06 -Memorias II- La academia
La noticia tardía del fallecimiento del Señor Kido había tomado por sorpresa a Raidne. A pesar de su corta edad, comenzó a cuestionarse el motivo por el cuál continuaba en aquella institución.
Si bien tenía entrenamiento marcial de combate, muchas de las clases impartidas tenían la finalidad de fortalecer "modales" y ciertas cuestiones más diplomáticas y protocolares.
Se suponía que ella había ido para hacerse fuerte y sin embargo, le daba la sensación que terminaría siendo una pseudo "asistente-guardaespaldas" de aquella niña mimada y de comportamiento poco ejemplar.
Por más que lo había meditado, la situación incómoda en que el señor Kido la había puesto aquella vez, le resultaba ajena a ella. Había descubierto que quería tener la libertad de poder elegir cómo sería su propia vida. O al menos, no delegar esa elección a alguien que no fuera ella misma.
Dos años después de haber llegado a la academia, decidió marcharse de allí.
Escogió el momento "perfecto: Luego de almorzar, momento en que la mayoría estaba preparándose para las clases de la segunda mitad del día.
Ingresó a uno de los baños y se trepó por una ventana pivotante vertical. Mientras se deslizaba por la abertura, la falda de su uniforme se enganchó al herraje ubicado en el centro del marco y como si se fuera un telón, comenzó a exponer sus bragas al momento de descender hacia el exterior.
Mientras una brisa particularmente fría comenzaba a congelar sus extremidades, escuchó una voz jovial y masculina que le preguntó:
—¿Son peces o moños?
Raidne, hubiera podido mimetizarse con un ají; entre el color y el calor generado en aquel momento se olvidó del frío. ¿Qué hacía un hombre en ese lugar? No debería estar allí sin autorización... le daría su merecido, por intruso, voyeur, e inmiscuirse en dónde no lo llaman.
Cuando sus metatarsos lograron tocar el suelo, dio un giro veloz, y le direccionó una buena y efectiva patada en el abdomen de aquel entrometido que lo desplomó al suelo, pero como consecuencia, rompió la parte trasera de su falda dividiéndola en dos .
Finalmente descubrió al pobre infeliz: Un apuesto jovencito de ojos del color de la flor del melocotón y cabellos lila que la hizo ruborizar aún más que el incidente anterior, quien sin querer, la obligó a desviar su mirada... El joven mientras se incorporaba encorvado por el dolor del impacto, tomó sus maletas y se dispuso a revisar una en particular, asegurándose de que la flauta traversa que contenía, estuviera intacta.... Dio un suspiro de alivio.
En ese preciso instante llegó Bianca que luego de reconocer al muchacho sorprendida, lo socorrió de inmediato.
—¡¡¡Sorrento!!! ¿Qué haces aquí, qué te pasó?
—Venía a visitarte... pero... ahora que lo pienso, no fue una buena idea intentar sorprenderte, lo mejor hubiera sido escribirte para avisarte primero.
—¡Tonto!, no tenías por qué venir hasta aquí.
Era notoria la emoción de Bianca de volver a ver a Sorrento. Raidne no necesitó más pruebas para convencerse de que su amiga, además de conocerlo bien, lo quería como algo más que un amigo de la infancia.
—Tengo noticias de tu familia —contestó él, mientras retiraba su mirada de los ojos de Bianca desviándola hacia detrás de ella- Quizá quieras...
Bianca conocía esa expresión; no traía buenas noticias. Mientras buscaba un sitio en donde poder hablar con más tranquilidad y recorría con la mirada el lugar, sus ojos llegaron y se clavaron fijos en la falda de Raidne. Sus pupilas se dilataron ante aquel tajo que dividía la pollera en dos. Inevitablemente, el maxilar de Bianca quedó extendido por el asombro, luego acompañó su mirada con la cabeza hacia arriba, encontrando rastros del textil desgarrado en el herraje de la ventana que se encontraba unos metros por encima de sus cabezas.
Su intuición le sugirió lo que su compañera menor pretendía hacer y la regañó fuertemente.
—¡Eres una Inconsciente, niña egoísta, sólo piensas en tí y en nadie más, ¿Acaso pensabas en escaparte? ¿A dónde? ¿por qué no meditas alguna vez por las consecuencias de tus acciones?.
—No seas tan dura con ella
—Sorrento se interpuso e intentó defender a la más niña de los tres—. Cuando me vio desde arriba de aquella ventana, se desesperó pensando que intentaría hacer algo malo. Ella sólo intentaba proteger la academia.
Sorrento intentó volver a concentrar a su amiga por el verdadero motivo de su visita. Se acercó hacia ella, extrajo de su bolsillo un pequeño anotador de cuero y se lo ofreció.
Bianca lo tomó entre las manos y al abrirlo reconoció la letra de su madre, deduciendo por el color amarillento de las hojas que él mismo debió haber sido escrito varios años atrás... comenzó a temblar.
—Es uno de los diarios de mi mamá... ¿Sorrento, de dónde lo conseguiste?
—Lo guardaba tu abuela, Evanthia.
—¿Alguna novedad?
—Ninguna, Isabella no se ha vuelto a comunicar, al menos no con ella.
—Es muy extraño, mi madre jamás ha estado tanto tiempo sin contactarse conmigo... Tengo que volver a casa.
—Voy contigo —Exclamó Raidne— Que se había quedado escuchando toda la conversación.
—De ningún modo— Renegó Bianca—, nadie puede abandonar la academia sin autorización....
—¿...Excepto tú?- la interrumpió Raidne—.
Sorrento miró a la niña, luego a Bianca.
—Creo que este asunto nos compete a los tres. Hay un tren que sale en un par de horas cerca del lago Thun, si nos ponemos de acuerdo, lo alcanzaremos a tiempo.
Bianca, que ya no quería perder ni un segundo intentando hacer razonar a la pequeña, deseaba marcharse de allí. Cerró el diario tan deprisa que sin darse cuenta, una página suelta se desprendió de su interior, y el viento se la llevó por los aires.
—De acuerdo, vienes con nosotros -cedió Bianca— pero con esa falda así, NO!
Mientras aquel trío se alejaba ya alistado rumbo a la estación, trepadas a un árbol, dos mujeres con mantos sagrados oscuros, similares a una cloth, los observaban partir. La más joven, de cabello corto y azulado exclamó:
—¡La encontramos, Comandante Lascoumoune!
Mientras que la mayor, con su ojo izquierdo cubierto por una venda, sostenía en sus manos aquella página desprendida del diario de Bianca en la que se leía:
"Impedir que las satélites encuentren a Raidne"
Lascoumoune sonríe y exclama
—Así parece Metztli...
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