13- Amnesia
El Santuario submarino era un sitio que abarcaba su centro principal bajo el Mar Egeo, expandiéndose hacia los siete océanos.
Una de las particularidades de dicha Metrópoli era que se encontraba inmersa en una gran burbuja dentro de la cual había una micro atmósfera respirable sobre la cual se elevaba el mar.
Éste fenómeno parecía estar asociado a la presencia de siete pilares, sobre los cuales se sostenía cada océano. Sin embargo, era el soporte principal el que cumplía la función más importante de todos ellos.
En aquel santuario mítico, en un sitio en donde apenas llegaba la luz, desde una prisión alejada del Soporte principal, yacía el cuerpo de Sorrento sobre un suelo húmedo y pestilente, el cual permanecía malherido e inconsciente.
En su mente vagaba algunos recuerdos muy borrosos de su niñez; la sonrisa de una mujer que cantaba para hacerlo dormir, la señora del cabello ceniciento que lo acogió en el hogar de niños, un niño de cabello celeste que le daba la mano, sosteniendo un pelota con su brazo opuesto, y una niña de cabellos rosados corriendo con su violín para que la ayudara a afinarlo... así, tal y como llegaban se desvanecían como el destello de las estrellas en las noches sin luna... Intentando reconfortarlo, como la suave caricia de una pluma en medio de una tempestad, volvió a caer preso del dolor por los innumerables golpes que recibía a diario para extraer una confesión. A pesar de que no había ya nadie dentro de aquella celda, Sorrento era atormentado con unas voces sin rostro que repetían sin cesar: "¿Dónde está Raidne?" "¿Dónde está el matraz?"...
Le era imposible; no recordaba nada, ni siquiera de cómo había llegado a aquel sitio...
No muy lejos de allí, unos hombres se acercaban y sus pasos resonaban estrepitosamente por aquella mazmorra olvidada por la luz.
La voz de un hombre de piel morena y cabello resonaba con un eco estrepitoso.
Se trataba del General del Pacífico Sur, quien le estaba haciendo un reclamo a su superior:
—Señor Dragón de Mar. No tengo dudas; la devoción de Sorrento de Siren, por el señor Poseidón es auténtica. La misma le impediría traicionar su causa de Marina. Estoy convencido que Siren no ha faltado de su palabra. Pese a ello, el aprecio de Sorrento por Raidne también podría haberlo empujado a brindarle cierta ayuda para huir de aquí...
Dragón de Mar dibujando una mueca de burla le respondió en tono irónico
—¿Qué te sucedió Eo de Scylla? ... ¿Ahora defiendes a Sorrento?
—No se trata de él, Señor... si la niña no hubiese adquirido aquel artefacto, hoy no estaríamos en su búsqueda... Hasta yo sentí algo inexplicable.
—¿Celos acaso? Vamos, deja de decir estupideces. Raidne no es más que una niña, no pudo haber salido de aquí sola, debe haber tenido un cómplice que además de ayudarla a salir, le ayudó a robar un tesoro de este santuario marino para su beneficio personal.
—... Pero señor...
—¡Basta! ¿Me crees lo suficientemente estúpido para no haber siquiera considerado todos los escenarios posibles antes de propiciar su castigo?
—No quise ofender su inteligencia.
Dragón de Mar recordaba cómo había logrado viajar desde aquella estación de tren hacia el santuario submarino con la pequeña Raidne, quien yacía inconsciente en un brazo, y a un púber sorrento, a quien sujetaba con el otro.
Mientras atravesaban el triángulo dorado, aún con el pecho perforado, Sorrento lo había desafiado aún con un pie en el inframundo... Era claro que ese chiquillo, llegado a hombre, seguiría repitiendo dicha acción, ante él o cualquier otro que se presentara como una amenaza.
—Puede que Raidne engañase a Sorrento y le haya dado de beber del matraz de Lethe, pero aún así, también es posible que realmente quisiera ayudar a su amiga por un lazo afectivo que los ha mantenido unidos desde su llegada... Pese a ello, cualquier marina o aspirante que ose abandonar el santuario marino sin autorización, debe cumplir con su castigo. Por lo tanto, es necesario traer aquí a esa niña... Eso incluye interrogar a Sorrento.
Dragón de mar hizo una pausa... y su memoria lo transportó al momento en que Raidne despertó en aquel santuario marino, y su primera reacción al ver a Sorrento malherido. Parecía que ni siquiera se había percatado de dónde estaba o cómo había sido llevada hasta allí. Ella no tenía ojos para otra persona que no fuera aquel muchacho. El delicado estado de salud de éste, le había impedido separarse de él, hasta se había olvidado de que había sido llevada por la fuerza. De haber sido consultada, probablemente, lo hubiera seguido por voluntad propia con tal de asegurarse que se pondría bien.
Cuando Sorrento se recuperó. Kanon le narró la razón del por qué estaba allí, y cuáles eran las cualidades excepcionales que había encontrado en él para convertirse en parte de su ejército. Luego de que le explicara cuál era su misión, el muchacho no le reclamó nada jamás. La lealtad de éste para con la familia Solo era legítima. Difícilmente hubiera rechazado la propuesta viniendo de cualquier otra persona si le aseguraba que su tarea sería velar por la seguridad y el servicio de Julián Solo. Muy probablemente Sorrento hubiera aceptado seguirlo de igual modo.
Inmediatamente, un general con la cabellera platinada, portando una gran lanza, se acercó hacia Scylla y Dragón de Mar y no puedo evitar interrumpirlos:
—Sea cual fuera el motivo de su accionar, la Ley del Santuario Marino es clara. Y el general del Atlántico Sur, no sólo abandonó el santuario marino sin permiso, sino que usó sus facultades de guerrero contra sus compañeros. Ese error es inaceptable. Ya no es un niño inocente que se excusa por no saber cómo controlar su poder...
Eo se mostró perplejo ante aquel relato propiciado por Krishna de Chrysaor. Era conocida la rivalidad entre Sorrento y él, presente desde el inicio. Sin embargo, la misma le había permitido conocerlo suficiente para que dicho relato le hubiera sonado tan ajeno... Sorrento había demostrado ser un hombre pragmático y disciplinado.
Pero aún así, era demasiado extraño que tres Generales marinas hayan vuelto con las manos vacías, luego de haber encontrado a la ladrona del Matraz.
Antes de que Eo pudiera opinar, unos marinas rasos, habían llegado corriendo hacia aquel sitio. Sus rostros reflejaban que no eran precisamente buenas noticias las que tenían para comunicar: Thetis había regresado de su misión con algunas bajas y las manos vacías.
Dragón de Mar estaba furioso. A pesar del reclamo de Krishna, ejecutar a un General Marina era un hecho inadmisible. A pesar de que generaba una brecha que separaba a los generales, lo cierto era que no podía permitir ni justificar ninguna baja más de su ejército para perseguir a aquella muchacha, que para sus subalternos, era sólo una ladrona de tesoros sagrados. Debería encargarse él mismo.
Pero también, había otra batalla más importante por librar y aquel ejército tenía que prepararse, con o sin el matraz.
—Está decidido, cuando el emperador despierte, Sorrento, general del Atlántico Sur, le traerá en ofrenda, la cabeza de un santo de Athena, o a la diosa misma si es necesario.
Kanon, se alejó de aquella mazmorra, y nuevamente su memoria intentó volver a aquel día de la estación de tren; aquella muchacha que había quedado del otro lado del andén gritando tras ver a Sorrento ser herido por la flecha de Lascomoune. Aunque fue apenas un instante, el color rosado de sus cabellos le recordó a la niña que lo encontró malherido en las costas del Cabo Sunión, trece años atrás. Todavía no había podido resolver ¿Qué vínculo guardaría con Sorrento y Raidne? ¿No sería ella la clave para encontrarla?
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