15 - Rompecabezas
No habían alcanzado aquellos seis días a bordo de aquel buque para que Raidne pudiera procesar la magnitud de los últimos acontecimientos vividos en el santuario marino.
Inicialmente, sentía que había abandonado a su suerte a ciertas personas a quienes les guardaba mucho cariño.
Tampoco había tenido el suficiente coraje de narrarle a Bianca, todo aquello que había descubierto y básicamente lo que la había motivado a salir de allí después de tantos años. Quizá, de haberlo hecho, en lugar de considerarla una egoísta, en lugar de seguir el viaje a Japón, hubiera ido en su búsqueda.
Parecía una eternidad, pero desde el momento en que Raidne descubrió el secreto de Dragón Marino, tan sólo habían pasado poco menos de treinta y seis horas hasta que subiera a aquel buque. Aquella revelación, no sólo le habría obligado a huir de allí, sino también robar un tesoro consagrado a los dioses, poner la vida en peligro de un aprendiz de caballero (con quien luego compartiría parte del viaje), engañar a su amigo y compañero de entrenamiento (para hacerle beber algo que lo protegería de ser ejecutado) luego de ayudarla a escapar de sus persecutores y finalmente; subir un buque que transitaba el Océano Índico para ir en busca de una mujer que jamás había visto en su vida.
Pese al prejuicio de Bianca, Raidne sentía todo el peso de la responsabilidad por todo lo ocurrido en aquellas horas como en sus días posteriores, especialmente luego de pisar la superficie de aquella embarcación.
Raidne había puesto en riesgo la vida de aquellas personas que la habían motivado a hacerse más fuerte para poder protegerlas; ese había sido su verdadero sacrilegio, y sus acciones sólo estaban arrastrando a la desdicha a todos aquellos que estuvieron dispuestos a brindarle ayuda.
Sin embargo, si bien en aquel momento no había sido consciente, su verdadera responsabilidad estaba radicada en su propio orgullo, el cual le impidió advertir a Bianca algo importante de aquello que había hallado.
Ese amor propio era apenas un barniz; ya que le avergonzaba admitir el cariño que le había tomado al hombre que (muy a su pesar) la había dejado inconsciente para llevarla al santuario marino en contra de su voluntad y, a su vez, la había entrenado para combatir en un bando del que ella ni siquiera había tenido elección. Sentimiento aún latente en el momento de decidir si compartir (o no) algo que la involucraba emocionalmente.
Lo que Bianca no entendía era cómo Raidne, que ya poseía una base de entrenamiento de combate, se hubiera quedado allí y no intentara escapar mucho antes... al igual que Sorrento, quien incluso había regresado a cavar su propia tumba. Lo cierto es que Raidne en este asunto, tampoco pudo sincerarse con su amiga y confesarle que aquello que le obligó a bajar su guardia inicialmente, había sido el delicado estado de salud de Sorrento; de quien no se separó al llegar hasta su recuperación. Para que luego su captor la lograra persuadir; simplemente no encontraría otro sitio, incluso mejor que ese para hacerse fuerte. Al fin y al cabo, la Saintia Academy le exigía la prestación de sus servicios de por vida al deber y cuidado de Saori, y ella nunca había estado del todo muy de acuerdo. De hecho, ya de no ser por la interrupción de Sorrento, ella seguramente se hubiera marchado de allí.
Y es que su captor y maestro; Dragón de Mar, como lo conocían todos, era un hombre que influía respeto. A aquel hombre raramente se lo había visto sin su casco y tampoco parecía muy receptivo a cambiar de opinión respecto a esta particularidad.
La mayoría asociaba este detalle tan distintivo, a su carácter estricto. Siendo la mayor autoridad del sitio consagrado al emperador de los mares, debía poner el ejemplo de hacer que ciertas normas se cumplieran y, estar siempre preparado para la batalla era una de ellas. A pesar de ser un ser muy severo, con Raidne lo era aún más, hasta un buen día en que algo le haría bajar la guardia.
Uno de aquellos tantos días de entrenamiento, Raidne había estado durante cuatro horas, bajo las insistencias del General del Atlántico Norte, golpeando una masa de roca sin haber logrado nada más que romperse los nudillos. En un momento, la joven Thetis observó sus manos y en una mueca, dejó escapar una risa burlona. Además de Raidne, quien inmediatamente decidió salir de allí, también llegaría hasta los oídos de Dragón de Mar.
La joven aprendiz se alejó hasta que encontró una especie de cabaña en donde unos guardias se mofaban de una anciana, a quien habían encerrado bajo llave. Cuando éstos se alejaron burlándose de su infortunio, Raidne corrió hacia allí y, en un intento por ayudarla, quitó de su cabello el broche que siempre llevaba consigo, para usarlo como ganzúa y abrir el cerrojo. Finalmente el mismo cedió y la anciana quedó libre.
Dicha mujer permanecía impactada por aquel objeto y la astucia de la niña:
-Eres un ángel, mi niña... Pero no era necesario que arruinaras semejante tesoro como ganzúa.
-No es nada
-¿Cómo que nada?, ese objeto no parece ser muy común
-Es un recuerdo de mi madre, lo único que tengo de ella.
La anciana extendió ambas manos y con aquel gesto, Raidne se lo entregó. Mientras lo examinaba, le llamó la atención los labrados tan perfectos en una pieza tan pequeña.
-Cuídalo, seguro que a través de esto, tu madre te está cuidando desde el otro mundo. Me recuerdas a ella ¿sabes?
-¿¡Usted conoció a mi madre!?
-¡¡¡Ohhh, pero qué malos modales los míos!!! Mi nombre es Phoebe, claro que la conocí y a tu padre también, fue una de mis aprendices en el Santuario de Athena, era una joven muy capaz, cuando quieras eres bienvenida a conversar sobre ese y otros temas, estoy en deuda contigo, sólo una cosa... intenta ser discreta. Habrás notado que no soy muy querida aquí. No sería justo que te trajera algún problema.
Apenas la anciana terminó de pronunciar esas palabras; unos pasos se escucharon aproximándose. Raidne, decidió marcharse de allí, y cuando se disponía a despedirse fugazmente, la anciana ya se había metido a la cabaña.
Intentó correr para dejar aquella edificación atrás cuanto antes, como un modo de ocultar el hecho de que había estado allí, sin embargo, luego de unos pasos, cuando volteó su cabeza, la cabaña ya había desaparecido.
Cuando volvió su rostro hacia el frente, gritó al ver a Dragon Marino delante de ella.
Aquel hombre riguroso, había desatendido a sus alumnos, por compadecerse de la frustración de la menor de sus alumnos. Y cuando se percató de su ausencia, siguió su rastro para luego interceptarla a su regreso.
Junto a un templo completamente destruído, aquel hombre que luego la perseguiría por tierra firme para castigarla; por primera vez, se quitó su casco dejando caer su azulado cabello sobre sus hombros y, comenzó a narrarle lo duro que fue para él su entrenamiento. Contó a su vez que su gran poder se lo debía en su mayor parte a Maya de la Nereida Apsara, una mujer de inconmensurable poder que conocía tanto el santuario de Poseidón submarino, como el de Athena. Del cual se había marchado hacia la India unos años antes del nacimiento de la diosa Athena. Sin embargo, desconocía si había sido producto de una deserción o si había sido expulsada de la Orden...
Algo que Raidne nunca olvidó de aquella descripción, fue la magnitud de aquel poder:
Aquella mujer tenía la capacidad de distorsionar el espacio/tiempo, generar ilusiones y moldear la realidad; desde crear portales a dimensiones como levantar objetos y arrojarlos a una gran distancia. Se decía que su poder se equiparaba al del entonces Patriarca del Santuario de Athena. Y que entre ambos, habían entrenado y sido mentores de numerosos guerreros de aquel sitio. Ella, se habría enfocado en dos de los que se consideraban de los más poderosos; el santo de Géminis y luego, al santo de Virgo. Quien habría elegido el destino de India para buscarla y continuar entrenando con ella, pero nunca supo si la había logrado encontrar.
Cuando Raidne le narraba a Bianca parte de aquel suceso en el barco, recordaba aquella sensación extraña que en su momento la había invadido y que luego cobraría sentido: Había algo de aquella historia que no encajaba: O Maya era una desertora de Poseidón, o era una espía que había sido descubierta, ya sea de un bando o del otro. De otro modo no podría haber obtenido un scale y entrenado a guerreros en ambos bandos. Salvo que Dragón de Mar, no fuera precisamente entrenado allí en el mismo santuario donde en ese momento, ambos se encontraban.
Raidne volvió a recordar a la anciana, la que visitó los días subsiguientes a aquella charla con Dragon Marino, luego de conocer su rostro. Y repitió entredormida las palabras que le harían cambiar su admiración y aprecio a su maestro, a casi el odio y el miedo:
-Se astuta más astuta que tu madre, quien confió ciegamente en ese hombre, cuídate de Géminis... Ese hombre te llevará a la tumba sin que siquiera percibas que la has cavado al ritmo de su composición.
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