• TRITHEAD 'S A CÒIG

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SAIGHEAD BOIREANNACH
XXXV. Almas mezquinas.
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—Señorita Fitzgerald, ¿puede traer los vestidos de la señorita Sutherland?—pidió madame Brown desde el recibidor. 

—¡Inmediatamente!—contestó Anabella intentando tener una cara motivada. Se sentía desdichada al ver que todas sus amigas tenían la posibilidad de comprar vestidos hermosos más de una vez al mes y ella debía trabajar y atenderlas. 

Los entregó con delizadeza y fingió una sonrisa al notar que Marie era la afortunada que se llevaría aquellos hermosos vestidos en tonos pastel. La aludida entró en el probador y luego de unos minutos salió a pedir ayuda con los ojetillos del corset y el lazo correspondiente.

—¡Te ves radiante!—mencionó la dueña del local—, le aseguro que va a conseguir cerrar una propuesta matrimonial, sin duda su hija es preciosa—dijo adulando a la señora que acompañaba a la joven.

Anabella se quedó observando y suspiró con desazón, no había nada más que ella quisiera que alguien se dirigera a su casa y le propusiera matrimonio, que Adela diera su venia y así ella poder largarse de casa para convertirse en la dueña y señora de otras tierras, poder tener un esposo rico que la mantuviera y ella no tuviera que hacer más que cuidar de su propia casa y con el tiempo de bellos niños. 

Pudo sentir la punzada de la envidia en su interior, pero quiso disimularlo manteniendo la sonrisa en su rostro en todo momento. Añoraba que su oportunidad llegara más temprano que tarde, pero debía ser honesta con ella misma, su familia no estaba en posición de negociar un buen arreglo para ella, así que no le quedaba más que rogar por haber enamorado a algún joven galante y de buena posición en la presentación llevada a cabo en Castlehyde.

—Puedes ir a quitarte el vestido para que puedan empacarlos—se pronunció la dueña del atelier, luego de que la joven viera todos los ángulos en los que pudiera su reflejo ante el gran espejo—, Anabella los envolverá para lleguen intactos a su hogar— la aludida asintió y tomó un gran pliego de papel para hacer el envoltorio.

Intentó no mirar a Marie Sutherland, pues sentía que no podría reprimir la punzada de celos que en ese instante se apoderaba de ella, sin mencionar que aquella muchacha jamás la había tratado amistosamente, solía estar empecinada en hacerle notar que era una chiquilla huérfana sin muchas oportunidades debido a su situación familiar.

—Anabella, cuéntame ¿has tenido visitas de los pretendientes que conseguiste en el baile? —preguntó la joven con claras intenciones de burlarse de manera diplomática.

La aludida no levantó la vista, pues estaba pensando en qué contestar a las insidiosas preguntas de su vecina.

—Pues sí —mintió.

—¡Eso es maravilloso! ¿De dónde son los afortunados?

—De Galway.

—Oh, no sé si te conviene emparentarte con alguien que vive en zonas tan revolucionarias, querida. Además están emigrando a América, no es mucho lo que pueden hacer nada más dedicándose a la pesca de salmones.

Su incómoda plática fue interrumpida por el sonido de las campanillas del atelier. Anabella levantó la vista y fue imposible no sentir mariposas en su estómago, Elijah Robinson estaba de pie en la entrada y aguardaba paciente.

—¡Señor Robinson! —saludó madame Brown —asumo que viene por sus trajes.

—Buenos días, señora. Así es.

—Le pido que aguarde por Anabella, ella se los entregará enseguida para que pueda probarselos.

—Entiendo, pasaré.

—Pase pase, terminaré con la señora y su hija y estaré disponible para hacer cualquier corrección que requiera.

El hombre avanzó y se quedó junto al mesón donde Anabella trabajaba.

—Señorita Fitzgerald, ¿cómo se encuentra?

—Muy bien y usted, señor Robinson.

—Señorita Sutherland— saludó tomando su sombrero en señal de cortesía.

La aludida correspondió al saludo y analizó la cercanía que había entre el hombre y la chiquilla que estaba frente a ella.

—Marie, aquí están tus vestidos, disfrútalos.

—Muchas gracias Anabella, espero que tus pretendientes puedan hacerte una buena propuesta matrimonial— anunció —¿Sabia señor Robinson que al parecer Anabella tiene algunos pretendientes luego de su paso por la presentación en sociedad?

Antes de que Elijah pudiese hablar, Anabella interrumpió la conversación de Marie y se dirigió en búsqueda de los trajes del hombre.

—Perdonen la interrupción, señor Robinson, aquí están tus trajes, puede pasar al probador para que madame Brown pueda corregir en caso de que requiera algún arreglo a sus prendas.

Sus manos se rozaron cuando ella le entregó las perchas con sus gabanes, gesto que no pasó desapercibido para la muchacha que esperaba pacientemente a su madre.

—Ya nos vamos, Marie. Despídete de tu amiga.

Marie intercambió una mirada con Anabella y esbozó una risita burlesca.

—Creo que podrías no tener que involucrarte con tu joven de Galway —susurró.

—¿Por qué lo dices?

—Pues porque eres muy rápida y astuta. Me doy cuenta de lo que te traes entre manos o al menos las intenciones que tienes con el ex prometido de tu hermana —siseó— A rey muerto, rey puesto, como dicen las ancianas.

—No entiendo a qué te refieres— dijo haciéndose la desentendida, no tenía confianza con ella como para entablar una conversación sobre hombres, es más, le sorprendía de sobremanera que estuviese tan interesada en su vida sentimental.

—Me refiero a que no tienes escrúpulos y quieres quedarte con Elijah a pesar de que este ya había escogido a Marlenne, a la que por cierto, no le llegas ni a los talones —farfulló con desdén —. Si por suerte tuya, Elijah se fijara en ti, ten claro que lo haría nada más que para recordar o pensar lo que pudo haber formado con Marlenne, pero tú eres su hermana, pensé que eras algo más respetuosa, pero ya veo que no.

—Disfruta de tus vestidos —dijo Anabella, altanera —. Por lo que veo las capas de blondas y encajes ayudan a disimular bastante tu falta de encanto.

—No me interesa lo que pienses sobre mí, sin embargo, la única que tu familia que podía sobresalir era Marlenne y ahora te comportas como una zorra buscando la atención del hombre con el que ella se casaría ¿Qué es peor? ¿Mi supuesta falta de encanto o no tener ningún tapujos en quitarle el prometido a tu hermana?

Las palabras de la joven quedaron en el aire, incomodando a la rubia, haciendo mella en su mente, pues no sabía porqué estaba tan interesada en hablar con Elijah, si finalmente no tenían ningún interés en común, además de Lenna evidentemente. No podía ser deshonesta consigo misma; aquel hombre le parecía atractivo y ahora que probablemente su hermana no retornaría no veía nada malo en conversar con él y mitigar el dolor de ambos.

O eso era lo que se convencía de que estaba haciendo al acercarse a él.

—¿Cómo crees que me veo?—preguntó él, sacandola de sus cavilaciones personales —¿Piensas que Madame Brown deba hacerle algunos retoques?

—Yo opino que luces excelente, Elijah—dijo, atreviéndose a llamarle por su nombre de pila en vista y considerando que se encontraban a solas.

—Anabella—interrumpió su jefa—, gracias por encargarte, necesito que vayas a la bodega y traigas las telas nuevas para que le muestres a la clienta que acaba de entrar.

—Claro, madame.

—Luego de eso, necesito que termines de coser las enaguas blancas en las que trabajabas.

La joven asintió y le dedicó una larga mirada a Elijah antes de salir a los deberes encomendados.

—Permiso, que tengas un buen día—mencionó al despedirse. 

Bajó al subterráneo pensando en la suerte que solían tener algunas personas en su vida, la mayoría de sus amigas o chicas cercanas tenían familias bien constituídas, no debían estar trabajando y sus hermanas no desaparecían de la nada. Pensó en Marlenne, volviendo a su mente la conversación que tuvo con Marie 

¿Acaso estaba sacando provecho de la desgracia de Lenna para poder escalar en la vida y salir de ese entorno que la mantenía atrapada y sin poder florecer?

Subió y se quedó en su mesón, dispuesta a sentarse frente a la máquina de coser.

—Anabella...

Ella saltó debido a la impresión.

—Elijah, pensé que ya te habías ido.

—No, me he quedado para esperarte. Madame Brown está parloteando con mi padre, pasaba por aquí y nos encontramos, por lo que aproveché de volver a entrar.

—Dime ¿necesitas algo?

—Sólo quería decirte que el fin de semana iré a Armagh por algunas frutas de estación, es uno de los pocos lugares a donde recurrir. Acá todavía no se dan algunas y mi padre quiere mandarle a hacer tartaletas a tu hermana Maddie y hacer sidra—explicó—pensé que podríamos ir juntos si es que no te molesta.

¿Por qué le hacía ese tipo de propuestas? ¿Acaso no le importaba que fuese inapropiado que ambos estuvieran a solas?

—No lo sé, la verdad es que no sé si es que Adela lo aprobaría.

—Estarán mis criadas, no estaremos a solas. No debes preocuparte porque vayamos en un paseo poco honorable. Además sólo estamos a dos horas, volveremos el mismo día.

—Lo pensaré, pero me parece un adorable panorama. Gracias por pensar en mí, Elijah.

Él tomó una de sus manos y la besó, mirándola directamente a los hombres, dejándole una sonrisa que sería la que terminaría por convenerla, a pesar de saber que aquella salida era indecorosa y podría traerle más problemas que beneficios.

Solamente que Anabella tenía un alma mezquina y en muchas ocasiones sólo se detenía a pensar en cómo las situaciones le favorecerían, dejando de lado las consecuencias que las acciones podrían traerle. 

— Me alegro que hayas decidido venir— declaró Elijah—. Pero me preocupa que Adela no se encuentre enterada de esto ¿Crees que hacemos algo incorrecto?

—Siento que no es necesario, ella siempre tiene mucho trabajo que no creí prudente molestarle, usted me dijo que volveríamos antes del atardecer, por ende no vi mal acompañarle.

Anabella estaba de pie junto a la carroza de Elijah, analizando si las palabras de este habían sido reales, allí estaba el conductor y un mozo, además de las dos mucamas. Alisó su vestido en lo que el mozo bajaba el escalón para que ella pudiese subir al vehículo.

Elijah analizó el aspecto de la joven, claramente se había esmerado en verse hermosa, sus rizos color maíz estaban perfectamente peinados y caían en cascada atrás de su espalda, llevaba un sombrero de color durazno a juego con su vestido, el cual asentuaba su figura delgada y jovial.

—Por cierto, debo decir que luces adorable —susurró antes de que ella subiera en la carroza —. No quiero sonar atrevido, pero eres una de las jóvenes más hermosas que vive en el condado, tus hermanas también lo son, eso es innegable, pero tienes un encanto angelical que rara vez lo poseen las damas.

Anabella sonrió algo cohibida, eso era un cumplido bastante comprometedor y no sabía muy bien cómo responder.

—Estoy segura de que usted debe tratar con bastantes jóvenes hermosas, también luce muy apuesto el día de hoy.

El aludido solía vestir atuendos caros, mandar a hacer trajes a medida y en casas de moda, lujos a los que la joven no estaba acostumbrada y por lo mismo, aquellas cosas la impresionaban de sobremanera.

—Venga, suba.

Anabella subió y se instaló en la carroza, era un vehículo elegante y las terminaciones de las cortinas y los diseños de la madera le daban a entender que probablemente costaba mucho más que cualquier posesión que pudiera haber en su casa. No sabía el porqué pero eso la hacía regocijarse.

—¿Puedo preguntarle algo, Anabella?

—Claro— sonrió.

—¿Adela está buscándole un pretendiente?

Sí que era directo, pensó la joven poniéndose nerviosa por lo pronto que habían comenzado a hablar sobre temas comprometedores.

—Mi hermana siempre ha buscado lo mejor para nosotras, por ende, quiere que pueda encontrar una pareja que sea apropiada para mí y que tenga un buen arreglo para abandonar posteriormente la casa familiar.

—¿Osea que quieres casarte prontamente?

—Honestamente quisiera hacerlo por amor, no por una simple conversación entre dos familias. Por lo que quiero esperar a conocer a alguien que realmente esté interesado en mi y que sus sentimientos sean genuinos.

—Ya veo.

—¿Y usted? ¿Qué pretende ahora que ha roto el compromiso que tenía con mi hermana? Nos vimos en el baile hace unas semanas, asumo que busca un nuevo prospecto.

Elijah la observó con determinación y cautela, no quería decir algo que pudiera romper la conversación tan amena que llevaban, por ende debía pensar muy bien en sus palabras.

—Sabes que lamento mucho lo sucedido con Marlenne, nadie más que yo quisiera esperar por ella todo lo que fuera necesario. Poder tener una conversación y saber qué le sucedió, cuáles fueron los motivos por los que dejó Down— hizo una pausa y tragó saliva —. Pero mi padre quiere que intente nuevamente buscar una esposa, él quiere que me asiente y sea parte del negocio, como un socio y una de sus condiciones es que yo tenga una familia, que demuestre que puedo ser responsable.

—¿Tú quieres seguir con el negocio de tu padre?

—Claro que sí, es nuestro negocio familiar. Soy el heredero de las empresas Robinson y quiero merecerlas apropiadamente, quiero demostrar con mi esfuerzo que puedo ser tan hábil e inteligente como mi padre.

—Me alegra saber que tienes tantas ambiciones y aspiraciones. Supongo que un hombre con ese tipo de proyectos puede lograr lo que se proponga.

—¿Qué es lo que te gustaría a ti, Anabella? ¿Cómo te ves en unos años más?

Ella se tomó un tiempo para pensar, quería parecer interesante y no una tonta niña que sólo pensaba en sí misma.

—Pues claramente no siendo una empleada de Madame Brown en su atelier. Quisiera tener una familia y una casa que administrar sabiamente, ser una mujer dedicada a mi hogar, poder formar lazos hermosos y ayudar a mis hermanas. Jamás había tenido la visión de un negocio, pero creo que no se pueden perder los valores con los que nos han criado, quisiera entregarles aquello a mis futuros hijos.

—Ese pensamiento es el que deberían tener la mayoría de las mujeres. La mujer es la piedra angular de la familia, es impresionante la manera en que tratan de eliminar nuestras creencias y tradiciones con el pasar del tiempo, hacer que los roles se esfumen y darle paso a otro tipo de acciones que vuelven a las mujeres poco femeninas.

Ella no comprendió lo que quería decir.

Por ende, se limitó a sonreír y asentir.

Elijah cambió de tema y empezaron a hablar sobre libros. Anabella se dejó cautivar por el basto conocimiento que él tenía sobre autores y publicaciones recientes, ella no era una conocedora del tema, por lo que se dejó envolver por las palabras y la conversación del hombre.

—¿Le gusta la poesía, Anabella?

—Sí, me asombra la manera en la que los hombres pueden describir la vida de forma tan bella.

—Aquí tengo un libro, si gusta puedo leerle algunos versos.

—Estaría encantada. Dígame cuál es el autor del libro.

—Un poeta inglés, Alfred Tennyson.

El joven se aclaró la garganta y miró a Anabella antes de comenzar su lectura.

—"Sus ojos en eclipse,
pálidos y fríos sus labios,
famélica la luz de sus esperanzas,
muda su lengua, rígido su arco
con las lágrimas que derramó,
inclinando hacia atrás su agraciada cabeza;

el amor está muerto:
su última flecha voló;
no hay más dardos;
llévenlo a su oscuro lecho de muerte:
entiérrenlo en el frío, frío corazón:
el amor está muerto.

¡Oh, amor sincero! ¿Acaso te sientes desamparado?
¿Acaso tus placenteras astucias has olvidado,
tu alegría inocente, sin jamás será vengada?
¿Será la apatía del corazón hueco,
la forma más cruel del perfecto desprecio,
con esa languidez de las más odiosas sonrisas,
para escribir siempre,
en la luz marchita del ojo sin lágrimas,
el epitafio que todos pueden espiar?
¡No! antes morirá ella misma.

Porque para ella las lluvias no caerán,
ni el sol redondo, que para todos brilla, la iluminará;
su luz cambiará en tinieblas;
para ella la hierba verde no crecerá,
ni los ríos fluirán,
ni los dulces pájaros cantarán,
hasta que el amor tenga su venganza completa"

Hubo unos segundos de silencio antes de que él siguiera con la lectura, pero Anabella lo interrumpió.

—Ese poema es triste, habla sobre el amor.

—No siempre el amor es dulce, Anabella. A veces no es más que sufrimiento.

—¿Se siente identificado con ese escrito, Elijah?

—¿Por qué me lo pregunta?

—Pues siento que de cierta forma es algo que le leyó a mi hermana, estábamos hablando sobre eso, quizás usted buscó un poema que le hiciera conectar con sus sentimientos. Finalmente, al parecer los sentimientos que usted tenía hacia ella no eran correspondidos.

—Eso quizás no lo sabremos. Quizás es eso lo fatídico de los sentimientos, la incertidumbre, no saber qué es lo que ronda por la mente de nuestros seres amados.

—Quizás debería buscar otro poema—dijo ella, con atrevimiento —. Buscar un poema que hable sobre la dulzura del amor, sobre los sentimientos gloriosos que sentimos cuando vemos que nuestro corazón es amado y adorado con devoción.

—¿Has sentido eso, Anabella? ¿El amor con devoción?

—No — susurró con la voz baja, observándolo de forma intensa —. Pero quisiera sentirlo, sentirlo de manera ardua y ferviente.

La conversación quedó inconclusa debido a que llegaron a Armagh, Anabella abrió su sombrilla puesto que el sol pegaba con fuerza sobre las tierras irlandesas.

—Es maravilloso que en estos condados la fruta crezca de manera tan espontánea, tan natural, con tanto brío. Iremos a unas granjas y volveremos —sonrió Elijah extendiendo su brazo a Anabella —, no queremos que Adela se enfade.

Tuvieron una tarde grata, él le mostró con creces todo lo que implicaba ser un hombre con poder adquisitivo, deleitó su paladar con frutos deliciosos a los que ella quizás no podría acceder, la hizo sentir bella e importante al pedirle la opinión sobre sus elecciones.

Por otra parte, Anabella sabía darse importancia y a la vez parecer sumisa y soñadora, algo que había observado que le encantaba a los hombres, a ellos les encantaba enseñarle cosas a las mujeres y demostrar superioridad; en ese sentido la joven Fitzgerald supo como jugar sus cartas a favor, se mostró risueña y asombrada.

Cuando la tarde cayó y se devolvieron a Down, ambos se dedicaron miradas y sonrisas. Él sacó un ramo de flores blancas y se lo entregó con delicadeza.

—Quiero agradecer su compañía el día de hoy, hace mucho tiempo que no me sentía tan a gusto.

—Pienso lo mismo —respondió ella, mirando su rostro con una especie de fascinación —¿Son para mí?

— Por supuesto.

—¿Qué pretende, Elijah?

—Empezar a entender los poemas que hablan de amor, pero los que hablan del dulce amor correspondido.

En ese instante las almas mezquinas de Elijah y Anabella se fusionaron, él no pensaba que la joven era la hermana de la que había sido su prometida hace pocos meses y ella tampoco recordó o se detuvo a pensar en lo que su hermana estaba viviendo en ese momento, poco le importaba eso a su egoísta corazón.

Los labios de él le robaron un beso a la boca de Anabella y de paso su inexperto corazón.

Los labios de ella se abrieron como una flor para él, puros y suaves, sin experiencia previa, sin otro contacto. Causando así fascinación en él, fascinación de ser el primero en besarla.

Las almas mezquinas solían encontrarse unas con otras.

Igual que los labios de Elijah y Anabella en esa carroza.

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