, seguramente esté de regreso en la primera.

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