18- Los recuerdos de June
Ya había transcurrido una semana desde que Shun se había marchado de Jabal al-Tair, aquella isla a la que conoció simplemente como la Isla Andrómeda.
Allí tan sólo quedaba su maestro y su compañera de entrenamiento June.
Mientras Raidne intentaba demostrar su poder a Maya en Cherai, del otro lado del mar Arábigo, y muy adentrado por el Golfo de Adén, June daba por finalizado su entrenamiento del día en aquella pequeña isla del sur del Mar Rojo.
La joven mantenía una costumbre desde pequeña, jugar con su soga de entrenamiento en la costa y cuando se cansaba; sentarse a observar el mar. Las olas solían tranquilizar su ansiosa cabeza. No era para menos... ya que el día en que finalmente recibiría el derecho de reclamar la armadura del Camaleón se encontraba muy próximo, sin embargo, a pesar de su emoción, finalizar dicha etapa le generaba una gran incertidumbre; todavía no sabía muy bien qué sucedería luego... Tenía intenciones de seguir el ejemplo de su amigo y abandonar la isla, pero a diferencia de él, no tenía otro sitio a dónde ir, tampoco había nadie que esperara su regreso. Si su presencia no era requerida en el Santuario de Athena podía; o bien quedarse allí o marcharse a otra locación y entrenar nuevos guerreros. Sin embargo, a pesar de sus condiciones inhóspitas, aquella isla había sido su único hogar, en donde tanto su maestro como los otros aprendices, habían sido como una gran familia para ella. Y en donde permaneció más que en ningún otro sitio; durante casi la mitad de su vida.
La Isla Andrómeda había sido su salvación... quería retribuir del mismo modo ¿para qué marcharse a hacer aquello que también podría hacer allí?; entrenar a más niños y ayudarles a volverse tan fuertes como ella, como su maestro... o como Shun...
¿Pero a quién quería engañar? No, no sólo era que su entrenamiento de aprendiz estaba llegando a su fin...
Era inevitable, por más que intentara distraerse con otras cosas, desde su partida, los recuerdos de su joven amigo volvían de manera intermitente, al fin y al cabo, exactamente en aquella misma playa sobre la que caminaba en esos momentos, lo había visto llegar y partir.
Shun era el primer amigo que había hecho después de perder a lo que quedaba de su familia y conocer a su maestro Albiore de Cepheo, quien la había encontrado inconsciente luego de sobrevivir a un naufragio seis años atrás, también en aquella misma playa. A diferencia del flamante caballero de Andrómeda, ella llegó por accidente, arrastrada por la corriente del mar.
Del mismo modo que los pensamientos positivos eran convergentes en su joven amigo, aquellos que se aproximaban a su pasada infancia, eran dispersos y borrosos; recordarla le era muy doloroso.
Desde que June se había colocado aquella máscara por primera vez, había jurado abandonar todo rastro de feminidad.
Cuando Shun llevaba apenas unas semanas, la había encontrado llorando, y con su máscara a un costado. En aquellos años, la rubia y sedosa cabellera apenas llegaba a tocar sus hombros, lo suficiente para cubrir parte de su rostro. Cuando escuchó a Shun acercarse, se paralizó. Pero lo que la había perturbado, no era el hecho de que le viera su rostro, ya que el muchacho era muy respetuoso y se había quedado a sus espaldas. Sino que la afligía que aquella cualidad que siempre había considerado femenina, estaba siendo expuesta y podría validar un motivo de expulsión.
Sin embargo, el tiempo (pero fundamentalmente conocer aquel muchachito de ojos dulces llamado Shun), le ayudó a comprender que tanto las lágrimas y el dolor no poseen género; simplemente complementan al ser humano. La sensibilidad de aquel muchacho le sirvió de brújula, orientándola en su aprendizaje como guerrera de Athena.
Cuatro años después, mientras curaba las heridas de su amigo, June finalmente se enfrentó a aquel recuerdo y pudo contarle parte de su pasado:
—Hace algunos años, perdí a mis padres en Ogaden, Etiopía. En esos días, éramos muchos niños condenados a aquel cruel destino, entre ellos, había una una niña con quien jugaba, se llamaba Marjani. Por aquellos años Somalia había invadido la zona que limita con Etiopía. Muchas personas murieron.
Una noche, mi padre volvía de traer alimento para mi y para mi madre. Pero unos soldados le dispararon por error. Estaba oscuro y perseguían a un rebelde que estaba escapando.
Mi madre me escondió bajo un mesob, una especie de cesto para guardar granos que también se utiliza como mesa y que mi madre había fabricado con fondo falso. De ese modo, cuando los soldados decidieron entrar y requisar la casa, se llevaron a mi madre pero yo permanecí escondida.
Al día siguiente, como nadie regresaba, fui a buscar a mi compañera de juegos. Cuando abrí la puerta, la encontré acostada, acurrucada entre los cuerpos de su madre y abuela. Ningún niño debe vivir algo así, ver algo así...
Vestidas de niño, y con el mesob a cuestas, decidimos huir de allí. No recuerdo cuanto tiempo vivimos entre un grupo de nómades de la etnia Afar, en ese tiempo ambas nos habíamos vuelto muy unidas. Marjani se había convertido en una hermana para mi.
Un día, una mujer misteriosa, que ocultaba su rostro tras una túnica, le ofreció al líder a cambio de nosotras, un camello. El hombre no lo dudó ni un instante, al fin y al cabo, comíamos y bebíamos más que el animal y no podíamos cargar entre las dos, lo equiparable al rumiante. Cuando nos marchamos de allí, ella nos dijo que éramos reclutas para convertirnos en guerreras y que juntas partiríamos hacia nuestro lugar de entrenamiento. Pero Marjani no confiaba en la mujer, estaba asustada, ya había vivido algo así con su hermano mayor, a quien reclutaron para "guerrero" por la fuerza, asesinando a su madre y su abuela delante de ellos por querer evitarlo.
Traté de tranquilizarla, pero sin querer traicioné su confianza... le aseguré que todo saldría bien y que no dejaría que le pasara nada malo.
June se había quedado callada, pues no podía continuar con la historia. Le hacía daño... Y Shun, lo comprendió, cuando aquella pausa se convirtió en silencio. Bajo aquella máscara, había lágrimas que le ahogaban el alma.
Con pensamientos divergentes para no volver a ese tiempo pasado, June se percató de que el clima la invitaba a refrescarse, aquella tarde, particularmente calurosa la convenció de cambiar su juego de la soga por nadar un poco.
Se quitó la máscara, y se desnudó completamente para entrar al mar y recibir la espuma de las olas. Hacía mucho tiempo que no sentía tal soledad, sin embargo encontraba en ella mucha paz, particularmente disfrutaba de la libertad de poder dar rienda suelta a travesuras como aquella sin ningún pudor.
Así pasó un buen rato disfrutando de su nado recreativo sin notar que el sol había comenzado a ocultarse tras las nubes y el viento traía un augurio de tormenta.
De no estar tan distraída también hubiera podido apreciar a un barco sin bandera y a un hombre que se acercaba nadando hacia allí.
Cuando June se percató de que el mar estaba más picado, salió hacia la costa pero allí sólo encontró su máscara y algunas de sus prendas, pero la mayoría, habían desaparecido.
Una voz masculina que ella no registró haber escuchado antes, pronunció:
—¿Pero mira nada más lo que trajo la marea?
June, ya con la máscara en su sitio, volteó la vista y allí se encontraba un joven de algunos años mayor que ella, su ropa todavía estaba empapada, claramente había llegado allí nadando y no se veía muy amistoso, aún así, con tranquilidad le preguntó:
—¿Has sido el que robó mi equipo de protección? Vamos, devuelvemelo, prometo no hacerte daño si lo haces y desapareces luego.
—¿Y si no lo hago?
—¡Te arrepentirás de haberte cruzado conmigo, imbécil!.
—Desnuda y desarmada... Admito que tienes agallas. Especialmente para hablarme de ese modo; una mujer no debe contestar así.
—Te lo advertí.
June tomó la soga que aún seguía en aquel sitio, y la extendió en el aire hacia su objetivo, logrando enredarse exactamente alrededor del cuello de aquel desconocido, con tanta destreza y velocidad, que él mismo, no la vió venir.
Aquel muchacho, intentó aflojar la tensión que le impedía respirar correctamente. Pero le fue imposible, al cabo de unos minutos, cuando estaba perdiendo la consciencia, una flecha logró cortar la soga, liberando la tensión y obligando al cuerpo de aquel individuo a desplomarse sobre la arena negra.
—Si no ha visto tu rostro, no es necesario arrebatarle la vida.
June sintió un escalofrío, algo en el timbre de esa voz le sonaba familiar.
—¿Marjani? ¿Eres tú?
La imagen de una muchachita de casi su misma edad de cabello a los hombros y oscuro, ataviada con un vestido corto y una armadura plateada, se interpuso entre aquel cuerpo masculino y June. Quitó el morral del moribundo, para extraer las prendas robadas, y arrojarlas a su dueña. Quien comenzaría a cubrir su cuerpo de ninfa esculpido sobre mármol. Mientras se vestía, la muchacha misteriosa se dirigió a aquel hombre y volviendo su rostro; que no poseía máscara alguna, hacia el de June, sonriendo le respondió:
—Tal parece que no me olvidaste.
June, presa de la emoción, no quería otra cosa más que correr y abrazar a aquella muchacha pero se contuvo, y exclamó:
—¡¡¡Marjani!!! No puedo creerlo, ¿realmente eres tú? pensé que habías muerto.
—June, no tengo mucho tiempo para explicarte, si valoras la amistad que nos unía, debes confiar en mí y perdonarle la vida a éste hombre.
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