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«SAIGHEAD BOIREANNACH»
VIII. La danza de las Druidas.
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—¿A dónde vamos?—Marlenne sentía que había preguntado esa frase muchas veces durante el tiempo que llevaba en Inverness—¿dónde está Katherine?

Sin embargo le gustaba dejarse llevar por Elsie y sus ocurrencias. Tenía que admitir que desde que la conocía le agradaba su compañía y salir con ella, la estaba considerando una amiga a pesar del poco tiempo que llevaba tratándola .

—Nos encontraremos con ella en una colina cerca de los límites de Culloden—respondió—, Katherine participará en una especie de ritual.

—¿Ritual?— preguntó extrañada.

No sabía que en Inverness estuvieran permitidas esas clases de manifestaciones. Aún en estas fechas la cacería de brujas estaba muy activa en algunas zonas del mundo, principalmente en América y zonas de Europa del este. No obstante habían muchas comunidades puritanas que no aceptaban en hecho de ninguna clase de brujería o ritos que no tuvieran que ver con la iglesia o la religión.

—¿Vendrá Fillius?

—No, este es un grupo de mujeres que sienten conexión con la tierra y tratan de agradecer de una manera diferente.

La noche se encontraba tranquila, no hacía tanto frío como hubiera esperado. Había dormido antes de acudir con Elsie y Katherine, puesto que esta actividad se llevaría a cabo horas antes del amanecer. La luna llena estaba en su punto más alto e iluminaba la ciudad sin necesidad mayor que las estrellas de compañía.

Ambas mujeres avanzaron mientras conversaban plácidamente sobre la cálida noche y lo mucho que disfrutaban de las caminatas nocturnas y de la paz que transmitía el canto de los grillos y las cigarras.

—¿Por qué realizan este rito?

Elsie sonrió y comenzó a explicar.

—Katherine en conjunto a su grupo recrean los bailes que se supone realizaban las druidas hace años para pedir a la tierra prosperidad y agradecer los frutos que les regalaba para sobrevivir.

Marlenne abrió los ojos con sorpresa. No sabía porqué le extrañaba el hecho de que existieran estas recreaciones; Escocia era el lugar donde existía un nivel de misticismo y superstición superior, más que en cualquier país, más que en cualquier pueblo, Inverness coronaba aquellas creencias desde hacía siglos.

—¿Desde cuándo que se realiza esta...conmemoración?

—Se dice que en las tierras altas, las druidas ayudaban a los terratenientes y guerreros en los momentos de necesidad o apuros. Cuando requerían de ayuda ante situaciones de peligro.

Las druidas eran una especie de sacerdotisas que adoraban a la tierra en toda su extensión, se decía que poseían inteligencia, conocimiento y una filosofía de la vida que agradecía a la madre naturaleza y la manera en que ayudaba a los humanos que aprovechaban su riqueza. Eran consideradas paganas o mujeres que creían en la religión celta, podían convertirse en animales, hacerse invisibles o predecir el futuro.

Existen lugares que están plagados de actividad paranormal o fantasía, por lo que se decía que Escocia era el epicentro del druidismo.

Se decía que eran profetas, que eran seres mágicos.

—¿Entonces a dónde vamos en realidad?—preguntó cuando se hallaban al pie de una colina verde, aún en la oscuridad se podían ver las pequeñas flores y arbustos que la decoraban.

—Estamos en el círculo de piedras de Craigh Na Dun.

Marlenne caminó ansiosa, una especie de nerviosismo se había comenzado a apoderar de ella. Nunca se sintió atraída por estas actividades, no obstante desconocía si era por estar en Inverness, por la compañía o por el hecho de estar siendo una espectadora principal la que había conseguido que su corazón comenzará a latir con más fuerza y brío por encontrarse en dicho lugar.

Jamás había visto un sitio más imponente que aquel, sobre la colina que estaba repleta de árboles enormes, se encontraba un círculo formado por ocho piedras de un tamaño descomunal. Sabía de la existencia de aquellas edificaciones prehistóricas, inclusive en Down estaba la piedra del destino, no recordaba la localización exacta, pero sabía que en la isla de Inglaterra estaba Stonehenge, otro monumento de piedras místicas.

—Por Dios— susurró al notar que sus ojos se maravillaban al ver el paisaje, al sentir la energía inexplicable que percibía en su piel.

—Ven aquí —le llamó Elsie.

—¿No podemos estar más cerca?

—No, no podemos interrumpir el ritual como tal, se supone que sólo las sacerdotisas pueden ser parte de él.

Se acomodaron en la clandestinidad de algunos arbustos frondosos para no ser vistas mientras aguardaban que algo sucediera. Marlenne no sabía muy bien qué esperar, pues jamás había ido a alguna de esas ceremonias; comenzó a recordar el día en que había visto a su hermana bailar con sus amigas alrededor de la piedra del destino, pero claramente ellas lo estaban haciendo a modo de juego, como una tontería de un grupo de adolescentes aburridas.

—Mira —susurró Elsie—, allí vienen.

Marlenne observó un grupo de unas ocho mujeres que venían caminando con una vestidura extraña. Llevaban coronas en la cabeza, creadas con ramas y algunas flores, el vestido era blanco con algunas telas vaporosas, un cinto en la cintura donde colgaban adornos variados y símbolos que ella desconocía totalmente. Notó que en la mano llevaban una antorcha e iban descalzas.

Notó que una de ellas sacó una caja de cerillas de su cinturón de cuero y encendió su antorcha. Luego ella encendió la de otra compañera y así fueron enciendo en fuego de todas, una a una fueron iluminando la colina de una forma espectacular. La irlandesa se arrodilló con confianza pues estaba completamente abstraída con lo que sus ojos miraban.

Habían mujeres jóvenes hasta mujeres adultas mayores caracterizadas, asumiendo que todas tenían la ferviente creencia de la religión celta y lo que implicaba ser una sacerdotisa.

—Es hermoso—musitó más para si misma.

—Y eso que aún no has visto nada, Marlenne— farfulló Elsie.

El grupo de mujeres realizó una reverencia antes de iniciar y poco a poco comenzaron a caminar alrededor de las piedras, con su antorcha en la mano, resguardando que esta no fuera a apagarse.

Con una mano tocaron la tierra y tras eso todas usaron sus voces para iniciar el cántico de una melodiosa canción.

—Esos cánticos son los woods. Canciones de adoración.

Marlenne dejó de ser consciente, estaba fascinada con la escena, con los cánticos de aquellas brujas que no pensó en ver jamás. El verlas girar y danzar mientras recitaban con tal emoción consiguió que la piel se le colocara con los pelos de punta, percibió un escalofrío recorrer desde su nuca hasta el final de su espina dorsal.

Algo en su interior le decía que no debía estar allí, que era una intrusa siendo parte de un ritual en el que no debía entrometerse, estaba invadiendo un lugar al que le habían invitado, aunque no sabía si realmente podía ser parte, aún siendo desde lejos.

De pronto las mujeres se detuvieron y levantaron las antorchas en dirección a la piedra más alta, la más grande y la más imponente. Aquella que resaltaba desde el principio de la colina.

«O mhàthair talmhainn, tha sinn a' toirt taing dhut.
O mhàthair an talamh, tha sinn gad ghràdh.
Thoir an aire dhuinn fhèin agus don luchd-siubhail a thig agus a dhol an seo.
Thoir an aire do fhir is mhnathan math agus thoir aire do ar corp agus ar n-anam neo-bhàsmhor».

—¡Hablan en gaélico!

No sabía qué era lo que le causaba más sorpresa, si es que todas hablaran al unísono, como si extendieran una plegaria a algún ser que las observaba sin que lo vieran; o que hablaran en una lengua que estaba completamente prohibida en toda Gran Bretaña.

Antes de que pudiera darse cuenta el sol comenzó a salir desde detrás de las montañas que se veían en la lejanía. Los rayos comenzaron a traspasar a través de las ramas de los árboles que resguardaban las piedras, iluminaron a las mujeres y acariciaron el rostro de las dos jóvenes que yacían ocultas detrás de los follajes de los arbustos.

El grupo de druidas apagó su antorcha respectivamente, dieron una vuelta más alrededor del monumento, se arrodillaron y luego se tomaron de las manos. Al parecer daban por finalizado el ritual y se despedían entre ellas, agradeciéndose por haber participado durante la noche.

—¿Qué te pareció?

—Eso fue fascinante— le respondió a Elsie.

Marlenne desconocía qué era lo que más le había cautivado. Si ver a todas las mujeres o el sentimiento que había percibido por la energía que ellas desprendían.

Observó a las mujeres alejarse, Katherine se quedó merodeando hasta ver que sus compañeras se alejaban y sonrió hacia donde estaban ocultas Elsie y Marlenne.

—Ya pueden salir— habló un poco más fuerte para que la escucharan y ambas mujeres se pusieron de pie para ir hacia ella.

Katherine se veía hermosa, reluciente, llena de una especie de brillo y energía desconocida. Aún iba descalza; la neblina había ido apoderándose de la colina, logrando que ellas sintieran el frío de las mañanas escocesas.

Marlenne se acercó algo eufórica, Elsie se veía algo más emocionada.

—Eso fue... perfecto— mencionó Lenna, incapaz de contener la emoción que la embargaba tras haber visto el espectáculo que hacía segundos había presenciado.

—Les agradezco que hayan venido, este es un espacio exclusivo para mujeres o eso es lo que intentamos —terció—, algo que a Fillius le ha costado entender la verdad.

—¿Qué fue eso?—preguntó Marlenne, esperando impaciente todo lo que quería saber sobre el rito.

—Aquello fue un acto de agradecimiento a la madre tierra, una plegaria para dar gracias por todo lo entregado en Mabon y lo que nos dará en Salhaim.

—Te ves preciosa—acotó Elsie—, de verdad es maravilloso lo que se decidieron a hacer.

Marlenne no quería interrumpir la plática de las amigas, no obstante estaba inquieta por conocer más del asunto.

—Katherine, no sé si mi pregunta sea indiscreta...

La aludida la observó con una sonrisa.

—¿Aquello que recitaron, fue una plegaria en gaélico? ¿Qué significa?

Katherine se acomodó en el césped y ellas hicieron lo mismo.

—Exacto, es una plegaria para la madre naturaleza— susurró — quiere decir, Oh madre tierra, te agradecemos.
Oh madre tierra, te adoramos.
Cuida de nosotros y de los viajeros que vienen y van por aquí.
Cuida de los hombres y mujeres de bien y cuida de nuestro cuerpo y alma inmortales.

Por un instante Marlenne se quedó procesando las palabras que Katherine le acababa de mencionar. Sin embargo no lo entendía del todo.

¿Qué significaba aquello de los viajeros que van y vienen?

—¿Viajeros?

—Sí, viajeros.

—¿Cómo así? —inquirió con ansias.

—Personas que son capaces de viajar a través de las piedras— respondió Elsie ante la mirada asombrada de ambas—¿cierto?

—¿Qué, eso es cierto?

En Irlanda esa era la supuesta creencia sobre la piedra del destino, que las brujas o personas con poderes podían ir de un lado a otro a través de ella. Que de ella provenían sus poderes.

—Así es— correspondió Katherine—, cuentan las leyendas, hablan los poemas y las canciones que existen personas con el don de viajar en el tiempo a través de las piedras.

—¿Por qué, cómo?

Los círculos de piedra eran lugares mágicos, que concentraban energía de la tierra y que las personas escogidas podían desarrollar dones que no todos podían percibir.

—Se dice que los antiguos paganos construyeron estos monolitos como métodos de adoración —comentó —, se dice que eran gigantes que viajaron a tierras lejanas en busca de estos bloques de piedra.

Marlenne estaba completamente abstraída por la historia. El hecho de pensar en que alguien pudiera viajar en el tiempo era algo impensado, algo que sólo podría ser producto de su mente para escribir una historia de fantasía y hacer creer a los más soñadores.

El pensar en todo lo que podían conocer los viajeros en el tiempo le causaba intriga.

Obviamente si esas situaciones llegaran a suceder realmente.

Porque no era así.

En la vida, para Marlenne la magia no existía, sólo era cosa de los cuentos de hadas.

—Creo que es momento de que vayamos al restaurante, podemos tomar café y conversar.

Ambas chicas accedieron y fueron caminando lentamente colina abajo.

Marlenne se giró un momento, había comenzado a sentir un leve silbido que no sabía de dónde provenía. No obstante se convenció de que se trataba del sueño que sentía por haberse levantado en la mitad de la noche.

Ella desconocía lo que era.

Desconocía que era el llamado del círculo de piedras reclamando a uno de los suyos.

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