Para Bianca, su familia constaba de su madre Isabella y sus dos abuelos; Luigi Manfredi y Evanthia Solo. Sin haber tenido la oportunidad de conocer a su padre, para obtener información sobre él, solía intentar conversar con su madre al respecto, de tanto en tanto, desafortunadamente esta nunca se mostraba muy predispuesta a responder sus interrogantes.
Tal como su madre y su abuelo, había nacido en Italia. En aquel país, ellos eran muy reconocidos entre historiadores y arqueólogos. Incluso en los tiempos en que la obsesión de Luigi por encontrar Atlantis, lo había desviado de la academia.
Su abuela Evanthia era de nacionalidad griega, sin embargo había regresado a su tierra natal para hacerse cargo de un orfanato que apadrinaba su familia troncal cerca de Cabo Sunión unos años antes de que su nieta naciera.
Los Solo eran una familia muy distinguida y reconocida en la región; siempre se habían dedicado al comercio marítimo y habían mantenido la tradición familiar durante generaciones. De la cual, madre e hija habían estado muy vinculadas a ellos, especialmente desde que Luigi comenzó a realizar aquellos prolongados viajes de exploración. La soledad de Evanthia la conducía hacia su familia troncal, por lo que iban de visita juntas. Quizá aquella ausencia paterna en la vida de la pequeña Isabella y la dilapidación de su fortuna en la búsqueda de una mítica ciudad hundida, haya sido una de las razones por las cuales los Solo nunca aprobaron a Luigi. Pero su abuela Evanthia siempre insistía que todo ese desdén venía por rencores geopolíticos muy anteriores y que incluso casi impidieron su propia boda. Bianca no entendía mucho de política, pero consideraba muy romántica la historia de que sus abuelos se conocieron en una guerra cuando casi eran de bandos opuestos, y que Evanthia lo ayudó a huir de Cefalonia.
Volviendo a su madre; de todos sus primos, el más cercano en edad era Nikos, compañero de juegos inseparables, hasta que se hicieron mayores. Mientras Isabella optó por continuar una carrera universitaria en Italia, Nikos mantuvo la tradición familiar del comercio marítimo. Años más tarde, contrajo matrimonio con una joven proveniente de una familia dueña de una cadena de hoteles que quería expandirse por el Cabo, cambiando de rumbo la inversión familiar. Esta pareja tuvo un hijo apenas unos meses mayor que Bianca; Julián Solo, un niño muy mimado y consentido.
Si bien Bianca no viajaba a Grecia con la misma frecuencia que lo había hecho su madre a su edad, era lo suficiente para hacerse de un compañero de juegos con Julián, quien al igual que ella, era hijo único.
En una de esas visitas, luego de que se infiltraran a la hora de la siesta en la cocina, para robar del horno unos Koulourakia, y luego escapar corriendo a jugar con un balón. Julián pateó tan fuerte, que terminó por hacerla volar hacia el terreno del Orfanato παιδιά της θάλασσας (niños del mar).
Bianca, revolvió sus bolsillos, hasta encontrar una moneda
—¿Testa o croce?-Preguntó Bianca a Julián para echarse a la suerte-.
—¿Cómo?
—¿Qué eliges, Cara o cruz? El que pierda, deberá ir a por la pelota.
—Eh... cara
Bianca colocó la moneda entre sobre su diminuto pulgar y la falange del dedo índice y con un movimiento veloz, la hizo rodar en el aire para caer luego sobre su palma
—Cara... -El rostro de Bianca reflejaba la desilusión infantil frente a perder bajo su propio juego- Qué mala suerte...
Cuando trepó la reja, fue tras la pelota, pero una melodía bellísima la interrumpió y haciéndole olvidar el motivo que la llevó allí, comenzó a seguirla... Y finalmente encontró al músico que la reproducía: Era un niño de su misma edad, con el cabello color lavanda que estaba tocando la flauta a los pies de un árbol... Pero antes de concluir, se le escapó un sollozo y sin lograr apaciguarlo, se sentó a llorar aferrando sus rodillas.
Bianca se acercó a él y le preguntó
—¿Qué Tienes? ¿Por qué lloras si tocas muy bonito?
—Era la favorita de mi mamá... Ella y mi papá ya no la podrán tocar ni escuchar nunca más...
Bianca sintió una impotencia muy fuerte, había asumido erróneamente que dichas lágrimas estaban vinculadas a una frustración como intérprete, sin embargo, algo dentro suyo sabía que nada de lo que hiciera podía apaciguar el dolor a ese niño, pese a ello se sentó a su lado, sacó un pañuelo y le secó las lágrimas de su rostro.
Cuando Julián llegó, ambos niños permanecían abrazados, mientras el flautista, no paraba de desprender lágrimas de sus ojos.
—Soy Bianca, él es mi primo Julián ¿Y tú?
El niño se sobresaltó por la presencia de Julián, al fin y al cabo su estado de vulnerabilidad lo ponían en una situación muy incómoda frente a otro par.
—... Ehh.. mi nombre es Sorrento.
Los tres niños estrecharon sus manos, inaugurando sin saberlo, el inicio de una próspera y duradera amistad, que ataría a Sorrento a la familia Solo para toda su vida.
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