• FICHEAD 'S A H-OCHD

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SAIGHEAD BOIREANNACH
XXVIII. Elecciones de vida.
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Adela se paró frente al atelier de madame Brown del brazo de Anabella, quien refunfuñaba de manera notoria debido a la situación, totalmente abochornada y haciendo berrinches. La hermana menor se percató de que su hermana no iba a dar su brazo a torcer, por lo que la mueca en su cara se hizo más evidente que hace segundos atrás. 

—Adela...

—Quiero que te calles, Anabella. Entrarás con madame Brown y vas a trabajar aquí, lo harás con agrado o sin él, pero lo harás. No me importan las excusas que vayas a ponerme o cuántas lágrimas sueltes por eso, no terminaré de criar a una chiquilla caprichosa ¿porque sabes qué? detesto a esas niñas que creen que pueden hacer lo que quieran, no naciste en una cuna de oro, lo lamento por eso. Pero no tienes idea de lo que he tenido que hacer para poner a flote a esta familia, así que es momento de que también colabores ¿me has oído?

Anabella rodó los ojos y tomó el bolso de mano que cargaba Adela con algunas raciones para que se sirviera en el almuerzo. 

—Eso, quiero verte con la cara llena de risa. Aprenderás y te ganarás la vida. 

Su profunda plática fue interrumpida por Madame Brown, quien apareció en la puerta del atelier con una sonrisa.

—Me alegro que haya sido puntual, señorita Fitzgerald. Pase, su puesto de trabajo la espera. 

—Muchas gracias, señora Brown, pero quizás sea un peligro, la verdad es que no sé si mi hermana se lo dijo, pero no sé nada de esto, no se coser, no se ni siquiera hilvanar una aguja. 
—No te preocupes, te entrenaremos. Serás una excelente costurera dentro de poco, ya lo verás. Crear piezas de vestuario es vigorizante y muy motivador. 

Anabella levantó las cejas con fastidio. 

—Lo que diga, después de todo, mi hermana estará muy contenta con esto.

Ingresó al lugar, siguiendo a la señora y bajaron por las escaleras al sótano donde se encontraba el taller, para su sorpresa no era un lugar de mala muerte, habían allí otras tres chicas que se encontraban sentadas frente a un mesón individual donde había una máquina de coser elegante, telas e hilos muy finos. 

—Estas serán tus nuevas compañeras, espero que trabajes sin inconvenientes con ellas. Te enseñaré todo lo que sé, porque mi negocio tiene mucho prestigio—señaló la mujer—No te metas en problemas, no es tu labor hablar con los clientes, solamente estar aquí en el cuarto de máquinas ¿quedó claro?

—Sí, madame. Aunque quisiera pedirle que considere tenerme en el mostrador, como puede ver soy muy hermosa—mencionó con la confianza por las nubes—, además tengo un buen gusto y suelo ser persuasiva, así que podré convencer a sus clientes de comprar más atuendos. 

—Gracias, lo tendré en consideración. Pero hasta que no vea que sabes coser, no harás nada más  No creo que quieras que sea Adela quien sufra la repercusión en caso de que seas una mala trabajadora ¿Empezamos de una vez?

Anabella suspiró, tendría que escalar desde abajo si quería darse a conocer más rápido. No obstante ella no solía tener tanta paciencia para esperar, sin duda algo se le ocurriría de eso estaba segura. 

—Seré su mejor empleada, de eso puede estar confiada, madame Brown. 

Mientras tanto, cuando Adela entró en la casa de los Thompson, dejó sus cosas en el cuarto de invitados, sacando los libros de su maleta. Era momento de que comenzara a darle clases a los niños de Isaac Thompson, pues aún no había logrado encontrar un trabajo lo suficientemente rentable como para alejarse de dicho sitio, quería hacerlo, sólo que estaba requiriendo de más tiempo del que creyó.

—¡Adela, llegaste!—exclamó la niña de seis años que ya aguardaba por ella.

—Cariño, ya me esperabas.

—¿Y cómo no? Habla de ti todo el santo día—interrumpió una voz de mujer tras ella—¿cómo estás Adela?

Se sobresaltó por un segundo, no esperaba que la señora Thompson estuviese en casa, por lo general nunca se encontraba allí. Se levantó después de besar a la niña e hizo una pequeña reverencia con su cabeza.  

—Bien señora ¿y usted? Creí que estaría donde su madre—susurró.

—Sí, pero decidí tomarme el día libre para poder ver un momento a los pequeños. Estoy cansada de esa vieja terca, honestamente creo que debo conseguirle una enfermera lo antes posible. No me es posible seguir cuidando de ella sin enfermar también yo.

—Lo lamento señora—mencionó incómoda—¿necesita que le ayude en algo antes de ir con los niños?—preguntó con muchas ganas de salir de ese lugar—¿O no necesita de mis servicios por el día de hoy?—cuestionó.

—Claro que te necesito, de no ser por ti, mis hijos serían unos salvajes. Esta familia te lo debe todo —siseó dándole un sorbo al café que bebía—Ven, antes de que comiences con esos diablillos, toma un té o un café conmigo. Lo que gustes, asumo que también tienes necesidad de conversar con alguien sobre lo que sucede en tu vida. Sé que no es fácil, cuéntame ¿han avanzado en la investigación de Marlenne? ¿cómo están tú y tus hermanas?

Esa mujer realmente se encontraba interesada en ella, genuinamente; por lo que no pudo evitar sentirse tremendamente culpable por las cosas retorcidas que hacía con su esposo. Cordelia Thompson era una mujer hermosa e inteligente, pero por sobretodo acaudalada, su familia era riquísima, pues eran dueños de muchas fábricas en el país. Por lo que podía darse el lujo de tener a muchas personas trabajando en su casa, darles empleo a pesar de la hambruna.

—Espero que la investigación de su caso sea cambiada de detective, el mayor a cargo cree fervientemente que mi hermana es una libertina que huyó para poder prostituirse en paz—murmuró sin mirarla a los ojos—, no hemos sabido nada de ella, al parecer los testigos no son tan importantes, por lo que realmente Scotland Yard no tiene pruebas ni pistas relevantes al respecto. 

—¿Qué hay de Madelaine y Anabella?—volvió a cuestionar—¿ellas cómo lo llevan?

—No muy bien la verdad. Madelaine está completamente introvertida, ensimismada, era muy cercana a Marlenne. Anabella por su parte, terrible. No sé cómo lidiar con ella, hoy comenzó a trabajar en el atelier de Madame Brown, porque necesito que haga algo productivo con su vida, necesitamos más dinero para salir a flote, Madelaine aún es muy joven, terminó recién su formación y ya está encargándose de los cultivos en casa para poder generar ingresos. No obstante Anabella—se quedó unos instantes en silencio, dándose cuenta de lo mucho que necesitaba hablar con alguien—, me saca de quicio. Cree que vive en un cuento, en sus pensamientos de fantasía. Ha sido difícil criarlas bien. 

—¿Quieres un consejo? Te lo pregunto porque muchas veces las personas sólo quieren ser escuchadas y no oír las palabras de una mujer rica que no tiene ninguna preocupación en su vida  ¿no crees?

—Jamás podría pensar eso de usted señora. Ha sido una muy buena persona conmigo. 

—Sé que quizás puedas tener pensamientos mucho más progresistas que los míos y que lo que voy a decirte sea una tontería bajo tu mirada más joven—murmuró— pero ¿no has pensado presentarlas en sociedad?

Adela conocía lo que eso significaba, presentar a sus hermanas en sociedad, implicaba dejar que fueran cortejadas por jóvenes de edades similares para que conocieran a alguien de buena posición con el que casarse. Se hacía cada año en alguna casona colonial, en alguna mansión, siempre a cargo de alguna mujer rica o de buena posición dentro del país. No obstante, ella no tenía la posición como para poder ofrecer algo en un arreglo matrimonial; no es que sus hermanas no tuvieran la gracia como para poder conquistar a algún muchacho debido a sus encantos, pero sabía que para las familias adineradas, el ser bonitas y educadas no era lo que buscaban, siempre existía la creencia de que los matrimonios debían aumentar los bienes de cada familia. 

—Señora, no sé si realmente es una solución para nosotras. Nuestra familia no tiene bienes, más que la finca en la que vivimos, no tendríamos nada que ofrecer para un futuro arreglo. No hay ningún hombre que ampare a las chicas como su tutor, vivimos más seguras gracias a la generosidad de Kennett Farrell, quien es amigo de la familia, sin embargo no creo que sea suficiente como para asegurarle a mis hermanas que conseguirán un esposo, quizás nada más las ilusione con una vida a la que no podemos aspirar. 

—No lo creas, ya no es tan riguroso como era años atrás. El baile de las debutantes antes era clasista y aristocrático, pero eso es parte del ayer. Ahora realmente puedes encontrar buenos pretendientes para tus hermanas. En unos meses más habrá uno en Dublín, en Castlehyde—mencionó—. Sé que Marlenne había logrado comprometerse con Elijah Robinson ¿has hablado con su familia?

—No exactamente sobre el compromiso, ellos han sido educados. Pero estoy segura que pasado el tiempo darán un paso al costado, por obvias razones. Muchas personas han tratado de mancillar el nombre de mi hermana, eso quizá pueda manchar la reputación de los Robinson. 

—Entonces no les quites la oportunidad a tus hermanas de conocer quizás algún joven de buena posición que se interese en ellas. Si ellas se casan, podrías vivir más holgada, eres educada y muy refinada, puedes incluso encontrar un marido a tu edad, aunque sea un poco más difícil, eres joven aún y muy bella—señaló con dulzura.

—La idea puede convencerme un poco señora, pero aún así un viaje así implica muchos gastos, tendríamos que asistir todas, pagar boletos en un tren rumbo al sur, comprar vestidos, pagar el alojamiento de al menos una noche en un hostal decente. Es algo que no puedo permitirme en estos momentos.

Cordelia tomó una de sus manos y la apretó con dulzura.

—En caso de que quieras hacerlo, puedo ayudarte. Podría apoyarte económicamente para que tú y tus hermanas puedan asistir. Imagina la vida que podrían tener, pueden llegar a ser buenas esposas.

—No puedo aceptar algo así. Me daría muchísima vergüenza hacerlo, no tendría forma de pagar aquella generosidad con usted, jamás. O quizás trabajando para usted lo que me reste de vida—dijo para no poner tan tenso el ambiente. 

De pronto la voz de Isaac Thompson resonó en la gran cocina. 

—¿Qué habría de malo en que la dulce Adela trabajara con nosotros para siempre?—cuestionó con una sonrisa algo sarcástica en el rostro.

Adela se sintió apabullada y cohibida con su llegada, se sentía sucia y una mala persona. 

—Le mencionaba a Adela que podría llevar a sus hermanas al baile de debutantes en Dublín, podría ayudarla con todos los gastos si ella se decidiera— declaró la mujer con una sonrisa—¿cierto que sí, querido?

El hombre observó a Adela con una mirada penetrante, de arriba a abajo, inspeccionándola, escrutando lo que sus ojos pudiesen llegar a esconder, sin embargo le complacía verla como un venado herido, con miedo y con algo de recelo en su expresión. 

—Pues claro, es una experiencia que toda chica debería poder vivir—farfulló el hombre, complacido con la hermosura y fragilidad de la joven— Acepta, Adela. Nosotros sólo tenemos buenas intenciones contigo, mi esposa es muy generosa, una de las tantas virtudes que amo de ella. 

—Creo que es demasiado, le decía a la señora que no podría pagarle aquel gesto de buena voluntad. 

—Tus hermanas lo merecen, además Cordelia no te lo está cobrando, no es algo prestado. Es algo que nos encantaría darte. 

—No solamente sus hermanas Isaac, no seas descortés. ¿Qué no te dice que Adela se robe el corazón de algún galante caballero aquella noche? ¿Tú fuiste a algún baile querida?

—Mis padres me llevaron, habían conversaciones con algunos muchachos del sur, pero lógicamente cuando mis padres murieron, la carga de mantenerme a mí y tres hermanas era demasiada como para preservar el interés de cualquier familia, habían muchas chicas con mejores condiciones que yo. 

La mirada de Adela era nerviosa. 

—Lo pensaré, señora Cordelia. Desde ya se lo agradezco demasiado—dijo para después salir de la cocina a toda velocidad. 

Nada más el carruaje salió con la señora después de unas horas, provocó que Isaac se acercara a la joven, quien jugaba con ambos niños en el jardín. Adela sintió un escalofrío cuando se percató de la presencia del hombre junto a ella. 

—Pequeños míos, necesito hablar con Adela, vayan donde Lucile, les dará galletas. Aprovechen que su madre ha salido. 

Los niños corrieron en dirección a la casona y el hombre tomó a Adela de la mano, conduciéndola a las pesebreras, allí guardaban a los caballos y algunas herramientas. La aprisionó con su cuerpo contra la pared, sin que ella pudiese protestar o hacer algo al respecto, no quería dañarla, nada más la conversación de la mañana le había afectado un poco.

Isaac sabía muy bien de que si alguien descubría su relación con Adela, sería ella la que tendría que vivir con el desmedro de la sociedad, pero él estaba obnubilado con ella, había desarrollado una especie de obsesión de la que no podía controlarle. 

—¿Así que estás buscando casarte, cariño mío?

Le obligó a mirarle a los ojos. 

—No, sólo es algo que la señora Cordelia propuso para mis hermanas, no tengo ninguna intención de unirme a ningún hombre—declaró, con la respiración agitada.

—Pensé que por alguna razón querías dejarme—jadeó, molesto—. Recuerda que eres mía, que tu cuerpo es mío, que me vuelves completamente loco—susurró contra su cuello, besándolo con algo de desenfreno—, Dios, quisiera tomarte ahora mismo, aquí, en este instante. 

—Señor, sus criados pueden vernos. Por favor...—suplicó.

—¿Te casarás con alguien Adela? ¿Te alejarás de mí? No sé que haría si algún día te casaras, de verdad; me volvería loco.

—No señor— contestó ella, respondiendo en ese momento al beso pasional que él le estaba exigiendo responder. 

—Ven al hotel esta noche—murmuró mientras sus manos apretaban su cintura con ímpetu—, quiero hacerte mía ¿está bien? Dí que sí por favor, el deseo me mata, hace muchos días que no te poseo...

—Esto no está bien señor, su esposa es tan dulce, de verdad que creo que deberíamos parar. 

—Te pagaré más, sabes que no es mi intención comprarte, pero si tengo que pagar el precio que sea por tenerte, lo haré. Adela te deseo tanto, necesito tanto tu cuerpo, tus caricias, tu fuego.

Una lágrima escapó por uno de los ojos de la rubia. 

—¿Aceptas? 

Ella asintió, sintiéndose podrida por dentro, porque sabía que lo hacía por una necesidad, pero en el fondo, había logrado aplacar en parte el dolor y la soledad con el placer carnal que le causaban los encuentros con Isaac. 

—Te estaré esperando, no llegues tarde. 

El hombre se alejó de las caballerizas, antes de salir se volvió. 

—Usa el traje de encaje que te regalé la vez pasada. Lucirás tremendamente sensual en él. 

La respiración de Adela se entrecortó y tuvo que tragar la amarga saliva que se había juntado en su garganta. 

Se secó las lágrimas. No quería llorar más por aquello. Esas lágrimas eran falsas.

Pues no le sentaba llorar, esas eran las elecciones que ella había decidido. 

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