• CEITHIR
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«SAIGHEAD BOIREANNACH»
IV. La cruda verdad.
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Adela tomó sus cosas aquella mañana y alcanzó a ver a Marlenne cuando salió de la habitación restregándose los ojos y tratando de contener un bostezo. La recién levantada se sobresaltó debido a que no esperaba ver a su hermana en pie tan temprano.
—¿Qué haces tan temprano en pie, Adela? Pensé que hoy tenías el día libre— comentó mientras se dirigía a la cocina para tomar un vaso de agua.
La aludida sonrió con despreocupación y se acercó a besar la mejilla de su hermana y a regalarle una caricia en el cabello.
—Los Thompson me han llamado de último minuto, la señora está enferma y no puede hacerse cargo de los pequeños— sentenció—, sabes que mientras más vaya para allá, más es el dinero que me pagan.
Marlenne asintió, no obstante no pudo evitar reparar en que su hermana estaba prácticamente la semana entera en su trabajo, no teniendo posibilidades para descansar y poner su mente en otros temas que podrían ser de su interés.
—Lo sé—dijo al fin—, iré a ducharme. Hoy tengo que cantar en la iglesia en todas las celebraciones por lo que llegaré después de la cena.
Adela sonrió y Marlenne pudo percibir el nerviosismo de su hermana a flor de piel.
—Cariño, lo lamento pero no podré ir a ninguno de los servicios; probablemente el padre Ackermann se moleste...
—No tienes que pedirme disculpas, ese es mi trabajo y no estás obligada a ir a verme cantar, menos a oír el sermón—mencionó la chica utilizando una voz que solía usar cuando encontraba que alguna cosa o situación eran aburridas.
Adela cerró su abrigo y negó con la cabeza al percatarse de aquello.
—El padre quizás no me sermonee a mí...
—Debemos admitir que a veces las prédicas de él no son lo más inspiradoras, debo decir que muchas veces he estado al borde de quedarme dormida en la mitad del encuentro.
—Espero que la señora Mason jamás te vea, seguro que llevaría ese chisme por todo el pueblo y después dirían que eres una hereje— sonrió mientras tomaba su bolso.
—¿No vas a llevar la maleta?—le preguntó al ver que se iba sin llevar el objeto indicado, que solía ser su elemento primordial, donde llevaba material de lectura y de juego.
La cara de Adela se hizo un poema y el nerviosismo que había sentido antes se hizo mucho más evidente.
—Creo que efectivamente debes descansar, ¿no lo crees?
—Pronto dejaré la cabeza en casa, gracias a Dios la tengo pegada al cuerpo— recalcó— , ¡hay cazuela en la olla, está lista para el almuerzo!
—Que te vaya bien, no vuelvas muy tarde y si tardarás, puedes avisarle a Kennett para que te venga a dejar.
—Te lo agradezco, pero sabes que puedo cuidarme sola, cariño.
Marlenne rodó los ojos y se metió en el cuarto de baño una vez que Adela salió de la casa. Debía asearse y lucir lo más presentable posible. Cuando iba a la iglesia solía asistir ordenada y lo más formal que podía lucir; no tenía demasiadas prendas costosas, no obstante tenías bastantes vestidos bonitos que fue heredando de su hermana, o de los que esta misma podía hacerle cuando había dinero para comprar telas en la mercería.
Una de las hipocresías más grandes era estresarse en ir lo más presentable posible, cuando se suponía que a Dios no le importaba el cómo se vestía, los zapatos que se llevaran o el dinero que las personas tuvieran, en base a sus escrituras; lo más importante era que fueses limpio de corazón y que ayudaras al prójimo con la mejor de las intenciones.
—Hola—le saludó Maddie—, ¿ya te vas?— preguntó una vez que llegó a la mesa de la cocina y analizó que yacía peinada y con uno de sus mejores atuendos.
—Pues sí, tengo que cantar en todos los servicios el día de hoy— contestó cuando su hermana llegó a sentarse a su lado envuelta en una frazada,la mañana estaba muy fría.
—Espero que lleves el abrigo blanco, está muy frío afuera.
Marlenne necesitaba hablar con alguien sobre lo que Kennett le había ofrecido y como todavía tenía tiempo, le indicó que se sentara junto a ella lo más apegadas posibles para que Anabella no les fuera a oír. Madelaine la observó con curiosidad y atención, sus oscuros ojos estaban completamente atentos a lo que su hermana fuera a decir.
—Ayer hablé con Kennett—susurró y fue por su abrigo.
Madelaine puso cara de no entender nada, pues no sabía a lo que ella quería llegar.
Del bolsillo interior sacó un papel amarillento que estaba doblado en varias partes y se lo mostró a Maddie, bien atenta en caso de que Anabella fuese a aparecer para guardarlo de inmediato. Sabía que tenía que buscar el momento como para contarle a Adela lo que tenía en mente, no obstante si Ana le contaba desde antes, podía decir cosas de forma ponzoñosa.
—¿Y piensas inscribirte? ¿Cómo llegarías a Inverness? ¿Irías tú sola?—Madelaine solía hacer una seguidilla de preguntas cuando se encontraba nerviosa y este era el caso. De sólo pensar en que Marlenne podría irse lejos, totalmente sola, le hacía sentirse incómoda e insegura.
Marlenne advirtió en su cara la preocupación de Maddie y le causó total ternura, a veces su hermanita olvidaba que ella ya era mayor y sabía o creía saber cómo desplazarse en el mundo sin la ayuda de nadie.
—Primero tengo que hablarlo con Adela, la verdad es que dudo que a ella le gustase que fuera sola para allá, sin embargo desconozco si es que Kennett querría acompañarme, últimamente ha tenido mucho trabajo y no quiero molestarle— murmuró al momento que echó fuera el aire que estaba conteniendo— ¡Pero mira cuanto es el premio!
Madelaine se mordió una de sus uñas, pues entendía completamente la intención de Marlenne, ese dinero les serviría para muchas cosas, entre ellas poner un mini mercado con el que podría ser mucho más fácil subsistir y pararse ante las dificultades.
—No creo que a Adela le agrade la idea de que vayas para allá, estarías lo más seguro entre hombres y eso le generaría inquietud y desazón. Uno no conoce las reales intenciones de las personas.
Marlenne sabía eso a la perfección, era muy sabida la historia de Katie Lewis, quien por ir a trabajar con un hombre ordeñando vacas a la salida del pueblo y ayudar a su familia, quedó deshonrada, pues el hombre se propasó y tuvieron que irse del pueblo para evitar la vergüenza. Aunque bajo el pensamiento de Marlenne, ella no tendría que haber sido quien debía irse, si no que el cretino del tipo.
—Pero es mi manera de poder contribuir a la familia, los animales que cazo y vendo no pueden ser nuestro ingreso por toda la vida, mis cantos en la iglesia no son pagados en la cantidad que deberían— se quejó—. Adela no tendría porqué trabajar casi todos los días y tú y Ana deberían tener el privilegio de estudiar más que en la escuela local— suspiró.
En el fondo de su corazón habían muchos motivos aparte de no casarse con Elijah para asistir a esa competición, si no que también lo eran sus hermanas y tener una mejor vida, ganándola con sus habilidades y no casándose con el hombre más rico del pueblo teniendo que vivir bajo el yugo de la familia Robinson por el resto de su vida.
Ir a Inverness era su desesperada esperanza a una vida mejor, la vida que estaba segura merecía.
—Esta noche hablaré con Adela, la competencia es en unos días y debo irme con tiempo teniendo en consideración cualquier imprevisto que pueda suceder— acotó, dando por terminado su desayuno.
Lavó los trastos que usó y limpió con una servilleta los restos de migas que quedaron sobre la mesa. Se apresuró a guardar el volante en su abrigo y ponerse el sombrero.
—¿Y entonces que crees?
—Pues lo más seguro es que lo haga, después de todo ¿qué es lo que puedo perder?
Salió de la casa entusiasmada, durante la tarde hablaría con Kennett para rogarle que le prestara el dinero de la inscripción, se lo devolvería pues estaba segura de que ganaría. Sabía que debían de haber chicos mucho mejores que ella en esa disciplina, pero ella tenía la experiencia de llevarlo haciendo hacía años, llevaba cazando desde que tenía memoria, en terrenos en los que no todos lo han hecho y esa era su ventaja.
Al llegar a la iglesia, ingresó con respeto y se persignó con la señal de la cruz sobre su frente, eran costumbres que su madre inculcó desde niña, no obstante ella jamás había sido muy cercana a la religión, tampoco temerosa de Dios. Si trabajaba en el sitio, era porque lo necesitaba, pero jamás podría expresar lo que sentía con respecto a la religión o probablemente la tacharían de bruja o de libertina. Las personas solían ser muy prejuiciosas en el condado y una vez que te hacías una reputación no podías dejarla atrás.
—Buenos días, señorita Fitzgerald.
—Padre Ackermann, ¿cómo está?
—Bien, bien. Deseoso de que comience nuestra alabanza matutina.
Marlenne asintió y le sonrió con sinceridad. El hombre era un devoto y jamás se había sabido ninguna situación para poder enjuiciarlo, ayudaba a los necesitados, iba a darle consuelo a los enfermos y trataba de llevar la palabra de Dios hasta los rincones más inhóspitos; era una persona muy querida en la comunidad y una de las pocas personas que realmente comprendía lo que la biblia en general trataba de transmitir.
—¿Sabes cuáles son los cánticos que corresponden, Marlenne?
—Sí, iré a prepararme para estar lista una vez que empiecen a llegar los feligreses.
—Adelante, adelante.
Lenna disfrutó del aire matutino, se dirigió al jardín trasero para cortar flores silvestres del campo tras la iglesia para decorar el altar y la santa cruz que se alzaba en la parte central del salón donde se llevaban a cabo los ritos religiosos. Las mujeres solían llegar temprano para leer las escrituras antes de la celebración, para rezar el rosario y golpearse el pecho por haber pecado de pensamiento.
Durante la mañana Marlenne se concentró en aprender cantos nuevos, estar atenta a las prédicas del sacerdote, cantar afinadamente, sonreír y fingir que alababa de forma genuina; después de tantos servicios ya le resultaba natural. La joven estaba sedienta de conocimiento, de aprender artes diversas, de opiniones eruditas y de vivir experiencias que no estaban permitidas para una mujer, estaba cansada de fingir que disfrutaba de ver que todos estuvieran temerosos de un castigo proveniente de alguien que predicaba amor y que nadie había visto.
Quizás su oposicionismo tenía que ver con que su mente estaba plagada de ideas acerca de cómo ganar la competición de tiro con arco.
—Padre Ackermann— vociferó unos decibeles más alto cuando el hombre se despedía de sus fieles—, voy y vuelvo a los cánticos de media tarde, necesito ir a hacer una diligencia.
—Anda, anda— se despidió—, no vayas a llegar tarde o te enfrentarás a la ira de Marie Duncan.
Todo estaba saliendo hasta donde lo había planeado; fue rauda a casa de Kennett, este después de darle consejos sobre cómo llegar a Inverness de forma rápida y segura, le entregó la cuota que necesitaba para cancelar la inscripción a la competencia. La joven se daba cuenta de que todo estaba materializándose y sería fácil poder llegar, tenía buena orientación después de haber crecido en los bosques cazando, no le complicaría ir hasta el puerto y tomar una pequeña embarcación hasta las tierras altas, lo más seguro era que demoraría medio día en arribar.
Ahora debía pensar en la manera más efectiva de contárselo a Adela, pues con el pasar de las horas estaba en la postura de que ya era mayor y lo suficientemente adulta como para tomar esa decisión, no estaría usando el dinero destinado a la casa ni a sus necesidades y era una solución muy adecuada para generar un ingreso extra. No sería grosera ni mal educada, pero se mostraría firme y tenaz.
Mientras iba devuelta a la iglesia, iba recreando en su mente todas las posibles conversaciones que llevaría a cabo con su hermana mayor, no obstante sus ensoñaciones fueron interrumpidas por Elijah, quien al verla caminar hacia la calle se acercó sin pensarlo dos veces. Marlenne tuvo que hacer uso de toda su paciencia para no echarle en cara algún insulto debido a su insistencia.
—¿Cómo estás? Debo decirte que estuviste maravillosa cantando.
Al menos no era un elogio a su belleza.
—¿Estuviste en la celebración matutina?
—Sí, a veces acompaño a mi padre, el gusta de ir a esa hora a escuchar al Padre Ackermann.
—Oh, pues gracias...
No sabía qué más decir, realmente no sabría cómo llevar a cabo la convivencia con ese hombre si ni si quiera podía entablar una conversación de más de tres frases con él.
—Sabes—le comenzó a decir—, estuve pensando en lo que hablamos en la celebración de Mabon.
—¿Y qué fue lo que pensaste?
—En que debo ser paciente, creo que no me había puesto a pensar en que para una chica debe ser difícil llegar y casarse con quien te han dicho nada más. A diferencia tuya, siempre había querido casarme contigo, desde que era un niño y hacíamos pasteles de barro.
Aquella frase consiguió sacar una sonrisa del rostro de la joven.
—Voy a hacer lo posible por hacerte feliz, Marlenne. Te lo aseguro, sin embargo necesito que me permitas acercarme a ti.
Todas sus palabras tenían sentido, era ella quien no quería ni pensar en lo que sería de su vida al lado de Elijah.
—¿Por favor, podrías tenerme en esa consideración? ¿Me regalas ese beneficio?
—¿Eso que es lo que implicaría?
—Pues salir, conocernos más, hablar sobre nuestros gustos y aficiones. No sé casi nada de ti, eres muy hermética y lo entiendo. Sólo que me gustaría poder hacerte sonreír otra vez...
Hablar con él, conversar y salir a dar alguna vuelta por el condado.
No era un imposible.
Hablar con él no implicaba contarle sus secretos ni que fuera a convertirse en su confidente.
—Está bien, creo que es una petición justa; pero tendrá una condición.
La sonrisa de Elijah consiguió iluminar su cara en demasía.
—¿Cuál?, estoy dispuesto.
—No intentarás nada inapropiado conmigo, no me presionarás al respecto de saber cosas que no quiero compartir.
—No hay ningún problema, de verdad gracias. No sabes lo feliz que me haces con eso.
—Ahora debo irme, tengo que llegar a los cánticos de media tarde y antes debo almorzar.
Elijah se acercó para besar su mejilla y tras eso decidió que no debía presionarla, ofrecerle a acompañarla hasta su casa o a la iglesia sería demasiado y quizás ella se molestaría. Marlenne por su parte caminó presurosa para poder comer antes de los cantos de la media tarde. Decidió que iría a casa para comer de la cazuela que había preparada; no se percató si es que sus hermanas estaban dentro o en sus habitaciones, ella colocó la olla en las brazas para poder comerla caliente, la degustó con entusiasmo pues moría de hambre, rápidamente fue al baño para lavar sus dientes y volver a salir.
Antes de salir, guardó debajo de su colchón el dinero que Kennett le prestó para no ponerlo en riesgo bajo ninguna circunstancia. Se dió ánimos para enfrentar el resto del día en la iglesia, no prestó atención a los sermones de ningún horario; su concentración estaba latente mientras repasaba técnicas de lanzamiento de flechas.
Ya daba por efectiva su participación.
Cuando dieron las nueve de la noche, salió disparada pues iría a casa para disponerse a la larga conversación que le esperaba. Durante todo el día pensó en las palabras indicadas, pero con su hermana no valía la pena tener las cosas planeadas, en un abrir y cerrar de ojos ella ponía el juego a su favor y dejaba a cualquiera sin argumentos.
—Señorita, ayúdeme por favor.
Otra vez aquella voz.
Y en esta ocasión vió la silueta de un joven alejarse al momento de percibirla.
¿Qué sucedía? ¿Acaso alguien le estaba gastando una broma?
Su mirada logró notar una tela a cuadros, similar a los tartanes que se utilizaban en la época del rey Carlos en Escocia, cuando los jacobitas luchaban por tener una tierra independiente de la corona inglesa. Decidió que le seguiría hasta ver quién era el que jugaba con ella.
¿Pero y sus sueños?¿Cómo podía soñar con alguien que no conocía?
Se desplazó entre los pasajes de piedra que conformaban las calles que ya estaban algo oscuras y sombrías. El sol había terminado por esconderse y la luz se los faroles estaban iluminando el condado.
No se percató en qué instante le perdió se vista y sintió la frustración invadirla.
¿Esa voz era real o producto de su imaginación?
Suspiró y cuando se volvía para retornar a casa vislumbró una figura conocida. Una carroza muy lujosa se detuvo, venía desde el camino que conducía al hotel que estaba en la mitad de la vía que llevaba al condado de Ards. Vislumbró que su hermana bajó del coche, con las mismas ropas que llevaba en la mañana.
Después de ella bajó Isaac Thompson y le entregó un fajo de billetes que ella se apresuró a guardar en su cartera; pudo vislumbrar en su rostro la vergüenza y la sensación de malestar evidente.
Marlenne sintió cómo su corazón comenzó a latir más fuerte.
Posterior a la entrega el hombre la hizo para su cuerpo con fuerza, sujetó su rostro y la besó con violencia.
—Adela...— susurró para sí misma, comprendiendo todo.
Y le dolió el corazón, ya que lejos de juzgar a su hermana, sentía en carne propia todo el sufrimiento que denotaban sus ojos.
Las lágrimas comenzaron a brotar involuntariamente.
La verdad era terrible, sin embargo en el caso de Marlenne a pesar de ser cruda, le empoderaba.
Ahora más que nunca conseguiría entrar en ese concurso.
Y lo haría por Adela.
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