• NAOI
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«SAIGHEAD BOIREANNACH»
IX. Craigh Na Dun
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—¿Por qué hay tanta gente en la recepción y aquí en el comedor?—preguntó Marlenne cuando llegó a la barra donde Elsie yacía moliendo café negro para posteriormente preparar.
Era sorprendente, pues en aquellos días no se había visto venir a tanta multitud o personas. Tampoco se vislumbraban entrar o salir del hostal. Marlenne se sintió extrañada pues podía sentir sus miradas sobre ella y aquellos gestos llamaban su atención y lograban incomodarla bastante.
Nunca se consideró particularmente sociable o digna de admirar, por lo que no pudo evitar observar su reflejo en uno de los vidrios de los ventanales para asegurarse de que no hubiera nada extraño en su aspecto o en su rostro.
—Pues te están observando a ti—susurró Elsie mientras servía algunas tazas para el desayuno de los comensales.
Marlenne la observó incrédula. Era imposible que las palabras de la escocesa tuvieran algo de razón. Ella no era ninguna persona conocida y mucho menos influyente para acaparar ese nivel de miradas atentas, debía haber algo más.
—No bromees conmigo—farfulló la joven antes de acomodarse en un taburete de madera al lado de la barra de la cocina—¿acaso ha sucedido algo con la casera?
Elsie negó con la cabeza y se rió de la incredulidad de Lenna. Después de todo esta última no se hallaba capaz de despertar la atención del resto de las personas y estaba muy equivocada creyendo eso.
—Eres prácticamente una celebridad en Inverness, ¿cuántas chicas se postulan a una competencia de tiro con arco y quedan finalistas entre todo el resto de hombres?— formuló de manera retórica—, créeme que no muy seguido, querida.
La aludida sintió su cara arder, pues no toleraba de forma rápida ser el centro de atención. Luchaba consigo misma cada vez que tenía que cantar para algún evento en la iglesia, sin embargo que la notaran gratuitamente no le era nada sencillo, solía sentirse a gusto teniendo un perfil bajo.
Se hundió en el taburete mientras mordisqueó las tostadas a las que Elsie les esparció mantequilla casera. Se concentró en el sabor del pan amasado recién horneado y en el calor del café deslizándose por su garganta para no pensar en las miradas furtivas e inquisitivas que sentía sobre ella.
El día de la final de la competencia de tiro con arco había llegado y Marlenne se hallaba muy emocionada. Eso hasta que los nervios la consumieron por estar expuesta a un nivel innecesario de desconocidos fanáticos que decidieron custodiarla para tratar de descifrar sus pensamientos, ninguno se acercó a ella para infundarle ánimo o desearle suerte.
Tras terminar su desayuno e inspirar oxígeno hasta llenar sus pulmones, volvió a su habitación para coger una chaqueta y las cosas que necesitaría para la tarde, como su bolso y el gajete con las flechas que camuflaba entre sus pertenencias.
Antes de salir del hostal, Elsie se acercó a ella dando brinquitos como si fuera una niña pequeña y le regañó un abrazo cariñoso y largo para confortarla. Debido al trabajo no podría ir a presenciar la competencia, no había conseguido a nadie que pudiera cuidar de Josephine y un sitio entre flechas y hombres ebrios no era el lugar idóneo para un niño de ninguna edad.
—No necesitas suerte, eres la mejor y lo demostrarás el día de hoy— susurró en su oído —, conseguirás el dinero y volverás a casa, ya verás como todo empieza a salir mejor de lo que tu piensas, las cosas serán más sencillas al volver a Irlanda. Confía en ti misma.
—Al volver te contaré realmente si valió la pena haber venido a Inverness a gastar mi dinero en pasajes— respondió sonriente, agradeciendo las atenciones y muestras de cariño de la joven.
—Verás cómo si lo vale. Esperaré con la mejor copa de vino tinto para celebrar. O mejor aún, con un vaso de whisky irlandés para conmemorar el poder que tienen los forasteros de esas tierras.
Dicho esto Marlenne salió del lugar, con la sensación de que su vida cambiaría de un momento a otro. Sentía que la ansiedad la embargaba y subía por sus piernas impidiéndole dar pasos por la calle. Jamás había hecho nada por ella misma y ahora se encontraba en un sitio que le era novedoso y desconocido.
Nunca había ido más allá de las poderosas colinas y praderas que rodeaban Irlanda y ahora se hallaba en una tierra que si bien era hermana, jamás había pisado estando a sola, sin tener a nadie que la cobijase en caso de necesitarlo.
Sentir la brisa siempre la calmaba, decidió que iría a dar un paseo por la bahía y el muelle que rodeaba el mar de la ciudad portuaria mientras hacía la hora para esperar a por la competencia. Todavía era muy temprano, pero agradecía tener la oportunidad de poder pasear por la ciudad y no estar con la mente sumida en dar los pasos correctos para no fallar en el intento de hacerse con el premio.
Sus pensamientos divagaron hacia dos noches, pues a decir verdad en esa ocasión vivió una de las experiencias más extraordinarias que pudiera recordar. Su mente cada cierto tiempo la llevaba a las mujeres danzantes y la plegaria que habían levantado en honor a la madre tierra; sin duda esa vivencia sería muy difícil de olvidar ya que se estaba convirtiendo en su favorita.
Recordó las palabras de Katherine y lo que significaban esas oraciones en gaélico. Le causaba tanta curiosidad el que ellas tuvieran una creencia tan cercana a todo aquello que no podía verse, si no tan sólo sentirse.
Al llegar al puerto, sus ideas dieron paso a su familia; a cuanto extrañaba a sus hermanas y estaba segura de que volvería mejor de como se había ido al dejar su casa. Nada más debería ser considerada con Adela y la ira que esta debía de sentir con respecto a su rebelde comportamiento, no obstante ambas se debían una charla con el corazón abierto.
Si bien, Adela le daría una reprimenda digna de haber cometido un crimen atroz, sabía que todo lo que estaba haciendo; el viaje, la competencia, las mentiras y desaparecer de la casa, no eran nada más y nada menos que para cuidarlas y tratar de llevar un mejor futuro a su hogar.
Pensar en eso le daba fuerzas para afrontar la soledad. Le daba fuerzas para pensar en una posible conversación con Adela, porque no sería fácil ¿cómo podría hablar con ella sin que sintiera que la estaba juzgando?
Caminó despacio por el paseo marítimo, percatándose de la hora cada cierto tiempo, Marlenne solía dejarse llevar muy rápido por las cosas que veía, los paisajes que admiraba, los pensamientos en los que se sumergía, por lo que no sería raro que la hora se le pasara mirando cualquier cosa que le causara curiosidad en el camino.
Fue acercándose a las laderas que se alejaban del mar y la conducían hasta el río Ness. Allí se encontraban algunos puestos con vendedores locales, estos se encargaban de fomentar el turismo con algunos arreglos artesanales, muñecas escocesas, escobas de paja, broches de bronce y algunas prendas características de las tierras altas. Observó minuciosamente cada uno de los pequeños puestos con vendedores artesanales que exponían su arte a los turistas que allí iban y venían todo el día, notando cuáles serían las mejores elecciones para cada una de sus hermanas.
Finalmente compró un broche con una flor para Adela, una loción de agua de rosas y leche cultivada para Anabella y una caja de madera pequeña para guardar chucherías para Madelaine. Sabía que esos objetos las representaban particularmente a las tres y todas estarían contentas de que se los llevara, eso sí sobrevivía a la ira de su hermana mayor tras haber huido de casa. Cada vez que ese tema pasaba por la mente de la joven sentía una especie de escalofrío.
Sintió su cuerpo temblar por un instante debido a sus emociones y también por el viento que repentinamente comenzó a azotar la ciudad, Marlenne guardó prolijamente sus nuevas adquisiciones en su bolso y aprovechó de remover algunas cosas dentro de él para buscar la bufanda verde tejida que usaba casi siempre. La había llevado debido a que era algo que su madre le había tejido hacía ya muchos años y era una manera de tenerla presente estando lejos de su hogar.
Sus dedos sacaron las cosas recientemente guardadas, pero luego cayó en la cuenta de que la había perdido. Se sintió como una tonta debido a que era el objeto menos indicado para ser perdido lejos de casa; esa era una de sus posesiones más importantes, pues su madre había puesto a prueba todas sus habilidades manuales –que no eran muchas en cuanto a tejido– para poder darle algo a cada una de ellas en una navidad donde no había habido mucho dinero.
Comenzó a hacer memoria de forma frenética mientras volvía a guardar todo en su bolsa y después de unos segundos de pensar, recordó que la última vez que la llevó puesta, fue cuando acompañó a Elsie a ver a Katherine bailar como a una druida en la cima de la colina de Craig Nah Dun. Esa noche fría estuvo usándola mientras observaba la forma en la que esas mujeres se movían alrededor de las piedras gigantes en aquel sitio tan extraño y lleno de misterios. No recordaba haberla sacado de su cuello, no obstante cuando amaneció, sintió la necesidad de sentir el frío de la mañana para despertar de la ensoñación en la que ese rito la había dejado.
Debió habérsele caído del bolsillo de su abrigo cuando descendió del lugar, eso era seguro, como iba platicando con ambas mujeres no se percató en ese instante. No podía permitirse perder aquella prenda, no cuando al día siguiente viajaría de vuelta a Irlanda y no tendría oportunidad de ir a por ella; estaba apostando todo su tiempo al decir que estaba allá todavía, pues podría haberla perdido en cualquier otro sitio.
No estaba muy lejos del lugar, no obstante decidió que en honor al tiempo iría rápidamente en una carroza que la trajera sin novedad y puntualmente para no tardarse y perder oportunidades dentro de la competencia. Buscó con facilidad a un hombre que yacía esperando a que alguien se le acercara en una esquina.
—Disculpe, ¿se encuentra disponible?
—Sí señorita, ¿dónde necesita ir?
—Debo ir a la colina a un lado de Culloden, debo llegar a Craigh nah dun y volver aquí, ¿podría llevarme?
El hombre asintió y Marlenne se subió a la carroza una vez que el hombre le abriera la puerta y le ayudará a subir. Dejó pasar por alto la mirada misteriosa y algo desconfiada que le dedicó el cochero. Seguramente el lugar estaba cargado de supersticiones con respecto a las actividades que allí se realizaban, su vestuario poco femenino tampoco ayudaba en ese momento, por lo que decidió ir mirando por la ventanilla durante todo el camino, esto para no dar pie a hablar o intercambiar opiniones con el hombre en el trayecto al círculo de piedras.
No sintió el viaje, cuando se sumergía en sus pensamientos era imperturbable ante cualquier distracción. Además debía decir que adoraba los paisajes verdosos y húmedos de las tierras altas, por lo que su vista se deleitaba cada vez que los podía contemplar con detalle.
—Hemos llegado señorita, comprenderá que no puedo llevarla hasta la cima.
—No se preocupe, regresaré en un minuto.
Marlenne tomó sus cosas, pues no tenía la confianza como para dejarlas dentro del coche. El hombre se acercó a abrir la puerta y ella le dedicó una mirada de agradecimiento por haber accedido a traerla tan rápidamente y sin hacer preguntas al respecto como podría haber hecho cualquier persona en su lugar.
El camino hacia Craig Nah Dun era un poco empinado, tenía un sendero demarcado, por lo que se daba a entender que ese era el camino usual por el que las personas solían transitar para llegar a la cima donde se hallaban las rocas gigantes. Su respiración comenzó a agitarse y sus muslos sintieron el escozor de ir caminando hacia la altura.
No era una caminata difícil, sin embargo con las prisas todo se hacía más intenso. No quería ponerse a mirar a su alrededor pues sabía que se distraería con cualquier cosa que le fuera digna de admirar y siendo algo natural, Marlenne se dejaba encantar fácilmente.
Al llegar a la cima sus ojos se fueron inmediatamente hacia la roca más grande, la que estaba en medio de las demás. Su altura podía llegar a ser de unos tres metros, lo que hacía impensable que alguna persona humana pudiera haberlas colocado allí sin ayuda de muchas otras personas más.
Bajó la vista y pudo reconocer un largo tejido de lana gruesa de color verde enredado entre un helecho de flores celestes que decoraban parte del suelo alrededor de las rocas. Sonrió debido a que su viaje no había sido en vano, allí estaba su tan preciada bufanda y la tomó rápidamente mientras la guardaba dentro de su bolsa para no volver a dejarla olvidada en algún sitio, no hacía tanto frío como para colocarla alrededor de su cuello.
A pesar de ir apurada en volver, no pudo evitar el arrodillarse a ver las flores alrededor de las rocas. Eran pequeñas, celestes con toques blancos, formaban un color de colchón y tenían una fragancia silvestre sumamente refrescante. Marlenne tomó una entre sus manos, sintiéndose repentinamente tranquila por estar en es lugar.
De pronto sintió un silbido.
Un silbido que se iba incrementando.
Marlenne se levantó sin entender qué sucedía y giró sobre su cuerpo, sintiendo que una especie de aviso recorría su espina dorsal, causándole un escalofrío.
De pronto escuchó algo parecido a un crujido enorme y fuerte.
Como si una gran puerta de manera se abriera.
La brisa azotó la colina y meció las copas de los árboles sin piedad.
Marlenne observó a su alrededor, buscando de donde provenía ese sonido perturbador pero innegablemente atrayente.
Venía de las piedras.
Venía de la piedra al medio del círculo.
Sin ser consciente de lo que hacía; su cuerpo se sintió como si fuera controlado por una fuerza ajena, como si tuviera una voluntad exenta a la que ella dominaba. Caminó por el césped, abstraída y concentrada por el sonido profundo, levantó sus manos y avanzó.
Sin pensarlo dos veces tocó la roca y de repente todo se apagó.
Marlenne jamás habría podido comparar la sensación que experimentó, fue una ola de sentimientos y sensaciones que su cuerpo no habría podido describir de haber estado soñando.
Salvo que no lo estaba.
Era como si estuviera siendo azotada por el oleaje intenso de un océano, como si la brava mar estuviera peleando su cuerpo sin dejar que escapara.
También se sentía como la sensación de mareo antes de desmayarse.
O como columpiarse con fuerza y soltarse del columpio para volar hasta caer al suelo.
Cuando sus ojos se abrieron, sintió una punzada en el lado derecho de su cabeza. Yacía acostada en el césped y su cuerpo temblaba involuntariamente. Se levantó con cuidado, sus cosas estaban allí; se tomó la cabeza tratando de apaciguar el martilleo que la sangre provocaba.
Observó a su alrededor y se incorporó poco a poco.
Qué extraña sensación.
Decidió descender la colina, pues el cochero estaría aguardando por ella y le cobraría un ojo de la cara debido a todo lo tardado.
Respiró con precaución y notó apenas llegó a la orilla para descender que el auto no estaba.
—¿Qué demonios?—farfulló.
No tan solo no estaba el coche, tampoco estaba la calle de asfalto por la que había transitado.
¿Cómo podía ser eso posible?
Con toda la intención corrió colina abajo sin entender qué era lo que sucedía, giró sobre sí misma y no pudo reprimir la exclamación de sus ojos cuando se percató que el césped corto que había visto antes, llegaba hasta su tobillo.
Sintió pánico y su respiración comenzó a alterarse.
El círculo de piedras estaba en la cima, tan inconmensurable como siempre.
Pero algo no estaba bien.
Caminó entre los árboles, tratando de recordar el recorrido que antes había tenido para llegar hasta Craigh Na Dun. Necesitaba ver algún árbol, algún río que le indicara que iba en la dirección correcta. Nada más había un sendero de tierra que se marcaba debido a que todos debían de usarlo para adentrarse en el bosque.
Estaba tan alterada en ese instante que no se percató que alguien la seguía, no se percató que había llamado la atención de alguien que se hallaba oculto entre los arbustos.
Corrió entre los árboles, percatándose de que a cada paso, más se introducía en el espesor del bosque, perturbadoramente verdoso y húmedo. Al llegar a una laguna se detuvo a respirar, se hallaba desconcertada y probablemente en shock.
Sintió sus piernas temblar.
—Señorita, ¿está usted bien?
Rápidamente se volvió a la defensiva. Sus ojos se toparon con los ojos esmeralda de un hombre alto, pelirrojo, de complexión musculosa. Tenía algo sucio el rostro, sin embargo sus facciones eran totalmente masculinas.
Este la observó de arriba a abajo, mirando su atuendo, sintió sobre ella su mirada incisiva y curiosa. Por su tono de voz y acento asumió que era escocés.
No le había escuchado.
—¿Se encuentra bien? ¿Está herida? Hay casacas rojas por este sector...
Marlenne se sintió presa del miedo e intentó correr. No obstante el hombre le bloqueó el paso con la espada que cargaba en la mano, no esperaba que ella huyera sin decir una palabra.
La joven irlandesa, conmocionada actuó por instinto y sin pensarlo dos veces sacó una de las flechas de su gajete y la sujetó conjunto a su arco, apuntando al pelirrojo que abrió los ojos con sorpresa ante los rápidos movimientos de la chica.
—Saighead Boireannach...
¿Aquello era gaélico escocés?
Marlenne sabía de sobremanera que en 1870 el lenguaje natal de las tierras altas estaba prohibido, el hombre acaba de decir que el sector estaba plagado de casacas rojas, quienes eran los soldados del rey Jorge II. Su milicia era sanguinaria y no permitía ese tipo de traiciones.
—No quiero hacerle daño, sólo quiero saber quién eres... —susurró con un tono de voz masculino que no podría haber imaginado de un hombre en el condado de Down —¿nos conocemos de alguna parte?
De pronto alguien salió de la espesura, esta vez una chica.
—Fear albannach— habló con cautela— tha i còmhla rium.
Ella intercambió una mirada certera con el hombre que pareció tenerle un poco de recelo y dió un paso con cautela en su dirección.
—¿Es verdad que está con ella, señora?—me preguntó sin ningún tapujo.
Marlenne no sabía qué hacer, pero asintió sin emitir una palabra.
El hombre pelirrojo asintió y se acomodó el tartán. Le dió una mirada antes de perderse entre la espesura de los bosques. Aquel hombre apareció y desapareció como si se tratara de un fantasma, sus cabellos se movieron al ritmo de sus pasos.
La joven observó a la mujer parada frente a ella, llevaba un largo vestido blanco con mangas acampanadas, un cinto en la cadera con algunos instrumentos. Llevaba una corona de flores silvestres decorando la larga cabellera rojiza que tenía.
—Estás temblando—murmuró acercándose con actitud amable—, ¿acaso estás perdida?
Marlenne volvió a asentir.
—No te haré daño, ven conmigo. Te llevaré a un lugar seguro. Él dijo la verdad, este no es un lugar para vagar sola.
—Tú lo estás haciendo.
Esas eran las primeras palabras que emitía.
—Vivo aquí, no es peligroso para mí.
Marlenne llevaba su arco en la mano, dispuesta a lanzarle una flecha a quien fuera.
—Dime algo, ¿quién eres?—farfulló la joven observando su vestimenta.
Marlenne no supo que contestar.
¿Qué había sucedido con ella?
¿Dónde se encontraba?
— He venido a una competencia de tiro con arco ¿dónde estamos?
—En el bosque Drumnadrochit.
—No reconozco ese nombre...yo estaba en Inverness, debo volver por el camino mañana debo volver...
—¿A dónde? ¿Acaso estás alojada en la casa de algún terrateniente?
Sin duda no sabía de lo que la chica hablaba.
—Las noches son muy frías, podrías volver mañana, no te recomiendo estar a la intenperie cuando comience la lluvia. Ha sido un año muy lluvioso.
De pronto una voz en el interior de Marlenne le sugirió realizar una pregunta y probablemente su acompañante la tomaría por loca.
—¿En qué año estamos?— preguntó temerosa.
La pelirroja le miró con expresión de extrañeza, pero las facciones de Marlenne no denotaban nada que hiciera pensar que estuviera bromeando.
—Estamos en 1743.
Marlenne sintió un vuelco en su interior.
Sus piernas temblaron.
¿Acaso ella había viajado en el tiempo?
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